La abundancia de datos, las fake news y el poder de los rumores son los responsables de un fenómeno cultural que atraviesa el mundo y puede tener graves consecuencias psicológicas como la ansiedad y la depresión
La abundancia de datos, las fake news y el poder de los rumores son los responsables de un fenómeno cultural que atraviesa el mundo y puede tener graves consecuencias psicológicas como la ansiedad y la depresión
La abundancia de datos, las fake news y el poder de los rumores son los responsables de un fenómeno cultural que atraviesa el mundo y puede tener graves consecuencias psicológicas como la ansiedad y la depresión
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEs una mañana atípica. La pandemia provocó que Nelson, de 62 años, y Lidia, de 53, trabajen desde sus casas mientras su hija Mariana, de 16, asiste a una clase por Zoom. Los tres están sentados en una mesa y siguen distintas rutinas; él pone la radio, su esposa scrollea en Facebook y la adolescente baja el volumen, sin que el profesor se dé cuenta, para escuchar audios en WhatsApp. Cada uno está inmerso en su mundo, pero el silencio se interrumpe cuando Lidia, exaltada, grita: "Mirá, hay una nueva cura para el coronavirus". Los otros dos dejan lo que están haciendo y se enfrascan en una discusión. Desconfiado, Nelson se dispone a buscar en Google si la noticia es verdadera y Mariana lo comparte en un grupo de amigas. Ellas hacen lo mismo y se lo mandan a sus madres; en 10 minutos hay 30 personas que creen que se ha descubierto la cura. Pero no, no existe.
Nadie puede culparlos, su caso no es aislado. Lo que ocurrió en esta familia es un ejemplo de cómo se tejen los cimientos de la infodemia, un fenómeno cultural que preocupa a las autoridades del mundo porque desinforma a la población y afecta la salud mental. "El gran escritor Umberto Eco decía que los tontos o los borrachos hablaban en el bar, pero eran silenciados rápidamente. Ahora cualquier tonto, loco o mentiroso tiene repercusión universal", asegura el psicólogo Álvaro Alcuri. Y la tecnología es la plataforma para que todos puedan hablar sin parar.
En términos generales, la infodemia se refiere a la sobreabundancia de información (falsa o rigurosa) de un tema concreto y es, básicamente, la unión entre las palabras información y epidemia. Este concepto también está relacionado con la propagación de fake news (noticias falsas) y muestra cuán fácil se minimizan las fuentes confiables que sí ofrecen materiales relevantes acerca de un tema específico. "Hay una exposición a un sinnúmero de fuentes de información de distinto orden que hace que las personas estén expuestas a más estímulos y distintos consumos. Incluso puede pasar que la información sea buena, pero que se reciba en exceso, lo que lo hace riesgoso. No todo el mundo tiene capacidad crítica como para separar la información fidedigna y necesaria de las fake news y el ruido informacional", explica el psicólogo y experto en redes sociales Roberto Balaguer.
La información viaja a un ritmo incontrolable, circula por redes sociales, como Facebook, Instagram y WhatsApp, y muchas veces carece de filtros de veracidad. Pueden ser un engaño para el público inexperto o pueden ser tan intensas y repetitivas que agotan a quien las consume. "Tenemos una epidemia, pero no de virus, de miedo y de miedosos ‘bien informados'. Tenemos que manejar la información con muchísima responsabilidad", asegura Alcuri.
Más datos, menos conocimiento. La sobreinformación, la aparición de noticias falsas y los mensajes engañosos dirigidos para persuadir al público objetivo no son un fenómeno moderno. El problema se ha discutido incansablemente y es parte de la vida del mundo de las redes. Sin embargo, el concepto de infodemia recién fue adoptado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) cuando se decretó la pandemia por coronavirus. En tan solo unos días, las búsquedas en internet sobre el virus se dispararon y preocuparon a las autoridades. Un rápido repaso por Google muestra que hay más de 3.000 millones de páginas con "datos" del virus, que van de las curas mágicas a las teorías conspirativas. Y los usuarios comparten las noticias sin verificar si son reales; a veces la ilusión supera a la verdad. "Cuando hay una situación de riesgo de vida, uno se aferra mucho más a la información; necesita saber para poner orden, poder controlar y bajar los niveles de ansiedad. El problema es consumir demasiado y mal", dice Balaguer.
