Mientras
tanto, en Uruguay, también había cabezas pensando en clave revolucionaria, como
Leandro Silva Delgado. Amigo de Burle Marx, estudió en la Escuela Nacional
Superior de Paisaje de Versalles, donde desarrolló una triple faceta de
paisajista, artista plástico y arquitecto. Diseñó la disposición del predio del
actual Museo Nacional de Artes Visuales, pero sabía que en Uruguay no iba a
crecer mucho más, y el posterior reconocimiento que sí recibió en España fue la
prueba de eso.
Afortunadamente, la realidad del paisajismo en el continente, y más
precisamente en Uruguay, poco a poco fue cambiando debido al trabajo de
profesionales como la naturista Amalia Robledo y lo seguirá haciendo gracias a
los dos uruguayos recientemente galardonados con una medalla de oro en la
exhibición internacional de jardines en Shenzhen, China; un evento de
paisajismo y horticultura de primera línea, que expone 44 jardines en 38.000
metros cuadrados. Paula Rial y Alejandro O’Neill recibieron en abril el Gran
Gold Award en el Greater Bay Area Flower Show por su diseño Campo Sucio, que
apuesta (entre otras cosas) a resignificar la flora nacional uruguaya en un
continente diferente. Pues los jardines de exhibición, también conocidos como
jardines efímeros, son montados especialmente para esta muestra con un objetivo
social, cultural o reivindicativo.
Se fue de
intercambio a Inglaterra seis meses por una beca en la Universidad de
Manchester y terminó quedándose dos años, pero no fue hasta que estudió un
posgrado en Proyecto de Paisaje en la Universidad de la República, exclusivo
para arquitectos e ingenieros agrónomos, que encontró su oficio en este mundo.
Aunque no
tenga mano verde como O’Neill, el fuerte de Rial es el diseño y armado de
espacios exteriores. Su compañero, en cambio, viene de una familia con vivero y
estudió una tecnicatura en la Escuela de Jardinería del Jardín Botánico. Aunque
todo lo que aprendió también fue en Europa, directamente trabajando en el área
durante más de cinco años, hasta que finalmente abrió su propio estudio de
diseño de paisaje que lleva su nombre, dedicado al paisajismo mediterráneo.
O’Neill fue
dos veces ganador (en 2017 y 2018) de las cinco estrellas del Chelsea Flower
Show, el espectáculo londinense de jardinería organizado por la Royal
Horticultural Society. Pero fue después de varias premiaciones que comenzó a
volver más seguido a Uruguay, donde poco a poco la oferta de trabajo para
paisajistas se iba consolidando.
Él ya lleva
un largo historial de Garden Shows, mientras que el de Shenzhen era el primero
para Rial. Ella estaba de vacaciones cuando O’Neill apareció con la ambiciosa
propuesta de armar un jardín en China. Para él, los proyectos de trabajo tienen
que ser así, “divertidos”, si no directamente no los acepta.
A esta dupla se les unió la arquitecta, diseñadora y artista china Maggie
Wu Wai Chung, quien había trabajado anteriormente con O’Neill. La organización
del evento lo invitó y él fue el encargado de armar el equipo. “Fue el proceso
de diseño que más disfruté”, contó a Galería, a pesar del poco tiempo
del que disponían. Desde el llamado, los tres tenían exactamente un mes para
presentar el concepto y a partir de allí armar los renders. Con esto último
colaboró una estudiante de primer año de la carrera de la ORT, Marcela Tucci,
que, sin dormir, demostró lo unida que está la academia a la hora de defender a
los profesionales uruguayos.
El proceso creativo comenzó con una “demencia de ideas” en una dinámica
compleja en la que todos tenían usos horarios extremadamente distintos; Wai
Chung estaba en China, O’Neill en Francia y Rial en Uruguay. Sin embargo, todo
salió perfecto porque cada uno supo asumir su rol pero tenían la misma forma de
trabajar. “Los tres tenemos los mismos problemas de concentración, a todos nos
apasiona el arte y vincularlo al paisajismo y la arquitectura, y los tres
tenemos un humor negro muy fuerte”, describió O’Neill.
La idea ganadora. A las cinco de la mañana, Wai Chung
mandó la foto de una medalla al grupo de WhatsApp del equipo. O’Neill contestó
con un uruguayísimo “nos ganamos todo”, mientras a Rial la despertaron un montón
de mensajes de madrugada que no entendía. No sabía ni que había un premio.
O’Neill se contentaba con que solamente construyeran su idea, pero Wai Chung
iba por todo. Ella fue el alma de las estructuras de material, que hizo primero
en origami para mostrárselas al constructor, quien usó el papel como modelo.
