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Las falsas promesas del greenwashing

La herramienta de marketing, tan utlizada en la industria de la moda —una de las más contaminantes del planeta—, engaña a los consumidores con falsas promesas sobre el cuidado del medioambiente y los recursos humanos

Basta con seguir a unas pocas marcas de indumentaria en Instagram, entrar a un shopping o ver alguna publicidad de ropa para ser bombardeados con las palabras sustentable, ecológico, responsable, orgánico, reciclado, natural, carbono cero, ethically made y varias más de la misma índole. Al hacerlo, las marcas le hacen creer al consumidor que comprando su producto están haciéndole bien al planeta y, en menor cantidad de casos, fomentando el trabajo manual y local. Pero ¿cómo se puede comprobar eso? ¿Qué significan esas palabras? ¿Puede una prenda ser completamente eco-friendly? ¿Que haya sido fabricada a mano en Perú o Camboya significa que las condiciones de trabajo digno de quienes la confeccionaron se cumplen? ¿Que la etiqueta de un saco diga “ecológico” significa que la totalidad del proceso de fabricación fue así o que solo lo son sus botones de madera?

“Los consumidores confiamos en que las marcas se ocupen de hacer las cosas bien”, escribe la periodista de moda española Marta D. Riezu en su libro La moda justa (2021). “Leemos aquí y allá palabras que nos tranquilizan. Olvidamos esa herramienta diabólica de marketing llamada greenwashing: una empresa anuncia su compromiso medioambiental pero no lleva a cabo ningún gran cambio significativo, solo busca blanquear su imagen. (...) La tónica general en la moda es como un capítulo de la serie House: todos mienten”, agrega Riezu, que también escribe para Vogue, Elle y Vanity Fair. Los críticos del marketing proponen desconfiar de las marcas que gritan ser respetuosas con el medio ambiente y los recursos humanos a los cuatro vientos.

Beneficio de la duda. El greenwashing, o lavado verde, se produce cuando las empresas, de cualquier rubro, engañan a los consumidores con promesas de ser más respetuosas con el medio ambiente de lo que realmente son. Implica falta de transparencia. La mayoría de los términos que se leen en las etiquetas de ropa o en lemas de marca son difíciles de verificar y también confunden al consumidor. Por ejemplo, la declaración del porcentaje de reciclado de una prenda a menudo no se refiere a toda la prenda, sino a una parte de ella. De esa manera, hace que el artículo parezca más reciclado de lo que en verdad es. Que el 40% del forro de una campera sea de poliéster reciclado no significa que el 40% de la totalidad de la campera sea reciclada. Por otro lado, muchos etiquetados llevan sellos internacionales de ecología y sustentabilidad, pero varias veces se refieren a la etiqueta misma, al pedazo de cartón, no a la prenda. Eso sucede en Zara, en las etiquetas de su línea Join Life. Tienen el sello de Forest Stewardship Council, que promueve la gestión responsable de los bosques. 

Decir que por cada jean fabricado se planta determinada cantidad de árboles y no poder comprobar que tal iniciativa se llevó a cabo ni si realmente compensa el daño hecho por la producción de tal prenda es otro ejemplo de greenwashing. Estas actividades, que varían entre distintos proyectos ecológicos, como el desarrollo de energías renovables o plantar árboles, son llamadas Carbon Offsets (que significa “compensaciones de carbono”). Están pensadas para equilibrar, en teoría, la emisión de dióxido de carbono u otros gases de efecto invernadero que generan las empresas que deciden financiarlas. Son cada vez más las compañías que buscan las Carbon Offsets y comunicar cuando lo hacen.

Otra señal típica de greenwashing es el anuncio de plazos extremadamente largos para alcanzar objetivos ambientalistas. De nada sirve anunciar que una empresa busca reducir sus emisiones de carbono para el 2050 si no se ofrece al consumidor de qué manera se planea lograrlo ni se proponen metas intermedias, a más corto plazo, para llegar al objetivo final. Una remera hecha en Bangladesh no deja de representar condiciones de trabajo discutibles y contaminación por ponerla dentro de un bolsa de papel reciclado una vez comprada, ni una marca comienza a ser ética por hacer una colección en colaboración con una tribu indígena.