Un informe elaborado por la agencia de noticias AFP mostró que el rumor de que helicópteros lanzaban pesticida o desinfectante en Europa se esparció con una velocidad impactante. El 10 de marzo apareció en las redes italianas, cuatro días después llegó a España y 10 días más tarde a Alemania. En abril ya se creía esto en el Reino Unido y hay quienes aún hoy repiten esta noticia falsa. "Nunca habíamos visto algo como lo que ha ocurrido con el Covid-19. Los rumores corren a la vez a través de las fronteras", decía Claire Wardle, directora del medio de verificación estadounidense First Draft en una conferencia en julio. El problema ha tomado tales dimensiones que se observó que la desinformación alcanza a medios de comunicación poco profesionales, que han llegado a repetir fake news -o simplemente rumores- sin chequear previamente y, como consecuencia, han afectado la percepción de los espectadores. De hecho, los responsables de la OMS aseguran que las avalanchas de información excesiva, imprecisa o falsa es una amenaza sanitaria paralela a las enfermedades y al propio coronavirus.
"Es un problema cultural nuevo. Antes las fuentes de información eran escasas y legitimadas. Tenías los diarios, la televisión, el noticiero y estaba centralizado. La fuente de conversación barrial o telefónica era un canal informativo, pero se sabía distinguir. El problema es que ahora esas dos cuestiones están casi a un mismo nivel: vos tenés muchas fuentes y no necesariamente contás con un criterio para evaluar la fidelidad de la información", explica Roberto Balaguer. Y su postura es compartida por las autoridades de la OMS que desde fines de julio están redactando nuevos protocolos para enseñar cómo informar y en qué confiar. Aunque aún no están aprobados, la intención es desarrollar departamentos de infodemiología que nucleen múltiples áreas de investigación y ofrezcan buenas bases de conocimiento. "Ahora mismo ningún país del mundo tiene infodemiólogos entre su personal y es porque es una disciplina que ni siquiera existe", describió en una conferencia de la OMS la jefa del Departamento de Sociología Digital del Ministerio de Justicia británico, Lisa Moretti.
La noticia y la salud mental. En una de sus composiciones, el poeta Ramón Campoamor decía que nada es verdad ni mentira, todo es según el color y del cristal con que se mira. La percepción que construimos de lo que consideramos real está marcado por el contenido que consumimos y, sobre todo, la forma en que lo procesamos. La infodemia no es un problema porque alguien -con o sin intención- repite un mensaje erróneo, que desinforma o que es, simple y llanamente, una mentira.
Tampoco porque se repita algo verdadero una y otra vez. El fenómeno causa estragos por el poder de la información en la salud mental de las personas. De acuerdo con el psicólogo Balaguer, y tomando como ejemplo el coronavirus, las personas pueden reaccionar de tres formas distintas. Uno puede saber que está en medio de una pandemia y mantenerse al margen, estar atento pero no estar todo el tiempo pendiente o -y aquí está el problema- escuchar y hablar todo el tiempo sobre el mismo tema. "Estas últimas personas tienen mayores inseguridades, quizás miedo o angustia y necesitan estar chequeando la información de forma obsesiva para mitigar la incertidumbre", explica. Tal vez suene paradójico, pero quienes buscan control y seguridad en los datos pueden terminar enfermando o con una preocupación extrema y poco realista.
