—Extrañaba el teatro. Extrañaba el ensayo, meterme adentro de una obra, tirar una pasada completa. Extrañaba ese modo de actuación y de trabajo que implica estar con el otro todo el tiempo. Es bien distinto al cine, que me encanta también, donde todo está más fragmentado, especialmente la emoción. Cada toma es una emoción que tenés que alcanzar y conservar durante todas las tomas necesarias. En el teatro, el ensayo es un mundo aparte. Estás ahí, en calma, en otro tiempo, encontrándote con otros para buscar la obra juntos. Cada día sale un poco diferente, nunca es exactamente igual. Y ahí está la magia.
—Conocés todos los ámbitos de la escena uruguaya. Te formaste en la EMAD, te fogueaste en el under, te dirigió Sergio Blanco, trabajaste tres veces con la Comedia y ahora sos el protagonista de una obra de Tennessee Williams. ¿Cómo recibiste esta invitación?
—Es algo nuevo en mi carrera. Nunca había hecho un protagónico en teatro. Es algo extraordinario para mí. Obviamente es algo que surge a partir de lo que pasó con la película. Gabriel (Calderón, exdirector de la Comedia Nacional) me llamó el año pasado y me hizo la propuesta de hacer esta obra. Yo venía pensando en mi proyecto del miniteatro pero sin fechas y cuando la leí me fascinó. Un poco antes, Tantanián me había invitado a hacer una obra en Buenos Aires y yo le había dicho que no, le había explicado que a mí me interesa hacer teatro con mis amigos y que actuar en Buenos Aires implicaba establecerme allá y sentía que no era el momento. Lo tomó superbién. Y poco después concreto esto con la Comedia. ¿Y quién dirige? Tantanián. Imaginate mi cara.
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Enzo Vogrincic, actor invitado por la Comedia Nacional
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—¿Recibiste muchas invitaciones para actuar en el último año?
—Sí, varias de Buenos Aires, del teatro independiente y una de España. Pero mi respuesta siempre fue la misma: el teatro, con amigos. Y unos cuantos del elenco de la Comedia son amigos.
—Pero también podés hacer nuevos amigos haciendo teatro...
—¡Obvio! Ni que hablar. Pero irme a vivir a Buenos Aires no tenía sentido para mí en este momento. Quiero hacer teatro acá.
—La sociedad de la nieve te convirtió en una estrella mundial de la noche a la mañana. ¿Cómo te pegó ese estrellato instantáneo?
—Todo eso tiene fecha: el 4 de enero de 2024 (cuando Netflix estrenó la película). Yo estaba acampando con mis amigos y esa mañana me explotó el celular. Yo ya venía desde el rodaje en un camino de preparación para ese momento. Con mis compañeros de elenco y con (el director, Juan Antonio) Bayona hablábamos de lo que podía pasar. Al principio me parecía impensable lo que terminó pasando. Yo pensaba: es un dramazo, todo lo que sucede es tremendo, los protagonistas reales están vivos y siguen contando la historia todo el tiempo. Y creía que si alguien venía a pedirme un autógrafo le iba a explicar que no era conmigo la cosa, que yo solo era un actor que hacía un personaje, que encima no era un personaje tan conocido en la historia. Y mis compañeros me decían: “¿Vos sos tarado? ¿No te das cuenta de lo que va a pasar?”. En esos días durante el rodaje tuve una charla con Bayona en la que le planteé que prefería no hacer entrevistas de prensa, que no me sentía cómodo en ese rol. Me dijo que para lograr el éxito que todos queríamos, la publicidad era imprescindible, y que si a la película le iba bien, era muy probable que fuera nominada al Oscar, y si eso sucedía, yo me tenía que preparar para lo que fuera, y eso podía incluir jornadas con 30 entrevistas.
—Ahí te cayó la ficha...
—Exacto. Cuando volví de rodar empecé a prepararme. Cuando charlaba con gente, con todo el mundo, iba anotando las preguntas que se repetían. Me fui haciendo una lista. Fui anotando reflexiones, pensamientos, como para poder responder a fondo cuando llegara el momento.
