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Es casi mediodía de un domingo próximo a las fiestas en
Montevideo. Las calles están desiertas, no hay mucho tránsito y pocos se animan
a caminar entre asfaltos incendiados. Solo en ese silencio se transforman en
protagonistas los repiques de las campanas eclesiásticas de diferentes barrios
de la ciudad, que, con un ritmo cadencioso, advierten que la misa está por
comenzar.
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No todas las iglesias de Montevideo
tocan sus campanas, ni lo hacen con la misma frecuencia que varios años atrás.
En parte porque es una tradición que se ha ido perdiendo con el pasar del
tiempo y el crecimiento de la ciudad hacia arriba. A su vez, debido a la
proximidad de los campanarios a edificios que los rodean muchos vecinos han
manifestado quejas por ruidos molestos atribuidos a los repiques. Pero, además,
varias torres han dejado de sonar porque están averiadas y no hay solvencia
económica para refaccionarlas.
Campanario de la iglesia de Punta Carretas. Foto: Adrián Echeverriaga
El arquitecto Francisco Collet,
encargado de la puesta a punto de varios campanarios del país, explica que una
restauración estructural puede llegar a costar entre 10.000 y 20.000 dólares
dependiendo de su dimensión. “Por su naturaleza el campanario debe ser abierto
para la difusión del sonido y ese es su gran punto débil, ya que está sometido
a inclemencias del tiempo que, con el pasar de los años, van provocando el
deterioro”. Además, las campanas ejercen mucha fuerza sobre las paredes de las
torres cada vez que se balancean de un lado a otro. De aquí que muchas han
dejado de tocar para evitar ese movimiento que tanto exige a las estructuras.
Con la ayuda de la tecnología,
algunas iglesias están incorporando un sistema de martillos con control
digital, mediante el cual la campana permanece fija mientras un martillo la
golpea según una potencia graduada que produce el mismo sonido sin la necesidad
de movimiento. Otra ventaja de la digitalización es que suplanta el tradicional
sistema manual de cuerdas que requiere a una persona disponible para esa labor.
Refacción de campanario en Tierra Santa. Foto: Adrián Echeverriaga
Refacción de campanario en Tierra Santa. Foto: Adrián Echeverriaga
Si bien, por distintas razones, la
tradición de hacer sonar las campanas ha caído en desuso, hubo una época en la
que servían para transmitir noticias a la comunidad vinculadas a la celebración
de actos religiosos y acontecimientos civiles. Estos instrumentos se adoptaron
por la Iglesia en la Edad Media y marcaban no solo el tiempo de la liturgia,
sino también de la comunidad.
Aquellos templos que en sus torres
tenían más de una campana podían jugar con distintas notas musicales que, según
su combinación, informaban a los vecinos sobre qué estaba ocurriendo.
Dependiendo del tipo de repique se anunciaban determinados eventos como el
inicio de la jornada laboral o incluso el nacimiento o el fallecimiento de
personas. Si, por ejemplo, moría un niño bautizado menor de seis años, se
comunicaba con un repique de gloria que honoraba la llegada de un ángel al
cielo.
Parroquia Tierra Santa. Foto: Adrián Echeverriaga
El especialista argentino Guillermo
del Valle, integrante de una familia de campaneros y abocado al asesoramiento
en automatización de campanas, explica que estas deben entenderse como
instrumentos musicales “que están afinados por notas o muy cerca de alguna
nota”. “El lenguaje litúrgico del campanario está protegido en muchas partes
del mundo, donde existen leyes que amparan el repique de las campanas como
patrimonio cultural intangible”, comenta. Además, el proceso de confección de
una campana exige una artesanía precisa y delicada que, en algunos casos,
deriva en verdaderas obras de arte. Pueden estar realizadas en bronce, cobre o
estaño y suelen llevar grabado el nombre de un santo o un obispo junto con su
fecha de fundición. Otras también tienen grabados dibujos e inscripciones de
breves textos religiosos y agradecimientos.
