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    Uruguay vs. Nueva Zelanda: unidos por un abismo

    Nº 2153 - 16 al 22 de Diciembre de 2021

    Uruguay y Nueva Zelanda tienen muchas cosas en común: la superficie territorial, se ubican en similares paralelos, tienen una economía de base agroexportadora, turismo y servicios, una población chica (ellos 5 millones, nosotros 3,5 millones) y una sociedad amigable (friendly, dirían los kiwis). Si bien nos une todo esto, también nos separa un abismo en la manera de gestionar la cosa pública.

    Es mentira que Nueva Zelanda figura en los primeros lugares de cuanto ranking internacional se lo mida porque ellos son sajones y nosotros latinos. Este pensamiento es totalmente reactivo, es creer que nuestro presente y futuro están determinados por los genes de nuestros antepasados. Siendo así, ¿estamos condenados a chapotear en la mediocridad por los siglos de los siglos?

    En Nueva Zelanda (aun siendo sajones) también gobernaron su país “a lo latino”: un Estado pesado, empresas públicas ineficientes, exceso de regulaciones al comercio, economía cerrada al mundo, altos aranceles, subsidios, desocupación, déficit fiscal y deuda pública. Supongo que todo esto le suena más que familiar. Pero ¿cómo lograron romper este nudo gordiano?

    A mediados de los años 80, cuando Inglaterra ingresa a la Comunidad Europea, a Nueva Zelanda se le empiezan a complicar las exportaciones a su madre patria. Eso lleva a que políticos, empresarios y sindicalistas se dieran cuenta de que con ese sistema pseudosocialista no iban a llegar a ningún lado. Y emprendieron una reforma brutal.

    Achicaron el Estado en serio. Cuentan que en el Ministerio de Transporte había más de 2.500 empleados y un año después de iniciada la reforma quedaban menos de 100. Terminaron con los subsidios a tambos chicos e ineficientes, lo que llevó a muchos tamberos a vender sus establecimientos y buscarse nuevas maneras de ganarse la vida. Con las reformas, pensaron que iban a quebrar el 10% de las empresas, pero la cifra final no llegó al 1%. El PBI per cápita creció de 8.000 dólares a 35.000 dólares entre 1980 y 2015.

    Bajaron los impuestos, flexibilizaron el mercado laboral y se abrieron a competir con el mundo. Estas reformas pueden ser tildadas perfectamente de “neoliberales”, pero lo paradójico es que las impulsó el Partido Laborista, de la mano de Roger Douglas y Ruth Richardson (que se conocen como la era de las “Rogernomics”)

    La reforma del Estado no solo consistió en achicarlo, sino en profesionalizarlo. Aprobaron leyes como la State-Owned Enterprise Act o la Public Finance Act, que establecieron criterios de selección y evaluación de los jerarcas estatales con los mismos criterios que aplican las empresas privadas: si logran las metas, se les renueva el contrato y cobran bonus; si no, afuera.

    Que suceda esto en Uruguay parece imposible. Estamos acostumbrados a ver sentados en los directorios de las empresas públicas a cualquier mequetrefe, cuyo mayor mérito es haber juntado algunos votos o doblado muchas listas en el comité barrial. Pero de Key Performance Indicators (KPI), competencias de gestión y resultados tangibles mejor no hablamos.

    Nueva Zelanda es el país donde es más simple hacer negocios. Figura como número 1 en el ranking Doing Business del Banco Mundial, que evalúa todos los trámites, costos y tiempo que insume abrir una empresa, obtener permisos de construcción, contratar o despedir trabajadores, pagar impuestos y hasta cerrar la empresa. Uruguay figura en el lugar 101 de 192 países rankeados.

    Pero lo más triste es que desde hace 20 años la situación permanece incambiada: Nueva Zelanda siempre ubicada entre los tres primeros lugares y Uruguay siempre a mitad de tabla.

    Lo que hay que entender es que si facilitamos el hacer negocios, inmediatamente mejoran todos los demás indicadores: ingreso per cápita, calidad de vida, transparencia, educación, empleo, seguridad interior y hasta el índice de felicidad.

    El ejemplo que se debe seguir es claro: Nueva Zelanda. No es Cuba, ni Venezuela ni Argentina. El camino también es claro: se sabe qué reformas han dado resultado y cuáles no.

    El no hacer estos cambios no es por falta de dinero, sino por falta de visión, de convicción o de coraje. O de las tres juntas. Si es cierto que las nubes pasan y el azul queda, también es cierto que las oportunidades pasan y el abismo queda. El momento del cambio es ahora. Ahora o probablemente nunca.