¿Con qué se encontró?
Con que el discurso de la desigualdad termina siendo: “vamos a hacer que todos tengan lo mismo”. Empiezas a conocer que existen otras realidades, otras formas de funcionar de las personas, y no es simplemente “vamos a arreglarlos para que funcionen igual que los otros”. Lo que tenemos que pensar es cómo desde su forma de ver el mundo y funcionar, los incluimos y hacemos que sean parte. Eso te cambia completamente la forma de ver la desigualdad, porque ya no es cómo igualo, sino cómo desde esa diversidad, reconociéndola, trabajas pero haciendo que las personas recuperen su dignidad y sean quienes son en su propia identidad. La discapacidad me llevó a comprender realmente lo que significa la equidad y la desigualdad. Me tocó estar visitando escuelas especiales, y me golpeó esa realidad. Nunca había visto niños que estén amarrados, porque no tienen control postural y no hay recursos para que tengan una silla de control postural, entonces no queda otra más que amarrarlos a una silla. Niños, adolescentes y muchos jóvenes que se habían pasado 10 años de su escolaridad así, con una comunicación muy limitada, con una oportunidad de participar y ser parte de la sociedad y su familia muy limitada. Cuando hablábamos con las mamás decían: “Los dejamos aquí porque no sabemos qué hacer con ellos”. Eso fue para mí una indignación. Pensé: ¿qué puedo hacer yo? Ahí tuve la suerte de encontrarme con organizaciones de familias de personas con discapacidad, que con sus reclamos me permitieron empatizar y entender que esto es algo urgente, hay demasiado que hacer. Hay mucha gente que trabaja en Perú por temas de pobreza, trabajo, interculturalidad, son temas que están en la agenda, pero la discapacidad no está. Cómo hacemos que estas familias tengan voz, porque la educación no les está pasando por ningún lado.
¿Cómo es una escuela inclusiva?
Es una escuela donde son fundamentales las relaciones positivas entre las personas, no solo entre los estudiantes, también entre docentes y estudiantes, directores y docentes, docentes y familias. No es una escuela que censura, que sanciona. No quiere decir que no haya normas, pero simplemente esas normas están consensuadas por todos, no vienen desde la cabeza, sino que surgen del planteo: ¿qué necesitamos para que esta convivencia sea buena?, y entre todos resolvemos los problemas de convivencia en comunidad. Un segundo elemento es que tenga políticas, normativas, reglamentos, currículo, infraestructura y formas de invertir el dinero pensando en cómo reducir brechas. No es que si tiene recursos el director entonces vamos a premiar a los estudiantes que tienen las mejores notas. No, si tenemos recursos, cómo hacemos para apoyar a los que están quedando atrás. Esas políticas que vienen desde la dirección del centro tanto en el uso de los recursos, en la redistribución de los materiales, reglamentos y normas, también tienen que ser inclusivas. Por último, las prácticas. Una escuela inclusiva es una donde los maestros manejan los recursos disponibles y estrategias para que todos aprendan. Las prácticas no están limitadas por grados. Puedo ser maestro de sexto grado y hacer que esos chicos trabajen estrategias o proyectos para niños que aprenden lectura. Hay un nivel de coordinación entre maestros.
Hoy existen escuelas especiales o trabajadores especializados en otras escuelas. ¿El resto no está preparado?
La sociedad no está capacitada para afrontar la diversidad. Dicen que no nos han formado. A nadie han formado, yo no estudié con niños con discapacidad en el colegio y es muy probable que gente de mi generación y mayores no hayan estudiado con niños con discapacidad en colegios. ¿Pero qué vamos a hacer? ¿Seguir cerrándoles la puerta? No. Los especialistas son muy importantes, su conocimiento aporta a esta discusión. Esa falta de capacitación es un problema de todos, no es un problema del niño. El docente que quiere que todos sus estudiantes aprendan siempre busca la manera, y a veces sin formación ese camino es más largo, te puede tomar 10 años darte cuenta de que esa era la manera, pero ahora hay muchas cosas habilitadas para que los docentes se formen.
¿Por dónde empieza un docente a trabajar en inclusión si no está capacitado ni tiene los recursos?