Esta estrategia de marketing es cada vez más común en todos los rubros. Tanto es así que algunos gobiernos comienzan a debatir medidas en su contra. En marzo de este año, la Unión Europea presentó una serie de propuestas que exigen a las empresas que respalden las afirmaciones ambientales de sus productos con evidencia científica. Por su lado, la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos está debatiendo normas que regularán las afirmaciones de marketing ambiental y penalizará a las empresas cada vez que la publicidad de un producto utilice lenguaje engañoso. 

En el podio de la contaminación. La moda se ubica entre las tres industrias más contaminantes del planeta. Comparte el podio con la de los combustibles fósiles, que ocupa el primer puesto, y la de la agricultura, que lleva puesta la medalla de plata. La industria de la ropa produce alrededor del 10% de la huella de carbono anual en el mundo, es decir, más que todos los vuelos internacionales y el transporte marítimo sumados.

Sin embargo, los gases de efecto invernadero —impulsores del calentamiento global— no son el único problema que provoca el sector de la moda ni cualquier otro. Esta industria también consume 93 millones de metros cúbicos de agua por año, llegando a utilizar 2.700 litros para la fabricación de una sola remera de algodón, tal como dicta el World Resources Institute, y 8.000 litros, lo que una persona toma en 10 años, para la fabricación de un jean

Además, son millones las toneladas de plástico y otros desechos tóxicos generados en la producción de ropa que contaminan el aire y el agua, por lo que llega a ser el sector responsable del 20% de la polución de los océanos.

Parte del paisaje. Toneladas de textiles, dentro de los que no solo hay ropa sino también alfombras, toallas, cortinas, etc., son descartadas cada año. Estados Unidos y Europa son los lugares en donde más textiles se tiran y desde donde se exporta ropa usada o de descarte, aquella que las marcas ya no planean vender por diferentes razones. Países del tercer mundo la compran y, a pesar de que algún porcentaje de esa indumentaria se logra comercializar (principal objetivo de su importación), una gran parte sigue siendo basura textil destinada a los vertederos. Las cifras aumentan a medida que crece la producción y el consumo, con eso también las montañas de ropa en el desierto de Atacama, donde se encuentra el cementerio de prendas más grande del mundo. También en Ghana, a donde llegan 15 millones de prendas cada semana, según un reportaje audiovisual de la BBC publicado hace dos años. El mismo escenario se ve en Puerto Príncipe, Haití. 

Según la página oficial del Parlamento Europeo, sus ciudadanos utilizan casi 26 kilos de textiles y desechan unos 11 kilos cada año. También señala que cierto porcentaje de la ropa descartada se exporta fuera de la Unión Europea. Sin embargo, aclara sin especificar en dónde, el 87% se incinera —algo que puede producir inmensas cantidades de gases de efecto invernadero, dependiendo de los materiales de las prendas en cuestión— o se deposita en vertederos. En estos, el suelo es cada vez más contaminado a medida que las prendas comienzan su proceso de degradación. Cuanto más sintética es la prenda, más demora en degradarse y más contamina la tierra. El poliéster, de los materiales sintéticos más comunes para la fabricación de indumentaria (y botellas de agua), precisa de 500 años para degradarse por completo.

