La ilustración y la fotografía se han convertido, por su reproductibilidad, en alternativas accesibles al arte plástico, transformándose en objetos de deseo
La ilustración y la fotografía se han convertido, por su reproductibilidad, en alternativas accesibles al arte plástico, transformándose en objetos de deseo
La ilustración y la fotografía se han convertido, por su reproductibilidad, en alternativas accesibles al arte plástico, transformándose en objetos de deseo
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá"¿Qué cuelga la gente en las paredes de sus casas?". Es una pregunta que ronda la cabeza de Carolina Curbelo, diseñadora gráfica y creadora del blog de diseño Mirá mamá, desde hace años. Esa inquietud empezó en 2013, cuando junto con los artistas plásticos Fabio Rodríguez y Santiago Velazco creó Kiosco, una galería de arte emergente. "Hicimos la galería que nos hubiese gustado que existiera para que Santiago y Fabio pudieran exponer porque no había. Las galerías históricas de Montevideo tenían un nivel de artistas consagrados y nosotros sentíamos que faltaba el primer escalón, la pantalla uno", explica Curbelo.
Entonces montaron Kiosco en la calle Colón, donde las paredes estaban colmadas de obras de artistas emergentes y, junto a ellas, el precio, para que no diera vergüenza preguntar. Algunos eran originales, como los óleos de Velazco, pero también había serigrafías y risografías de Martín Azambuja, Diego Prestes, Antonio Carrau y Francisco Cunha, todos jóvenes vinculados al mundo del diseño gráfico, que estaban empezando a mostrar su costado artístico. Esas obras, por ser infinitamente reproducibles, eran accesibles para prácticamente cualquier persona que entrara a Kiosco. Se vendían a 150 pesos, sin enmarcar.
La propuesta fue disruptiva en la escena del arte local de aquel entonces, que estaba hambrienta de espacios nuevos. "Cuando abrimos no pensábamos desde el lado del público, sino desde la demanda del artista, que produce obra, que tiene un volumen digno. Porque exponer es parte del proceso creativo. Y vender es parte del proceso de profesionalizar el arte y vivir de eso. Luego nos dimos cuenta de que lo que nos pasaba a nosotros tres le pasaba a más gente. Pensamos que nos íbamos a quedar cortos después de que expusieran los que conocíamos, pero empezó a aparecer un montón de gente que estaba trabajando y produciendo y se volvió evidente que no había un lugar dónde mostrar", recuerda.
Sin embargo, fue un experimento que duró poco, aunque se fue por lo alto con una muestra en la Bienal del Sur en el Centro Cultural de España. En cuatro años lograron allanar el camino entre lo emergente, lo independiente y las instituciones establecidas. A la gente le encantaba Kiosco, pero eran pocos los que compraban y, una vez que se disolvió la galería, Curbelo empezó a preguntarse qué era lo que había fallado. Rápidamente descartó que fuera un tema económico, porque las obras no eran caras. De hecho, un par de zapatillas nuevas tal vez salían más caras que la mayoría de las piezas que ellos exhibían.
Entonces, lo que faltaba era formar al público. Que las personas entendieran el valor de las obras. "La gente por ahí se gasta 30 dólares en la tienda de un museo en un póster que le gustó o compra algo en un mercadito en la calle. Para los cumpleaños se regalan otras cosas, a quien se muda se le da una planta, hay otras ideas. Entonces, si yo no conozco algo, no lo puedo imaginar, no lo tengo en mi biblioteca de posibilidades", sintetiza.
Otra historia. Eso fue hace cinco años. Hoy, cada vez más los uruguayos se interesan por la ilustración y Curbelo, con su blog Mirá mamá, ha sido parte de ese proceso. Eso fue acompañado por políticas estatales como concursos y el Premio Nacional de Ilustración, con una muestra que itinera por todo el país. Y también hay una cuestión tecnológica: la popularización del iPad, con sus herramientas creativas, ha hecho que varios incursionen en el mundo de la ilustración digital y muestren su trabajo en Instagram.
Para Cecilia Gervaso Ortiz, fotógrafa y creadora de la galería de arte online Hungry Art, las redes sociales fueron decisivas para el boom que están atravesando la ilustración y la fotografía. "Siempre existió el diseñador, el pintor y el fotógrafo. El tema es que ahora tenés una plataforma que hace que todo el mundo se entere. Antes capaz era una amiga de tu madre, una vecina, que pintaba como hobby. Ahora tenés una ventana para que la gente conozca lo que hacés. El me gusta es como un mimo, el entender que hay alguien al que le gusta lo que hacés. Eso está genial. Ni Hungry Art ni muchos artistas podrían funcionar si no existiera Instagram. ¿Dónde te mostrás si no tenés un contacto en una galería o si no ganaste el premio para exponer en el museo de tu ciudad?", explica.
