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    Los hechos al tacho

    Si no podemos (ni queremos) acceder a los hechos, estaremos siempre inscritos dentro de la narrativa de alguien más; y esa narrativa nunca será neutra o inocente

    Columnista de Búsqueda

    En poco menos de 24 horas, la prestigiosa cadena BBC tuvo que salir a desmentirse a sí misma por haber brindado información errónea sobre el conflicto entre Israel y Gaza. Lo hizo porque tanto su departamento de fact checking como otras fuentes periodísticas cuestionaron la noticia que había divulgado sobre el asesinato de ciudadanos gazatíes por parte del Ejército israelí durante una entrega de ayuda humanitaria. Más allá de lo que se piense sobre ese conflicto, es claro que las más confiables fuentes periodísticas tradicionales, sea la BBC, sean prestigiosas agencias de noticias como Reuters, se han visto sometidas a los vaivenes de las fake news y la proliferación de fuentes y medios alternativos propiciados por el periodismo de la era digital.

    En realidad, y más allá de la intencionalidad de quienes construyen y propagan fake news, es legítimo preguntarse si esos patinazos no habrán ocurrido todo el tiempo sin que nadie lograra contrastar lo que decían esos medios tan confiables. Y que lo que cambió no es que ahora sean engatusados con más frecuencia que antes, sino que, dada la polifonía de voces y la existencia de más fuentes en la arena informativa, es relativamente más sencillo detectar los patinazos. Esto es, que ahora no solo quien tiene recursos para enviar a periodistas a una zona de guerra es quien puede construir (o destruir) la verdad periodística que antes dábamos siempre por buena. Ese es un aspecto del problema.

    El otro es que la intencionalidad de quienes construyen y propagan fake news no es tanto la de construir una verdad propia (que también) como la de destruir cualquier posibilidad de acceder a alguna clase de verdad. Esto es, que sea imposible diferenciar hechos de narrativas. Ahora que está de moda afirmar que las narrativas son más importantes que los hechos porque estos no tendrían sentido por sí mismos (la manipulación de toda la vida, solo que con un nombre más cool), los creadores de fake news lo que buscan es que todo sea una gran marea informativa indiferenciada en donde los hechos y los relatos se mezclan en un muy posmoderno y contradictorio pastiche. El resultado será, claro, la imposibilidad de acceder a esos hechos, que objetivamente ocurren más allá de que exista o no un relato sobre ellos. Y que por pura saturación (estamos “informados” 24 horas al día, todos los días del año) el ciudadano resigne cualquier intento clasificador y clarificador. Si todo es información, si todo es indistinguible y las narrativas equivalen a los hechos, entonces todo es nada.

    Recuerdo que cuando leí, hace mas de dos décadas, el libro Cultura y simulacro de Jean Baudrillard lo encontré un poco excesivo y un poco ampuloso. Es verdad, hablaba de procesos que efectivamente estaban ocurriendo, pero parecía exagerado que todo fuera a ir en la dirección que planteaba el francés. El libro, que arranca citando a Borges, dice en su segundo párrafo: “Hoy en día, la abstracción ya no es la del mapa, la del doble, la del espejo o la del concepto. La simulación no corresponde a un territorio, a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal. El territorio ya no precede al mapa ni le sobrevive. En adelante será el mapa el que preceda al territorio”.

    Cultura y simulacro fue escrito en 1977, décadas antes de la aparición de internet con todas sus implicaciones sobre el mapa y sobre nuestra posibilidad de capturar alguna clase de verdad detrás de la maraña (pseudo) informativa que nos satura a cada instante. Leyéndolo hoy, el libro sigue sonando un poco ampuloso (ese estilo francés, tan imaginativo como oscuro y un poco pedante) pero está lejos de parecer excesivo. Por el contrario, parece hoy una fortísima intuición de lo que se vino, eso que hoy impacta en los ciudadanos como un tren de carga sin frenos. Y que se lleva puestos incluso a medios como la BBC y las agencias.

    Esos “modelos” de los que hablaba Baudrillard bien podrían ser esas narrativas que sirven para explicar tanto a un roto como a un descosido. Porque las narrativas nunca surgen en un páramo neutro, sino en el seno de grupos y personas que siempre tienen una agenda. De lo contrario, no se pondrían a construir narrativas. Esa intencionalidad, que hace 30 o 40 años habría sido motivo de despido para el periodista que lo hiciera en un medio de comunicación que se considerara serio (es decir, que se interesara antes que nada por los hechos), funciona hoy como imperativo moral en muchos medios de comunicación. De la misma forma en que se va estableciendo el veto irracional y sacralizado de algunas palabras, se va estableciendo la “conveniencia” y la “necesidad” de algunas narrativas que, según esa norma moral y no siempre escrita, deben imperar sobre otras, con independencia de lo que señalen los hechos. Más aún si los hechos contradicen a las narrativas, pues se omiten los hechos.

    La existencia de ese mapa que precede al territorio, ese que se supone se intenta cartografiar (después de todo eso es la noticia, la cartografía de una realidad), es lo que puede ayudar a explicar los patinazos de medios que se suponen avezados en la detección de pescado podrido. Cuando tu perspectiva moral, tu misión, tu causa importan más que los hechos, esos hechos, sean los que sean y digan lo que digan, serán cartografiados siempre a través de una mirada que siempre tiene puestos esos lentes. Peor aún: no solo hemos aceptado el simulacro como algo deseable, sino que además lo hemos convertido en una medida de la buena moral.

    El problema es evidente: si no podemos (ni queremos) acceder a los hechos, estaremos siempre inscritos dentro de la narrativa de alguien más. Y esa narrativa nunca será neutra o inocente. No admitirá contraste porque no habrá nada con que contrastarla y de a poco se irá convirtiendo en eso que llamamos sentido común. No seremos capaces de tasar de manera razonable si esa narrativa es buena o mala para nosotros y el resto. El sueño húmedo de cualquier totalitario: no existen los hechos y todos aceptan mansamente esa ausencia. Y también moralmente: se será moralmente superior por el hecho de adscribirse a una narrativa de ese tipo.

    ¿Qué apareció?, ¿información, videos, datos que muestran que quienes dispararon contra los gazatíes en esa ocasión no fueron los israelíes? Sencillo: se cuestiona (ahí sí) la veracidad de esos datos, o se recuerda que los israelíes efectivamente han matado a miles de personas en otros actos. Es decir, todo hecho puede ser contextualizado en una narrativa previa, condensada en ese mapa que ya no se interesa por el territorio real. Si estoy moralmente convencido de la injusticia de las acciones israelíes, ¿en qué cambia que justo en ese caso no hayan sido los responsables? La causa por encima de los hechos. Los hechos al tacho. Y la absoluta indefensión en que nos deja ese abandono de lo real por lo inventado y lo narrado una vez que eso se establece como mecanismo habitual, aceptado, aplaudido y hasta exigido. Volvió el idealismo del siglo XIX y no nos dimos cuenta.