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Hoy, el término aura circula ampliamente, tanto en conversaciones cotidianas como en redes sociales. Se lo usa para describir una cualidad especial, magnética o cautivadora que ciertas personas parecen irradiar. ¿De dónde surge este concepto? ¿Quiénes lo pensaron en profundidad? ¿Y tiene sentido hablar de aura en tiempos de réplicas infinitas, pantallas encendidas y presencias constantes?
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“Tiene aura”, se dice de alguien que destaca sin necesidad de hablar demasiado, que atrae miradas sin esfuerzo, que impone una presencia difícil de ignorar. En los memes, esta idea se asocia muchas veces a celebridades, íconos de estilo o personas anónimas cuya actitud o estética genera fascinación, respeto o admiración inmediata. El término aura aparece en distintos campos. En la religión y la espiritualidad, se entiende como el halo luminoso que rodea a los seres sagrados. En la parapsicología y el esoterismo contemporáneo, como un campo energético invisible que refleja el estado emocional o espiritual de los seres vivos. También en la medicina, designa la sensación previa a una crisis epiléptica o migrañosa.
Sin embargo, hay una definición filosófica que resulta especialmente resonante en el universo contemporáneo de los memes. El uso popular del término, aunque simplificado, guarda una cercanía notable con la idea desarrollada por Walter Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936). Para Benjamin, el aura es “la manifestación irrepetible de una lejanía, por cercana que pueda estar”: ese carácter único, casi sagrado, que posee una obra de arte antes de ser reproducida en masa. Con la llegada de la fotografía, sostenía, ese aura se debilita, se atrofia, y finalmente se pierde en la copia, en la repetición y en la circulación descontextualizada. El aura, en este sentido, es un halo invisible ligado a la autenticidad de la obra. Por más cerca que uno pueda estar de ella, siempre se manifiesta como algo lejano en la experiencia. No es un atributo que pueda fabricarse ni forzarse: es un brillo propio, una singularidad que resiste a la copia.
El aura y las personas
El concepto se puede aplicar también a las personas. ¿Puede alguien perder su aura cuando se vuelve omnipresente? En la era digital, donde cualquiera puede ser replicado hasta el infinito, la sobreexposición tiende a desgastar el misterio. Influencers que se multiplican como clones, celebridades que ya no sorprenden. Sin embargo, hay figuras que conservan algo único, a pesar de esta sobreexposición.
Un caso paradigmático es el de Lionel Messi. A pesar de estar sobreexpuesto en medios, entrevistas, publicidades y redes sociales, el ídolo argentino no pierde eso que muchos llaman aura. No se trata solo de su talento ni de su fama: hay algo en su forma de estar en el mundo que sigue generando admiración, incluso entre las personas más cercanas, quienes lo ven con regularidad. Cuando camina por la cancha sin la pelota, hay algo que llama la atención. Tiene una presencia que no necesita explicarse, una mezcla de humildad, misterio y singularidad que trasciende. Su aura no se desgasta con la repetición, como ocurre con otras figuras mediáticas; al contrario, parece fortalecerse con el tiempo. Su compañero de la selección argentina de fútbol, y por sobre todo su amigo, Rodrigo De Paul, contaba en una entrevista que, incluso viéndolo todos los días, hay momentos en los que todo se transforma cuando él entra: “la energía cambia, la gente se gira en los túneles previo al partido cuando entra”. Eso es aura.
Diego Armando Maradona presentado en Napoli
En el caso de Maradona, su paso por el club de fútbol de Nápoles dejó una huella tan profunda que todavía le llevan ofrendas como si se tratara de un santo pagano.
