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El mercado laboral sigue siendo complejo para la comunidad LGBTQ+

Durante setiembre, Montevideo se embandera con el arcoíris y muchas empresas aprovechan para hacer grandes campañas de marketing. Sin embargo, los especialistas sostienen que a nivel de empleo el panorama sigue siendo complejo para la población de la comunidad LGBTQ+

Jean Pierre Mosquera recuerda el 28 de junio de 1992 como si hubiese sido ayer. Ese día, en la plaza Cagancha, tuvo lugar la primera concentración del grupo Homosexuales Unidos, precursor en Uruguay de todos los movimientos asociados a los derechos de la comunidad LGBTQ+. No se le podía llamar marcha. Como mucho, serían 20 personas. Jean Pierre se acuerda del frío y de los gorros y bufandas, accesorios que más que la función de abrigo cumplían la de ocultar los rostros, porque “ser identificado en aquella época era todo un tema”, relata. Pero entre todos esos recuerdos, el que más destaca es otro: la cara de pánico con la que un amigo entró a su oficina al día siguiente. “Él estaba en la marcha. Me cuenta que lo llamó su gerente para comentarle algo de trabajo y vio sobre su escritorio un diario, y en la página central había una foto de nosotros en la concentración. ‘Si se da cuenta de que soy yo, me echa’, me dijo”, rememora Jean Pierre acerca del temor justificado y constante que sentían gran parte de los homosexuales en aquellos tiempos. 

Pasaron casi 30 años y aquella tímida concentración casi exclusiva para homosexuales se convirtió en una marcha a la que van decenas de miles de personas a manifestarse por los derechos de los gais, lesbianas, bisexuales, transexuales y queer. Antes de 2013 el matrimonio entre dos personas del mismo sexo era ilegal en el país y recién en 2018 se aprobó la ley que establece políticas públicas específicas para garantizar los derechos humanos de la población transgénero. Ya nadie —o casi— siente la necesidad de esconderse bajo una bufanda por miedo a perder el trabajo por su opción sexual.

El momento es otro y los avances son innegables. Pero aunque en setiembre Montevideo se embandere con el arcoíris y muchas empresas lancen grandes campañas de marketing, basta con hacer una sola pregunta para obtener otro termómetro de la realidad local: ¿Cuántos ejecutivos de la población LGBTQ+ lideran empresas sin ser dueños de ellas? Y la respuesta a una segunda pregunta resulta aún menos alentadora: ¿cuántos de ellos son de la población trans?

Los especialistas sostienen que el panorama en las empresas, en general, sigue siendo complejo, y que aún hay más motivos para luchar por la diversidad que para celebrarla. “Si bien hay un creciente interés en empezar a problematizar estos temas, muchas empresas se quedan en un ámbito más superficial. Dan un taller, lo cual es un avance indudablemente, pero no se controla quizás que haya una verdadera inclusión en la interna, o los sesgos que puede haber en los ascensos. Se quedan en una intención más liviana”, apunta Rocío Calvo, directora de la consultora Equitá y diplomada en género. Destaca, de todas formas, cualquier tipo de iniciativa que tenga una empresa para generar concientización, y admite que —si se compara con apenas una década atrás— hubo grandes avances en el mercado de trabajo. “Creo que los avances que hay corresponden a los avances a nivel social. Si bien aún falta muchísimo, es real que el panorama ha cambiado. Las empresas son sistemas abiertos que están en constante relación con el entorno, la sociedad avanza, hay más visibilización, normativa que contemple y evidentemente esto va a llegar a algunas empresas. Hay otras que lo dejan por fuera”, apunta.

En su opinión, las empresas del sector tecnológico y multinacionales son las pioneras a la hora de llevar a la práctica políticas de diversidad e inclusión de personas de la comunidad LGBTQ+. “En la parte tecnológica las personas son mucho más jóvenes y si vos desde el equipo de gestión humana hacés una encuesta de clima respecto a las temáticas que las interpelan, podés notar que hay intereses en problematizar estas cuestiones. Muchas veces los talleres nacen del interés de las personas que trabajan allí, que piden que haya un grado de conciencia”, dice Calvo.

