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    Los imprescindibles

    Tienen un problema; los jugadores no van a dejar de pensar lo que piensan y con certeza no dejarán de expresarlo; les pondrán la mordaza adentro de la cancha, pero la directiva no podrá evitar la vergüenza que generó en gran parte de su parcialidad, que no perdona neutralidades en tiempos en los que vale mucho más decir que callar

    Columnista de Búsqueda

    Miro a María Bellizzi con sus 100 años en la espalda y con la mitad de su vida buscando a su hijo Humberto. Lo desaparecieron a los 24 años y nunca más supo de él. Lo buscó toda la vida, se juntó con otras madres, marchó junto a cientos de familiares y a miles de anónimos que hicieron propia su lucha. La escucho decir que lo que quieren no son unos huesos, que quieren saber qué hicieron con sus hijos, dónde están y quiénes son los genocidas. Y entonces me pregunto, ¿cómo es posible que esa súplica no llegue a lo más profundo del alma de todos? La mitad de su vida buscando, esperando, sufriendo ante cada posibilidad. ¿Cuánto más? ¿Cuánta oscuridad hay en un alma que rechaza el anhelo más primitivo de una madre que solo pide saber dónde está y qué hicieron con él? La escucho y me quiebra imaginar lo que daría esa madre y tantas otras por un abrazo, un beso, por sentir su olor una vez más.

    Por si hace falta más claridad, días atrás María habló con el semanario Brecha y, entre muchas cosas, dijo esto: “A veces sueño con él; no hace mucho me pasó. En el sueño Silvia (su hija) venía y me decía que habían encontrado dos zapatos de un muerto. Pero no eran dos iguales, uno era una bota y el otro un mocasín. Eran los zapatos que él usaba. Es un dolor permanente, no solamente la tortura y la muerte que sufrieron los desaparecidos, sino la tortura a los familiares durante tantos años. Esa fue la política de ellos: hacer pasar el tiempo para que no quedaran represores ni tampoco denunciantes. Apostaron a eso, al olvido. Y a vos no te queda nada más que una foto, no te queda más que un recuerdo o un memorial. Nada más. Hasta cerrar los ojos”.

    Mientras María habla y se prepara un año más para salir a la calle a pedir memoria, verdad y justicia, en otra parte de la ciudad la directiva de un club de fútbol desautoriza a sus jugadores, habla de “desinteligencia”, de estatutos y de neutralidad. Mientras los familiares de desaparecidos en la dictadura, torturados, asesinados y enterrados tapados con cal reciben el abrazo de varios planteles de fútbol que salen a la cancha vestidos con la consigna “Todos somos familiares”, la directiva del Club Nacional entiende que no corresponde.

    Para que nadie se altere, esto no tiene animosidad futbolística, es obvio. Un par de años atrás, durante una entrevista en Punto penal, el expresidente de Peñarol Juan Pedro Damiani dijo que vio una manifestación en el estadio Campeón del Siglo que no le gustó. “La cuestión de los desaparecidos, que a mí me parece algo muy noble, ¿pero por qué se tiene que poner eso en un club de fútbol que es una cuestión que no tiene que ser invadida ni por religiones ni por temas políticos? Los clubes tienen que ser un bálsamo para otra cosa. Para cuando tenés quilombo en el trabajo, familiares, personales. Ahí no se debe mezclar. Fuera del estadio, por supuesto y bienvenido sea la cuestión esta de los desaparecidos”.

    Entonces, “la cuestión de los desaparecidos” debe desaparecer también de los espectáculos públicos, según algunos dirigentes. Como si los familiares no cargaran ya con suficiente sufrimiento durante décadas como para tener que leer o escuchar que hay que ser neutral, que no hay que mezclar el fútbol con la política y tantas cosas más. Y me permito un pequeño matiz. No es una “cuestión”. Es terrorismo de Estado. La tortura, asesinato y desaparición de personas a manos del Estado se llama terrorismo de Estado. Las cosas como son.

    Pero, además, ¿desde cuándo se es neutral con causas humanas? Vemos permanentemente en las canchas pancartas sostenidas por los jugadores que piden que no haya guerra, racismo, discriminación. Causas humanas. Tan humanas como la de los familiares que quieren saber qué pasó con los suyos. Pero en esas otras no se oyen quejas, no molestan, no incomodan.

    Y así como los familiares no deberían tener que leer que Nacional considera que “la utilización de dicha camiseta se debió a una desinteligencia interna y no contó con la autorización previa de la Comisión Directiva”, y que “lamenta” lo sucedido y que reforzará los mecanismos internos “para evitar que situaciones similares se repitan en el futuro”, los jugadores y las jugadoras tampoco deberían tener que soportar esa mordaza. Los jugadores de fútbol de distintos clubes del país sienten propia esta causa y así decidieron expresarlo, este año y otros anteriores. Lo hizo Villa Española, Progreso, Peñarol, lo hicieron en sus redes clubes de básquetbol como Cordón y Aguada, entre otros. Los jugadores de Nacional tuvieron el valor de poner el cuerpo cuando sus dirigentes prefirieron mirar a otro lado, amparados en la “neutralidad” de sus estatutos.

    Pero tienen un problema. Los jugadores no van a dejar de pensar lo que piensan y con certeza no dejarán de expresarlo. Les pondrán la mordaza adentro de la cancha, pero la directiva no podrá evitar la vergüenza que generó en gran parte de su parcialidad, que no perdona neutralidades en tiempos en los que vale mucho más decir que callar.

    Algún día, con suerte, se podrá entender que hay causas humanas que no tienen bandera partidaria. Que no importa lo que votemos, qué partido político nos gusta, si nos identificamos con tal o cual bandera. Nada, pero nada, justifica que haya 197 uruguayos a los que el terrorismo de Estado torturó y asesinó por sus ideas, que hoy estén desaparecidos. Nada.

    Y nada, pero nada, justifica que un grupo de deportistas deba censurar su apoyo a una causa que debería ser de todos. Cuanto más se busque amordazar la memoria, más serán los que se animen a desafiarlo. Esos son y serán siempre imprescindibles. Muchas gracias, jugadores.