En los
primeros 10 meses de 2022, cada 9 días se mató o se intentó matar a una mujer
por su condición de tal.
¿Por qué se quedan? Es la pregunta que muchos se hacen
cuando se sabe que otra mujer fue asesinada por su pareja (o expareja) en un
encuentro pactado entre ambos. Hace falta conocer las dinámicas internas de
esta clase de vínculos para entender el porqué de ciertos comportamientos.
Los vínculos
traumáticos no tienen edad, pero sí es cierto que la parte manipuladora de la
pareja encuentra tierra fértil para sus estrategias en la vulnerabilidad o
inocencia del otro, cualidades bien propias de la adolescencia.
El ciclo de
la violencia, según Álvez, comienza con el llamado bombardeo de amor. En esta
fase es cuando el agresor hace todo por hacer sentir a la víctima la persona
más especial del mundo a través de regalos, mensajes de amor, atenciones
excesivas. “Es la etapa en que el abusador le va a dar a la víctima lo que la
víctima necesita”, explica la psicóloga.
Justo cuando la víctima empezó a habituarse a esas demostraciones, y a
necesitarlas, viene la fase de la devaluación. “Después de que te dije que sos
la criatura más especial del planeta Tierra empiezo a encontrarte los defectos,
a desvalorizarte. Las críticas pueden ir variando de acuerdo a la persona:
pueden ir por la belleza, la inteligencia, la capacidad o por ningunear tu
profesión en caso de que la tengas”. Pueden partir de alguna vulnerabilidad de
la víctima o de algo totalmente inventado, pero el fin es siempre el mismo:
minar su autoestima.
Lo que sigue se llama descarte y empieza sembrando inseguridad en la
víctima. “Empiezan a seducir a compañeras de trabajo, de liceo, a meter a otras
personas en el vínculo. No necesariamente van a ser infieles, pero te dan a
entender que tienen muchas posibilidades, que son personas deseables”.
“Cuidame”, parece ser el mensaje que envían. Eso es lo que llaman
triangulación, que algunas veces termina, efectivamente, en el descarte, el
abandono. “Ahí la víctima se siente totalmente desolada”.
En el 90% de
los casos, dice la psicóloga, el agresor vuelve, y lo hace con una nueva
estrategia: el hoovering (de aspirar); reaparece dispuesto a retomar
contacto y manipular para recomponer la relación. “Con ese hoovering
—una fase a la que otros autores llaman luna de miel— lo que hacen es atraerte
de nuevo con todas las promesas: ‘Voy a cambiar, te voy a ser fiel, te voy a
respetar”. Y así se completa el ciclo, que puede repetirse indefinidamente.
Esto produce un vínculo traumático entre la víctima y su abusador, que casi
siempre, según Álvez, encaja en un perfil de personalidad psicopática, del
trastorno antisocial o narcisista.
Este tipo de
relación se sostiene mucho en la dependencia emocional, y ahí se explica por
qué las víctimas no pueden (o les cuesta mucho) alejarse. “Es como una
adicción: ‘no puedo dejar este objeto de amor, no puedo soltarlo, lo necesito
para vivir’. Lo que ata mucho es esa promesa de amor y también la sexualidad:
“Utilizan el sexo como un arma. Incluso a veces te premian o te castigan con el
sexo: te lo dan o te lo quitan”. A tal extremo llega a veces esa necesidad de
las víctimas que pueden caer en la depresión o sufrir ataques de pánico si
sienten que pierden al otro.
Trampas
mentales. Al parecer
hay tres trampas mentales básicas que las víctimas de estos vínculos se juegan
de forma inconsciente. Una de ellas es la negación. “Es un mecanismo psicológico
de defensa de nuestra mente, pero llega a tal extremo que se llama amnesia
perversa. Este tipo te pegó el mes pasado y vos te olvidaste, o lo empezás a
minimizar o a justificar. Es un alejamiento de la realidad”, explica Álvez.