La diversidad es altamente beneficiosa para las empresas, y los datos lo confirman. Estudios de Great Place to Work (GPTW) muestran que cuando los empleados confían en que ellos y sus colegas serán tratados de manera justa, independientemente de su raza, género, orientación sexual o edad, se genera 9,8 veces más de probabilidades de tener ganas de ir a trabajar, 6,3 veces más de probabilidades de sentirse orgulloso de su trabajo y 5,4 veces más de probabilidades de querer permanecer mucho tiempo en la empresa. Según los datos recabados para el ranking de Great Place To Work, en Uruguay la mayoría de los empleados siente que en sus lugares de trabajo hay un trato igualitario con las personas, sin importar su orientación sexual, su género, su raza o su edad. No obstante, la percepción de discriminación por género aumenta considerablemente en aquellos empleados que no definen su género como masculino o femenino. Además, si bien los resultados generales son de buen nivel, estas personas sienten —más que quienes se definen como género masculino o femenino— que es posible que no sean escuchadas ante un trato injusto.

“Si bien Uruguay presenta muy buenos niveles en cuanto al trato igualitario, la inclusión y la diversidad en los lugares de trabajo, aún hay ciertos puntos en los que trabajar, como los mencionados anteriormente”, concluye el estudio.

En primera persona. Magdalena Rodríguez y Rosario Monteverde están juntas desde 2007 y se casaron en 2014. Son dueñas de PRO Internacional, una empresa de desarrollo web con más de 800 clientes y que vende a unos 15 países, y fundadoras de GPSGay, red social para la comunidad LGBTQ+ y emprendimiento ganador de varios premios internacionales que las llevó a instalarse en San Francisco y recibir capital de inversores extranjeros. “Mujeres, lesbianas y latinas, teníamos todos los checks. San Francisco es un lugar muy gay friendly pero menos del 3% de las inversiones son hacia mujeres y menos del 1% hacia latinas”, apunta Rodríguez. Mujeres, lesbianas y latinas, pero lo lograron.

Rosario Monteverde y Magdalena Rodríguez Rosario Monteverde y Magdalena Rodríguez

Radicadas ahora en Washington, donde Rosario trabaja como business partner para el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), aseguran que en el ámbito internacional “Uruguay es amado”. “Lo tienen como modelo de lugar libre, abierto, democrático. Uruguay es el país más gay friendly de América Latina y está en el top 10 de los países más gay friendly de todo América, por encima de Estados Unidos”, agrega.

Pero aún en un país considerado “libre, abierto y democrático”, la población de la comunidad LGBTQ+ todavía tiene que atravesar barreras, situaciones o vivencias que para el resto de la población no existen.

Rosario y Magdalena, por ejemplo, tuvieron que rechazar capital de inversores que sin ningún escrúpulo lanzaban frases como “no me gusta el tema (la homosexualidad), pero negocios son negocios”, y enfrentarse a marcas que ignoraron su propuesta por no querer verse asociadas a la comunidad LGBTQ+. De todas maneras, Magdalena considera que sintieron más obstáculos por ser mujeres en tecnología que por su orientación sexual. “Creo que ser lesbiana ante un hombre hasta te da un pequeño estatus, te ven casi como un hombre, lo cual es ridiculísimo. La mayoría de las mujeres lesbianas no tiene hijos, te ven más ambiciosa. Es una percepción”, cuenta.

Entre las empresas que se asociaron a GPSGay, Rodríguez destaca a Unilever e IBM, que fueron las primeras en hacerlo. 

