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Dos paisajistas uruguayos ganaron el oro en una exhibición internacional de jardines en Shenzhen

El arte de modificar la naturaleza puede tener un sentido reivindicativo, como el que impulsa el trabajo de Paula Rial y Alejandro O’Neill en China
Redactora de Galería

Río de Janeiro es el escaparate principal de las creaciones de uno de los máximos exponentes de la arquitectura del paisaje del siglo XX en Latinoamérica, el brasileño Roberto Burle Marx. Abrazado a la flora local, diseñó impresionantes manzanas verdes y resignificó las características ondas de las veredas de Copacabana, presentando en bandeja de plata lo que sería el puntapié de los jardines modernos que combinan urbanismo y naturaleza con arte.

Mientras tanto, en Uruguay, también había cabezas pensando en clave revolucionaria, como Leandro Silva Delgado. Amigo de Burle Marx, estudió en la Escuela Nacional Superior de Paisaje de Versalles, donde desarrolló una triple faceta de paisajista, artista plástico y arquitecto. Diseñó la disposición del predio del actual Museo Nacional de Artes Visuales, pero sabía que en Uruguay no iba a crecer mucho más, y el posterior reconocimiento que sí recibió en España fue la prueba de eso.

Afortunadamente, la realidad del paisajismo en el continente, y más precisamente en Uruguay, poco a poco fue cambiando debido al trabajo de profesionales como la naturista Amalia Robledo y lo seguirá haciendo gracias a los dos uruguayos recientemente galardonados con una medalla de oro en la exhibición internacional de jardines en Shenzhen, China; un evento de paisajismo y horticultura de primera línea, que expone 44 jardines en 38.000 metros cuadrados. Paula Rial y Alejandro O’Neill recibieron en abril el Gran Gold Award en el Greater Bay Area Flower Show por su diseño Campo Sucio, que apuesta (entre otras cosas) a resignificar la flora nacional uruguaya en un continente diferente. Pues los jardines de exhibición, también conocidos como jardines efímeros, son montados especialmente para esta muestra con un objetivo social, cultural o reivindicativo.

El equipo. Rial es la coordinadora académica de la carrera de Paisajismo de la Universidad ORT Uruguay, en donde O’Neill también es docente. Ella se recibió de arquitecta a pesar de que a mitad de la carrera se diera cuenta de que eso no era lo suyo. Tampoco sabía que quería ser paisajista hasta que estudió un posgrado en botánica para mejorar las pinturas de flores que hacía para los empapelados gigantes en la Fundación de Arte Contemporáneo, donde conoció a O’Neill.

Paula Rial y Alejandro O'Neill. Foto: Mauricio Rodríguez Paula Rial y Alejandro O'Neill. Foto: Mauricio Rodríguez

Se fue de intercambio a Inglaterra seis meses por una beca en la Universidad de Manchester­ y terminó quedándose dos años, pero no fue hasta que estudió un posgrado en Proyecto de Paisaje en la Universidad de la República, exclusivo para arquitectos e ingenieros agrónomos, que encontró su oficio en este mundo.

Aunque no tenga mano verde como O’Neill, el fuerte de Rial es el diseño y armado de espacios exteriores. Su compañero, en cambio, viene de una familia con vivero y estudió una tecnicatura en la Escuela de Jardinería del Jardín Botánico. Aunque todo lo que aprendió también fue en Europa, directamente trabajando en el área durante más de cinco años, hasta que finalmente abrió su propio estudio de diseño de paisaje que lleva su nombre, dedicado al paisajismo mediterráneo.

O’Neill fue dos veces ganador (en 2017 y 2018) de las cinco estrellas del Chelsea Flower Show, el espectáculo londinense de jardinería organizado por la Royal Horticultural Society­. Pero fue después de varias premiaciones que comenzó a volver más seguido a Uruguay, donde poco a poco la oferta de trabajo para paisajistas se iba consolidando.

Él ya lleva un largo historial de Garden Shows, mientras que el de Shenzhen era el primero para Rial. Ella estaba de vacaciones cuando O’Neill apareció con la ambiciosa propuesta de armar un jardín en China. Para él, los proyectos de trabajo tienen que ser así, “divertidos”, si no directamente no los acepta.

A esta dupla se les unió la arquitecta, diseñadora y artista china Maggie Wu Wai Chung, quien había trabajado anteriormente con O’Neill. La organización del evento lo invitó y él fue el encargado de armar el equipo. “Fue el proceso de diseño que más disfruté”, contó a Galería, a pesar del poco tiempo del que disponían. Desde el llamado, los tres tenían exactamente un mes para presentar el concepto y a partir de allí armar los renders. Con esto último colaboró una estudiante de primer año de la carrera de la ORT, Marcela Tucci, que, sin dormir, demostró lo unida que está la academia a la hora de defender a los profesionales uruguayos.

El proceso creativo comenzó con una “demencia de ideas” en una dinámica compleja en la que todos tenían usos horarios extremadamente distintos; Wai Chung estaba en China, O’Neill en Francia y Rial en Uruguay. Sin embargo, todo salió perfecto porque cada uno supo asumir su rol pero tenían la misma forma de trabajar. “Los tres tenemos los mismos problemas de concentración, a todos nos apasiona el arte y vincularlo al paisajismo y la arquitectura, y los tres tenemos un humor negro muy fuerte”, describió O’Neill.

