Río de Janeiro (Gerardo Lissardy, corresponsal para América Latina). José Pinheiro disfruta tanto del ejercicio que suele despertarse a las 4.00 de la mañana para ir corriendo desde su casa en Rocinha, la mayor favela de Río de Janeiro, hasta su trabajo de mozo en un bar de comida rápida y jugos de frutas en Flamengo, dentro de la turística zona sur carioca. En total son 19 kilómetros que completa en 70 minutos, una forma de mantenerse entrenado a los 37 años para seguir compitiendo en maratones como atleta amateur y, de paso, ahorrarse el dinero del transporte. Pinheiro recuerda que cuando Río fue elegida en 2009 sede de las Olimpíadas que se inauguran este viernes, le pareció “muy legal, fantástico” que el evento global llegase a la ciudad donde vive. Pero siete años después y pese a su pasión por el deporte, el ánimo es otro: “Estoy decepcionado, como la mayoría de los brasileños”, dice.
“Teníamos que ver primero si el país estaba preparado, y realmente no está. Están faltando hospitales, salud pública, colegios… todo. Es una vergüenza”, sostiene este padre de tres niños que nació en Ceará, noreste de Brasil, y se mudó a Río siendo aún adolescente. Durante una charla con Búsqueda en una pausa laboral, Pinheiro afirma que el legado de estos Juegos Olímpicos quedará “solo para los tipos grandes, que agarran el dinero, pero para nadie más”.
Lejos de ser un caso aislado, buena parte de los brasileños parece pensar como él. Las primeras Olimpíadas de la historia en Sudamérica comienzan en medio de un clima de bastante apatía y escaso entusiasmo para los anfitriones, incluso cuando las delegaciones y miles de turistas ya están en Río para participar de la fiesta, cuyos colores vivos decoran avenidas, playas y edificios de la ciudad. De algún modo, estos Juegos Olímpicos se volvieron para los brasileños una suerte de símbolo de todo lo que ha salido mal en su país en los últimos siete años. La lista abarca desde la política hasta la economía, desde la corrupción hasta la violencia, y es tan larga y amarga que aun resulta difícil de digerir para aquellos que, como Pinheiro, creyeron en la promesa de que la cita mostraría la mejor cara de Brasil al mundo.
“De primera clase”
Cuando Río fue escogida sede de estas Olimpíadas en octubre de 2009, el entonces presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, asistió en persona a la decisión en Copenhague y declaró: “Hoy es un día para celebrar, porque Brasil dejó de ser un país de segunda clase y entró en el nivel de primera clase”. En aquel momento el gigante sudamericano tenía una economía pujante que pronto se convertiría en la sexta mayor del mundo, aplicaba programas sociales que sacaron a más de 30 millones de personas de la pobreza y era visto como una líder emergente a escala mundial.
Pero ahora Brasil atraviesa su peor recesión en décadas, una crisis económica feroz que amenaza los avances sociales de los últimos tiempos y ha visto su PBI caer a la novena posición mundial. Asimismo, Lula pasó de ser un presidente sumamente popular a investigado por presunto recibimiento de favores indebidos por parte de empresas constructoras que contratan con el Estado. La semana pasada se convirtió además en reo de laJusticia, acusado de obstruir la investigación de un gigantesco esquema de sobornos en la petrolera estatal Petrobras.
En el legendario estadio de Maracaná, que acogerá la ceremonia inaugural de las Olimpíadas este viernes, no estarán Lula ni su correligionaria y sucesora Dilma Rousseff, suspendida en el ejercicio de la Presidencia desde mayo por el Senado para someterla a un juicio político a fin de este mes por presunta manipulación del presupuesto. El acto estará encabezado por el presidente interino, Michel Temer, tan impopular que está previsto que apenas hable unos segundos, declarando inaugurados los Juegos, y de inmediato los organizadores suban el volumen de los efectos sonoros, para tapar probables abucheos como los que recibió Rousseff en el Mundial de fútbol de 2014.
Así, parece difícil que los brasileños que vean la ceremonia inaugural de las Olimpíadas logren olvidar por completo la crisis política que contribuyó a hundir a su país, por más sorprendente que sea el espectáculo de música, danza y fuegos artificiales. Algunos podrán recordar incluso que el propio Maracaná ha sido mencionado en los escándalos recientes de corrupción, con delatores que dijeron a la Justicia que el ex gobernador de Río, Sérgio Cabral, cobró comisiones ocultas a empresas que reformaron el estadio para el Mundial a un costo que superó los U$S 500 millones, bastante más que el valor previsto inicialmente.
“Calamidad”
El estado de Río de Janeiro es emblemático sobre cuánto han cambiado las cosas en Brasil desde 2009 hasta hoy. Petrobras tiene su sede aquí y Río, que obtiene un tercio de su presupuesto del negocio petrolero, se suponía que iba a ser uno de los grandes beneficiados por el descubrimiento de enormes yacimientos de petróleo en el fondo del Atlántico en 2007. La ciudad vivió desde aquel momento un boom económico que se reflejó por ejemplo en la disparada de los precios de inmuebles o en la llegada de extranjeros en busca de oportunidades y negocios. Los habitantes de Río parecían recuperar la autoestima, superando por fin el golpe de haber dejado de ser una vez la capital política y económica del país.