—¿Tomaste decisiones sobre cómo reaccionar ante un tumulto, cómo responder a los pedidos de fotos o de autógrafos, cómo interactuar con adultos y con niños?
—La decisión que tomé fue estar abierto a lo que sucediera en esos encuentros con la gente, no cerrarme o ignorar que eso iba a ser lo normal. Decidí que para gestionar bien esa nueva realidad, y mantener la tranquilidad, tenía que adaptarme a ella rápidamente. Me llevó un tiempito pero encontré el camino.
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Enzo Vogrincic será dirigido por el argentino Alejandro Tantanián
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—Ese grado de fama y de demanda del público en Uruguay sucede casi exclusivamente con jugadores de fútbol, no con los actores. Se te vio muy zen siempre en esas instancias...
—Sí, pude mantener la tranquilidad y conservar mi vida normal en paralelo. De todos modos, el lugar donde sucedió más intensamente fue acá. En otros países fue mucho menos. Un poquito en España. De todos modos, la gente se acerca con muy buena onda y respeto, casi que con miedo. Igual nunca me deja de sorprender que la hija de una productora de un programa de radio o un canal de TV donde voy a hacer una nota no vaya a la escuela ese día y me esté esperando para sacarse una foto.
—Muy pocos uruguayos han estado en la ceremonia del Oscar. Drexler, Charlone, Fede Álvarez y no muchos más. ¿Cómo viviste esa noche?
—Me reí mucho esa noche. Cada uno lo ve desde su óptica y observa lo que quiere. Yo no podía dejar de pensar que vengo de la Gruta de Lourdes. Estar ahí rodeado de todo ese mundo me hacía prestarle atención a cosas, como que abajo de las butacas hay una cajita con comida, unos pretzel y cosas así, para que vayas comiendo durante esas horas. Entonces ves cómo es la dinámica: mujeres con vestidos espectaculares y hombres de esmóquines carísimos manoteando las cajitas y comiendo disimuladamente, apurando un escón. Otra cosa muy graciosa es que cuando salen a tomar algo al hall o van al baño o lo que sea, entra un batallón de gente vestida de gala que se sienta en las butacas para que la platea siempre luzca llena, para que no se vean huecos vacíos en la transmisión. Son extras todos lookeados que entran y salen todo el tiempo. Bayona estaba al lado mío, y en una miro y tenía a un tipo sentado al costado. Imaginate mi cara. “¿Y este quién es?”, me dije (risas). Si prestás atención y ponés cuadro a cuadro una transmisión, vas a ver cómo cambian las caras en las mismas butacas.
—¿Cómo es el entorno?
—La ceremonia se hace en un teatro enorme (Dolby Theatre, en Los Ángeles). Afuera se arman muchas protestas por muchas causas. Gente que tira baldes de pintura, gente que lleva carteles que dicen Fucking millionaires! Yo miraba ese cartel y me reía. “A mí no, amigo”, pensaba. Claro, hay gente con ropa muy cara, pero muchos éramos la Cenicienta. La producción te alquila el traje y viene con un reloj que sale 10.000 dólares. Después, a la salida devolvés todo, te sacás la ropa y te convertís en calabaza. Otra postal muy graciosa que me quedó grabada es a la salida del teatro, donde las estrellas esperan en el hall mientras una señora con un megáfono tira números: “Five, four, three!”. Es la matrícula del auto que acaba de estacionar para recoger a cada uno. Es como un bingo gigante de estrellas entrajadas con cara de “me quiero ir” (ríe). Los autos van pasando de a uno, no existe que un actor famoso salga a buscar su auto al estacionamiento. Tenés que esperar que salga tu número en el bingo.
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Mauricio Zina / adhocFOTOS
—¿Aprovechaste para hablar con otros actores, actrices, gente de la industria?
—Me daba mucha vergüenza, me incomodaba entablar una charla básica, con mi inglés de un niño de 10 años, una charla que duraría unos segundos, me parecía un esfuerzo que no valía la pena. Me dediqué a observarlos, me parecía más interesante.
