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    ¿Nadie lee nada?

    Esta entrega de Algo que quiero contarte, newsletter de temas culturales, deja muchas preguntas sin responder sobre la lectura o la no lectura en tiempos de ritmo vertiginoso y de chats de inteligencia artificial de pasmosa amabilidad

    Todo está ocurriendo a un ritmo acelerado en la forma de vida y también en las formas de escritura y de lectura. La rapidez tiene sus beneficios, pero también siembra errores, a veces graciosos, a veces penosos, que aparecen en el vértigo de los 280 caracteres de una publicación de X, en una nota periodística que se publica sin revisar o en otra que contiene una denuncia sobre el propio medio que la tendría que haber editado. Todo esto que ha pasado en los últimos días, pero que ocurre casi a diario, indica que la escritura a toda velocidad lleva a una lectura fragmentaria y poco reflexiva. O a la no lectura.

    Esta semana, Búsqueda informó que docentes de Facultad de Psicología solicitaron la anulación de un parcial porque los estudiantes usaron en forma generalizada herramientas de inteligencia artificial (IA) para responder las preguntas. Algunos contestaron correctamente 20 preguntas en menos de tres minutos, y ahora los docentes están pensando en nuevas formas de evaluación. El ChatGPT, o recursos similares, ayuda a que no haya errores, pero deja en evidencia que tampoco hay lectura entre quienes están estudiando. La IA está haciendo ese trabajo.

    Fuera del ámbito educativo, en Uruguay no hay demasiadas mediciones sobre hábitos de lectura. La última encuesta conocida es de 2022 y la hizo la Usina de Percepción Ciudadana a 400 personas. Un 73% de las consultadas dijo haber leído al menos un libro al año, y un 23% manifestó no haber leído ninguno en ese plazo. El 56% había accedido a libros digitales. Por su parte, la Cámara Uruguaya del Libro, en una breve consulta hecha por Búsqueda, estimó que se venden unos 4 millones de libros al año, entre los importados y los nacionales.

    En 1953, Ray Bradbury publicó Fahrenheit 451, una novela futurista con una sociedad atontada por la televisión, en la que los libros son peligrosos y por eso hay que quemar las bibliotecas y perseguir a sus dueños. Hoy las librerías están repletas de libros y no dan abasto para exhibirlos y conservarlos, mientras va en aumento la oferta de e-books. No estamos en la sociedad distópica que pensó Bradbury y los libros no son un peligro. Sin embargo, todo indica que concentrarse para leer se vuelve cada vez más difícil.

    ¿Es cierto que los jóvenes no leen? Y los adultos, ¿cómo están leyendo? ¿Cómo afectan las pantallas y la inteligencia artificial a la lectura?

    Estas preguntas, que no tienen solo una respuesta, quedan planteadas en esta nueva edición de Algo que quiero contarte, newsletter de temas culturales. Si querés escribirme con tu experiencia, sugerencias u opiniones, podés hacerlo a [email protected]

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    El 17 de mayo, el diario argentino Perfil publicó una columna de la periodista y escritora Leticia Martín con el título “Nadie lee nada”. Posiblemente nunca hubiera llegado a conocer este texto si no se hubiera viralizado en las redes, que es justamente de lo que escribe la periodista en el comienzo de su nota: “‘Se viralizó. ¡Conseguiste tu objetivo!’. Vivimos en una sociedad de logros medidos a partir de un término médico. Lo que identifica al éxito es la capacidad de contagio: que algo se difunda con gran rapidez en las redes”.

    Pero lo que parecía ser una opinión sobre el “efecto redes” y la falta de lectura fue derivando en una denuncia contra la dirección del propio diario, que hace seis meses que no le paga a Martín por su trabajo (una columna semanal). Y el título que eligió para su artículo se cumplió como una profecía, porque en el diario nadie lo leyó y salió publicado, tanto en la edición digital como en papel.