IBM, pionera en políticas de diversidad y que apuntan a la población LGBT, creó en 1984 una política global de no discriminación por orientación sexual. Jean Pierre Mosquera, de 55 años, pasó buena parte de su carrera laboral (12 años) en esta empresa, donde se desempeñó como especialista en IT. Por eso, en parte, se considera afortunado. “Debo ser uno de los más afortunados en ese sentido, porque si en algún momento me discriminaron no me di cuenta, no lo pasé mal”, asegura. Reconoce, no obstante, que su caso es bastante excepcional dentro de su generación. “Hubo gente que la pasó muy, muy mal y la sigue pasando mal hoy en día”. Mosquera atribuye su “suerte” no solo a su paso por una empresa diversa, ya que antes de IBM trabajó en una compañía aérea, de donde solo tiene buenos recuerdos. Según cuenta, haber vivido en una ciudad “sumamente abierta” como Seattle (Washington) hasta los 18 años y contar con el apoyo de su familia lo ayudó a siempre ser “natural” y nunca entrar en el famoso closet. “Hoy con 55 pienso eso, que venía con otra cabeza, otra mirada y fue lo que me ayudó a ser más natural, capaz eso a la gente le cayó bien y lo aceptó”, comenta. Esa misma mentalidad fue la que lo llevó a dirigir la División de Diversidad de IBM en Uruguay.

Aunque nunca se sintió directamente discriminado en el trabajo, los juicios de la sociedad en su generación lo llevaron a mantener siempre cierta reserva al hablar de su vida privada y a medirse —o no— dependiendo de con quién interactuara. “No andaba a los cuatro vientos diciendo que soy gay, y si me preguntaban a dónde había ido el fin de semana, lo disfrazaba un poco. No decía ‘fui con mi novio’, sino ‘fui con alguien’, un amigo”, cuenta. “En otros trabajos he tenido compañeros que si bien no te decían nada, notaba, escuchaba comentarios en general, y eso te da la pauta de hasta dónde podés llegar con esa persona. Vas cambiando un poco la estrategia o te soltás un poco más, según con quién interactuás”, agrega.

Jean Pierre Mosquera. Foto: Adrián Echeverriaga Jean Pierre Mosquera. Foto: Adrián Echeverriaga

Aunque hoy ya no sienta necesario medirse como antes, Jean Pierre cree que en Uruguay aún falta mucho camino por recorrer a nivel empresarial. Una clara muestra de ello se la dan los talleres que realiza en las empresas junto con la Cámara LGBTQ+, de la que forma parte. Allí, cuenta, no falta aquel que le asegure que la homosexualidad es una enfermedad. “Los talleres son abiertos y aunque seguimos un programa, fomentamos la discusión. Ahí es cuando tenés un muestreo de cómo es la situación realmente. Hay muchísima ignorancia”, señala. En esos talleres, la idea de un baño sin género siempre genera polémica y debate. “No es que entrás y la gente va a estar desnuda, pero la gente no está muy cómoda con esa idea”, cuenta.

Dice vivir “sin ningún tipo de inconveniente”, pero hay algo que envidia de las nuevas generaciones. “Nosotros venimos de la vieja escuela, de la vieja militancia, la época en la que por andar agarrados de la mano nos llevaban presos, entonces no lo hacemos. Tenemos esa cabecita y capaz eso a su vez funciona como una especie de protección. Amigos de nuestra edad tienen la misma conducta. Lo tenemos incorporado, es automático”.

Alex Bukstein, de 34 años, agradece a las generaciones que lucharon para que hoy pueda caminar libremente de la mano de su novio y estar en los aprontes de su casamiento. Hoy vive en México, donde ocupa el cargo de director de Marketplace de Mercado Libre, empresa en la que trabaja hace siete años. Ahora, desde un lugar de privilegio, con una vida plena, una carrera ascendente y una familia que siempre lo acompañó, se siente en el deber de dar voz y visibilidad a la lucha de la población LGBTQ+. “Entendí que cuando tenía 23 años había muchas personas luchando para que yo pudiera casarme eventualmente. Y hay que seguir dando visibilidad al tema. En otros países todavía te prohíben ser gay. Hay colectivos segregados, como las personas trans y los no binarios y me parece importante apoyar desde mi lugar para que esas personas se puedan sentir aceptadas”, añade.