El mayor recurso son sus estudiantes. Dicen que no tienen recursos, pero tienen 30 o 40 estudiantes, 30 manos, ojos, corazones dispuestos a ponerse al servicio del sueño que tú vendas en ese salón. Los niños tienen capacidad de empatizar, de generar una cultura en el aula. Si tú generas eso, si eres capaz de aprovechar ese recurso porque los ves activos, que te van a ayudar, no puedes decir que no tienes recursos. Por ahí hay que empezar. Después viene lo demás, van surgiendo oportunidades en el camino, pero hay que partir de lo que tenemos, que muchas veces son nuestros estudiantes, las familias y los recursos propios del docente. De repente no es el mejor orador pero es muy bueno haciendo material, o no es tan bueno haciendo material pero sí contando historias. Cada docente tiene una potencialidad, algo que lo hace diferente y desde ahí hay que partir. Una clave es ese aprendizaje activo colaborativo. Hay experiencias muy bonitas en que en un aula los alumnos asumen ser tutores de otros. Aprenden más porque hacen reflexión sobre cómo están aprendiendo ellos para enseñarle al otro, y además estás generando una cultura de “yo te estoy ayudando ahora pero de repente tú me vas a poder ayudar también”, porque no todos somos buenos al mismo tiempo todo el tiempo.
Hay una tendencia a la educación personalizada, pero el principal reclamo a veces es la dificultad de llevarla a cabo con muchos alumnos en un mismo salón. ¿Cómo lograrlo?
Hay que personalizar la educación pero no individualizarla. Trabajamos en equipo, no es que trabajo yo solo por mí, por mi individualidad, sino que trabajamos en equipo todos para progresar, y cada quien elige lo que necesita. Yo creo mucho que en el aula tú ofreces un menú de opciones. Nos pasa a todos que estuvimos en la escuela y te pregunto qué te acuerdas de lo que te enseñaron en Geografía, y te acuerdas de dos o tres cosas, lo que te impactó, lo que elegiste que ibas a llevar a lo largo de tu vida. Eso tiene que ser consciente, decir: tengo toda esta gama de cosas que tengo que aprender, ¿dónde quiero concentrar mi atención, esfuerzo? Y para eso el docente tiene que ser un diseñador de experiencias, que ofrece un menú y finalmente los estudiantes van eligiendo por dónde van, y luego comparten. Esa idea de que todos tenemos que aprender todo, ese currículo, está en el siglo pasado, el que sabe todo es Google. Internet. Lo que necesitamos es que los estudiantes aprendan lo que es significativo para ellos, lo que les hace sentido, lo que les sirve para su día a día porque les interesa, porque les motiva, les genera emoción. Eso funciona para entender la diversidad.
Para que un maestro trabaje de esta forma debe ser clave que sienta el respaldo de la dirección del centro educativo.
Uno de los cambios que se está dando en los últimos cinco años en Latinoamérica es de entender que el trabajo del docente no tiene por qué ser solitario. Para la educación inclusiva es importante la transformación en el aula, pero también la transformación del centro es vital. Eso implica un directivo, un equipo institucional que esté apoyando esos procesos. A veces eso es lo que cojea. Hay que fortalecer ese liderazgo directivo para que el director sienta: esta es mi comunidad de docentes, sienten esto, esto no saben hacerlo, ¿cómo acogemos esos sentimientos dentro de la escuela? El director es el coach, el que está dando ánimo: “Sí, podemos, este es nuestro compromiso, ¿en qué te puedo ayudar? ¿qué puedo hacer yo de mi rol para que tu trabajo sea mejor?”. Yo sé que en Uruguay hay mucha cultura colaborativa en ese sentido. En Perú todavía falta mucho esa idea de que el director no sea solo el supervisor del trabajo del docente, sino su coach, quien capacite y aliente. Y ahí las familias son muy importantes. Hay familias que no quieren que sus hijos estén en un aula de un niño con TEA o síndrome de Down, y no porque sean familias que discriminan, aunque en la práctica lo hacen, pero en el fondo lo que está detrás es temor, y mucho desconocimiento. Cuando la escuela asume el compromiso y le dice a la familia: “Sé que tienes miedo, que no sabes que eso no es contagioso, que no está mal tener una discapacidad, pero en esta escuela trabajamos así, ya tú verás. Lo que estamos haciendo es preparar a tu hijo para la sociedad en que vivimos, porque es una sociedad diversa, y estamos todos conectados con todos. Si tú quieres ser un club de excelencia, una isla, que solamente se junte con los chicos que son más parecidos a ciertas características deseadas por la sociedad, lo que estás haciendo es marginarlos de la realidad, porque la realidad no es así, todos somos diversos, todos vamos a diferentes ritmos, y si no sabes convivir con el otro surgen los conflictos que hacen que luego no te vaya bien, por ejemplo, en un trabajo.