    Quien estuvo a cargo de la edición ¿no la leyó porque no le importó el tema, porque no tuvo tiempo o porque pensó que no tenía errores al ser una columnista que escribe muy bien? Tiendo a pensar que fue por falta de tiempo y por la situación que atraviesa la prensa y que la propia columna deja en evidencia. Pero fuera del diario sí se leyó, y alguien la difundió y se hizo viral. Así pude leerla y, al terminar, felicité en silencio a Leticia. Espero que por lo menos haya logrado que le paguen lo que le deben, aunque lo dudo. ¿Qué hubieras hecho en su caso?

    La pasmosa amabilidad de la inteligencia artificial

    ¿Alguna vez usaste el ChatGPT? Yo lo probé cuando recién apareció y era un poco torpe aún (el ChatGPT, yo no, por supuesto). Sus respuestas eran entonces muy esquemáticas y tenían algunos errores, pero recuerdo que me impresionó ese primer intercambio. Si bien no regresé a usarlo, en mis clases con estudiantes universitarios empecé a leer trabajos con una redacción fluida y sin errores, algo poco habitual. El ChatGPT estaba mejorando.

    Hace unos días tuve un intercambio por WhatsApp con un chat de IA que hace transcripciones de audio. Como me había prometido algo que no estaba haciendo, yo le escribí unos cuantos mensajes con mi enojo y mi frustración. Pero la IA nunca pierde la calma, responde con una amabilidad pasmosa, que en momentos tensos molesta aún más. Al final, pude solucionar el problema y con vergüenza ahora admito que la IA tenía razón en sus indicaciones. Igual no le pedí disculpas.

    Más vergüenza habrá sentido el periodista del diario La Nación que escribió una nota con IA y la publicó con tanta confianza que olvidó borrar las sugerencias que le ofrecía ella, siempre tan solícita. Esta nota también se hizo viral antes de que se pudiera borrar el error, y otra vez quedó en evidencia el peligro de la vorágine de las noticias, y la necesidad de una lectura más atenta.

    IA-La-Nacion.jpg

    Ya sé lo que estás pensando: ¿no se cometían errores antes de la IA y de las páginas en línea? ¿Nunca te equivocaste? ¿Nunca salió un error en tus notas o en las de tus colegas? Todas las respuestas son afirmativas. Me equivoco, tengo erratas y han salido errores (y disculpas y arreglos) en notas mías y de colegas. Obviamente me pasa lo que a todos, cuanto menos tiempo tengo para escribir y releer lo que escribo, más errores cometo. Por eso los editores y correctores son fundamentales en la prensa, porque se necesita la revisión de un ser humano. Todavía se sigue necesitando el ser humano. Y detenernos a leer y a pensar en lo que leemos.

    ¿Cretinos digitales?

    Michel Desmurget es doctor en Neurociencia y director de Investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia. Y le gusta usar el término cretinos digitales. Lo hizo en su libro La fábrica de cretinos digitales, que ganó el premio Femina de las letras francesas, y el año pasado publicó Más libros y menos pantallas. Cómo acabar con los cretinos digitales (Planeta 2024).

    Mas libros y menos pantallas.jpg

    Cuando vi estos títulos me molestó que el autor usara la palabra cretinos como si él no tuviera nada que ver con lo digital (salvo que escriba con máquina Remington o con pluma y tinta, y jamás busque información en internet). Pero en la introducción aclara que los “cretinos” son “los actores de la industria electrónica del ocio”, frente a los que guardan silencio los editores y escritores de los libros de literatura infantil y juvenil. Al parecer, no se salva nadie.

    Para el autor, es falsa la idea de que los niños y los jóvenes del presente son los que más leen porque el acceso a internet potencia la lectura. Considera que la lectura virtual no es reflexiva. “Un niño que solo lee lo necesario para sus tareas nunca desarrollará una comprensión profunda”, afirma. Y dice que para crear el hábito de leer desde pequeños es clave la lectura en familia.