Alex Bukstein Alex Bukstein

En su carrera, a Bukstein tampoco le tocó vivir malas experiencias o situaciones de discriminación. Cree que, en parte, esto se debe a que siempre trabajó en empresas jóvenes y del sector tecnológico. Con el paso de los años percibió cómo las empresas evolucionaron y empezaron a prestar mayor atención a la diversidad e inclusión. “Creo que muchas empresas han empezado a entender que la diversidad no es un tema cool, sino que es un tema serio, y que si bien la inclusión o ser inclusivo hacia el afuera puede hablar bien de una empresa, solamente con crear una campaña de marketing que muestre a dos chicos besándose no alcanza para que la gente crea que sos una marca que apuesta por la diversidad”. Sostiene que Mercado Libre, como empresa con millones de usuarios registrados en todo el continente, entiende que los representa y que tiene que empatizar con todos, más allá de su orientación sexual o género. Y considera que las empresas “tienen que ser enfáticas” y generar proactivamente espacios para dar visibilidad y crear conciencia respecto al valor de la diversidad.

Bukstein empezó a trabajar en Groupon tres años antes de que el matrimonio entre dos hombres o dos mujeres fuera legal en Uruguay, y cuando la diversidad no era un tema de debate ni que interpelara a las empresas como hoy en día. De todas formas, siempre se sintió acompañado y aceptado por sus compañeros y jefes. En su caso, las barreras fueron psicológicas y emocionales. Hace 10 años temía decir que era gay en el trabajo, sentía que había que dar explicaciones. “Si tuviera que ir para atrás, pensaría que no tengo que contar nada, porque soy una persona común y corriente, no tengo que explicarle a la gente que soy gay. Muchas cabezas fueron evolucionando, pero en ese momento quizás no, no estábamos preparados para hablarlo con tanta soltura, para decir ‘tengo novio’ y no sentir que te están mirando”, admite. Antes de decir que era gay, Bukstein creía que tenía que “juntar méritos”. “Es muy loco. Creía que tenía que ser exitoso en mi trabajo, mi carrera, mis finanzas, mis amigos, tenía que acumular ciertos éxitos superficiales y materiales para que cuando supieran que era gay dijeran: ‘ah, pero él es muy bueno’. Como si el hecho de ser gay fuera a opacar todo lo bueno que podía generar, y como si todo lo bueno que había generado fuera a contrarrestar la ‘mala noticia’ de ser gay. Así era mi cabeza a los 23 años”, confiesa.

El gran debe. “Espero que sepas entenderlo, pero prefiero no participar. Soy muy privilegiada por mi estética, mi familia, mis estudios. No puedo hablar por otras chicas porque tengo otros privilegios. He sufrido discriminación, pero no puedo comparar. El mundo laboral es muy hostil para nosotras, sobre todo para las mujeres trans. (...) Si me pongo a hablar de las carencias, la situación laboral para las mujeres trans es precarísima. Sería exponerme mucho y puedo perder muchas oportunidades laborales, incluso mi oportunidad laboral actual. Quiero aportar, pero no quiero dejar de tener trabajos”. El mensaje que mandó a Galería una mujer trans que prefirió no participar en esta nota resume buena parte de la realidad que vive esta población.

Y todos los especialistas coinciden en ese punto: para las personas trans y géneros no binarios, las barreras a nivel laboral son las más altas. Según Calvo, están “altamente precarizadas” y les cuesta “muchísimo más” acceder al empleo. “Siento que para hablar de verdadera diversidad e inclusión hay que poner el foco en personas trans y no binarias, que dentro del colectivo social y humano está todavía quedando muy por fuera”, sostiene. Tan por fuera, que les cuesta mencionar un solo caso de personas trans trabajando en empresas uruguayas. Mosquera dice que si bien “ahora están apareciendo chicas y chicos trans jóvenes”, para personas de 40 e incluso 30, acceder a un trabajo digno y bien remunerado es muy difícil. “Los han expulsado de sus hogares, no se han podido preparar y no tienen los conocimientos que precisan para equis tarea. El 60% o 70% de la batería de la cámara LGBTQ+ está apuntando a esa población”, explica.