—En la alfombra roja elegiste una pose algo paródica para la foto de la delegación de la película. ¿La preparaste?
—Hubo un training, sí (ríe). Es como una actuación, también. Eso ya lo traía de los festivales europeos, donde la dinámica es muy similar. Cuando me dijeron que iba a Venecia para el preestreno empecé a ver fotos de esas galas para aprender la dinámica.
—Imagino que habrás recibido muchas ofertas para películas o series internacionales...
—Sí, llevo leídos más de 20 guiones y algunos me interesaron mucho. Pero la producción audiovisual tiene tiempos muy largos, son procesos muy complejos, especialmente por lo financiero. Lleva mucho trabajo juntar la guita para una producción. Veremos qué pasa.
—Tenés dos proyectos nacionales en camino ya anunciados. El abuso, la serie que dirigirá Charlone sobre la fuga de Punta Carretas, en la que encarnarás a Eleuterio Fernández Huidobro, y una biopic de Zitarrosa. ¿Ya los estás preparando?
—Hay una gran tendencia en el audiovisual de contar historias reales y las vidas de personajes reales. Hay un enorme interés popular ahí. Huidobro es un personaje muy complejo. Empecé a leer sobre su vida, aunque ahora corté por el estreno con la Comedia. Para personajes históricos te pueden elegir por razones estrictamente actorales o por tu parecido físico con el personaje real. En el caso de Huidobro, lo físico importa poco, la composición va por otro lado, más conceptual. En el caso de Zitarrosa, claramente el parecido físico influye mucho. Me lo venían diciendo desde hace tiempo.
—Ese proyecto empezó como una broma...
—Sí, un chiste que llegó muy lejos. Es algo muy reciente. Se está armando la producción. No puedo decir mucho más. Igual, más allá del parecido físico, es un desafío enorme contar ese cuento. Está la voz, un mundo personal muy particular. Lo estuve escuchando en esas grabaciones en casetes que les mandaba a sus amigos, las cartas grabadas. Es muy lindo escuchar eso y meterme en ese mundo por su voz. El documental Ausencia de mí es muy rico en eso.
—Volvés al primer plano haciendo teatro en Uruguay con el personaje de Chance Wayne, un joven actor que intenta, sin éxito, convertirse en estrella de cine. ¿Cómo lo encarás cuando a vos te acaba de ocurrir todo lo contrario?
—Es la última obra que escribió Tennessee Williams, y es muy poco conocida. Lo que me gustó y me decidió a hacerlo es que me toca en algún punto. Por ahora me fascina trabajar con eso. El tipo sale de su pueblo natal, deja a su gran amor, se va a Hollywood a probar suerte, conoce a una actriz bastante conflictuada por la fama, y 10 años después vuelven juntos a su pueblo, pero él quiere recuperar a su amor perdido y volver a intentarlo por última vez. Es un personaje complejo y muy rico.
—Alejandro Tantanián, el director, dice que esta obra sale mejor si es actuada por un actor famoso (la película de 1962 es protagonizada por Paul Newman) y que por eso vos fuiste el elegido. Quiere que el público vea al personaje y que también vea al actor estelar haciéndolo porque eso tiene mucho que ver con la historia.
—Es muy divertido porque Wayne es un actor que siempre estuvo a punto de consagrarse. Estuvo en muchos castings, pero hay algo que lo bloquea, que le da terror, y nunca lo logra. Está muy frustrado por eso del “casi soy pero no soy”. Es una obra que juega en ese filo del camino que parece abrirse, cuando parece que al fin se te da, y que finalmente sos un actor. Mi trabajo es actuar ese casi casi.
—La obra habla de la pérdida de la juventud. ¿Te preocupa?
—Al tipo se le va el último tren. Tiene treinta y pico y solo le queda una chance. Se va dando cuenta de que todo desaparece y que todo es efímero. Siempre recuerdo lo que dice Levón (su maestro en la EMAD), y especialmente en esta obra: “La belleza y la juventud se van. Consíganse una virtud que les dure toda la vida”.
