“Que un coro de ángeles te lleve a tu descanso”. Con esa cita de Hamlet cerró el rey Charles III su primer discurso como monarca, en el que rindió homenaje a su madre.
“Que un coro de ángeles te lleve a tu descanso”. Con esa cita de Hamlet cerró el rey Charles III su primer discurso como monarca, en el que rindió homenaje a su madre.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLo último que se sabía de la salud de la reina era lo que se había anunciado oficialmente dos días antes de su muerte: que estaba bajo supervisión médica porque sus doctores estaban “preocupados”.
Hay quienes dicen que el declive de la reina empezó con la muerte de Philip, su esposo, en abril de 2021. Lo cierto es que en los últimos meses casi no salía del Castillo de Balmoral, su refugio de veraneo en Escocia, y que en junio, en las celebraciones del jubileo por sus 70 años de reinado, apenas apareció en Buckingham y ni siquiera asistió a la misa en su honor.
Pero, como siempre, cuando el deber llamaba mostraba su estoicismo, y así lo hizo dos días antes de morir, cuando recibió a la nueva primera ministra del Reino Unido, Liz Truss, para la tradicional ceremonia besamanos, en la que el monarca de turno oficializa el nombramiento del gobernante. “Elizabeth II es la roca sobre la que se construyó el Reino Unido moderno”, dijo Truss en su primer discurso desde la puerta del número 10 de Downing Street, después de la muerte de Elizabeth. Desde allí se refirió a su “gran legado” también a nivel político: “Inauguró una nueva era de la historia británica”, aseguró.
Desde Winston Churchill, Truss fue la decimoquinta persona en ocupar el cargo de primer ministro que recibió la reina, 12 hombres y tres mujeres, desde que ocupara el trono en 1952. El ex secretario general de las Naciones Unidas Ban Ki-moon se había referido a ella como “símbolo vivo de gracia, constancia y dignidad”.
Mientras la monarquía como institución era cuestionada en el mundo, Elizabeth todavía ostentaba 80% de aprobación. Su reinado acompañó los años que siguieron a la II Guerra Mundial, la Guerra Fría, la crisis energética de los años 70, la Guerra de las Malvinas, el Brexit y hasta la pandemia de Covid. Para los británicos, no existe un Reino Unido sin la reina, por la simple razón de que ha estado ahí toda una vida; apenas 11 años menos que la expectativa de vida promedio de ese país.
Madera de reina. “Ante todos ustedes declaro que mi vida entera, sea larga o corta, estará dedicada a vuestro servicio, y al servicio de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos”, había dicho Elizabeth cuando todavía era princesa, el día que cumplió 21 años, en un discurso que se transmitió por radio desde Ciudad del Cabo. Ese mismo discurso citó su hijo Charles en su primer día como rey, porque habla de la seriedad con la que estaba lista para asumir un compromiso que le llegaría apenas cuatro años después, con 25 años.
A Elizabeth le elogian su habilidad para adaptarse a los tiempos sin perder los valores tradicionales, y también su ecuanimidad y sentido del deber. Su reinado proporcionó continuidad y una sensación de estabilidad incluso en momentos críticos o de gran incertidumbre.
En sus reuniones semanales con el primer ministro de turno, dejaba ver delicada pero firmemente sus ideas, manteniendo cierta neutralidad a través de períodos de gobierno laboristas o conservadores. Con ese mismo aplomo y rara sensibilidad manifestó su sentir respecto a las muertes de ciudadanos británicos en los atentados del 11S: “Nada de lo que se pueda decir puede comenzar a quitar la angustia y el dolor de estos momentos. El dolor es el precio que pagamos por el amor”, expresó, con la dosis justa de empatía y una economía de palabras que quedaron en el recuerdo.
Allegados a la reina y expertos en monarquía coinciden en algo: era difícil escuchar de ella una queja o un signo de autocompasión. En sus 70 años de reinado debió aparecer y mostrar una sonrisa en momentos sumamente amargos, y en giras oficiales con cronogramas verdaderamente demandantes. The Telegraph calculó que para su 90º cumpleaños había recorrido 1.660.000 kilómetros y visitado 117 países.