    “¡Que lean! Es importante que los niños y las niñas lean libros en papel. Que se sumerjan en ellos y que dibujen, subrayen y doblen sus páginas. Que atesoren libros, que acudan a las bibliotecas y que asistan a clase sin artefactos tecnológicos frente a ellos. Cientos de estudios demuestran que la lectura por placer tiene un impacto único en el aprendizaje cognitivo de los niños. Fomenta el lenguaje, los conocimientos generales, la creatividad, la atención, la escritura, la expresión oral, la autocomprensión y la empatía. No hay herramienta más útil para el desarrollo cerebral que un libro”.

    Bueno, yo no tengo elementos para discutirle a Desmurget porque no he estudiado el asunto, pero me deja muchas dudas su última afirmación sobre cuál es la mejor herramienta para el desarrollo cerebral. Me da la sensación de que su libro, más allá de los datos que aporta y la preocupación que manifiesta en su análisis, dice lo que ya se sabe sobre la exposición constante a las pantallas, que, como cualquier adicción, es dañina. Realmente su libro me cansó en ese sentido.

    Estoy de acuerdo con que el placer por la lectura se fomenta en la infancia y en familia; también con que el libro en papel tiene un efecto en el tacto y en lo visual que es diferente al que provoca una pantalla, posiblemente de mayor sensibilidad. De todas formas, me surgen preguntas que le haría a este investigador: ¿Por qué es más profundo un libro en papel que uno virtual? ¿Por qué un libro virtual no puede desarrollar la lectura por placer? ¿Por qué no aprovechar la tecnología para fomentar la lectura? A lo mejor la respuesta está en que la pantalla provoca seguir en la pantalla, es posible, pero no me deja del todo convencida.

    ¿Los jóvenes no leen?

    En 2022 hice una nota sobre un fenómeno editorial y de lectura que tuvo su impulso durante la pandemia en las redes sociales. Los protagonistas de este “movimiento” son jóvenes adolescentes que se agrupan en la comunidad BBB, una sigla que tiene la palabra book como común denominador. Al desglosarla, aparecen booktubers (YouTube), blogers (blogs) y bookstagrammers (Instagram). A todos ellos se agregaron quienes tienen cuentas en TikTok, y son los bookstokers.

    Estos jóvenes difunden lo que leen en breves videos que suben a sus redes, se reúnen para discutir sus lecturas y asisten a ferias del libro. Leen novelas que pueden llegar a tener 600 páginas, sobre todo del género fantasía. Algunas remiten a personajes mitológicos, otras se desarrollan en ambientes góticos en los que puede aparecer la magia o algún crimen. Lo cierto es que en torno a estos libros, principalmente escritos por autoras anglosajonas, se ha generado un fenómeno editorial que ya lleva varios años. También es un fenómeno social que incluye a adolescentes y jóvenes de entre 18 y 30 años.

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    “No sé desde el punto de vista estadístico, pero la comunidad es cada vez más grande. Hay un prejuicio en eso de que a los jóvenes los libros no nos interesan”, me comentó Alejandro, uno de los entrevistados para la nota. “Cuando escucho decir que los jóvenes no leemos me enojo porque yo leo desde los 12 años obsesivamente. Cuando me metí en Instagram me di cuenta del peso que tiene en nuestro país la lectura en la gente joven. Vemos esa presencia en la Feria del Libro. A veces se da la discusión de qué es literatura y qué no es, pero está bueno que haya un acercamiento a la lectura de cualquier tipo. Mi hermano tiene 15, arrancó sin tanta avidez como la mía a los 12, pero ahora él y sus compañeros siguen leyendo. Se están gestando jóvenes lectores”.

    Están todo el tiempo en las redes y además leen novelas extensas en papel. Claro que no se pueden sacar conclusiones de una comunidad específica, pero Desmurget tendría que conocerla. Se asombraría y se daría cuenta de que nada es tan obvio como parece en esta época de cabezas hacia abajo y mirada fija en el celular.

