Fue a fines de febrero de este año que, con una mezcla de expectativa, miedo, nervios, emoción e incertidumbre, Uruguay les abrió las puertas a las celebridades, que esta vez no vinieron de Hollywood ni de Europa. No tocan rock, pop y tampoco actúan. Vinieron de Pekín, China. Viajaron 19.143 kilómetros por aire, bien apretadas y en sus cajas heladas, para aterrizar en suelo uruguayo. La Sinovac inauguró la temporada de vacunación en Uruguay. En la alfombra roja, le siguieron la tan aclamada e inglesa Pfizer y luego la polémica AstraZeneca, que llegó en abril. Son el centro de atención del mundo entero, se llevan todos los flashes y portadas de diarios. Pero si hay alguien que debería llevarse la estatuilla a heroínas y héroes en esta historia, es el personal de salud que trabaja día tras día para inmunizar a la población del virus que provoca esta pandemia.
Con entusiasmo y dedicación, unos 800 vacunadores en todo el país trabajan en la campaña de vacunación contra el Covid-19 que inició el 27 de febrero. En este momento hay cerca de 90 centros de vacunación en total instalados en todos los departamentos, 25 de ellos en Montevideo, según datos del Ministerio de Salud Pública. En su mayoría, el horario se divide en tres turnos y, en cada puesto trabajan seis personas: dos vacunadores, un preparador, un registrador, un guardia de seguridad y un back-up, que también es enfermero.
Trabajo en equipo. Risas, charlas y apodos divertidos abundan en el vacunatorio del Pereira Rossell. "Me siento muy bien con mis compañeras y me gusta el trabajo que estamos haciendo. Cuando llego, ya están las vacunas preparadas y empezamos a vacunar. Es algo ágil", explica Carolina sobre su día a día. Victoria Acosta, secretaria de este mismo centro, cuenta que están haciendo una encuesta sobre la satisfacción del servicio y que las respuestas vienen siendo más que positivas. Les preguntan a las personas cómo pasaron en la primera dosis y la mayoría asegura que venían un poco asustadas, pero a la segunda dosis ya llegaron tranquilas. "No hay persona que nos diga que haya que cambiar algo". Victoria cree que se debe a la buena onda, las ganas y el ánimo que le pone el personal. "Hay algunas que hasta trabajan 10 horas y nunca están con mala energía. El ambiente es distendido y cálido", dice.
En cada turno, Estefanía Navas saca de la heladera la cantidad de vacunas que van a precisar, las ubica en cajas pequeñas y les agrega ice packs para mantenerlas entre 2 y 8 grados. Ella también es la encargada de ir preparando las dosis a medida que la gente llega y se las pasa a Carolina o Victoria, que les toca dar el pinchazo. Su lugar de trabajo es una mesita plateada, bastante escondida, y apenas tiene contacto con el vacunado, pero, en caso de que sus compañeras estén muy saturadas, ayuda a vacunar. Cada una hora, Estefanía debe controlar la temperatura de las cajas, cambiar los ice packs y, al cierre del turno, hacer una planilla de las dosis suministradas y las personas vacunadas. A su vez, controla las dosis que llegan día por medio y sus temperaturas. Mientras tanto, Silvana Jara, otra compañera, chequea que todos los pacientes se sientan bien luego de haber sido vacunados.
