Zubía y las películas que nadie filmó

Zubía y las películas que nadie filmó

La columna de Pau Delgado Iglesias

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Nº 2265 - 22 al 28 de Febrero de 2024

Hablar de temas como el abuso sexual a niñas y adolescentes y reducirlo a un tema de bandos. Creerse el único ilustrado en el asunto, el único que lee y profundiza antes de escribir. Criticar a quienes supuestamente definen el mundo “en base a opuestos”, haciendo precisamente eso: dividiendo y ridiculizando a quien no piensa igual, sugiriendo que quien no piensa igual es porque no sabe del tema y creyendo que es más de vivo comerse un chorizo que una “granola orgánica”.

Así, la columna de opinión publicada el domingo 18 en el diario El País se pierde la oportunidad de reflexionar sobre el concepto de violencia detrás de una situación de abuso sexual infantil, que es básicamente el tema sobre el que se centró la discusión pública a partir de las declaraciones de Gustavo Zubía en el programa Desayunos informales.

Las afirmaciones del diputado Zubía son problemáticas porque refiriéndose a “una mujer de 12 años” dice cosas como: “Hay situaciones de violación donde la víctima dio su consentimiento, más allá de que no estaba en edad, entonces no hay violencia”. Quizás el primer problema es lo que entiende por violencia el precandidato presidencial. Porque para hablar de violencia es importante recordar que “los actos agresivos no lo son al margen de las colectividades en las que se producen” y dependen de contextos sociohistóricos concretos, como explican Miquel Domènech y Lupicinio Íñiguez-Rueda en su artículo sobre La construcción social de la violencia. Lo autores plantean que la forma que tenemos de ver los hechos se ve afectada por los “recursos interpretativos” que están socialmente disponibles.

Cuando Zubía dice, en diálogo con El Observador, que “sobre estos casos ‘hay hasta películas’”, lo que está diciendo es que, aunque la ley diga que no, es muy común que haya niñas de 12 años “contentísimas” con tener relaciones sexuales con hombres que duplican o triplican su edad, que eso es así y siempre fue así pero que ahora si lo decís “sos poco menos que un hereje a quemar en la hoguera”.

Tal vez la película que tenga en mente el diputado colorado sea la clásica Lolita, basada en el libro de Vladímir Nabókov: una historia de secuestro, abuso y pedofilia a la que se suele hacer referencia como una “gran historia de amor”, confundiendo violencia con alegría. O quizás tiene en mente otras películas, otras historias, historias casi siempre contadas por hombres. Como afirma la escritora estadounidense Rebecca Solnit: “La omnipresencia de hombres que violan a niñas como tema literario, junto con los relatos de la vida real, tiene el efecto acumulativo de recordarles a las mujeres que pasamos gran parte de nuestras vidas tratando estratégicamente de no ser violadas”. Es ingenuo pensar, como expresan Domènech e Íñiguez-Rueda, que los recursos interpretativos son independientes “de los intereses de poder y dominación que atraviesan a toda formación social”. Es por eso que la manera en la que se interpreta un hecho como violento o no suele estar del lado de quien detenta el poder.

Quizás, el problema está en todas las películas que nunca se filmaron contando el otro lado de la historia. Aunque sí se escribió un libro que debería leer cualquier persona a la que realmente le interese profundizar sobre el tema: El consentimiento, de Vanessa Springora, publicado en Francia en el año 2020. Allí, la autora relata la relación que mantuvo con el escritor francés Gabriel Matzneff cuando tenían ella 14 años y él 50. Recién al cumplir 47 años (33 años después de haber tenido esa relación), Springora se animó a hacer frente a su pasado y a cuestionar el silencio con el que las élites intelectuales francesas permitieron y avalaron una relación que era ilegal según la ley. El libro, en definitiva, cuestiona lo problemático que es hablar de “consentimiento” en una relación atravesada por abuso de poder.

Como afirma Springora, lo único que ha cambiado desde entonces es que finalmente se ha comenzado a liberar “la voz de las víctimas”. Esa voz que durante siglos fue silenciada, ignorada y desestimada con la complicidad de los medios de comunicación, de quienes imparten justicia y de la sociedad toda.

Si a Zubía realmente le interesa el tema, en lugar de “retractarse” podría agradecer públicamente por toda la información que las personas expertas en la temática han estado compartiendo estos días. Tal vez, escuchar “la otra campana” eternamente silenciada le permitiría apartarse de la construcción cultural de la lolita seductora y comprender la violencia feroz a la que está expuesta una niña en esa situación.

Aunque nadie la “lleve a un descampado y la golpee”, como le dijo a El Observador.

Aunque sonría.

Aunque se ría a carcajadas.