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Adiós a Rafael Viñoly, un vanguardista

El arquitecto uruguayo Rafael Viñoly murió a los 78 años, en Nueva York, donde residía. En la última entrevista que mantuvo con Galería, en setiembre de 2019, recordamos su particular modo de ver la arquitectura y la sociedad, un legado fundamental para futuras generaciones

Editora Jefa de Galería

Rafael Viñoly tiene una relación especial con Uruguay. No es sentimental, porque no parece ser un hombre de atarse a las emociones. En cambio, pasa por un reconocimiento de las ventajas comparativas de un país que, para él, tiene mucho potencial. Después de un 2018 intenso, con la polémica por los proyectos de remodelación del Hotel San Rafael, el arquitecto vuelve a las noticias locales con un nuevo edificio de oficinas al mejor estilo Manhattan, en la rambla del barrio Palermo. Mientras construye un aeropuerto en Italia, un conjunto urbano en California, un hospital para la Universidad de Stanford, edificios en Nueva York y un complejo en Londres, Viñoly vino a Montevideo a la inauguración de su último proyecto en el país. Con una actitud más relajada y comunicativa, conversó con galería sobre cómo la arquitectura se ha convertido en un bien más de consumo, mientras que su verdadero cometido está en promover el avance en los modos de vida de las personas. También habló de la confusión entre preservación y desarrollo, entre otros temas. Con amabilidad posó para las fotos sin quitarse uno de los cuatro pares de lentes exactamente iguales que siempre lleva puestos: uno para lejos, otro para cerca, un tercero para el sol y el cuarto para tocar el piano, otra de sus pasiones, y que pone en práctica en cada lugar adonde va.

¿Cuáles fueron las particularidades del proyecto del edificio de oficinas Plaza Alemania, recientemente inaugurado?

Más que nada la importancia del sitio, que aunque estaba percibido como un lugar no de primera línea, se demuestra que es de una belleza extraordinaria, en una posición completamente reconocible, icónica. Y el otro aspecto importante también era el de introducir un producto al mercado que de por sí fuera un salto en los estándares de performance sobre cómo un lugar de trabajo debe funcionar. Que no es demasiado diferente a lo que hacemos en cualquier otra parte del mundo. Es una intervención menos conectada a la moda pasajera y mucho más a la posibilidad de hacer una inversión importante en un lugar que tiene, como siempre dije, un futuro extraordinario y en un sitio superespecial.

¿A qué futuro extraordinario se refiere?

Hablo del país, y lo digo desde hace muchísimos años. Tal vez sea difícil verlo desde adentro, pero el Uruguay tiene todas las condiciones para convertirse en un destino internacional. Es un país que tiene una tradición democrática, legislativa y de sociedad civil incomparable en la región. Tiene, como todos estos lugares, una gran carga burocrática resultado de años de inflación del sector público, pero a la vez tiene una población extraordinariamente bien preparada, con un sentido de civilidad y de normas que es admirable. Yo creo que es probable que con el nivel de conflicto general que existe en el mundo, se convierta más y más en un lugar donde la gente piense que puede venir a hacer una contribución a una sociedad que lo recibe con gusto. Y esto no es solamente un retirement package (paquete de retiro), sino que es para tener una vida normal, interesante, en un lugar que está lleno de cultura y de belleza natural. Y creo que esto es una pequeña contribución a esa idea de que es muy probable hacer de este lugar uno completamente único, como lo fue en los años 30.

¿Qué se precisaría ahora para que sucediera eso?

Decisión.

¿Política?

No tanto política, sino ejecutiva. La política siempre es un proceso estratégico para ganar popularidad que después no sigue con la habilidad ejecutiva de implementar. Pero este lugar se arregla muy fácil, y creo que al final se está arreglando, el problema es que estos son plazos históricos. Pero seguro están las condiciones para armar un país donde la comunidad tenga significado, donde la protección a la naturaleza sea ejercicio, sobre todo que no caiga en estos ciclos infernales de especulación que no duran nunca más que un gobierno. Esta es una ciudad extraordinaria, que tiene una belleza intrínseca fenomenal, y por eso es que todo esto se produce dentro de una insistencia mía personal por ver qué es lo que se puede hacer acá.

¿Es muy distinto proyectar un edificio para Manhattan que uno para Montevideo?

