Ser mujer no es un sentimiento, dice el planteo de esta corriente, por el cual entienden que una mujer trans no puede marchar en el 8M —por más mujer que se vea y sienta— porque nació con pene. El feminismo más institucional en Uruguay (la Intersocial) entiende que este discurso ya dejó de ser una posición ideológica para transformarse en una “tapadera” del ejercicio de violencia sobre la población trans. Sin embargo, parecería que la misma cultura de convivencia uruguaya, basada en valores como una democracia muy sólida y longeva, impermeabilizara estos repentinos aunque momentáneos estallidos radicales. Su epicentro se formó en países muy diferentes a Uruguay, donde la legislación vigente reconoce que ser mujer no es un sentimiento, sino una identidad que va más allá de intervenciones quirúrgicas.
Para González, la rama TERF no es otra cosa que “una clara consecuencia de la masificación del feminismo”. Pero su existencia no le quita el sueño a la Intersocial, que se alegra de que estos “discursos de odio” no prosperen en el país: “Nuestro feminismo no puede ser transexcluyente porque no admite violencia, militamos contra la violencia”.
Feminismo es todo. El degolladero que son las redes sociales hacen que al mínimo atisbo de discurso TERF rueden cabezas. Lo curioso es que es la parte que reacciona la única que define qué o quién entra bajo esta denominación, ya que nadie se identifica a sí mismo como TERF. Pero mientras el acrónimo se agota en forma de insulto, el feminismo radical transexcluyente se escuda detrás del feminismo radical (RadFem).
Hay una distinción importante que hacer: si bien las activistas TERF son feministas radicales, no todas las feministas radicales pertenecen al ala TERF. La diferencia está en la exclusión o no exclusión de mujeres trans.
Maru Casanova, doctora en Estudios de Género, explicó a Galería la dificultad de “definirse” dentro del feminismo, ya que cada rama adopta corrientes, postulados y teorías diferentes. Sin embargo, observa que —sobre todo desde la prensa— se hace una distinción entre “feministas buenas y feministas malas”, vinculando a las primeras con la Intersocial Feminista, y a las segundas con la Coordinadora de Feminismos, que tiene una impronta más radical. Esta palabra no lleva una carga negativa por sí sola, pero enseguida se la asocia a una mujer pintada, sin remera, a los gritos y enfrentada con la policía y los hombres, para “demonizar” todo aquello que busque cambios profundos. Nadie se detiene a cuestionar por qué se saca la camiseta; si es un símbolo de libertad, si es un abrazo a todos los cuerpos, si es una forma de mostrar las asimetrías que hay entre hombres y mujeres dentro de los espacios públicos…
Poder hacer un análisis más a fondo como este es lo que históricamente define al feminismo radical. Nació en Estados Unidos en la década de los 70, emancipándose del ala liberal que se ocupaba de la igualdad desde el plano de los derechos políticos y civiles. Cuando estos se conquistaron, el feminismo radical se encargó de cuestionar las relaciones de poder que existían más allá del plano formal: dentro del hogar, en las relaciones de pareja, en la calle… porque “lo personal también es político”, subrayó Casanova.
La raza, las clases sociales, la orientación sexual, la identidad de género, la anticoncepción, la corporalidad, todo eso atraviesa a la lucha feminista, por lo que “no podemos mirar la situación de las mujeres como una cosa uniforme, porque el patriarcado no es el único sistema de opresión”, apuntó González.
Este es uno de los señalamientos que puede hacerse contra un feminismo transexcluyente, que toma al patriarcado como enemigo único y a la mujer biológica como víctima única, sin tener en cuenta otras vulnerabilidades ni la pluralidad que existe dentro de las mismas mujeres.
Licencia para excluir. También es justo señalar que no todas las ideas del feminismo radical resultan tan integradoras. Así como el extremo TERF, otras ramas del RadFem también se toman sus licencias. Dentro del feminismo lésbico, por ejemplo, se defienden los espacios y actividades libres de hombres, donde las mujeres puedan encontrar un lugar seguro.
Más allá de que sea cuestionable el hecho de que estar entre mujeres es sinónimo de no violencia cuando existe la discriminación y las relaciones de poder dentro del mismo género, Casanova advierte los separatismos como “un caldo de cultivo” para el feminismo radical transexcluyente. Si se deja por fuera de la lucha al género masculino, no solo cabe preguntarse de qué forma se va a lograr el cambio, sino ¿qué pasa con los hombres que transicionaron o están en proceso de transición al género femenino? ¿Y la mujer que transiciona al masculino? ¿Y las identidades butch (mujeres que se sienten más cómodas con códigos y estilos varoniles)? En el terreno de las posibles respuestas está el germinador de la violencia.
Pero la exclusión en la práctica no se sostiene. “Si un colectivo TERF organiza un baile feminista, ¿van a estar revisando genitales en la puerta?”, cuestionó Casanova.
La cúspide de la discordia llega cada año con el 8M. El paro está dirigido a mujeres y disidencias, pero ¿quiénes van a marchar? ¿Solo mujeres? ¿Mujeres y disidencias? ¿Mujeres heterosexuales con sus parejas deconstruidas? “Es un debate que ha dividido las aguas dentro del escenario feminista”, reconoció Casanova. ¿Y quién tiene la voz para decidir quién marcha? La Intersocial, que está formada por más de 20 colectivos feministas, y mixtos, lo que significó en su momento un problema con la Coordinadora: “La exclusión de los hombres de todos los espacios me parece una fantasía un poco infantil”, cuestionó González. “Es como vivir dentro de un tupper con personas que piensan igual a vos, y esa no es la vida. Nosotras queremos cambiar el mundo, no radicarnos en un lugarcito pequeño donde entremos todas”.