El recorrido de Gervaso Ortiz es similar al de Curbelo. Hace 10 años compartía piso con un artista catalán, en España, y notó que, a pesar de ser muy talentoso, le costaba vender sus obras. En parte, porque no era muy bueno en eso del marketing, y también porque no existía una plataforma donde pudiera mostrarse. Entonces empezó a fantasear con un lugar, virtual, para ofrecer obras y servicios de diferentes artistas. Esa idea fue madurando a lo largo de los años, en los cuales llenó varias libretas con anotaciones, se reunió con gente, consultó artistas y bocetó el logo. Sin embargo, Hungry Art no se materializó en España, sino en Uruguay. "Cuando me di cuenta de que podía vivir de la fotografía, que podía ser una profesión y no un pasatiempo, lo hice. Dejé Negocios Internacionales, me metí en Aquelarre y después me fui a España a estudiar fotografía, ese fue el pretexto para irme de acá porque para mí en Uruguay no pasaba nada. En los últimos cinco años el país se transformó, por eso volví. Todo lo que está pasando ahora acá ya lo vi pasar en España y observé desde afuera, no estaba tan involucrada", explica.
De vuelta en Uruguay se dedicó a identificar fotógrafos e ilustradores talentosos para sumar a su proyecto. Trabajó con ellos para llegar a una selección de obras sólida y, de cada una, hizo 12 copias. Un número que mantiene cierta exclusividad, a la vez que diluye el costo. La galería quedó subida a Internet en plena pandemia, después de trabajar un año y medio en ella. Y, contrario a lo que se puede pensar, la fecha no fue para nada desafortunada. La cuarentena obligó a las personas a pasar más tiempo en sus casas, lo que les despertó el deseo de transformarlas en un lugar más agradable. Eso ayudó a que las ventas fueron mayores de las esperadas. Además, Gervaso Ortiz aprovechó su don para la decoración -su casa es un pastiche ecléctico de joyitas de diferentes rincones del país y del mundo- y a quienes la contactaban por una obra les ofrecía una asesoría, gratuita, para que eligieran la pieza y el marco perfecto para el lugar indicado.
Hungry Art pasó a formar parte de un puñado de iniciativas que reúne artistas, cada una con su perfil. También está el Mercadito de Ilustración, de Caro Curbelo, que se organiza de forma esporádica en la casa de la diseñadora o en algunas ferias. En su catálogo reúne decenas de artistas, con copias que cuestan desde 500 pesos para que la gente "ni se lo piense", como dice ella. Además hay eventos y ferias, como Rastro: bazar del autor uruguayo, que se organiza hace unos meses en el Museo Nacional de Artes Visuales, o la Feria de Artes Gráficas, que reúne más que nada serigrafías, risografías y xilografías. Y claro, están las redes.
Selección de obras de Hungry Art. Foto: Cecilia Gervaso Ortiz.
De lo comercial al arte. Diego Velazco fue uno de los primeros fotógrafos comerciales, a escala local, en empezar a vender sus imágenes como obras de arte. Antes, había habido unos pocos, como Alfredo Testoni y Mario Marotta, a quienes reconoce como "visionarios". Él había dejado la medicina para tomar su pasatiempo, la fotografía, como una profesión. Se dedicó a trabajar, trabajar y trabajar, hasta que en cierto punto perdió el disfrute que lo había llevado a dedicarse a eso. Pero un día una amiga de su madre le regaló "una cámara muy especial", una Rolleiflex alemana. "Eso me separó de las cámaras más tecnológicas, que eran las que usaba para trabajar. Era supermecánica, simple, el Rolls Royce de las cámaras. Con esa cámara volví a un camino de autor, personal, y ahí empecé a encontrar cierta poesía", recuerda.
Esas fotografías partían de inquietudes y experimentos personales, como reflejos en espejos de agua, exposiciones dobles de edificios y objetos y salas de cine, como el Casablanca. Y fue el hecho de viajar, de conocer galerías de arte donde ese soporte empezaba a ganar terreno, lo que lo motivó a querer imprimirlas y luego venderlas. "Acá las galerías no pensaban en la fotografía como una de las posibles piezas a vender. Silvia Arrozés, de Galería del Paseo, fue la primera que apostó a ese soporte", explica, y agrega: "En los viajes llevaba mis fotografías impresas y tuve varios encuentros con los primeros curadores, que no sabía ni lo que eran, en Nueva York y en España. Ahí estuve aprendiendo de esa sensibilidad que es lo autoral y a distinguirlo de lo que es lo comercial. Esta cámara que se me cruzó en la vida fue fundamental".