En la actualidad, la mayoría de las
iglesias montevideanas que tienen operativas sus campanas suelen tocarlas antes
de cada misa. Algunas, incluso, siguen manteniendo otras tradiciones del
calendario litúrgico como la celebración diaria del Ángelus con campanadas
durante el amanecer, el mediodía y el anochecer para dar paso a una oración
católica que recuerda el anuncio del arcángel San Gabriel a la Virgen María
advirtiendo que sería madre de Jesús. Lo cierto es que, más allá de cuán vivas
estén las campanas de la ciudad, las paredes de los campanarios guardan en su
interior historias y secretos que merecen ser contados.
Misericordia Campana. La Catedral Metropolitana y Basílica Mayor comenzó a levantarse en 1790 y tiene dos campanarios: en la torre norte está la campana mayor y un reloj litúrgico sin funcionamiento, mientras que en la torre sur se encuentran el reloj de tiempo y cuatro campanas más pequeñas. En sus inicios, ambas torres lucían en sus paredes interiores una especie de azulejos confeccionados con platos rotos donados por los vecinos de la zona. Luego, esas piezas fueron sustituidas por azulejos reales cuando, en 1941, se refaccionó toda la fachada de la iglesia.
Catedral Metropolitana. Foto: Lucía Durán
Según cuenta el escultor Ramón
Cuadra, todas las campanas se hicieron en Uruguay y a eso se debe un particular
sonido que se ha convertido en parte de su identidad, y la de la Ciudad Vieja.
El antiguo reloj litúrgico que acompaña a la gran campana, llamada Inmaculada
Concepción, fue uno de los únicos que existió en Latinoamérica y marcaba el
tiempo del calendario católico. Pero, por otro lado, esta misma campana sonó
para celebrar el anuncio de la Independencia en 1830. Actualmente, lo hace para
advertir ciertos acontecimientos religiosos como la celebración de la misa. Las
cuatro campanas de la torre sur suenan para anunciar el cambio de hora y, en su
momento, supieron marcar el ritmo de la plaza Matriz con campanadas cada cuarto
de hora, media hora y hora.
En torno a los campanarios de la
Catedral Metropolitana surge la popular anécdota de un señor moreno apodado
“Misericordia Campana”, rescatada por Daniel Muñoz, tío abuelo de la recordada
China Zorrilla. El protagonista de esta historia fue campanero de la parroquia
durante más de 30 años y su apodo responde a que cada vez que alguien lo
saludaba, respondía diciendo en su media lengua: “¡Misericordia, señó!”.
Campanario de la Catedral Metropolitana. Foto: Lucía Durán
Conocía como nadie los repiques que
emitían las campanas, a tal punto que lograba imitarlas con su propia voz para
explicarles a los vecinos de la zona qué significaba cada sonido. Dicen algunos
relatos que el campanero fue despedido luego de haberse permitido bailar al son
del órgano en el vestíbulo de la escalera que conducía al campanario. Otros
dicen que la adoración que le tenía a San Francisco lo llevó a partir de la
catedral hacia un nuevo templo en honor al santo.
Volver a tañer. Luego de casi 30 años sin que sonaran sus campanas, la
iglesia Nuestra Señora de los Dolores, conocida como Tierra Santa, inauguró su
nuevo campanario el domingo 12 con la bendición del cardenal Daniel Sturla. La
restauración y automatización, a cargo del arquitecto Francisco Collet y el
asesor Guillermo del Valle, supuso la instalación de un juego de martillos
eléctricos para cada una de las cuatro campanas. Ambos explican que los
martillos las golpean en su parte más gruesa y con la misma intensidad, por lo
que se extiende la vida útil de estos instrumentos.
Sistema de martillos aplicado a campana de Tierra Santa. Foto: Adrián Echeverriaga
Debajo de la torre se instaló una
unidad controladora que maneja todo el sistema: según el botón que se presione,
se activan repiques de fiesta, funeral, Ángelus o misa. Además, el sistema
tiene un reloj interno que permite marcar la hora con las campanadas. Una
novedad en comparación con los antiguos relojes es que este tiene silencio
nocturno, por lo que la última campanada se da a las 12 de la noche y la
primera a las 8 de la mañana.
La campana mayor de Tierra Santa
fue traída de España y en su dorso se lee la inscripción “Moisés Diez Palencia
– España”, mientras que la campana mediana lleva grabado su nombre, Marie
Inmaculate, una estrella de Belén y un crucifijo. Sobre las otras dos campanas
más pequeñas no hay datos exactos de origen ni tienen inscripciones en sus
dorsos.