En Uruguay, los expertos coinciden en que la pandemia no tuvo consecuencias catastróficas, pero sí se vivió con un gran miedo por el consumo excesivo de información. Nadie puede negar los efectos que tuvo la incertidumbre y el distanciamiento social, pero también tuvo efectos innegables por la catarata de información y el conteo en tiempo real de lo que estaba sucediendo. "En tiempos de pandemia, la sobreexposición a los noticieros, a los canales abiertos, me parece nociva. No lo recomiendo", dice Alcuri.
Del otro lado del Río de la Plata, el encierro obligatorio y la abundancia de noticias tuvieron efectos más nocivos aún. "La infodemia ha generado más terror, horror y depresión de lo que podría haber generado la pandemia si los datos fuesen más claros y controlados. Estamos viendo un exceso de consultas sobre trastornos de ansiedad. El virus está y es cierto que es peligroso, pero las fake news y el bombardeo generó pánico en las personas", explica en entrevista telefónica con galería la directora del Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad de Argentina, Gabriela Martínez Castro. "Es lamentable, pero la infodemia funciona como un desencadenante de trastornos que son vanguardia en la población mundial. Hay pacientes que empezaron terapia de forma virtual por ataques de pánico, terror a morir, por pensamientos obsesivos. Algunos ya pueden volver a salir a sus trabajos y no quieren porque tienen miedo de lo que escuchan, de lo que sienten", agrega. En estos casos, la especialista recomienda limitar la cantidad de horas frente al televisor y con el celular.
¿Y qué pasa con los adolescentes? El escenario actual es paradójico. Hay padres que consultan a los especialistas preocupados por el tiempo que pasan sus hijos con dispositivos electrónicos, por la cantidad de información que leen y por el espacio que ocupan en sus vidas. Por un lado, es cierto que hay que estar alerta para que aprendan a diferenciar en quién confiar y para controlar que el consumo no se vuelva adictivo. Sin embargo, las investigaciones más recientes aseguran que los nativos digitales tienen más y mejores herramientas para diferenciar un contenido real de una fake news. Suelen tener mayor conciencia de hasta dónde exponerse y, ante la duda, desconfían con más facilidad que los adultos. De hecho, tienen una mayor facilidad para alejarse de redes sociales como Twitter, que pueden ser más tóxicas en cuanto al abuso de información. "Ellos tienen cada vez más actividades volcadas a la pantalla; gran parte de la socialización, el entretenimiento y el cortejo están en la pantalla. Pero no por eso son más proclives a caer en riesgos y en fake news", sostiene Roberto Balaguer.
Por su lado, el psicólogo Álvaro Alcuri cambia la apuesta: "Los más jóvenes filtran mejor la información, pero la filtran tanto y de acuerdo a intereses tan particulares que terminan ignorando gran parte de la agenda. Creo que hay un gran trabajo educativo para hacer. Tenemos que enseñar de nuevo a leer, pero en el mar de contradicciones y tonterías de las redes y aprendiendo a filtrar las toneladas de basura que hay", dice. En pleno 2020 podemos estar más informados, tenemos herramientas y datos al alcance. Tal vez sea hora de aprender a cuidarse y entender que no hay que saber de todo, todo el tiempo, en todo momento.
Cinco consejos
· Chequear las fuentes de información: es importante ir a sitios confiables para recibir información real.
· Evitar enviar mensajes, cadenas o videos sin estar seguro de su validez. "Puede que a mí no me cause ningún daño pero a otro sí. No hay que reenviar contenido que alarme", dice la experta argentina Gabriela Martínez.
· Evitar opinar sobre temas sin estar seguros y, ante la duda, desconfiar.
· En tiempos de pandemia, no pasar más de cuatro horas por día conectado a las redes sociales. No es sano ni por la cantidad de información que se recibe ni por salud. La alta exposición a la tecnología puede afectar la lucidez y debilitar la capacidad de atención. Sin pandemia, la recomendación se reduce a tres horas.
· Evitar recibir información y estar con dispositivos electrónicos una hora y media antes de irse a dormir.