Tesón y un gran sentido del humor. El rey Geroge VI murió en 1952, a los 56 años. Su primogénita, Elizabeth, venía preparándose para heredar el trono desde muy temprana edad, recibiendo formación en materia constitucional. Su padre quería que estuviera capacitada, aunque desde niña ya mostraba el temple necesario para la responsabilidad. Dicen que cuando Winston Churchill la conoció en Balmoral, en 1928, cuando Lilibet —como le decía la familia— tenía apenas dos años, le comentó a su esposa que la pequeña tenía “un aire de autoridad y capacidad de reflexión asombrosos en un niño”.
Dicen también que tenía un sentido del humor pícaro y que era una gran imitadora. Según David Owen, secretario de Estado en Asuntos Exteriores y de la Commonwealth en el período en que James Callaghan fue primer ministro (1976-1979), en la intimidad de su círculo más cercano la cara de Elizabeth “se iluminaba” y entonces era evidente “cuánto mantenía bajo control”.
También era conocida por su austeridad cuando los tiempos lo demandaban. Era habitual verla recorrer el palacio apagando las luces que quedaban encendidas y, en épocas en que se imponía el ahorro energético, las calderas se apagaban a menudo y se ponían límites estrictos al consumo de agua caliente.
Pero las crisis que más afectaron a la reina fueron aquellas que pusieron a su familia en el ojo del escándalo. Muchas de ellas sucedieron en 1992, un año al que se refirió, en el discurso por sus 40 años de reinado, como annus horribilis. Fue en 1992 cuando el Castillo de Windsor se incendió en su aniversario de bodas con Philip; y cuando su segundo hijo varón, el príncipe Andrew, se separó de Sarah Ferguson; y cuando se hicieron públicas las infidelidades de su hijo mayor, Charles, y de Lady Di.
Años más tarde llegarían otros disgustos, tal vez peores, que potencialmente podrían haber afectado la integridad de la Corona: su distante primera reacción a la muerte de Diana, las acusaciones de abuso sexual a un menor contra Andrew, y los relatos que aludían a supuestas discriminaciones del palacio por parte de su nieto Harry y la esposa de él, Meghan Markle.
Años felices. Llevaba cinco años casada con el príncipe Philip de Grecia y Dinamarca cuando la coronaron reina. En sus aciertos y sus errores, él fue clave en su reinado por la honestidad brutal con la que la aconsejaba. “Ha sido, simplemente, mi fuerza y mi apoyo durante todos estos años (…) y tengo con él una deuda mucho mayor de la que nunca me reclamará, o de la que nunca nadie sabrá”, dijo Elizabeth de su esposo en 1997, al cumplir sus bodas de oro.
La hacía feliz por momentos su vida con Philip, y la hacían feliz todo el tiempo los caballos. Era una apasionada, y las fotografías que le tomaron a lo largo de su vida lo confirman: en aquellas en que se muestra más sonriente, suele estar mirando una carrera. Heredó la afición de su abuelo, que la llevaba a visitar sus caballos en Sandringham, antes de que llegara ella misma a tener su propio stud. Rodeada de sus corgis, con un pañuelo en la cabeza y pantalones de montar, en Balmoral, era donde se la veía radiante.
Solía terminar el día escribiendo en un diario un resumen de la jornada; textos más bien descriptivos que escribía como un ritual. Pese a lo azarosa que era su vida, aseguran quienes la conocieron que era una persona de gustos sencillos.
Churchill, que fue testigo de todo su camino y acabó siendo su mentor, se refirió a Elizabeth como el “esplendor” de la “herencia política y moral” del Reino Unido.
“En su vida de servicio vimos ese amor perdurable a la tradición, junto con ese abrazo intrépido al progreso, que nos hacen grandes como naciones. El cariño, la admiración y el respeto que inspiró se convirtieron en el sello distintivo de su reinado”, dijo Charles en su discurso. Para hacerse del trono esperó años, en los que más de una vez circularon rumores sobre la posibilidad de que Elizabeth se retirara y le cediera el puesto. Ahora, con 73 años, Charles III asume la responsabilidad de suceder a su madre, en tanto el mundo parece empeñarse en decirle que estar a la altura no será nada fácil.