Desde sus comienzos hasta ahora, Velazco identifica una evolución en el mercado local. "Esto empieza hace unos cuantos años cuando en el Salón Nacional de Artes Visuales, siendo jurado Manuel Espínola Gómez, aceptan a la fotografía dentro de las técnicas. Es un mercado que va creciendo, van creciendo los compradores y las personas que se dedican a la fotografía", explica.
El fotógrafo, formado en la era analógica, es muy técnico y detallista. Sus copias vienen en una caja negra, con certificado de autenticidad firmado por él y una garantía del papel alemán. También explica en un documento de qué va la serie y agrega su biografía, que incluye varios reconocimientos, como el 1er premio en el 48ª Salón Montevideo en 2017. Los papeles los junta un clip de plata y se colocan encima de la obra que lleva un número de serie -Velazco no suele hacer demasiadas copias-. Vende entre 15 y 20 piezas al año, que van desde los 500 a los 5.000 dólares. "Y siempre les digo que voy a seguir trabajando para que sus obras valgan más, no menos", dice entre risas.
Para Velazco el poder imprimir sus fotografías y ampliarlas a grandes tamaños fue parte vital de su desarrollo como artista. Terminó de entender todo. "Thomas Struth, un fotógrafo alemán que me gusta mucho, dice que la fotografía se puso al lado de la pintura el día que pudo crecer. Vos antes no podías imprimir grande cuando hacías en analógico. De hecho, era bien complejo. Acá en Uruguay solo una persona lo hacía. Los ploteos tuvieron mucho que ver en el ascenso en el ámbito museístico de la fotografía".
Fotografía de la serie Pluna colgada en un hogar. Foto: Diego Velazco.
Camino a la profesionalización. Ahí entra Darío Invernizzi, diseñador gráfico y fotógrafo, que tiene una imprenta especializada en lo que se llama fine art printing. Con él imprimen casi todos, desde fotógrafos de gran trayectoria como Matilde Campodónico y Diego Velazco hasta autodidactas que recién están empezando a vender sus creaciones.
Invernizzi es docente de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, y eso se nota en su forma de trabajar. Dicen los que lo conocen que él no solo se limita a preparar la copia e imprimir, sino que se toma el tiempo de explicarles a quienes pasan por su estudio en la Ciudad Vieja detalles técnicos del oficio, que no todos conocen. "Si bien para mí es un negocio y me sustenta, yo me siento un poco parte de la cultura. A veces hago de curador, estoy haciendo montaje en la sala, y ya muchas veces la gente me llama desde la génesis del proyecto", explica.
Esta suerte de auge que están viviendo tanto la ilustración como la fotografía como objetos decorativos llevó a que muchos artistas comenzaran a profesionalizarse, a entender que no solo importa la obra en sí, sino cómo está impresa, enmarcada y presentada. Las copias impresas por Invernizzi tienen una garantía de calidad, en papeles Hahnemühle alemanes, libres de ácido, que extienden la durabilidad hasta 400 años. Según cuenta, estos papeles tienen todas las normas y calidades de un museo, pero son accesibles para todos. Eso, hasta hace pocos años, no era posible.
Son este tipo de detalles los que elevan la fotografía de un elemento decorativo al estatus de obra de arte. Para Invernizzi ese camino lo abrió el Club de Grabado de Montevideo, tanto con la xilografía como con la serigrafía, "que fue la punta de lanza de la venta de arte seriada con un menor costo por reproducción. Esto es una especie de 2.0 de la serigrafía". Sin embargo, y aunque ve auspicioso el aumento de ventas de cuadros, cree que aún falta camino por recorrer.
"Lo que pasó con los ilustradores es parecido a la fotografía: vienen de un mundo analógico, manual, de armado en frío, de dibujo a lápiz, de acuarela, y pasaron a un mundo en el que el contenido de la ilustración surge desde lo digital. A mí me ayudó mucho en este negocio el auge de los iPad. Rompió con todo, y muchos de los ilustradores hoy en día generan contenido desde ahí. Igual, para ser llamado obra todavía está ese peso, ese estigma de que, hasta que no es físico, le falta", explica. Eso se suma a la vieja discusión de que si una obra cumple una función, como ilustrar la tapa de una revista o un afiche publicitario, no es arte -una concepción que derribó Andy Warhol usando elementos cotidianos para crear algo más elevado-. "El ilustrador siempre está luchando con eso de la función, porque la ilustración se aplica al diseño gráfico, entonces entrar al mundo del arte es otra cosa", asegura Invernizzi, y concluye: "Todavía no llegamos a que la gente valore del todo la autoría, el proceso que hay detrás o que el autor sea uruguayo". Como sea, y quizás sin tanta reflexión, las personas ya están eligiendo esas obras para vestir sus hogares.