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En el kilómetro 10,800 de la Ruta 12, en el corazón de la laguna del Sauce, en la chacra Eladia Isabel, se encuentra una joya paisajística que fusiona naturaleza y cultura: un jardín japonés diseñado por Fernando Matsui. Este espacio de contemplación y serenidad es el resultado de un sueño largamente acariciado por su creador, quien encontró en Uruguay la oportunidad ideal para hacerlo realidad.
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Fernando Matsui, argentino de ascendencia japonesa, lleva toda una vida dedicada a la jardinería. “Siempre quise diseñar un jardín japonés”, confiesa Matsui. Su trayectoria comenzó en el Jardín Japonés de Palermo, en Buenos Aires, donde trabajó durante una década. Más tarde, viajó a Japón para especializarse en jardinería tradicional, un aprendizaje que lo marcó profundamente. “Crecí entre plantas y flores, ya que mis padres eran floricultores. Cuando surgió la oportunidad de este proyecto en Uruguay, no lo dudé”, relata.
La historia detrás del jardín comenzó cuando la familia López Mena quiso honrar la cultura japonesa. El empresario argentino y propietario del terreno, Juan Carlos López Mena, había quedado fascinado con Japón tras construir su primer barco allí. Junto con su esposa, Pilar Rey, decidieron crear un espacio que representara esa admiración y eligieron a Matsui como el encargado de darle vida al proyecto.
Desde el momento en que los visitantes ingresan a la chacra, son recibidos por un símbolo de la dedicación y el arte. En la entrada, un portón impresionante da la bienvenida al jardín japonés. Diseñado y construido por un artesano argentino, esta obra de arte llevó casi dos años en completarse. Cada pieza fue transportada y ensamblada a mano, soldando una a una las ramas de hierro que forman el Árbol de la Vida. El artesano, al pensar en el diseño de este portón, se inspiró en la idea del paraíso y creó una entrada que anticipa la belleza y la espiritualidad del lugar.
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El jardín japonés en la laguna del Sauce no solo se destaca por su belleza, sino también por los desafíos que implicó su creación. El terreno, caracterizado por su suelo rocoso y arcilloso, requería una intervención significativa. “Fue necesario manipular maquinaria pesada para modelar las cañadas y los lagos. También trabajamos mucho el suelo, removiendo piedras y añadiendo compost y tierra negra para asegurar que las plantas pudieran crecer”, explica Matsui.
Uno de los aspectos más singulares del proyecto fue el respeto por la flora nativa del lugar. “Los propietarios querían preservar el monte autóctono, y eso planteó un desafío creativo. Diseñamos los espacios libres utilizando especies autóctonas combinadas con exóticas”, detalla. Entre las plantas seleccionadas figuran liquidámbares, fresnos, jacarandás, ceibos y robles. Además, en primavera, el jardín florece con camelias, rosas y hortensias, reflejando el gusto personal de Pilar Rey.
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Adrián Echeverriaga
El diseño integra elementos tradicionales japoneses, como cascadas, puentes y estanques, con carpas koi y nenúfares. “La esencia de un jardín japonés es transmitir paz y contemplación. Aquí, cada punto ofrece una visual distinta, generando sensaciones únicas”, afirma Matsui.
El proyecto no se realizó de forma inmediata, sino en etapas que demandaron entre seis y siete meses cada una. “Requirió mucha paciencia y mano de obra. Los jardines son seres vivos; lo que ves hoy cambia completamente en cinco años. Es un proceso constante”, señala.
Una de las mayores satisfacciones de Matsui fue superar los retos logísticos, como el diseño del acceso al jardín, que implicó riesgos y una atención meticulosa. “Cuando logramos darle forma al espacio, fue una enorme satisfacción”, recuerda.
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Adrián Echeverriaga
Hoy, este jardín japonés no solo es un refugio para sus propietarios, sino también un lugar de encuentro para quienes buscan una experiencia diferente. Las visitas, que se organizan mediante reservas online, duran alrededor de dos horas y media. Durante el recorrido, los visitantes tienen la oportunidad de probar frutos frescos directamente de los árboles que crecen en el jardín, lo que suma una experiencia sensorial única al contacto con la naturaleza.
El paseo culmina con una ceremonia sencilla pero significativa: un té al aire libre servido en un espacio cuidadosamente diseñado para disfrutar de la tranquilidad del entorno. “Queremos que quienes nos visiten experimenten algo único, que se lleven una sensación de paz y conexión con la naturaleza”, dice Matsui.
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Adrián Echeverriaga
El recorrido permite explorar diferentes paisajes y descubrir la fauna local, que incluye garzas, carpinchos y zorros. Cada rincón del jardín ofrece una postal única, diseñada para el deleite y la introspección.
El jardín japonés en la laguna del Sauce no solo es una muestra del arte paisajístico, sino también un tributo a la paciencia, la planificación y la dedicación. Para Matsui, es un sueño hecho realidad y una oportunidad de compartir con otros la magia de un espacio que combina tradición, naturaleza y armonía.
Para aquellas personas que deseen agendar su visita, el jardín cuenta con un perfil en Instagram, @jardinjaponespunta, donde se publican las fechas, los horarios y los detalles para realizar las reservas. “Hasta dónde llegaremos no lo sé, pero cada día estamos recibiendo más visitantes”, concluye Matsui.