Apoyo incondicional. Vannina, de 22 años, se vacunó en el Antel Arena. Pasó a uno de los 19 puestos de vacunación acompañada de su madre porque la fobia que les tiene a las agujas hace que se desmaye cada vez que ve una. Tuvo pesadillas la semana previa al pinchazo y cuando entró al vacunatorio se largó a llorar. Ana, una de las vacunadoras, le tomó la mano, le dijo que todo iba a salir bien y la calmó, mientras que la compañera le hundía la aguja en el brazo derecho. Amagó a desmayarse, le bajó la presión. Ya sentada en la silla posvacuna, distintas enfermeras iban a chequear cómo se sentía. Le dijeron que para la segunda dosis fuera al mismo vacunatorio, sin importar qué número le tocara. Era mejor así porque ellas ya la conocían. Casi un mes después Vannina volvió, esta vez con dos kilos de masitas para las mujeres que la habían atendido con tanta calidez, fue al mismo puesto y el equipo la reconoció inmediatamente. Le empezaron a hablar, la sentaron en la silla y le dijeron que posara para una foto con la caja de masitas en la falda. Sin que ella se diera cuenta, la habían vacunado entre tanta cháchara. Por primera vez en su vida, ni siquiera amagó a desvanecerse. "Me recibieron muy lindo, me entendieron y me hicieron sentir más que cómoda. Tenían toda la buena onda del mundo", cuenta.
Ana Ferreira, quien apoyó a Vannina, cumple la función de back-up. Recarga las jeringas, vacuna, registra, y también interactúa con la gente. Es lo que más le gusta hacer. Cuenta que el caso de Vannina fue uno especial. "Le pedí que me mirara a los ojos y le dije que esta vez no se iba a desmayar. Varias veces pareció que se iba, pero de tanto hablarle y pedirle que no cerrara los ojos, logró no desvanecerse. Eso le dio confianza", sostiene. Confiesa que la alegró mucho saber que confiaba en ella y que volviera a su puesto para la segunda dosis. A Ana le gusta hacer bromas y lograr que las personas se distiendan, muchas van muy nerviosas y con dudas. Asegura que se respira buena onda en el vacunatorio y que quienes trabajan allí comparten el mismo espíritu. "Si bien es la salida laboral de cada uno, todos estamos con el mismo pensamiento en cuanto a la colaboración que estamos dando a la salud. Ver la alegría de la gente al vacunarse y el alivio que manifiestan de estar inoculados, es algo que no tiene precio, no hay palabras que puedan explicar lo lindo que se siente por dentro", señala.
El caso de Emma es similar al de Vannina. Puso un pie dentro del puesto de vacunación y su cara lo dijo todo. Las vacunadoras se dieron cuenta de su estado de nervios y la calmaron. Una le tomó la mano, otra la ayudó a respirar hondo y una tercera la pinchó. "Me contuvieron", reconoce.
El estadio pasó de ser el escenario de Maluma, Cirque du Soleil y Julieta Venegas, la cancha de campeonatos de básquetbol o el ring de peleas de boxeo, a ser el centro de vacunación más grande del país. En cada uno de sus vacunatorios trabajan cinco personas: cuatro vacunadores y un registrador. Adriana empezó a trabajar allí, de registradora, a fines de febrero. Conoció el edificio de 40.500 metros cuadrados en el pasado, cuando fue a ver básquetbol, y resalta lo que le impresiona la transformación y versatilidad del espacio. Las cámaras de frío, en donde se guardan las vacunas, son las heladeras que se utilizaban en los shows. A su vez, quienes llevan a las personas hacia su asiento en un show, ahora las guían al puesto de vacunación que les tocó. Hay ascensores para personas discapacitadas y por los pasillos circulan voluntarios de la Cruz Roja que colaboran en la operativa. "Es un trabajo en equipo y por eso todo funciona perfecto", opina Adriana, quien trabaja ocho horas de lunes a sábados. Se ocupa de recibir al paciente, tomarle los datos y consultarle si tiene alguna enfermedad crónica, patología o alergia. Si tiene una duda sobre si el paciente puede o no vacunarse, consulta a los médicos que se encuentran a disposición en el centro. Ellos evalúan y, en caso de dudar la posibilidad de vacunación, le recomiendan al paciente que lo consulte con su médico tratante y vuelva otro día.