La de Yulisa Prunell es una historia excepcional. Hace tres años entró a trabajar en la cooperativa encargada de la limpieza del Mercado Agrícola de Montevideo (MAM) en horario nocturno, de 10 de la noche a 6 de la mañana. Nadie la veía. Para ella, eso era una especie de escudo, de protección. Hasta que en una de sus tantas noches de trabajo, la vio la directora del MAM, Elisa Areán. “Eran como las 11 de la noche, estaba lavando la entrada principal, salía de uno de los pasillos técnicos con un carro de desechos y se me para una mujer adelante, casi me la llevo por delante y la miré como diciendo: ¿no ves que estoy saliendo? Una compañera me dice: ‘Yuli, ¡es la directora!’. Ahí nos presentamos”, recuerda. Una de las tantas veces que se cruzaron, Areán llegó con una invitación. “Quería que fuera con ella a un congreso de la cámara LGBTQ+. Yo le dije que no encajaba, ¿qué iba a hacer yo en una cena de gala?”. Finalmente, en pleno congreso, la directora aprovechó un reconocimiento hacia el Mercado Agrícola para hacer el anuncio: Yulisa Prunell pasaría a integrar el equipo de atención al cliente de la empresa. A pedido de Areán, Yulisa, atónita, subió al escenario a recibir los aplausos. “Todo el mundo sabía menos yo”, recuerda. Esa fue la noche que marcó el comienzo de una nueva e inesperada etapa.

Yulisa Prunell. Foto: Adrián Echeverriaga Yulisa Prunell. Foto: Adrián Echeverriaga

Si bien Yulisa había hecho “todos los cursos del mundo”, como repostería, enfermería, dactilografía y electricidad, conseguir un trabajo medianamente digno parecía una misión imposible. “No les importaba si tenía conocimientos, diplomas. Estuve años buscando y me revolvía con lo que podía”, relata. Oriunda de Rivera, su madre murió hace seis años y su padre nunca la aceptó. Por 11 años trabajó en una papelería industrial durante 16 horas diarias. “Tenía que hacer ese horario para generar horas extras, no me daba el sueldo. Me levantaba a las 4.30 y cerca de las 22 llegaba a mi casa a dormir”, relata. Cada día de trabajo era un suplicio. “A las 5 estaba en la parada y no había un día que no me parara un auto a preguntarme cuánto cobraba. El trabajo era en una fábrica mixta y tenía que soportar muchas cosas, situaciones humillantes, y vivitos que se desubicaban. Tenía ganas de largar todo, pero ¿qué comía?, ¿cómo seguía adelante si bajaba los brazos? No tenía un respaldo ni un sueldo fijo, tenía que agachar la cabeza y darle para adelante”. Pero la vida da muchas vueltas. Ahora, detrás del mostrador del MAM, le toca atender a quienes años atrás la hostigaron. “Me han visto y me dicen que me saqué el 5 de Oro. Y no, yo nunca me estanqué, nunca me conformé. Hice un curso de electricidad, ¿para qué?, no sé, pero lo hice”, ejemplifica.

Cambiar el uniforme de limpieza por el de oficinista no le resultó tan sencillo. En primer lugar, porque pasaría a exponerse al público durante todo el horario de trabajo, algo a lo que no solo no estaba acostumbrada, sino que también evitaba. “No me veía capacitada para ese lugar de trabajo y para exponerme tanto a la gente por temores a pasar un mal rato. Se lo comenté a Elisa y me dijo: ‘¡Imagen, altura, usted puede!’”. Y pudo. Acostumbrada a vivir “a la defensiva” y con “escudos siempre en guardia”, Prunell aprendió a explotar su carisma, su vocación de psicóloga —una carrera que planea estudiar— su sentido del humor y el innato optimismo que nunca le permitió rendirse.

Tres años después, asegura nunca haberse sentido discriminada. Muy por el contrario, dice haber recibido más halagos en los últimos tres años que en sus anteriores 42. Tres veces por semana estudia un curso intensivo de turismo y atención al cliente e inglés. Mira para atrás y todavía le cuesta creerlo: “Jamás me imaginé trabajando en un lugar como estoy ahora. Es increíble el cambio y lo que superé, y voy por más”, asegura. “Yo estaba sola, sí o sí tenía que apechugar y no bajar los brazos. En otra situación quizás tenés un apoyo, un entorno familiar, yo no tenía el derecho a bajar los brazos”.