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Enzo Vogrincic interpretará a Eleuterio Fernández Huidobro y Alfredo Zitarrosa
Mauricio Zina / adhocFOTOS
—¿Y cómo fue el trabajo con Tantanián? ¿Es un combate o es un baile?
—Es un baile, siempre es un baile. En el teatro siempre es un baile, es un encuentro, una búsqueda que solo es posible si todos estamos aliados. Si no, olvidate. Tantanián me dio mucha libertad, su propuesta es muy abierta. Me propuse llegar al primer ensayo ya con la letra aprendida, así podía tener todo el tiempo para entrar en el personaje.
—También tenés la ventaja de entrar en una máquina que ya está en marcha...
—Claro. Los actores de la Comedia están muy acostumbrados a esta dinámica de preparar una obra en dos meses. El oficio se ve en todo momento y eso les permite trabajar con tranquilidad. Están muy acostumbrados. No ves gente como loca corriendo para llegar.
—¿Qué es el miniteatro, ese otro proyecto en el que venís trabajando?
—Es un gran divague mío que viene desde hace mucho tiempo. Empecé haciendo una maqueta y llegué a un teatro en miniatura para un solo espectador que mete la cabeza por un agujero y ve un decorado hiperrealista, con luz adentro y objetos que se mueven. Se va a llamar El último teatro o La extinción del teatro. Te lo cuento rápido: una pequeña compañía formada por pequeños actores hace teatro para gente chiquita. A la gente chiquita le dejó de interesar el teatro, dejó de ver teatro. Los teatros se vaciaron y queda uno solo: la última compañía, que cuando dejó de ir la gente chiquita, antes de cerrar, tuvo la idea de hacer teatro para gigantes. Entonces ahora los gigantes meten la cabeza en el teatro y así el teatro se sigue sosteniendo. Es una obra vacía, sin actores, pero con personajes que se escuchan, que cuenta la extinción del teatro a través de objetos, el movimiento, la luz y el sonido binaural que el único espectador escucha por auriculares. La idea es jugar un poco y poder llevarlo a distintos lugares, ya sea una sala o el parque Rodó.
—Le pusiste un mito a la maqueta. ¿Cómo surgió la idea?
—Claro. Viene de años de investigar. Después te das cuenta de que siempre que a alguien se le ocurre una idea, a otro ya se le ocurrió antes o se le está ocurriendo lo mismo justo al mismo tiempo. En breve voy a empezar a hacer las grabaciones que van a estar en la obra. Por ejemplo, un teatro llenándose y vaciándose de gente. Igual, los otros miniteatros que he visto no son como el mío.
—La locura de La sociedad de la nieve lanzó tu carrera como modelo publicitario. ¿Tu idea es aprovechar al máximo la juventud y la belleza?
—La moda es algo que nunca me interesó. La ropa o me la regalaban o la conseguía. Rara vez me compraba ropa, salvo los zapatos. Cuando me llamaron fui con una gran incomodidad. Pero bueno, creyeron en mí y es una actividad que me permite pagar el alquiler y tener la libertad y el tiempo para elegir los proyectos que quiero hacer, no elegirlos por lo económico, sino por el laburo en sí. Por necesidad trabajo en la moda y eso me permite dedicarle toda la energía a cualquier laburo. Aprovecho esta oportunidad al máximo, porque lo que más gano con ella es tiempo.
—¿Seguís haciendo parkour?
—No, ya no. Salgo a correr por la rambla sur todo lo que puedo. Pero también me gusta cuidar la herramienta en otro sentido, yendo a ver teatro, leer cuando puedo, aunque por lo general no leo por propia decisión, sino lo que tengo que leer por mi trabajo. Leo mucho para preparar los personajes. No tanto leer por leer.
—Ya leíste Memoria del calabozo entones...
—Estoy empezando. Tengo una bocha de libros para leer de ese asunto.