Cada 15 minutos, cada uno de los 19 puestos vacuna a cuatro personas. Al final de la jornada, el o la registrador/a debe cerrar todos los números: cuántas vacunas se dieron, cuántas personas fueron, si alguien fue pero no se vacunó, si alguien se vacunó sin estar agendado, que las dosis dadas cierren con el número de vacunas que salió de las cámaras de frío, contar con todos los documentos firmados por los pacientes, etc. "Es un trabajo en serie. Tratamos de que sea lo más aceitado posible. También me ocupo de que pasen rápido al puesto y no queden en el pasillo", aclara Adriana.
"Es impresionante lo rápido que es el proceso, todo fluye'', afirma Emma al salir del puesto de vacunación con el brazo algo dolorido. Y Amalia, que también se vacunó allí, señala que si bien "la cola era larguísima, todo funcionó lo más bien y en menos de 30 minutos ya estaba afuera". Ella asegura que estaba bastante asustada, pero una vez allí se sintió sostenida, cuidada y que, gracias a eso, se encontraba mucho más distendida cuando fue por la segunda dosis.
Parte de la historia. La gestión de la salud bajo este contexto fue el desafío más grande que enfrentó el personal de este sector, explica la médica y experta en gestión sanitaria Cecilia Hackembruch. "¿De cuántas personas haces un equipo para cada tarea que se necesita realizar?", se pregunta. "Fuimos aprendiendo, fuimos adaptándonos día a día y lo seguimos haciendo. En el caso de la vacuna, el mayor desafío fue el logístico: manejar esas colas larguísimas, cantidad enorme de gente agendándose, poner a todos en horarios, etc.", señala Hackembruch, y agrega que la buena onda y la calidez son fundamentales a la hora de vacunar, "en este momento mucho más porque todo el mundo tiene mucho miedo. La soledad también entra en juego y hace que sean todavía más importantes".
Cuando salió el llamado para incorporarse a la campaña de vacunación, Ana no dudó ni un instante en anotarse. "Fue realmente con convencimiento pleno de querer ayudar en este momento histórico que el país iba a vivir y donde se podría comenzar a visualizar una posible salida de la pandemia", comenta. Su alegría creció todavía más cuando fue seleccionada. Ahora siente la satisfacción de un buen trabajo, realizado con mucho entusiasmo y pleno convencimiento de estar dando lo mejor de sí "para darle seguridad y apoyo a la gente", declara. "Cada día voy a trabajar con muchas ganas y no siento las seis horas como una carga. Del Antel Arena me voy a mi otro trabajo con la sensación del deber cumplido, supersatisfecha y, con tranquilidad, continúo mi labor por seis horas más". Algo parecido expresa Estefanía, que nunca se imaginó que su trabajo iba a ser tan importante en la sociedad. Pensó que el proceso de vacunación iba a ser mucho más complicado, pero se sorprendió de lo fluido que se está dando. "Quizá nos adaptamos rápido y por eso no nos parece complicado, pero al principio estábamos bastante asustadas de lo que vendría", añade. Carolina, su compañera, agrega que la mayoría de los pacientes les dicen que están realizando una tarea histórica, y es así como ellas lo sienten.
Adriana admite que, en el día a día, no se da cuenta del rol que está jugando. Se encontraba buscando trabajo cuando dio con la convocatoria y se postuló sin pensarlo mucho. "Ahora me doy cuenta de que estamos formando parte de la historia de nuestro país. Voy a poder decir: ‘Yo estuve ahí, en la primera fila', y me llena de orgullo". Comenta que el trabajo es mucho más divertido de lo que se imaginaba y admira a las vacunadoras que saben cómo manejar los nervios de las personas.
Ya sea cargando jeringas, vacunando, acompañando al nervioso, mirando a los ojos a quien se está por desvanecer, agarrando manos o sacando fotos para distender el ambiente, quienes trabajan en la vacunación conforman un grupo de personas que se paran de frente al virus con la mejor de las fuerzas y se ponen al hombro una de las tareas más sensibles en el momento que estamos viviendo. Cada carta de agradecimiento o caja de bombones que reciben representa la confianza y la admiración de una población agradecida, que entendió el valor de su tarea.