N° 1946 - 30 de Noviembre al 06 de Diciembre de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHace un par de meses escribí una columna sobre la situación en Cataluña que provocó varias reacciones, algunas de ellas bastante personales. Amigos españoles (es decir, catalanes) que me acusaron de odiar su tierra (como si se pudiera querer a los terrones y no a las personas) y amigos uruguayos que se indignaron porque señalé que una revuelta organizada desde el propio aparato del Estado (la Generalitat catalana lo es) difícilmente calificara como revolución, sino más bien como golpe de Estado. La torpeza y la ineficiencia de la represión policial del día 1º de octubre en Barcelona sirvieron para aumentar un poco más la confusión al respecto: no hay quien no se coloque del lado de los civiles golpeados cuando embiste la policía (bueno, en realidad conozco a un puñado de gente que aplaude cuando la guardia venezolana dispara a matar sobre civiles, pero ese es otro tema, más psiquiátrico que político).
Dos meses han bastado para que quedaran claras algunas cosas:
1) Que una declaración unilateral de independencia (DUI) en una democracia contrastada como la española no resulta admisible para ninguna de las otras democracias contrastadas, incluidas el resto de las democracias europeas y también la uruguaya. Fue patético ver a sectores del partido de gobierno en Uruguay, justamente los que aplauden la violencia venezolana de Estado, reclamarle al gobierno que condenara la represión de ese 1º de octubre y expresara su rechazo al gobierno de Mariano Rajoy.
2) Una represión que, según reconocieron medios y agencias de Europa y EE.UU., finalmente no fue tan dura como la pintaron los fakes divulgados por el aparato de propaganda separatista, experto creador y gestor de realidades paralelas. Una represión que dejó como saldo tres heridos ingresados en hospitales, por debajo de los cinco hospitalizados que dejaron los Mossos d’Esquadra, la policía autonómica catalana, cuando en mayo de 2011 desalojaran Plaza Catalunya a hostia limpia por orden de la Generalitat.
3) Que la policía autonómica estuvo a medio paso de convertirse en una policía política al servicio de un poder ilegal. En realidad, en su omisión del 1º de octubre y en la permisividad que mostraron en los días anteriores y posteriores ante las diversas ilegalidades que se estuvieron cometiendo, los Mossos sí que actuaron como una policía situada al margen (o al menos de perfil) de la ley que juraron defender.
4) Que la ilegalidad fue resuelta con la estricta aplicación de la ley: el terrible artículo 155 de la Constitución española, ese que ponía los pelos de punta a todos, incluido Mariano Rajoy. Y que, sin embargo, se ha limitado a poner en prisión preventiva a los principales actores de la ruptura (quienes ya están declarando que renuncian a la DUI, para así poder salir) y a destituir al prohombre de esos mismos Mossos, el mayor Josep Lluis Trapero, quien está siendo investigado por la Audiencia Nacional española por un delito de sedición, justamente por todas esas omisiones y dejaciones.
5) Que unos líderes que al tiempo que se sintieron arropados se vieron sobrepasados por las masas que ellos mismos convocaron a la calle y que aparentemente creían de verdad en el “cuanto peor, mejor”. Y que empezaron a flaquear en cuanto vieron que el Estado español, aplicando la ley, sin dar un solo palo más y sin el menor gesto de violencia física, hizo uso de su monopolio de la violencia en clave light: separar gente de sus cargos, mandarlos a acomodar papeles en una oficina oscura y convocar de inmediato elecciones autonómicas.
6) Unos líderes que después de acusar de traidor a todo aquel que señalara los problemas que se avecinaban con una DUI, siguieron tirando pelotas al óbol cuando más de 2.500 empresas ya habían trasladado su sede fuera de Cataluña ante la inseguridad jurídica provocada por sus gestos mesiánicos y antidemocráticos. Y que, como no podía ser de otra manera, culparon a España de esa huida empresarial.
7) El pasmo de los miles de secesionistas convencidos que estaban en las calles esperando la DUI y que quedaron desencajados ante el esperpento que montaron sus líderes en el Parlament, declarando la independencia para suspenderla ocho segundos más tarde.
8) Una declaración que después dirían era meramente simbólica, porque eso era lo que tenían que decir para no entrar a la cárcel. Hasta donde entiendo, es muy difícil meterte con el Estado, hacerte el revolucionario y salir airoso, si no estás dispuesto (con razón o sin ella) a perder al menos las masitas que acompañan el té de las cinco.
9) La cortedad de un líder como Carles Puigdemont, un mediocre puesto a dedo por otro mediocre puesto a dedo por el corrupto que montó el chiringuito de robar en nombre de la patria. Un irresponsable tan grande que le faltó tiempo para salir corriendo a Bruselas, dejando a miles de sus fans en las calles, con la independencia en la boca.
10) Una huida que primero se suponía exilio (que nunca solicitó), luego denuncia del Estado español franquista (que no tuvo el menor eco en la UE), luego denuncia de la falta de empatía de la UE con su causa (un ridículo tan grande como ir a un club de Estados a decir que los Estados son por definición opresores), para terminar en la exclusiva compañía de los antieuropeos y xenófobos de la ultraderecha de toda Europa. Lo dije hace dos meses: las elites de la revuelta catalana son en su mayoría derecha ultranacionalista, antisocial, corrupta y xenófoba (“En Cataluña no cabe todo el mundo” era su eslogan electoral en 2008). Claro, también tienen una zona anticapitalista de corte polpotiano como las CUP, con su costumbre de marcar comercios y personas que no les ríen las gracias. O los muchachotes de ERC, con sus marchas nocturnas con antorchas por los pueblos de la Cataluña profunda, progreso puro.
11) La existencia de una pinza, la del frente independentista y sus amigos, en donde el nacionalismo catalán y una izquierda (la de Podemos y su baile de siglas locales) que se considera legítima liquidadora del “régimen del 78”, es decir de la España democrática, terminaron dejando un estrecho margen a las fuerzas constitucionalistas.
12) Una sociedad rota, la catalana, en donde una mitad de la población se arrogó la representación de la otra mitad y pretendió eliminarla del debate sobre su destino, acusándola de franquista, falangista o lo que fuera necesario para borrarla del espacio público, que considera suyo en exclusiva.
Lo positivo de todo este desmadre, que tendrá efectos no solo sobre Cataluña y España sino sobre todo el proyecto democrático liberal europeo (ahí está Putin frotándose las manos mientras saca cuentas), es que logró que Fernando Savater escribiera un panfleto llamado Contra el separatismo en donde recuerda cosas tan exactas como esta: “La ciudadanía democrática moderna no la da el terruño en que se vive, ni los apellidos de raigambre local, ni la apelación a leyendas ancestrales que sustituyen a la historia efectiva con sus fantasías, sino la aceptación de una ley común establecida por todos los ciudadanos constituidos como cuerpo político abstracto, que establece una base de derechos y deberes iguales a partir de la cual cada uno puede buscar su propio perfil de identidad”. Es decir, todo aquello que nos separa de la tribu.