La idea ganadora. A las cinco de la mañana, Wai Chung mandó la foto de una medalla al grupo de WhatsApp del equipo. O’Neill contestó con un uruguayísimo “nos ganamos todo”, mientras a Rial la despertaron un montón de mensajes de madrugada que no entendía. No sabía ni que había un premio. O’Neill se contentaba con que solamente construyeran su idea, pero Wai Chung iba por todo. Ella fue el alma de las estructuras de material, que hizo primero en origami para mostrárselas al constructor, quien usó el papel como modelo. Los materiales eran bambú y hierro, haciendo del diseño algo sustentable. La obra supo ser primero una pared de plantaciones altas (para que no se viera el entorno del predio), luego una isla, un valle, un camino, unidos finalmente por formas ondulantes que le aportaron cierto movimiento.

Llamarle Campo Sucio no pretendía ser un suicido por literalidad, porque tampoco era precisamente el nombre del jardín que Rial y O’Neill habían creado. Su diseño en realidad se llamaba Remnant Nature, o al menos esa era la traducción al inglés más precisa de un concepto en chino que hacía referencia a una naturaleza que sobrevive contra todo pronóstico.

Remanentes podría haber sido la opción final, pero el jardín necesitaba un nombre más uruguayo, así que O’Neill adoptó el nombre del proyecto de su familia, Campo Sucio, que el año pasado recibió una beca de la fundación Ama Amoedo dedicada a apoyar el arte contemporáneo. La propuesta apunta a cambiar la forma de percibir la flora local. “¿Por qué les decimos sucio a los chircales o tratamos a la pradera como una mugre?”, reflexionó.

Reivindicar el campo encajaba perfecto con el margen de acción que permitía el festival. Resultaba que en el marco del evento, China importaba palmeras butiá de Uruguay, dato que O’Neill y Rial no dejaron pasar y pidieron 25 ejemplares de cinco metros de alto para incluir en su diseño. A la flor oficial del festival, los rododendros, no le prestaron atención y en su lugar plantaron caña y colas de zorro. “Con eso representamos la parte más estructural de un palmar de butiá, que es algo bien nuestro. Queríamos que estuviese Uruguay en ese jardín”, dijo O’Neill. El diseño quedó pronto en tres días. “Lo que imaginamos se estaba haciendo en minutos en China, no lo podíamos creer“, recordó Rial.

A no bajar los brazos. El equipo ya tiene pensados otros proyectos en conjunto y anticiparon un espacio ya no itinerante para 2025: “Vamos a dejar una huella para siempre en China”, aseguró O’Neill.

Poco a poco, a ambos los están convocando cada vez más como referencias. Sin embargo, el reconocimiento no trasciende mucho más allá del ámbito académico. Una vez que recibieron el premio ninguno de los dos logró viajar a Shenzhen para ver el resultado final durante el mes que estuvo su trabajo expuesto. O’Neill se movilizó bastante para encontrar algún actor que lo apoyara con los pasajes a China pero no hubo caso. Por otro lado, Rial no encontraba la manera de equilibrar el viaje con su maternidad.

Foto: Mauricio Rodríguez Foto: Mauricio Rodríguez

Así de desapercibidos pasaron los primeros uruguayos en llevarse el oro en una exhibición internacional de jardines, que no suelen dar reconocimientos a paisajistas sudamericanos­. Sin embargo, Rial aseguró que el paisajismo está creciendo en Uruguay si lo compara con cómo era hace más de una década, cuando ella empezó a trabajar. En esto colaboró el hecho de que vinieran tantas personas de otros países a vivir a Uruguay. Al principio, sus clientes eran casi todos extranjeros (brasileños, argentinos y europeos) que la contrataban no solo para diseñar un jardín, sino también un balcón o una terraza. “Ellos ya vienen con el chip de que a la casa la hace el arquitecto y al jardín el paisajista, y quizás el interior lo diseñan los interioristas”, explicó.

Ahora en Uruguay “hay laburo interesante”, según O’Neill, y la carrera apunta a ser lo más cosmopolita y global posible, con docentes que dan clases desde Nueva York o Barcelona, para que la proyección sea de lo más ambiciosa: “En la medida en que el nivel de la educación suba, el del paisajismo en general también”.

No se trata de intervenir la naturaleza porque sí, ni por un fin meramente decorativo o de diseño, si bien una de las partes más disfrutables es la de jugar con el tiempo y sentirse un escenógrafo que ve cambiar las plantas, los colores y los aromas, según Rial. Ella escucha mucho la petición de “poner más verde”, que no se traduce llanamente en plantar pasto. “Tiene que haber polinizadores, tenemos que poner árboles, nativos si se puede”, explicó.

“El paisajismo, como el arte, también refleja lo que está pasando en la sociedad. Entonces a través de él también podemos dar un mensaje sobre cambio climático, o defender la pérdida de carácter de los lugares cuando se quiere hacer una Toscana en cualquier parte del mundo”, señaló O’Neill. Su idea es la de reivindicar un carácter local y mostrar que la nueva generación de paisajistas tiene una conciencia ecológica que aporta un valor agregado a su trabajo.