Cuentos de vecindad. La torre de la parroquia de Punta Carretas es una de las
más altas de Montevideo. Construida entre 1917 y 1921, se dice que el
campanario elevado era para que los presos pudieran verlo desde el patio de la
antigua cárcel, como símbolo de un aliento esperanzador.
Tiene seis campanas y, debido a
daños estructurales, solo está en funcionamiento la menor, que se toca con
cuerda tres veces antes de la misa de los sábados (19.30 h) y los domingos
(11.30 y 19.30 h). En el centro está la campana mayor, traída en ferrocarril
desde la provincia argentina de Santa Fe. A pocos kilómetros de esa ciudad se
encuentra la fábrica de campanas Bellini, actualmente llevada adelante por la
quinta generación de una familia de campaneros. En el dorso de la campana está
el nombre de quien la realizó, Juan Bautista Bellini, fundador de la empresa en
1829. Para confeccionarla se utilizó un método milenario que consiste en la
fabricación de un molde de cera al que le siguen varios pasos en un proceso que
puede llegar a extenderse por dos meses.
Foto: Lucía Durán
Foto: Lucía Durán
Al igual que la iglesia de Punta
Carretas, la parroquia San Juan Bautista también hace sonar sus campanas los
fines de semana para anunciar el comienzo de la misa, aunque, a diferencia de
la primera, las cuatro campanas de su torre están en funcionamiento. Sobre este
campanario hay una curiosa anécdota acerca de una vecina que donó las campanas
a escondidas. La torre fue construida poco después de la iglesia y adosada a la
estructura principal. Fue entonces cuando Doña Lola Rubio de Balparda hizo una
gran donación para comprar las campanas a escondidas de su marido ateo. Cuando
el señor Balparda vio el campanario en todo su esplendor, le comentó a su
esposa: “¡Mirá la plata que tiene la iglesia que gasta en esa torre!”, sin
imaginar que el dinero había salido de su propio bolsillo. En honor a esta familia
de donantes las campanas llevan los nombres de María Josefina, Alberto Rafael,
Esteban-Rosa y Antonio-Elvira.
Parroquia San Juan Bautista. Foto: Lucía Durán
Una historia que también involucra
a la comunidad de vecinos es la de la parroquia Stella Maris, que, hasta no
hace mucho tiempo, tenía sus campanas en silencio. La última vez que habían
sonado fue en el nombramiento del papa Francisco, cuando el párroco de la
iglesia, Gonzalo Estévez, subió al campanario, se paró en una silla y tocó la
campana mayor con un martillo. Recientemente, vecinos de la calle Rostand se
unieron para solicitar que las campanas de Stella Maris volvieran a sonar, por
lo que se consiguió el dinero para reparar el viejo sistema de martillo
conectado a un reloj mecánico, que ahora las hace andar de forma automática.
Desde hace unos meses se dan 12 campanadas al mediodía (hora del ángelus) y los
fines de semana en la tarde antes de comenzar la misa.
Sin recibir una donación secreta o
el impulso de vecinos, la iglesia San Francisco de Asís también se las ingenió
para refaccionar su campanario, alquilando su torre a una compañía telefónica
para solventar gastos de obra. Antiguamente, el campanario estaba compuesto por
cinco campanas, pero hoy solo queda una. Se cree que el resto de las campanas
fueron desprendidas de la torre en una de las tantas reparaciones que se
llevaron a cabo, debido a que la parroquia está muy cerca del mar y soportó
fuertes tormentas.
LADRONES DE CAMPANAS
El 2 de febrero de 2021 los vecinos de La Pedrera
amanecieron con la sorprendente noticia de que en la madrugada habían robado
una de las dos campanas de la capilla del balneario, Nuestra Señora de Lourdes,
frente a la comisaría. La torre se encontraba en refacción luego de que la
comunidad juntara fondos para embellecer el edificio y se cree que los andamios
de obra facilitaron a los delincuentes alcanzar el campanario para cortar la
cuerda que sostenía la campana. Muchos creyeron que se trataba de la mayor,
aunque luego se supo que para que eso sucediera, se tendría que haber roto la
estructura del campanario, dado que su tamaño supera al de los arcos que tiene
la torre. Había sido robada la más pequeña.