La disonancia cognitiva también entra en la ecuación. “Se da cuando
tenemos dos pensamientos diferentes, opuestos, que entran en conflicto. Si hoy
mi novio me trajo flores y chocolates y me hizo pasar la mejor tarde, mi mente
traduce: hombre bueno. Ahora, si mañana este novio me tiró al piso o me dijo
‘sos una estúpida’ o ‘no servís para nada’, mi mente piensa: hombre malo. ¿Y
qué pasa? Que el cerebro se marea, bueno, malo, bueno, malo, y empieza a entrar
en conflicto”. Es entonces cuando se activa la disonancia cognitiva, que hace
que la persona no pueda entender cuál es la realidad.
Otra trampa mental que ayuda a sostener este vínculo traumático es el
refuerzo intermitente. En general, cuando hacemos algo positivo podemos obtener
una recompensa, y cuando un comportamiento tiene una recompensa positiva, el
cerebro busca repetir esa conducta. “Si hoy mi novio me dijo que me amaba, hay
una recompensa positiva. Mi cerebro constantemente va a estar buscando que
vuelva a ocurrir, pero como no importa lo que vos, víctima, hagas, el comportamiento
del abusador siempre va a ser errático, la mente entra, otra vez, en
conflicto”. No importa lo que la víctima haga o sus cualidades, porque el otro
puede un día premiar y otro día castigar la misma actitud. Esto es lo que se
llama refuerzo intermitente.
La psicóloga
advierte que esta dinámica se da también en una escala menor (pero bastante
frecuente) en relaciones tóxicas que no alcanzan un desenlace trágico.
Lo peor del amor romántico. Entre la
generación Z y la Alfa se ubican quienes hoy transitan la adolescencia. Aunque
por lógica se tendería a pensar que son versiones más evolucionadas en
cuestiones de género que sus antecesores, la generación X y los millennials,
en los hechos no es tan así. “Cuando los gurises se enamoran empiezan a quedar
atrapados en esas nociones que están tan naturalizadas que ni uno se da
cuenta”, explica Tuana. “Es como la maternidad, que cuando tenés un bebé se
aprieta un botón y la culpa te aparece. Por más reflexión feminista que tengas,
eso está ahí, casi que en el ADN. Bueno, en el amor romántico pasa lo mismo”.
Si bien el cómo se es varón y cómo se crece varón es un mandato que ha
cambiado en algunas actitudes —hoy se ve a más padres participando en la
crianza de sus hijos, la limpieza de la casa, cocinando—, no se ha transformado
demasiado en su núcleo más duro, opina Tuana. “Se sigue reproduciendo esta idea
de que un varón tiene que demostrar que es una persona fuerte, que nadie lo
puede herir en su honor, que de alguna manera tiene que defender su hombría. Entonces,
‘¿cómo puede ser que te pongas ese escote donde se te ve todo para salir
conmigo? Te estás regalando, me querés dejar como un pelotudo’. Y ahí
empezamos”. La magíster en Políticas Públicas de Igualdad, que participó como
tallerista en la campaña “Nunca más a mi lado” —que organiza hace más de 10
años la banda No Te Va Gustar, la Bancada Bicameral Femenina y la Red Uruguaya
contra la Violencia Doméstica y Sexual—, conversó en esas instancias con
adolescentes sobre relaciones de pareja libres de violencia y confirmó que
muchos de ellos estaban reproduciendo en sus vínculos todas estas lógicas de
control, de celos. “Ahí aparece lo de la prueba de amor: si confiamos el uno en
el otro, nos tenemos que compartir todo, la contraseña de las redes, el celular;
me tenés que mostrar a quién le diste like, a quién no”, cuenta Tuana, y
advierte que ese tipo de comportamiento es bastante recíproco, porque también
se ve en las mujeres: “Dentro de su mandato también tienen que cuidar que no
venga ‘la otra’, rival, a sacarle el novio. Eso es también muy de la
socialización de género de las mujeres. La otra es mi rival, no nos enseñan la
sororidad”. La diferencia es que las mujeres no se ponen en un rol de
imposición, dominación, control, amenaza y hostilidad si el otro no sigue sus
órdenes; “eso es bien del mandato masculino”.
Estas
pequeñas señales de alerta son las que trabaja Tuana en los talleres, además de
otros temas, como el consentimiento sexual. “En un taller un gurí nos decía que
a él nadie le había hablado de consentimiento sexual, ni sus padres, ni sus
amigos”.