Los materiales eran bambú y hierro, haciendo del diseño algo sustentable. La
obra supo ser primero una pared de plantaciones altas (para que no se viera el
entorno del predio), luego una isla, un valle, un camino, unidos finalmente por
formas ondulantes que le aportaron cierto movimiento.
Llamarle Campo Sucio no pretendía ser un suicido por literalidad, porque
tampoco era precisamente el nombre del jardín que Rial y O’Neill habían creado.
Su diseño en realidad se llamaba Remnant Nature, o al menos esa era la
traducción al inglés más precisa de un concepto en chino que hacía referencia a
una naturaleza que sobrevive contra todo pronóstico.
Remanentes podría haber sido la opción final, pero el jardín necesitaba
un nombre más uruguayo, así que O’Neill adoptó el nombre del proyecto de su
familia, Campo Sucio, que el año pasado recibió una beca de la fundación Ama
Amoedo dedicada a apoyar el arte contemporáneo. La propuesta apunta a cambiar
la forma de percibir la flora local. “¿Por qué les decimos sucio a los
chircales o tratamos a la pradera como una mugre?”, reflexionó.
Reivindicar el campo encajaba perfecto con el margen de acción que
permitía el festival. Resultaba que en el marco del evento, China importaba
palmeras butiá de Uruguay, dato que O’Neill y Rial no dejaron pasar y pidieron
25 ejemplares de cinco metros de alto para incluir en su diseño. A la flor
oficial del festival, los rododendros, no le prestaron atención y en su lugar
plantaron caña y colas de zorro. “Con eso representamos la parte más
estructural de un palmar de butiá, que es algo bien nuestro. Queríamos que
estuviese Uruguay en ese jardín”, dijo O’Neill. El diseño quedó pronto en tres
días. “Lo que imaginamos se estaba haciendo en minutos en China, no lo podíamos
creer“, recordó Rial.
A no bajar los brazos. El equipo ya tiene pensados otros
proyectos en conjunto y anticiparon un espacio ya no itinerante para 2025:
“Vamos a dejar una huella para siempre en China”, aseguró O’Neill.
Poco a poco, a ambos los están convocando cada vez más como referencias.
Sin embargo, el reconocimiento no trasciende mucho más allá del ámbito
académico. Una vez que recibieron el premio ninguno de los dos logró viajar a
Shenzhen para ver el resultado final durante el mes que estuvo su trabajo
expuesto. O’Neill se movilizó bastante para encontrar algún actor que lo
apoyara con los pasajes a China pero no hubo caso. Por otro lado, Rial no
encontraba la manera de equilibrar el viaje con su maternidad.
Foto: Mauricio Rodríguez
Así de desapercibidos pasaron los primeros uruguayos en llevarse el oro
en una exhibición internacional de jardines, que no suelen dar reconocimientos
a paisajistas sudamericanos. Sin embargo, Rial aseguró que el paisajismo está
creciendo en Uruguay si lo compara con cómo era hace más de una década, cuando
ella empezó a trabajar. En esto colaboró el hecho de que vinieran tantas
personas de otros países a vivir a Uruguay. Al principio, sus clientes eran
casi todos extranjeros (brasileños, argentinos y europeos) que la contrataban
no solo para diseñar un jardín, sino también un balcón o una terraza. “Ellos ya
vienen con el chip de que a la casa la hace el arquitecto y al jardín el
paisajista, y quizás el interior lo diseñan los interioristas”, explicó.
Ahora en Uruguay “hay laburo interesante”, según O’Neill, y la carrera
apunta a ser lo más cosmopolita y global posible, con docentes que dan clases
desde Nueva York o Barcelona, para que la proyección sea de lo más ambiciosa:
“En la medida en que el nivel de la educación suba, el del paisajismo en
general también”.
No se trata de intervenir la naturaleza porque sí, ni por un fin
meramente decorativo o de diseño, si bien una de las partes más disfrutables es
la de jugar con el tiempo y sentirse un escenógrafo que ve cambiar las plantas,
los colores y los aromas, según Rial. Ella escucha mucho la petición de “poner
más verde”, que no se traduce llanamente en plantar pasto. “Tiene que haber
polinizadores, tenemos que poner árboles, nativos si se puede”, explicó.
“El paisajismo, como el arte, también refleja lo que está pasando en la
sociedad. Entonces a través de él también podemos dar un mensaje sobre cambio
climático, o defender la pérdida de carácter de los lugares cuando se quiere
hacer una Toscana en cualquier parte del mundo”, señaló O’Neill. Su idea es la
de reivindicar un carácter local y mostrar que la nueva generación de
paisajistas tiene una conciencia ecológica que aporta un valor agregado a su
trabajo.