    Los libros que nadie leyó

    Quien nunca me parece obvio es el autor francés David Foenkinos, autor de la novela La biblioteca de los libros rechazados (Alfaguara, 2017), que se desarrolla en una biblioteca pública de un pequeño pueblo de Bretaña. Su fundador creó un espacio para los libros que las editoriales han rechazado y que por lo tanto nunca nadie leyó. Lo curioso de esta novela no está solo en la trama inventada, sino en que esa biblioteca realmente existe en Estados Unidos desde los años 70, y ahora está ubicada en Vancouver, ciudad de Washington.

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    Foenkinos suele escribir novelas inspiradas en figuras o acontecimientos reales, como lo hizo en Lennon o en Charlotte, una novela llena de dolorosa poesía sobre la pintora Charlotte Salomon, asesinada en 1943 en Auschwitz, cuando tenía 26 años y estaba embarazada. En La biblioteca de los libros rechazados deja implícitas varias preguntas sobre los criterios para publicar o no publicar, sobre las estrategias para vender libros y sobre el público al que están destinados. En definitiva, una novela para pensar en la lectura, en quién compra y en quién lee.

    Por si te interesa, también hay una versión cinematográfica dirigida por Rémi Bezançon:

    Embed - Trailer de La biblioteca de los libros rechazados subtitulado en español (HD)

    La fatiga de leer

    Reconozco que soy una buena lectora, pero desde hace unos años no puedo concentrarme por mucho tiempo en un libro. Definitivamente estoy más lenta y leo menos. Hay demasiados estímulos audiovisuales, demasiados mensajes por celular, demasiadas pantallas para prestarles atención. Entiendo a quienes tienen fatiga de leer.

    “La gente no quiere leer, quiere haber leído”, dijo Alejandro Dolina en uno de sus programas de 1994, en el que habló de los “libros condensados”, que son los que resumen los argumentos de libros mayores, sobre todo de los clásicos. “Napoleón invade Rusia. Luchan”, resumió Dolina en broma la trama de La guerra y la paz de Tolstoi.

    “Tengo una idea que algún inventor podrá desarrollar. Son pastillas o inyecciones. Te das una inyección y leíste Los miserables, comés una pastilla y leíste Sobre héroes y tumbas (...). Entonces un tipo va a la farmacia y pide 200 pastillas y se acuerda de todo lo que leyó como si lo hubiera leído. Ni mejor ni peor que quien lo leyó. Bueno, eso es una porquería (…). Creo sospechar que más que el saber que un libro deja como sedimento, lo que nos hace mejores, si es que un libro nos hace mejores, es el esfuerzo de la lectura. El esfuerzo de la mente y el corazón por apropiarse de lo que el libro puede ofrecer. Ese esfuerzo es el que nos mejora y no el habernos apropiado de los conocimientos que el libro ofrece”.

    Embed - Alejandro Dolina - La gente no quiere leer, quiere haber leido

    Hace pocos días estuve con un diseñador e ilustrador que me comentó que la computadora es muy útil para diseñar, pero que también es importante el dibujo en el papel, que hace pensar en las ideas. Que la velocidad no lo es todo. “No se puede ser rápido y profundo”, me dijo. Ahora relaciono aquella conversación con lo que está sucediendo con la lectura, con la fugacidad en la que vivimos y con las palabras de Dolina. No tengo una respuesta y sí muchas dudas, además de muchos libros por leer.

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    Antes de despedirme, quiero recomendarte una entrevista de Javier Alfonso a Nicolás Ibarburu, uno de nuestros grandes músicos, cuyo último disco está fuertemente influenciado por la literatura, y también te recomiendo una nota de Pablo Staricco sobre Un futuro brillante, película de la uruguaya Lucía Garibaldi que se estrena en Nueva York.