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    Vázquez ante el nuevo escenario

    N° 1851 - 21 al 27 de Enero de 2016

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    Tabaré Vázquez ha reconocido que los primeros nueve meses de este, su segundo mandato presidencial, han sido los más complicados que ha vivido en el ejercicio del cargo. Un reconocimiento si se quiere innecesario. Todo ha estado a la vista. Y, digámoslo francamente, tampoco ha sido demasiado sorprendente para quienes siguen con atención la vida política del país y no se dejan entusiasmar —y engatusar— por consignas o discursos preelectorales.

    Ya el año pasado economistas privados y empresarios advirtieron que la coyuntura económica favorable, que tanto nos benefició en el pasado decenio, había comenzado a cambiar y que de Argentina y de Brasil, en cuyo estribo Mujica planeaba un desarrollo futuro, solo cabía esperar en lo inmediato dificultades.

    A casi un año de haber asumido, el déficit fiscal se mantiene alto (3,6% del PBI), la inflación anual no cede (en torno a 9,5%) y el año pasado se perdieron miles de puestos de trabajo. Poco que ver con “Lo mejor está por venir” prometido en la campaña.

    Desde la oposición se advirtió en su momento sobre las consecuencias de los problemas que el nuevo gobierno heredaría de la “administración Mujica”, cuyo desempeño no se caracterizó por la prolijidad como quedó en evidencia en las seis leyes que merecieron la tacha de inconstitucionalidad de la Suprema Corte. O en el intempestivo cierre de Pluna, el aval del BROU a una empresa fantasma y la farsa del remate de sus aviones. O como lo que ha estado surgiendo ahora en la investigadora del Senado sobre la gestión de ANCAP y de sus colaterales.

    Tampoco podría alguien sorprenderse por las continuas desinteligencias y enfrentamientos vividos en estos meses entre corrientes que desde hace años coexisten en el Frente Amplio y que compiten por imponer sus ideas y propuestas con marcado antagonismo. Una pugna que ya produjo la baja en el elenco gubernamental de quien durante la campaña electoral fue presentado por Vázquez como el principal referente de los cambios prometidos para abordar la crisis educativa.

    Menos aún podría sorprender la escalada de conflictos y paros llevados a cabo por sectores del corporativismo sindical estatal durante el tratamiento del Presupuesto. Es lo que saben hacer, lo que han hecho toda la vida. Reclamar más y más beneficios.

    Es comprensible que Vázquez, que no podía ignorar este conjunto de situaciones potencialmente problemáticas, haya considerado que podría manejar la situación con base en su experiencia (en la Intendencia de Montevideo, 1990-1994; y en la Presidencia de la República, 2005-2010).

    Pero el caso es que luego de diez años de gobiernos de izquierda, ni el Uruguay ni el Frente Amplio son los mismos del pasado. Porque en política nadie mantiene congelada en el tiempo una imagen.

    Al asumir la Presidencia en marzo del 2005 Vázquez tenía tras de sí el apoyo y el entusiasmo unánime de los frenteamplistas. Representaba sus anhelos y sus esperanzas. Y tenía, además, como todo nuevo presidente, los buenos deseos de muchos compatriotas que, no habiéndolo votado, saben que su futuro depende en buena medida de las orientaciones y de las decisiones del gobierno que se instala.

    Pero eso hoy ya no es así. No lo es para parte de los propios frenteamplistas ni para sectores sindicales radicales que quieren “profundizar” los cambios en base a una mayor intervención del Estado en la vida económica. Según las últimas encuestas, la aprobación de la gestión presidencial en diciembre era de 36%, un guarismo sensiblemente inferior al 47,8% que hace 14 meses dio su voto a Vázquez y al 53,4% que le ungió presidente al mes siguiente.

    Aprobado el Presupuesto y seguramente presionado por las controversias internas y el resultado de las encuestas, Vázquez comprendió que era hora de actuar antes de perder el control de la situación. Así que debió dejar su zona de confort y hacer a un lado sus habituales PPS (profundos y prolongados silencios). En semanas recientes, concedió varias entrevistas periodísticas en las que defendió lo hecho por el gobierno y sobre fines de año convocó a los integrantes de su gabinete y a los legisladores oficialistas para reclamarles que cesen las disputas electorales y que vuelquen todas las energías en la tarea de gobernar. Consciente de que las diferencias internas existen y de que las disputas entre los grupos de la coalición son naturales, puso énfasis en que “el debate ideológico tiene que ser (dado) en el Frente Amplio y no en el gobierno”.

    Es probable que la reciente movida del presidente logre transitoriamente atenuar los choques entre las diferentes corrientes frentistas que tienen en las elecciones internas de mayo un poderoso incentivo para marcar sus respectivos perfiles, dado que estarán en juego importantes posiciones políticas. Pero también porque estarán en juego futuros protagonismos y proyecciones personales en la perspectiva evidente que tiene la coalición de procesar el inevitable relevo generacional.

    Para las elecciones presidenciales de 2019 el Frente Amplio no contará con Vázquez como candidato porque no podrá ser reelecto, seguramente tampoco con Mujica, para entonces con 84 años, y previsiblemente tampoco con Astori, que tendrá 79 años. Astori, cabe recordar, completó la fórmula presidencial frentista encabezada por Seregni hace 26 años y fue derrotado dos veces en las internas del Frente Amplio: por Vázquez en 1994 y por Mujica diez años después.

    Es probable que Vázquez evite que la controversia interna contamine el trabajo del Poder Ejecutivo y logre que sus ministros tomen cierta distancia del “juego político”.

    Aun así, siendo el Frente Amplio una coalición de corrientes y grupos cuyos objetivos y estrategias son tan distintos —el programa común invocado por todos ha debido ser deliberadamente vago en sus definiciones de modo de habilitar, pero también de no excluir, las más variadas lecturas tanto en objetivos finalistas como en los instrumentos para lograrlo— el debate siempre está abierto y las luchas de poder son inevitables. Porque están en la naturaleza de la lucha política, en el ADN de los grupos.

    Al menos dos son las corrientes principales, que se exhiben unidas en tiempos electorales, pero en permanente disputa por espacios de poder, de protagonismo. Una situación que desgasta en el tiempo, a la vez que complica y es una rémora para la gestión de gobierno.

    Mientras que en 2004 el principal incentivo del Frente Amplio era llegar al gobierno e imponer su cambio, la principal motivación que tiene hoy la mayoría de su dirigencia es el inevitable relevo generacional.

    Ese es parte del nuevo escenario en el que Vázquez debe manejarse durante los cuatro años que restan de su segunda Presidencia. No tiene un contexto político favorable y la oposición comenzó a encontrar puntos vulnerables en la gestión del Frente Amplio. Y para peor, esta vez la economía no ayuda. Todo un cambio.