Rápida no, lo siguiente. La producción en serie, originaria de principios del siglo XX, empujó a un costado el oficio de la costura, la manufactura bajo demanda y los procesos lentos. A fines de los años 80 surgió la moda rápida, o fast fashion, con el objetivo de ofrecer ropa barata en cantidades abundantes. “Los precios pueden mantenerse bajos estrujando a los proveedores, produciendo en países en desarrollo con condiciones laborales pésimas y plagiando con descaro ideas de otros diseñadores”, escribe Marta D. Riezu. “El fast fashion democratizó el estilo, argumentan algunos. Pero lo único que consiguió es devaluar nuestra percepción de la ropa, presentándola como desechable. Es una idea perversa que lleva a una relación disfuncional con nuestro armario: algo debe ser abandonado no porque no sea útil sino porque ya no es tendencia, porque no tiene valor social. (...) La moda rápida es la responsable del desprestigio del sector a ojos del mundo”, señala la periodista.

Con el cambio de siglo, aparecieron en escena otras empresas todavía más aceleradas y corrosivas. Empresas como Shein, Cider, Boohoo y Asos llegaron para superar, tanto en tiempo como en cantidad de producción y en precios bajos, a Zara, H&M, Mango, Primark y Uniqlo, reinas del fast fashion. Con 6.000 prendas fabricadas por día, tal como cuenta una nota de la BBC, y con un promedio de precio de 10 euros (420 pesos uruguayos, aproximadamente), Shein le dio la bienvenida a la moda ultrarrápida (ultra fast fashion) al fundarse en 2008. “El estilo se volvió barato, conveniente y consumible. (...) El agresivo ciclo de consumo impulsado por la moda rápida significa que la ropa que usamos tiene ahora más probabilidades que nunca de terminar formando parte de los 92 millones de toneladas de residuos textiles que se producen anualmente”, dice Evelyn Wang en su artículo de 2022 en The New York Times

¿Quién hizo esta prenda? Es una pregunta que los defensores de la moda lenta y el consumo consciente imploran que los consumidores se comiencen a hacer antes de comprar cualquier prenda. No solo quien compra debería preguntarse tal cuestión, sino también la inmensa cantidad de empresas que no saben dónde ni quién fabrica su ropa. Si bien el impacto ambiental es del que más se habla en cualquier rubro, el impacto social de la industria de la moda es otro con cifras preocupantes. Tal como explica Riezu en su libro, en el planeta hay 75 millones de trabajadores que se dedican a confeccionar ropa. Menos del 2% de ellos gana un salario suficiente para vivir.

De ese 98% que no recibe un salario mínimo, la gran mayoría son mujeres: el 75%. “Las jóvenes europeas se proclaman comprometidas con la sororidad mientras visten camisetas con lemas como ‘The future is female’, confeccionadas por chicas de Bangladesh que cobran 30 céntimos la hora”, agrega la escritora.

Por su lado, Samantha Sharpe y Monique Retamal, directoras de Investigación del Instituto para el Futuro Sostenible (Institute for Sustainable Futures) de la Universidad Tecnológica de Sydney, son las autoras del artículo To make our wardrobes sustainable, we must cut how many new clothes we buy by 75%, publicado en The Guardian. En él se lee que abundan los abusos contra los derechos laborales de los trabajadores en las cadenas de suministro. Señala que desde 2017 los problemas de trabajo infantil, discriminación y trabajo forzoso de la industria empeoran a nivel mundial. Los principales países fabricantes de prendas de vestir, entre los que además de Camboya y Bangladesh también están Myanmar y Vietnam, se consideran en “riesgo extremo” de esclavitud moderna.

Tendencia que crece. En un mundo cada vez más fascinado por los datos y con mares de información accesible a cualquiera que tenga una computadora o un celular, la cantidad de consumidores críticos e informados aumenta. Al aprender sobre el impacto social y medioambiental que genera la compra de un jean o una camisa, son cada vez más las personas interesadas en conocer la procedencia de las prendas que compran, algo que también sucede con el consumo de alimentos, cosmética, muebles y demás textiles.