Lo mismo se aplica a su compatriota ya fallecido Diego Armando Maradona. Ambos con la camiseta 10, ambos ídolos argentinos y mundiales que trascendieron el deporte para convertirse en símbolos culturales. En el caso de Maradona, su paso por el club de fútbol de Nápoles dejó una huella tan profunda que todavía le llevan ofrendas como si se tratara de un santo pagano. Su retrato cubre paredes, su nombre es coreado en estadios y su imagen preside altares improvisados. El aura de Maradona, como el de Messi, sobrevive al paso del tiempo, pero en su caso se nutre tanto de su genialidad en la cancha como de sus excesos y contradicciones fuera de ella.
La batalla por el contenido
La cuestión de lo auténtico no se limita al arte o a los ídolos populares. Hoy también atraviesa los espacios digitales. YouTube, por ejemplo, anunció el 15 de julio una ligera actualización en su política de monetización sobre el “contenido repetitivo”, el cual ahora pasa a llamarse “contenido no auténtico”. Este tipo de contenido nunca fue monetizado según sus políticas ya existentes, sin embargo, esta medida establece nuevas normas y es un paso más en la búsqueda a reforzar el valor de lo genuino.
Quizás, de algún modo, YouTube está reconociendo, aunque sin mencionarlo, que la sobreproducción desgasta. Que cuando todo se vuelve replicable hasta el cansancio, el contenido pierde fuerza, pierde valor. Lo que alguna vez fue una expresión única, hoy corre el riesgo de ser apenas una réplica más en el scroll infinito.
El aura y el deseo
El aura también tiene que ver con el deseo: es lo que despierta interés y mantiene viva la atracción. Cuando algo o alguien se muestra sin pausa ni misterio, pierde encanto. El deseo necesita más que acceso: precisa distancia, rareza, espera; —y nuevamente Benjamin y su definición de aura—. Esa tensión entre cercanía y reserva es lo que sostiene el interés. Gabriel Rolón lo explicó en su columna en Perros de la Calle de Urbana Play: el deseo nace de la falta. Nadie desea lo que ya posee por completo; lo que ya se tiene deja de generar expectativa. El anhelo se alimenta de la distancia, de la ausencia, de aquello que todavía no se alcanzó. Y es justamente en ese espacio entre lo que se toca y lo que se escapa donde el aura encuentra su fuerza.
Se ve en muchos ámbitos: en festivales en los que el artista principal cierra la noche; en marcas que limitan su oferta para mantener exclusividad; e incluso en lo tabú: aquello que no se dice, que está prohibido, es capaz de despertar en muchas personas un deseo inmediato precisamente porque no puede hablarse ni conseguirse. Es el mismo magnetismo del “chico malo” de las películas, el diferente, el que se atreve a hacer lo que otros no, y que por eso resulta tan atractivo.
Aura chat gpt
La misma lógica, con un poco de humor, sucede con ese amigo que siempre llega tarde a propósito. No por descuido, sino porque disfruta ser la novedad. Sabe que su ausencia se nota, que alguien falta en la foto, y que su entrada —cuando todos ya se vieron las caras y la conversación empezó a rodar— lo convierte automáticamente en el centro de atención, en algo nuevo, aunque conocido, en algo cercano y lejano al mismo tiempo. Es alguien familiar, sí, pero que sabe usar el deseo a su favor: se hace esperar, administra su aparición como si fuera un recurso escaso. Y en esa pequeña estrategia social, conserva un aura que lo vuelve magnético, una y otra vez.
El aura y el manejo del deseo es una herramienta esencial en el juego de la seducción. Es manipulación también. En todos esos casos, lo que se protege es la capacidad de seguir fascinando, incluso cuando todo lo demás parece al alcance de la mano.
¿Y ahora?
Quizás sea un buen momento para preguntarse lo que se preguntaba Benjamin en su época, pero con los ojos puestos en el presente. ¿Qué tipo de aura queda en un mundo donde muchas veces la creación comienza directamente en la inteligencia artificial, sin siquiera una obra original que haya sido reproducida? ¿Cómo redefinir lo auténtico cuando lo único, lo irrepetible, parece estar cada vez más en extinción?