A pesar de la (a propósito) avalancha de preguntas, que tienen tantas respuestas como variantes del feminismo existan, la Intersocial tiene una posición clara: el paro es para mujeres (y disidencias) y la marcha es abierta a todo el mundo, en la teoría. En la práctica, se participa por bloques (radicales y TERF atrás, separándose por cuerdas), volviendo a una manifestación de integración separatista, y extrapolando lo que sucede en la marcha a las dinámicas de todo el movimiento, con “un costo político enorme”, señaló Casanova.
Todas las voces. Como caballo de Troya, desde esta ala del feminismo más radical se ha defendido la idea de que la transexualidad es una estrategia de los hombres para colonizar el movimiento, reduciendo el crisol de identidades trans solo a una: la mujer trans.
Los hombres trans no preocupan y la transición de mujer a hombre queda invisibilizada porque, desde esta perspectiva y condenados por su sexo biológico, son mujeres. Es por esto que ellas mismas rechazan ser transexcluyentes (TERF), al aceptar varones trans en su causa. “Es el argumento que les queda para decir que no son transfóbicas”, apuntó Collette.
“Acá el problema es la conspiración permanente. Pasás de una contradicción entre el biologicismo y la autodeterminación de género, a decir que el cambio climático casi que es culpa de las personas trans”, señaló González. Creer que “las personas más vulnerables de este país”, expulsadas de la vida social, de la familia, excluidas del estudio y del trabajo, son “el enemigo”, es “una confusión muy grave”.
Catalina dice no ser transfóbica, solamente reivindica que las personas trans tengan su lucha (porque entiende que “son víctimas de un sistema que no les da lo que necesitan”) por fuera del feminismo. Tiene 23 años. Activista feminista desde los 16, dice que no le costó mucho “irse” para el lado más radical del movimiento apenas entró. Participó mucho tiempo en un colectivo llamado Mujeres del Oeste que al día de hoy no está demasiado activo, como suele suceder con este tipo de organizaciones de “mujeres de a pie”, sin segundas intenciones en política. “No nos apoya ningún partido, es un feminismo más bien independiente y autónomo”. No TERF, radical.
Su feminismo aspira a que la marca 8M se agote para que la marcha deje de ser “una fiesta”. “Hay glitter, baile, perreo. No puede ser el espacio para tomar vino o cerveza, es un reclamo serio el que estamos haciendo”, apuntó.
No comparte la lucha con hombres y tampoco con mujeres trans; “son luchas bien distintas”. Una mujer trans pasó su infancia siendo varón, por lo que no sufrió la presión social que significa haber nacido mujer, explicó Catalina a Galería. “La mayoría de las mujeres pasamos por esa etapa de decir: qué horrible es ser mujer”, desde la primera menstruación, pasando por la frustración de no poder andar solas por la calle, hasta el miedo a parir. Una mujer trans no pasa por todo eso a menos que su transición se remonte a la infancia. En ese caso, “¿cómo sabe un niño que no es niño?”, cuestiona Catalina. “Si todo esto hubiese estado tan visibilizado cuando yo tenía cinco años, perfectamente podría haber sido un varón trans. No me gustaba jugar a las muñecas, no me vestía con ropa femenina…”.
Los debates sobre exclusión la hacen “gastar tiempo y energía”: “¿Cómo voy a excluir a alguien que en realidad no forma parte?”, plantea. “El espacio de una mujer trans está en el colectivo LGBT” porque no son mujeres, no menstrúan, no dan a luz. “Esto no significa que andamos por la vida diciéndoles que no pueden aspirar a ser mujer por cuestiones biológicas, como el imaginario popular piensa. Nunca en la vida le diría a una mujer trans: ‘Mirá, amiga, hacé lo que quieras, pero nada, vos tipo útero no tenés”.
Collette rechaza reducir la reivindicación de las personas trans a la Marcha de la Diversidad, que es para todos: “Dale, escondamos a las personas trans dentro de ese tumulto divino de gente así pasan desapercibidas”. La vocal del Colectivo Trans asegura que las mujeres como ella sufren por partida doble (mujer y trans) y hasta triple o cuádruple si se toma como ejemplo a una mujer trans, afrodescendiente y pobre. “Pero acá no vamos a competir por quién tuvo más o menos discriminación, el objetivo es luchar contra el patriarcado, en contra del machismo, y por la dignidad y la igualdad de todas”, concluyó Collette.
“¿Qué es el feminismo si no es radical? ¿Abortar pero poquito?”. Es una frase célebre de la escritora Gloria Susana Esquivel, que salió de su podcast Womansplaining. Y es cierta, el feminismo es conceptualmente radical para poder generar un cambio, hasta que se radicaliza tanto que se vuelve tan rígido como un dogma; un mandato que hasta cuestiona lo que significa ser mujer.
“(A las TERF) No hay que darles una importancia que no tienen“, indicó González. Si bien hay un esfuerzo por disimular lo más posible las divisiones, resulta una tarea bastante difícil. “En cuestiones de género no podés estar de acuerdo con ultraconservadores, ahí tenés un problema teórico”, señaló la integrante de la Intersocial. Es otra demostración de la tan negada teoría de la herradura: cuando dos extremos como son el feminismo TERF y los argumentos antigénero, biologicistas, se juntan en un mismo punto.
Por dilemas como estos es que el feminismo es “una ideología en construcción”. “No tenemos un camino dibujado, no sabemos hasta dónde queremos llegar y no tenemos la respuesta a todos los problemas porque todo el tiempo surgen nuevas preguntas”, concluyó esta feminista, reuniendo las voces de aquellas mujeres que trabajan activamente por la convocatoria del 8M.