Problema invisible. Después de 42 años sintiendo que vivía en un cuerpo ajeno, muchas horas de terapia y el esperado okay de la doctora para empezar el proceso de hormonización, Rodrigo redactó el mail, lo dirigió al director de la empresa con copia a todos los empleados y al clickear enviar pensó: “ahora, o estoy afuera o voy por todo”. En el mail contaba que era un varón trans, que a partir de ese momento empezarían a notar cambios en su aspecto y su voz, que pasaría por el quirófano y que, por lo tanto, esperaba recibir el apoyo de todos, o sea, de los compañeros y jefes de la empresa en la que venía trabajando durante más de 10 años. Por fortuna, fue por todo. “El primero que respondió fue el director de la empresa diciendo que me apoyaba 100%, que me felicitaba por el valor de comenzar esta nueva vida y que obviamente estaba a mi disposición por si lo necesitaba”, cuenta Rodrigo Falcón a los 50 años, sentado entre violines, guitarras e instrumentos de todo tipo en el segundo piso de la sucursal del Palacio de la Música, en la que se desempeña como encargado.

A la respuesta del director le siguió una lluvia de mails con felicitaciones de los demás compañeros. Nadie esperó a que cambiara su nombre en la cédula. Al día siguiente, Rodrigo ya era Rodrigo; en realidad, quien internamente siempre había sido.

Rodrigo Falcón. Foto: Adrián Echeverriaga Rodrigo Falcón. Foto: Adrián Echeverriaga

Sabe que fue y es afortunado. Como director del colectivo Trans Boy Uruguay, le consta que para otros la transición en el trabajo no es nada fácil, si es que tienen la “suerte” de tener un empleo.

La realidad de los hombres trans es diferente a la de las mujeres. Rodrigo recién pudo ponerle nombre a lo que le estaba pasando a los 42, gracias a Alejandro Iglesias, un participante transgénero del reality Gran Hermano. Nunca antes se había encontrado con un caso similar en Uruguay. “Hay un poco de que el varón trans pasa desapercibido luego de la transición y no tiene la necesidad de decir que es un varón transexual. Pero si no lo decís, nadie lo sabe. Por ahí te librás de algún hecho de discriminación, pero también de darles información a los que vienen atrás, que están en tu misma condición y sin saber”.

Rodrigo entró al Palacio de la Música como auxiliar de ventas y a los pocos años pasó a ser el encargado del local. Estudió Analista en Marketing y también repara instrumentos. El resto del tiempo toca el bajo, escribe y, sobre todo, milita. “La militancia es un 24x7. Necesitan un trámite o están mal o simplemente necesitan una escucha”, cuenta.

A nivel laboral, explica que la situación es más complicada para quienes no quieren hormonizarse. “Me llega mucha información y los que tienen cambio de documento y apariencia masculina no tienen problema, se insertan cómodamente. El problema es con quienes no quieren hormonizarse o están en proceso”, apunta. También es cuesta arriba para quienes hacen la transición siendo mayores. “Los más grandes no han podido estudiar, porque tenés que ser muy valiente para afrontar los centros educativos. En mi casa, dejar de estudiar no era una opción, pero cuando iba tenía que aceptar que me dijeran el clásico “tortillera” o “camionera”, y las profesoras que te decían cómo ser más femenina. Algunos pudimos pasar, pero tiene que ver con la fortaleza y las herramientas que cada uno tenga”, explica.

Great Place to Work concluye en su estudio que convertirse en una empresa “para todos” es fundamental para el éxito. Ya está demostrado que un espacio de trabajo diverso e inclusivo, que promueve que todos se sientan igual de apoyados e involucrados, aumenta el compromiso y la productividad. No hay excusas, y convertirse en una empresa diversa es muy simple. Solo hay que dejar las puertas abiertas para todas las personas, sin distinciones. 

Producción: Sofía Miranda Montero

Maquillaje: Pamela Cambre