No. Son los mismos problemas, tal vez a distinta escala. Un edificio es una apuesta a largo plazo basada en el hecho de que la inversión inicial puede producir un retorno económico a la vez que un retorno de tipo cultural, que sirva para algo, que a la gente le parezca que está bien. El problema más difícil de proyectos como estos en cualquier lugar es el proceso de permisos, es cómo uno encuentra la forma de tener la libertad de poder hacerlo. La otra dificultad es que hay mucha menos opción de inversión en lugares como este que en Nueva York, pero en general las dificultades son las mismas, y las respuestas prácticamente las mismas también. Los edificios en Manhattan normales y los edificios de Montevideo normales están sujetos a los vaivenes de la moda, que es un fenómeno completamente reciente, 30 o 40 años, en el que la arquitectura ha pasado a ser una especie de reedición del fashion system. En la moda cada diseñador hace seis colecciones por año, uno tiene suerte de hacer un edificio por año, o un edificio en seis años. Y yo siempre he adoptado la posición de que estas son cosas que tienen que tener una vida útil mucho mayor que la que te permite el consumo a través de los medios, la fotografía, el momento de la inauguración. Y a eso se responde siempre con una actitud que recupera la conexión entre el edificio, la ciudad, el paisaje y, sobre todo, una cosa bastante difícil de definir que es esa especie de cuota de dignidad que tienen estas formas que nosotros hacemos. Este edificio no es estilísticamente fácil de adscribir al tren consumista que se lee en las revistas. Y si tú lo ves de lejos, y de cerca, y de adentro, eso se nota. No parece demasiado preocupado por gritar, más bien habla bajo.

¿La arquitectura va adelante y propone en el camino del desarrollo y los cambios urbanísticos, o por el contrario, llega para resolver situaciones y dar infraestructura a algo que se estaba necesitando?

Creo que la arquitectura debe promover el cambio del uso. Es como la idea más importante para mí de un edificio. Cuando uno recibe a un cliente que le dice qué es lo que quiere hacer, en general el cliente sabe poquísimo de lo que quiere hacer. Y a veces sabe muchísimo de algo que es una descripción del uso, y que es una descripción anquilosada que no tiene futuro. O sea que el trabajo del arquitecto no es encajonar lo que ya está previsto, sino que la parte más interesante de este oficio es que uno tiene que pensar cómo evoluciona todo, cómo se evoluciona trabajando, cómo se evoluciona en el tema residencial, en los servicios, en el tema hospitalario, de transporte. Es más bien esa propuesta la que a mí personalmente me interesa. La de darle un twist.

En ese sentido, ¿cuánto hay que considerar a las personas que van a usar el espacio que usted está creando, y cuánto hay de innovación y de proponer un estilo de vida distinto?

Creo que el tema de quién lo usa o quién lo paga, que es prácticamente lo mismo, es uno de estos grandes problemas que ha tenido la arquitectura recientemente, que es como que el usuario y el dueño son males inevitables, cuando en realidad si no fuera por los usuarios y por los dueños, no hacés nada. Lo importante es que en la lógica de la inversión y del retorno de la inversión —y esto se puede entender igual si el cliente es público o privado—, no es solamente cómo se mide en los libros de contabilidad, es también todo lo que viene conectado con esto, la construcción de un prestigio, la respuesta que este producto llamado edificio tiene en el lugar donde se inserta. Cuando empezamos a mirar este terreno nos decían que acá no se podía hacer nada. Y esto es lo genial que tiene, que todo puede cambiar de esta manera. Si no se hace algo, si todo se transforma en la descripción de un programa, es muy difícil que exista progreso. Y pienso que el Uruguay está receptivo para eso. Le falta esta especie de empuje, de dirección, tiene que sobreponerse a una tradición de proceso burocrático, y dedicarse a implementar. Es como el tema de la papelera, te acordás que era todo un lío infernal, y ahora es el 30% del producto bruto, una sola compañía. ¿Y por qué vinieron acá? Porque en Argentina les pedían coimas del 20% antes de empezar. Y acá nadie te pide coima, y eso es una cosa que la gente no se da cuenta de lo genial que es. Y lo genial que es que podamos estar hablando de estos temas, y para mí esa es una de las condiciones más importantes que tiene esta sociedad, que es una sociedad de respeto, no solo a la institución, sino a la gente también. La violencia es distinta y la pobreza es distinta acá. Es una pobreza noble, lo cual no quiere decir que tenga que existir, pero no tiene una situación de desajuste entre el conflicto y la posibilidad de sobreponerse a eso, en comparación con los vecinos. Y no es por comparar, sino que esos vecinos forman parte de tu mercado también. Y yo lo que siempre pensé es que Uruguay tiene la posibilidad de tener otro mercado.

¿En qué está el proyecto del San Rafael?

Está en proceso de construcción. Es un proyecto que es emblemático de la confusión con respecto a la preservación y al desarrollo, dos cosas que no necesariamente tienen que estar contrapuestas, pero que usualmente se presentan como contrapuestas. La preservación es siempre un tema que está ligado al registro de qué es lo que ha pasado dentro de lo que nosotros consideramos historia reciente. Yo me acuerdo del Punta del Este de los años 50. Esto no es lo mismo que aquello. De golpe, aparece esta contradicción entre la gentrificación y la economía de este lugar, que es cíclica, porque depende del cliente equivocado, que está allá (señala al otro lado del Río de la Plata). Si vos armás tu proyecto de ciudad sobre una idea cíclica que no dura más de cuatro semanas, no podés protestar.

En principio habían dicho que no se iba a demoler y al final se demolió. ¿Qué pasó?