En América del Norte, como explica The Wall Street Journal en su video Greenwashing: When Companies Aren’t as Sustainable as They Claim (Greenwashing: cuando las compañías no son tan sustentables como se anuncian), las ventas de bienes de consumo envasados que anuncian ser sustentables aumentaron un 30% del 2013 al 2023. Y más del 60% de los consumidores expresa que paga más por un producto con un packaging que dice ser ecológico. “Cada vez es más rentable para las empresas ser vistas como beneficiosas para el medio ambiente”, explica el periodista especializado en finanzas y cambio climático, Shane Shiffleti, en el mismo video. “Los consumidores exigen cada vez más productos sostenibles y los inversores quieren invertir en empresas que tengan una menor huella de carbono”. 

Natural no es sinónimo de mejor. Un material sintético es aquel que se obtiene a partir de procedimientos industriales y proviene del petróleo. Ejemplos son, además del poliéster, el nylon y la lycra. Los materiales artificiales también son hechos en laboratorios, pero se diferencian de los sintéticos al contener algún porcentaje de fibra natural. El modal, la viscosa y el lyocell entran en esa categoría. Por el contrario, un material natural (cuero, lana, lino, algodón) se define como aquel proveniente de fuentes naturales, sin componentes sintéticos agregados. Esa es solo la punta del iceberg de los materiales textiles, hay varias categorías más y cada una con sus subcategorías. En general, se toma a los elementos naturales como aquella opción buena, consciente y mejor. De manera opuesta, se asume lo sintético como malo, peligroso, dañino para el planeta. Sin embargo, estas dos concepciones no son del todo ciertas. No todo lo que es natural es mejor ni todo lo otro hace mal. Lo natural también tiene su lado oscuro: la explotación de la tierra, el abuso de los animales, las emisiones de gas metano (gas de efecto invernadero) y la toxicidad de la curtición (proceso por el que se somete a ciertos materiales naturales, más que nada al cuero, para que no se pudra con el tiempo). 

Marta D. Riezu dedica un capítulo entero de su libro La moda justa a describir las atrocidades efectuadas a los animales para la obtención de los materiales naturales. Aconseja que quien prefiera vivir en la ignorancia se saltee las líneas siguientes. “Aunque lo de ojos que no ven me parece una cobardía (que yo he practicado mucho). El ojos que no ven ha llevado a la moda al lugar donde está hoy”, escribe. La advertencia no la hace en vano, ya que la descripción de los métodos de esquilado de ovejas, de desplume de patos y gansos, el arranque de pieles de conejos y otros métodos con varios otros animales, y sus altas cifras alrededor del mundo, llevan al lector a las lágrimas.

Para dar un ejemplo concreto, el 88% de la lana mundial viene de Australia, en donde se calcula que hay 74 millones de ovejas merinas. Riezu cuenta que a los esquiladores se les paga por volumen, no por hora, algo que pone en segundo plano el buen trato del animal. La periodista destaca la importancia de buscar el sello de GOTS o del Responsible Wool Standard, avales de garantía del buen trato del animal. Ante la duda, aconseja, no se debe comprar nada hecho con ese material.

Lo mismo sucede con el cuero. Este es el coproducto más importante (desde el punto de vista económico) de la industria cárnica. “El colmo es cuando se nos pretende convencer de que usar ese cuero es casi hacer un favor al medio ambiente, puesto que esa piel se tiraría de todos modos. Afirmar que el aprovechamiento del cuero es sostenible es como decir que el plástico es una caridad de reciclaje del petróleo. No: el cuero es un bien deseable y rentable en sí mismo”, señala la española. Que una prenda esté hecha con materiales naturales no significa que el proceso de cultivo de tal material, su procesamiento y  distribución hayan sido ecológicos ni que las personas encargadas de hacerlo estén siendo respetadas. Algunos sellos que se pueden encontrar en algunas prendas y son garantía de buenas prácticas son: Oeko-Tex, NFS, Cradle to Cradle, Sustainable Fiber Alliance, Bluesign, Eco Wool, Global Recycled Standard, PETA-Approved, Regenerative Organic Certification, Ecolabel, Fair Trade, Nest, Fur Free Retailer, WRAP y Rainforest Alliance.