Sin embargo, el escándalo de corrupción en Petrobras y el desplome del precio del petróleo significaron un nuevo y doloroso revés para Río. El gobierno estatal declaró en junio una situación de “calamidad pública”, argumentando que su falta de dinero amenazaba con hacer colapsar la seguridad, salud, educación y transporte públicos antes de las Olimpíadas. El gobierno federal envió una partida de emergencia de unos U$S 890 millones para pagar los salarios de policías, pero eso ha sido más un parche que una solución definitiva. En la Universidad Estatal de Río de Janeiro, justo enfrente al renovado Maracaná, las clases están suspendidas desde marzo debido a una huelga por atrasos de pagos y problemas de infraestructura, y recién serán retomadas a fin de mes.
La crisis financiera de Río se ha reflejado también en un aumento del desempleo, que en todo Brasil alcanzó un promedio de 11,3% en el segundo trimestre del año —con medio millón más de personas sin trabajo que en el primer trimestre, según datos oficiales. La ciudad que recibe las Olimpíadas fue la que perdió más puestos formales de empleo en la construcción entre enero y junio, pese a la cantidad de obras realizadas antes del gran evento. Las empresas internacionales de mudanzas que hace unos años ayudaban a los extranjeros a instalarse en Río ahora enfrentan una creciente demanda en el sentido contrario. Y más de la mitad (56%) de los propios cariocas querrían abandonar Río, el doble que en 2011, de acuerdo a una encuesta divulgada en setiembre.
Con semejante telón de fondo es lógico que muchos se pregunten si se invirtieron de la mejor forma los U$S 12.000 millones que se volcaron a proyectos olímpicos. El alcalde de Río, Eduardo Paes, afirma que la ciudad nunca tuvo tantas transformaciones que benefician a los pobres, que ha aumentado el acceso a servicios de salud, educación y transporte. Y reitera que los juegos dejarán un gran legado en áreas como infraestructura, movilidad y saneamiento. Sin embargo, sus críticos señalan que buena parte de esas transformaciones benefician sobre todo a barrios acomodados como Barra da Tijuca, el “Miami carioca”, que ademas de albergar el Parque y la Villa olímpicos será servida por una nueva y costosa línea de metro que acaba de inaugurarse. También recuerdan las remociones forzosas de habitantes de favelas que hubo en esa y otras zonas de Río para hacer lugar a obras para los Juegos.
“El proyecto olímpico es un proyecto de exclusividad, que está siendo implementado con dinero público”, afirma Christopher Gaffney, un geógrafo que estudia el impacto urbano de grandes eventos deportivos para la Universidad de Zúrich. “A pesar de las promesas de crecimiento económico en 2009, el problema de desigualdad no se resolvió y los Juegos no ayudan de ninguna manera a lidiar con eso”, agrega en diálogo con Búsqueda.
“La misma cosa”
Welcome to hell (Bienvenidos al infierno), leía una pancarta que colocaron policías el mes pasado en el aeropuerto internacional de Río para protestar por los atrasos salariales. Los homicidios y robos aumentaron de forma alarmante en Río, al punto que el alcalde Paes admitió que el Estado realizó un trabajo “terrorífico” en materia de seguridad y el ministro brasileño de Justicia, Alexandre de Moraes, sostuvo que para las Olimpíadas el crimen le preocupa más que la siempre grave amenaza del terrorismo —pese a que él mismo ha informado del arresto de 10 brasileños simpatizantes de Estado Islámico, sospechosos de preparar ataques antes de los Juegos—. Los tiroteos entre narcos y policías se han vuelto frecuentes en varias favelas. Ayer miércoles, a dos días del inicio de los Juegos, un comisario de Policía fue baleado durante un operativo en el complejo de favelas de Alemão.
Esta situación también contrasta como el día y la noche con la que Río vivía en 2009, cuando comenzaba un plan de “pacificación” de la ciudad mediante la instalación de unidades policiales en favelas que el Estado recuperaba del control de narcotraficantes armados. Esa política contribuyó a reducir significativamente los índices de homicidios y crímenes violentos. Pero la falta de dinero y de servicios sociales paralelos, sumada a los recurrentes abusos policiales, han puesto en jaque a la iniciativa. Río debió recibir unos 85.000 policías, militares y agentes de seguridad para las Olimpíadas, cuya presencia es ostensible. “Ahora la seguridad mejoró por los Juegos, ¿pero qué va a pasar después?”, pregunta Pinheiro sobre Rocinha. El temor generalizado es que, cuando la atención del mundo se vaya a otra parte, se intensifique la guerra de narcos intentando recuperar territorios perdidos.
La lista de problemas continúa con la contaminación de la bahía de Gianabara, donde llegan las aguas residuales de millones de personas que viven sin saneamiento en Río y habrá competencias de vela. Las autoridades habían prometido limpiarla antes de las Olimpíadas, pero fallaron otra vez y es difícil saber qué se ha hecho exactamente con los cientos de millones de dólares que se suponía que irían a ese proyecto. También está el virus del Zika, que grandes golfistas y otros atletas señalan como el motivo de su ausencia en estos Juegos.
Los organizadores apuestan a que el clima olímpico aumente cuando comiencen las competencias y la Cidade Maravilhosa se vea de pronto repleta de atletas de todas partes y medio millón de turistas. Es lo que ocurrió en el Mundial de 2014, que terminó siendo un éxito pese a todos los problemas, críticas y temores previos. Pero las entradas para los Juegos se han vendido a menor ritmo que lo previsto: todavía quedan muchas disponibles cuando la fiesta está a punto de empezar. Y pese a su espíritu alegre y hospitalario, los brasileños no parecen en el mejor humor para recibir este mega-evento: 63% cree que las Olimpíadas van a traer más perjuicios que beneficios.
“Iba a ser diferente, y no fue”, reflexiona Pinheiro en el bar donde trabaja, delante de un mostrador repleto de ananás, bananas y maracuyás. “Continúa siendo la misma cosa”.