No, no es que no se iba a demoler. Yo siempre dije que el proyecto del San Rafael necesitaba una reconstrucción. Pero además, hay otra cosa muy importante, que es esta idea falsa de la función de la arquitectura como soporte de la memoria colectiva. Y esto pone sobre la mesa el tema importantísimo acerca de la calidad de lo que mantenés, y a veces tenés que mantener una porquería infernal porque está cargada de sentido. Pero de ahí a que esa situación tenga algún reflejo con respecto a lo que es valorable arquitectónicamente hay una distancia descomunal. Es cierto que el San Rafael es un lugar memorable. Pero es una intervención pseudohistoricista del año 30 y pico, 40, mal hecha, porque eso no es (estilo) Tudor. Entonces, lo vamos a hacer de nuevo pero lo vamos a hacer bien.

¿Lo van a reconstruir, entonces?

Todo. Bien hecho. Con la misma forma del edificio que no se va a dar cuenta nadie, y sobre todo con una construcción que pueda durar otros 80, 90 años.

Estaba en muy mal estado.

Se caía solo. Ahora, ¿tenés que salir a explicar esto? A una cierta edad ya no tenés más ganas de explicar. Yo he hecho proyectos de este tipo, 10 veces más grandes, en dos lugares bien diferentes, que pareciera que no tendrían que ser diferentes, como son Nueva York y Londres. En Nueva York hay una ley que te dice: adentro de esto vos podés hacer lo que quieras, y en Londres no hay ninguna ley, y tenés que hablar hasta que te quedás dormido con todo el mundo. Los mejores edificios salen en Londres, porque de hablar generás cosas, la gente que habla más o menos sabe de lo que habla. El problema aquí es que la gente está influida por otra gente que tiene otras intenciones, que son siempre en el campo académico o dentro de la politiquería, que se acaban todos en 10 minutos.

¿Hacia dónde cree que va la arquitectura en el mundo?

Yo creo que con un poco de suerte va a volver a lo que siempre fue, una cosa de una enorme responsabilidad cívica y cultural, que no se puede consumir en 15 minutos o por televisión o en una revista. Lo que peor le ha pasado a la arquitectura es el Ipad y las revistas de arquitectura, porque uno se mata para que te publiquen, pagás 500 dólares para que te saquen la mejor foto, salís como un campeón, y después detrás se cae todo. Esto es una profesión para la cual tenés que tener una oportunidad de verificación de cómo funciona. Es como pasa con el aeropuerto, también dijeron que era una porquería y ahora es una cosa genial. Con esto es igual. Y con aquello (San Rafael) va a ser lo mismo.

¿En qué proyectos está trabajando ahora?

Estoy haciendo un aeropuerto en Italia, un conjunto urbano muy grande en Cupertino (California) frente a donde está Apple, estoy haciendo un hospital muy grande para la Universidad de Stanford, estamos haciendo otros edificios de vivienda en Nueva York, y un complejo muy importante en una parte de Londres. Pero esto (Plaza Alemania) es tan importante como cualquiera de esas cosas. Cualquier persona normal tiene una relación con su trabajo en la que posee una cualidad internalizada que consiste en que con cada cosa que hacés aprendés algo más, y te parece que una vez aprendido podés hacer las cosas mejor.

¿Cómo es su casa?

Después de más de 30 años nos mudamos de un apartamento donde ahora está la oficina a un edificio de estos industriales reciclados, todo dentro de Tribeca. La primera vez que fuimos a este barrio había que poner rejas en las ventanas porque estaba complicado, un día mataron a tres tipos en la puerta del estudio, y ahora es el lugar más banana del mundo.

¿Por qué elige vivir ahí?

Porque es un lugar donde el sentido de la comunidad está más en la calle, no como en la Fifth Avenue o el Upper East Side o West Side, que por temas de densidad son muchísimo más anónimos. No es que a mí me importe mucho, pero a mi mujer le importa.

También tiene una casa en Londres.

Sí. Ahí tengo una casa de esas que eran las caballerizas de una casa más grande, en un lugar fenomenal en el medio de Londres, pero es una casa chica, tengo un piano, una cama, dos baños.

Tiene casa en Nueva York, casa en Londres, y de Uruguay se fue a los cinco años. ¿Por qué siempre vuelve?

No por ninguna cosa, ni melodramática, ni de nostalgia, porque la verdad que después de todos estos años de vivir como un inmigrante aprendés no solamente a valorar lo que ves, sino también a no darles importancia a las cosas que te atan a un lugar, porque sabés que todo eso puede terminar en tres días. Y este es un lugar increíble. Si vos vas a la Costa Azul, no es mejor que esto, es peor.

¿Tiene familia acá?

La verdad que no sé si tengo, pero debo tener, sí. Yo voy a Punta del Este. Tengo una casa en San Carlos, donde veo el pasto, las vacas, y la gente es genial. Yo soy muy poco familiero, incluso con mi familia, porque me parece que cuando te empezás a sentir semiprotegido por esas cosas, en realidad es como que también te empezás a anquilosar. En la vida, por el tiempo que dure, más vale estar siempre en challenge. Pero las oportunidades que hay acá son extraordinarias, un lugar fenomenal. ?Les falta una buena orquesta, que no tienen.