Sobre la campana principal de esta parroquia se sabe que
pertenecía a una embarcación que naufragó en las costas de Rocha a mediados del
siglo XIX. En 1971, mientras el
locatario Emilio Azambuja se encontraba pescando descubrió un objeto de grandes
dimensiones enterrado en la arena. Luego de unos días de excavación con amigos
lograron desenterrar la campana, que, varios años después, fue donada a la iglesia
por el papá de Azambuja.
SAN JOSÉ DE MAYO: UNA HISTORIA DE MUNDO
El edificio de la actual basílica
catedral de San José, contigua a la vieja iglesia y frente a la plaza central,
comenzó a construirse en 1858 por el catalán Antonio Fontgivell. Las cúpulas de
la iglesia están recubiertas por azulejos franceses de Pas de Calais y en una
de sus torres luce un gran reloj artesanal, adquirido en Europa, que funciona
ininterrumpidamente desde el 25 de agosto de 1900, cuando sonó por primera vez
para saludar la efemérides patria. Junto a este reloj hay un carrillón de
campanas, cuyos sonidos se escuchan a 15 kilómetros de distancia.
Campanario de la Catedral de San José. Foto: Lucía Durán
La historia de este maravilloso
reloj y sus campanas tiene como protagonista al relojero maragato Don Luis de
Amilivia Sellanes, a quien se le encomendó embarcarse al continente europeo
para conseguir un reloj adecuado a las dimensiones de la torre recién
construida, con los fondos recolectados por los vecinos del pueblo. Tras
recorrer varios países y no encontrar un aparato que colmara sus exigencias,
mandó a hacer un reloj según sus propias instrucciones. La maquinaria es suiza,
las esferas inglesas y las campanas genovesas. El reloj costó 14.000 pesos (en
ese entonces, el peso valía más que el dólar) y se colocó en la torre de la
calle Treinta y Tres para una mejor visibilidad desde varios puntos de la
ciudad.
Foto: Lucía Durán
Hasta hoy, el encargado de dar
cuerda y mantener el reloj en uso es Néstor Hugo de León, siguiendo un
manuscrito del monseñor Ricardo Di Martino, de mediados del siglo XX, con las
indicaciones detalladas sobre sus cuidados. “La cuerda dura ocho días, pero es
conveniente darla cada cinco hasta llenar aproximadamente los tambores”,
comienza diciendo el instructivo. Insiste en “darla mesuradamente y no dejarla
antes de engranar”, y recomienda aplicar lubricante cada una a dos semanas en
todos los ejes y cada un mes en las roldanas de las campanas. Pronto a
retirarse de esta labor después de 60 años, Néstor está entrenando a su hijo
para que ocupe su lugar llevando adelante el mantenimiento de este reloj tan
importante para la comunidad maragata.
La campana mayor del carrillón pesa tres
toneladas, suena para llamar a las grandes festividades litúrgicas, y en su
dorso lleva la siguiente frase: “Una comisión de señoras de esta ciudad
recolectó los fondos para la compra de esta campana. San José de Majo. 1897”.
Por su tamaño y peso no es posible tocarla sin subir a la torre, ya que tiene
un diámetro de casi dos metros y solo su badajo pesa 100 kilos. La segunda
campana suena cada media hora y pesa 937 kilos, mientras que la tercera, de 368
kilos, se encarga de anunciar el cuarto de hora. En ellas puede leerse la
inscripción “Luis de Amilivia – Introductor”.
Foto: Lucía Durán
Foto: Lucía Durán
Entre las campanas de la catedral
hay una muy particular que está ubicada en la torre contraria a la del reloj y
solía anunciar la Misa de Gallo a los vecinos. Es la torre de la antigua
parroquia que se fundó a comienzos del siglo XIX. Esta campana fue fundida en
las Misiones Jesuíticas y su tañido data de 1687. Había sonado en las selvas
misioneras llamando a los guaraníes catequizados y llegó a estas tierras junto
a ellos cuando vinieron a poblar a la desaparecida localidad de San Borja del
Yí. Tiempo después, por orden del gobierno, la campana se instaló en San José.
Hoy está rajada, no suena, pero su historia permanece intacta.