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    La mitad del tiempo de un paciente en el CTI se debe a infecciones bacterianas, señala especialista

    Últimos estudios del MSP señalan que microorganismos del tipo Acinetobacter resisten en un 70% a los antibióticos más fuertes disponibles en plaza

    Es una historia repetida. Es muy habitual que una persona internada por una cirugía termine sufriendo una complicación por una bacteria. Cruzando datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) con otros del Ministerio de Salud Pública (MSP), el científico Gregorio Iraola calcula que la mitad del tiempo de ocupación de una cama de CTI se debe a una infección intrahospitalaria.

    “Es un problema muy preocupante que está instalado”, dice a Búsqueda este biólogo, exinvestigador del Institut Pasteur y actual CEO de Kinzbio, una startup uruguaya de biotecnología. “Todo el mundo conoce un caso cercano; si una persona entra a un CTI, tiene altísimas chances de ser infectada”, agrega. Según su mismo cálculo, el costo para el Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS) de las llamadas infecciones asociadas a la asistencia sanitaria (IAAS) es de unos US$ 150 millones al año.

    Es un problema mundial. La Organización Mundial de la Salud (OMS) cifró en 2019 en 4,95 millones las muertes en el mundo asociadas a la resistencia antimicrobiana (RAM); en Uruguay los fallecidos por esa causa fueron aproximadamente 2.800. Al año siguiente estalló la pandemia del Covid-19, que entre 2020 y 2021 mató 5,5 millones de personas.

    Las expectativas no son buenas: un artículo publicado el 14 de octubre en The Guardian señala que para 2050 el número de fatalidades por esta causa aumentará un 70%. En números, son alrededor de 10 millones de muertes.

    El autor de ese artículo es el británico Manica Balasegaram, director ejecutivo de la Asociación Mundial para la Investigación y el Desarrollo de Antibióticos, que se basó en los últimos reportes de la OMS. El uso excesivo e inadecuado de antibióticos terminó causando un desastre sanitario frente a un enemigo microscópico, resistente y resiliente como muy pocos: se estima que un medicamento de estos demora 10 años en terminar de desarrollarse, pero a los dos años de ser usado ya comienzan a reportarse bacterias a las que no hace mella, siempre por obra y gracia de la actividad humana.

    La buena noticia, según escribió Balasegaram, es que a diferencia de otros umbrales actuales reconocidos por la ciencia —como no superar en 1,5 grados de la temperatura global para no llegar a un punto crítico de calentamiento global— todavía no se llegó a un punto de no retorno con las RAM. La mala es que hay muchos frentes abiertos: hay un uso excesivo de antibióticos, no hay un desarrollo adecuado de nuevos antibióticos y tampoco hay esfuerzos coordinados en lo que Naciones Unidas llama “una salud”; esto es, esfuerzos conjuntos de los actores médicos, veterinarios y agroindustriales, tres mundos donde las bacterias aparecen, se desarrollan e interactúan.

    “Un problema grande en Uruguay referido a este tema es que está mucho más conocido y estudiado en la salud humana que en la animal”, señala a Búsqueda el infectólogo Henry Albornoz, catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República y asesor del MSP. En la cadena de producción animal los estudios son casi ausentes.

    Iraola señala que en Uruguay el aumento de las IAAS fue de un 20% entre 2019 y 2023, duplicándose en los casos de resistencia antibiótica. “Los brotes de infecciones crecieron un 40% en ese período y las neumonías asociadas a ventilación mecánica subieron un 25%”, añadió.

    Resistencias

    Los últimos datos del MSP referidos a las IAAS son del año pasado y analizan el quinquenio entre 2019 y 2023. De todo ese período, 2023, el último año estudiado, fue el segundo en número de ingresos a cuidados intensivos en adultos por cirugías de todo el sistema sanitario (14.862), en número de días de camas ocupadas (115.698) y en infecciones asociadas a la salud reportadas (1.791).

    Los antibióticos carbapenémicos son los antibióticos más potentes con los que cuenta el sistema sanitario, dice Albornoz. Son utilizados para tratar un amplio espectro de infecciones, incluso ante bacterias resistentes a otros fármacos, responsables de infecciones respiratorias o urinarias, e incluso septicemias, que ingresan al cuerpo por heridas abiertas, catéteres o tubos de ventilación. Sin embargo, casi el 70% de los microorganismos del tipo Acinetobacter se resisten a ellas. Lo mismo pasó en 2023 con poco más del 30% de la Klebsiella pneumoniae, cuando en 2019 solo el 10% no sucumbía ante la medicación.

    Al mismo tiempo, también se percibió una mayor resistencia a antibióticos como las cefalosporinas de tercera generación en las bacterias Enterobacter cloacae (70%) y Klebsiella pneumoniae (60%).

    Según el documento, esta resistencia ha aumentado por el consumo de antibióticos “y la priorización durante el período pandémico del uso de los equipos de protección personal como protección individual en detrimento del uso de precauciones estándares y medidas para evitar la transmisión de microorganismos”. Como todos los países miembros de Naciones Unidas, Uruguay se comprometió a implementar planes para controlar la progresión de la resistencia y mitigar sus efectos. De acuerdo con el informe, las acciones incluyen “dar cumplimiento a la normativa vigente de integración y funcionamiento de los comités de infecciones”, “mantener la vigilancia de los componentes obligatorios” y “fortalecer el uso de las precauciones estándares y las medidas basadas en la transmisión, así como el conjunto de medidas específicas de prevención de IAAS”.

    Según Albornoz, a las medidas de vigilancia con las que ya cuenta el MSP, en el Laboratorio de Salud Pública y en los aislamientos de bacterias en distintas instituciones, este año le sumó el monitoreo de las infecciones por microorganismos resistentes. “Cada uno de los prestadores de salud tiene programas de control de infecciones para evitar que las bacterias se dispersen. Además, la normativa los obliga a tener equipos de personas dedicadas al uso de antimicrobianos”.

    Más allá de la lentitud en el desarrollo de nuevos antibióticos —mucho más lentos que la evolución de las bacterias para neutralizarlos—, desde la comunidad científica internacional se buscan alternativas. Una de ellas es el uso de bacteriófagos, virus que se alimentan de bacterias. “Ellos ya son abundantes en la naturaleza y son una herramienta potente y natural antimicrobiana”, señala Iraola. Justamente, Kinzbio es pionera en el país en elaborar fármacos para pacientes con infecciones respiratorias, urinarias o asociadas a transplantes de prótesis.