En contraste con la producción de materiales naturales, que no es sinónimo de amigable con el medio ambiente, existen materiales sintéticos que no equivalen al daño a la salud del planeta y el ser humano. El econyl es un tipo de nylon 100% hecho con residuos como redes de pesca, plásticos desechados, alfombras y otros textiles que estaban destinados a ser residuos. 

Qué hacer. Si bien todo método y material utilizado tiene pros y contras en su proceso de fabricación, es posible ir por un camino menos malo. Informarse es imprescindible para tener el poder de decidir, de manera responsable y consciente, a dónde va el dinero que uno gana. Uno milita con su bolsillo, fomenta y apoya lo que compra. Ante el panorama actual, consumir menos, usar lo que se tiene, repetir atuendos, reparar prendas rotas para volver a usarlas son las mejores opciones. “Digamos que hay una persona que no le interesa lo reciclado ni lo orgánico, y que se comprará un jean por año; y otra persona que sí quiere comprometerse con la causa del medio ambiente y que se comprará una prenda sustentable cada mes. La primera persona es mejor”, afirma Maxi Bohn, experta en desarrollo de productos, en el video H&M and Zara: Can fast fashion be eco-friendly? (H&M y Zara: ¿puede la moda rápida ser ecológica?) de DW Planet A.

Cuando se compra algo, que sea con lupa en mano y prudencia. Comprar como una inversión, pagando un precio justo. Lo bien hecho, en general, conlleva un precio alto pero hay que saber que eso no es garantía de nada. “Es clasista afirmar que quien tiene un sueldo bajo ha de resignarse a una calidad discutible”, opina Riezu. “Precisamente porque el dinero cuesta tanto en ser ganado, debe uno mirar muy bien a quién se lo da. ¿Es más fácil comprar moda justa con una renta alta? Obviamente, sí. Todo es más fácil con una renta alta”.

La garantía de que una prenda tiene el menor impacto ambiental y social posible se logra cuando la marca puede mostrar la trazabilidad de sus productos, desde el comienzo de su fabricación hasta su llegada a la tienda. Los sellos, dependiendo de cuáles, también lo son. Cuanto más grande la empresa, más difícil es lograr tal transparencia y mayor será su impacto de todo tipo. 

En cuanto a materiales, las prendas con fibras creadas exclusivamente con materiales de desecho, es decir, recicladas, las fibras vegetales y animales con bajo impacto medioambiental, como el lino orgánico, son buenas opciones si tienen los sellos correspondientes o si se pueden comprobar sus buenas prácticas. El proceso de las prendas no teñidas es, en general, menos malo que el de las teñidas, y las fibras naturales que no se tiñen son biodegradables.

La solución como consumidores parece ser alejarse de la moda rápida, comprar menos prendas pero de mejor calidad y optar por marcas sustentables que revelen su impacto ambiental de manera transparente y actúen para reducirlo. Por parte de las empresas, pasar a un modelo de enfoque sostenible no es fácil, requiere de políticas, reformas y cambios de mentalidad, que sin duda afloran de a poco.

Glosario 

Biodegradables: capaces de ser descompuestos por bacterias u otros organismos vivos.

Carbono zero o carbono neutral: que no produce emisiones de carbono. 

Eco-friendly: no perjudicial para el medio ambiente.

Ecológico: relativo o relacionado con los organismos vivos. Que se produce y se desarrolla de forma natural sin la intervención de agentes artificiales.

Huella de carbono: la cantidad total de gases de efecto invernadero generadas.

Moda lenta: enfoque de la moda que defiende los procesos lentos de producción, la mano de obra local y la utilización de materiales de poco impacto en el medio ambiente.

Natural: existente o causado por la naturaleza.

Orgánico: que implica producción sin el uso de fertilizantes químicos, pesticidas u otros agentes artificiales.

Reciclado: proveniente de desechos, algo reusable.

Sustentable: aquello que se puede mantener en el tiempo sin causar daño al medio ambiente ni comprometer a las generaciones futuras.