¿Qué rol deberían ocupar las escuelas especiales?
El rol de la educación especial está en reconfiguración. Ya no podemos seguir pensando en la escuela especial como la única opción para una persona con discapacidad. Esa opción atenta contra el derecho de niños y niñas de vivir en entornos inclusivos y poder integrarse a la sociedad. Entiendo a muchos padres que defienden el derecho de sus hijos de pertenecer a escuelas especiales porque tienen temor, porque las escuelas regulares no están preparadas. Pero si como madre o como padre me pongo a pensar, cuando tenga 20 años, yo ya no voy a estar todo el tiempo para él, y ese chico tiene que tener algún tipo de inclusión social, sea en su comunidad, en el barrio, en algún trabajo, y si yo no estoy preparando esas habilidades que necesita ni al resto de la sociedad para que lo incluya desde pequeño, luego ¿cómo voy a reclamar esa inclusión? Lo otro es tener un rol asistencialista y que el Estado le dé una pensión y que esté cuidado, pero no se trata de cuidado solamente, porque el derecho de la persona no es a ser cuidado, es a ser ciudadano.
Precisamente uno de los problemas es que la persona con discapacidad suele vivir y ser vista como paciente.
Y eso es lo que hay que cambiar. Mientras más necesidades de apoyo tienen, más vistos como pacientes son, porque están todo el tiempo como sujetos de cuidado. Necesitamos que sean sujetos de derecho como cualquier otra persona. Este cambio de paradigma tiene que partir de una escuela inclusiva. La escuela especial debe estar para proveer recursos, acompañar los procesos de inclusión, porque tiene especialistas y siempre van a ser necesarios los conocimientos especializados, porque yo no puedo obviar que un niño con discapacidad tiene que aprender braille, o un niño sordo su lengua de señas. Eso lo va a hacer un maestro especializado, pero lo hará en un entorno regular, como complemento para seguir mejorando y aprendiendo. La escuela especial entonces se convierte en espacio de recursos, de apoyo a las familias, de ver cómo su hijo se va haciendo más autónomo e independiente. Cuesta mucho en las familias que tienen niños con discapacidad porque toda la vida han estado acostumbrados a cuidarlos mucho y la escuela regular los enfrenta a un panorama nuevo en el que tienen que soltar también.
¿Cómo alentar a las familias a “soltarlos”?
Es un proceso. Cuando tenemos hijos nadie nos dice cómo va a ser, y todos tenemos miedo cuando dejamos al chiquitín a los cinco años en el jardín, los dejamos y pensamos: y si se cae, si se golpea, y si le dicen esto, eso multiplícalo por 10 en una familia con niños con discapacidad. Lo que hay que hacer es acompañar ese proceso, y creo que hay cada vez más experiencias visibles de familias y jóvenes que tienen sus proyectos de vida, viven solos, tienen carreras, y creo que esas experiencias hacen que las familias digan: “sí se puede”.
Se tiende a catalogar a la persona con discapacidad como el héroe que va a dejar muchas enseñanzas a los que están a su alrededor. ¿Qué opina de esto?
Eso es para compensar un poco la discriminación histórica que hemos hecho con estas personas, ahora decimos que son los héroes, y no es así. La verdad es que sí, ellos enfrentan muchas barreras que las personas sin discapacidad no enfrentamos, pero también hay cosas que las personas sin discapacidad hacemos y que tienen que ser valoradas de la misma manera. No hay que generar esta narrativa de los héroes porque les genera una carga sobre ellos que no queremos dárselas. Ellos son personas como cualquier otra que lo único que quieren es ser tratadas con esa naturalidad. Hay que estar siempre revisando nuestros paradigmas.n