Tanto Álvez como Tuana hicieron referencia a la cultura del silencio, del
“no hacer nada”. “No ser soplón, no ser alcahuete, cubrir siempre; los amigos
se cubren. Entonces, de repente un amigo ve que otro está en cualquiera pero no
lo va a quemar. Hay tantas puntas que empezás a desmenuzar y te das cuenta de
que estamos a años luz en este tema”.
Política de estado. ¿Por dónde atacar un tema tan
enraizado en la sociedad y que se agrava año a año? Según Tuana, jerarquizarlo
es la cuestión. “Cuando lo jerarquizás lo que hacés es transversalizar el tema
en todos los ámbitos, entonces lo colocás en el turismo, en la salud, en la
seguridad, en la educación”. En este último punto es donde tal vez pone más fichas.
Convencida de que no alcanza con algunas campañas puntuales (desde 2017
InMujeres y Mides llevan adelante “Noviazgos libres de violencia”, una campaña
anual que busca promover a través de actividades las relaciones no violentas en
la adolescencia y juventud en 50 días de reflexión), visualiza un futuro en el
que una materia —que podría titularse Educación Sexual Integral— acompañe a los
niños desde inicial y durante toda la Primaria con contenidos adaptados a cada
edad. “En esa materia vas a estar trabajando en los derechos humanos, la
relación en igualdad de género, ayudás a los chiquilines a realmente vivenciar
esto de que los colores no tienen género, los juguetes no tienen género, no hay
más fuertes o menos fuertes; que cada persona puede elegir y ser libre dentro
de sus posibilidades, pero en sus proyecciones, en sus deseos. Me parece que
hay un mundo de cosas que hay que trabajar —bullying, discriminación
homofóbica, transfóbica, racismo— que tienen que ver con los derechos humanos y
la construccion de sociedades en igualdad”. Si se aplicara un plan de este
estilo, Tuana está convencida de que en 10 años se podría cambiar la mirada de
esas nuevas generaciones.
Según datos
del Ministerio del Interior presentados en noviembre de 2022, de enero a octubre
de ese año se registraron 33.350 denuncias por violencia doméstica, 110 al día,
una cada 13 minutos. De esas denuncias, 64% fueron contra parejas, exparejas o
personas con quienes las víctimas (75% mujeres) mantenían un vínculo
afectivo-sexual (75,5% de los indagados fueron varones).
“Hace tiempo que venimos hablando de que necesitamos un Ministerio de
Igualdad para jerarquizar este tema, para sentarse en la mesa con el presidente
de la República y los subsecretarios, y colocar el tema como eje en la vida del
país”, dice Tuana. “Mis padres luchaban con un escarbadientes diciéndome que no
fumara. Lo que se hizo con el tabaco no fue solo una campaña, fue una política
de Estado antitabaco, y realmente hoy, si vos querés fumar, tenés que hacer un
esfuerzo importante”. En su opinión, para erradicar la violencia de género hace
falta mucho más que una campaña, hace falta una política de Estado.
Las banderas rojas. A escala micro, hay cosas por hacer
en cuanto a los vínculos que se vuelven traumáticos en adolescentes. Siempre
conviene estar atento a algunas banderas rojas, y lo mismo como padres, existen
también llamadores a los que prestar atención. “Hay que acercarse a los gurises
no desde un lugar de soberbia, sino bajar, hablar con el corazón y prestar atención
a lo que está pasando”, sugiere Álvez. También es importante dejar de
normalizar cosas que duelen. “Si a vos te duele que tu novio le puso un me
gusta a una chica en bikini, es válido, entonces tenés que poner un límite ahí.
Porque aunque lo haga todo el mundo, si a vos te duele, no está bueno. Si
alguien rompe tu primer límite, capaz que no es el lugar sano para estar”.
Según la experta, a veces somos demasiado comprensivos con conductas que
después nos terminan jugando en contra. Su recomendación es bajar la tolerancia
con las cosas que duelen. Y como padres, estar alertas, aunque aclara que estos
vínculos se pueden dar a cualquier edad y en cualquier persona.
En caso de estar atravesando una situación de violencia
doméstica, se puede llamar al 0800 4141, un servicio de orientación telefónica
para mujeres gratuito, confidencial y de alcance nacional que atiende los 365
días del año, las 24 horas del día.