Antes de que pudiera pararse en puntas de pie, girar y saltar, María Noel Riccetto vivía en el campo. Tenía una familia compuesta por madre, padre y una hermana. Rodeada de naturaleza, vivió una infancia en la que nunca sintió la falta de nada.
Antes de que pudiera pararse en puntas de pie, girar y saltar, María Noel Riccetto vivía en el campo. Tenía una familia compuesta por madre, padre y una hermana. Rodeada de naturaleza, vivió una infancia en la que nunca sintió la falta de nada.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAntes de que pudiera patear un gol, Diego Forlán compartía tardes de juego con sus hermanos y sus padres. Se crio en “un entorno familiar muy cuidado” y con una buena educación.
Tanto Forlán como Riccetto hoy se muestran agradecidos por haber podido vivir las infancias que vivieron y se preocupan porque saben que no todos los niños, ni en Uruguay ni en el mundo, pueden disfrutar de una familia amorosa, gozar de buena salud, educación y derechos básicos. En esa preocupación fue que se toparon con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y se comprometieron a ser embajadores voluntarios para difundir la causa, incentivar a la mayor cantidad posible de personas a donar y tratar de que todos los niños, al menos de su país, puedan tener infancias sanas en las que no falte el respeto y el amor.
Para Unicef, los embajadores son personas reconocidas de distintos ámbitos como el arte, el deporte, la música, el cine u otros que gozan de gran visibilidad pública y pueden hacer que la voz de la organización llegue más lejos. A escala mundial, Unicef cuenta con más de 200 embajadores de buena voluntad que ceden su tiempo e imagen de forma desinteresada para colaborar con las infancias.
El primer embajador de buena voluntad de la organización fue el fallecido actor, cantante y humorista estadounidense Danny Kaye, que se unió a la causa en 1954. Siguieron sus pasos, muchos años después, personalidades como el actor Orlando Bloom y la cantante Katy Perry. Millie Bobby Brown, actriz británica conocida, entre otras cosas, por interpretar al personaje de Eleven en la popular serie Stranger Things, fue la persona más joven en convertirse en embajadora de Unicef con solo 14 años.
En Uruguay, además de Forlán y Riccetto se sumó, en 2011, la cantante y actriz Natalia Oreiro, primera embajadora de la organización para dos países, ya que también cumple su rol en Argentina.
Estas personalidades que representan y apoyan a Unicef de forma voluntaria alrededor del mundo participan también en campañas mediáticas para incentivar las donaciones. El 10 de mayo, la organización lanzó en Uruguay una campaña titulada Juntos por la infancia, que consistió en una serie de actividades durante todo un mes en distintos espacios: vía pública, página web, redes sociales y salas de espectáculos para shows musicales. El objetivo fue dar a conocer el trabajo de Unicef en la promoción y protección de los derechos de la infancia, y además recaudar fondos para financiar su misión por los niños.
El cierre de la campaña Juntos por la infancia será el próximo sábado 10 de junio, con un programa de televisión que se emitirá en todos los canales abiertos de Uruguay. Durante la transmisión se presentarán historias de donantes y beneficiarios, habrá sorteos, shows y, por supuesto, también estarán presentes los embajadores voluntarios de la organización.
En entrevista con Galería, Forlán y Riccetto hablaron sobre el significado de este rol que implica un compromiso con todos los niños del país, reflexionaron sobre sus necesidades actuales y dejaron un mensaje para motivar a que más personas se unan por las infancias.
¿Por qué decidieron aceptar el desafío de ser embajadores de Unicef?
Diego Forlán: Fue hace tanto tiempo que ya no me acuerdo (ríe), 18 años. Pero fue por lo que implica ser embajador de los niños. También por lo que puedo representar para ellos como “modelo a seguir”, aunque no es un término que me guste. Es el hecho de poder estar acompañándolos y sabiendo lo importantes que son en todos lados. Me sorprendió el trabajo de Unicef en aquel momento y hasta el día de hoy sigo formando parte. La verdad es que es algo muy lindo.
María Noel Riccetto: A cualquiera que empatice mínimamente con los niños le resulta casi imposible decir que no a Unicef. Para mí, es un honor enorme formar parte de un equipo tan reconocido mundialmente, que tanta cosa hace y en el que verdaderamente se puede confiar, porque se sabe que la ayuda llega. Además, es un honor llevar esa bandera del país y representarlo; que pensaran en mí para ese rol me llenó de orgullo. Yo tuve una infancia muy linda también, entonces me motiva pensar que, de alguna manera, puedo ayudar para que todos los niños tengan una infancia parecida o feliz y que no les falte nada. El objetivo es ese.
Diego, en esos 18 años como embajador de Unicef, ¿qué gratificaciones se ha llevado?
D. F.: Siempre los niños me dan una energía especial. Esa inocencia y esa alegría que mantienen a pesar de estar viviendo situaciones de vulnerabilidad y entornos que no son los mejores, o de tener sus necesidades básicas insatisfechas. Pero cuando estás un rato con ellos y tenés tiempo para compartir, eso ya es espectacular. Me toca vivirlo hoy con mis hijos, que a veces con el tema de la tecnología uno empieza a liberarse un poco y no es lo mejor. Es importante dedicarles el tiempo que sea, prestarles atención, escucharlos, charlar, saber cómo se sienten. Ese es un cambio enorme, ya sea con los hijos o con otros chicos. En este caso, siendo embajador, tengo la oportunidad de hacer ese tipo de actividades, visitar diferentes lugares en diferentes partes del país en los que se puede ver la felicidad de esos niños.
¿Qué desafíos reconocen en las infancias uruguayas?
D. F.: Nadie elige dónde nacer. Hay mucha pobreza, poca información también. Hay falta de nutrición, episodios de violencia doméstica... Uno vive una realidad totalmente diferente a la de muchos niños y de eso se trata todo el trabajo de Unicef, de poder llegar a la mayor cantidad posible de niños que no han tenido tanta suerte ni posibilidades.
M. N. R.: Hay muchos en varias aristas. La pobreza, la violencia. A veces pienso que Unicef trabaja a escala mundial, pero todo lo que hay aquí, en lo que están ocupados, todos los programas que tienen para ayudar a niños del país, en educación, salud, son cosas que para alguien que lo tuvo todo parecen muy básicas.
Ambos tuvieron infancias privilegiadas, en las que no les hizo falta nada. ¿Qué cosas de las que ustedes disfrutaron les gustaría que todos los niños pudieran tener?
D. F.: Amor, contención de sus padres, de todo su entorno familiar. Poder tener una buena alimentación. Esas cosas que son básicas pero muy necesarias y que no todos tienen. También tener la posibilidad de acceder a una buena educación para prepararse para lo que pueda venir el día de mañana.
M. N. R.: Primero, crecer en un ambiente familiar de unión, de respeto, de empatía. Tener esa estructura familiar es muy importante y debería ser el comienzo para todos. Después, todo lo que le sigue: recibir una buena educación, tener acceso a la salud.
Por el contrario, ¿algo inmaterial que no hayan podido disfrutar en su infancia y les hubiera gustado tener?
D. F.: No. Me siento privilegiado por haber tenido la oportunidad de nacer en un entorno familiar muy cuidado. Tuve una muy linda infancia, con mucha contención, mucho amor, que es lo más importante.
M. N. R.: No, creo que no. Crecí en una familia en la que mi padre trabajaba afuera, entonces cuando empecé la escolaridad implicaba que él estuviera afuera durante la semana, que viajara muchísimo. Pero nunca sentí una falta. Tengo ese recuerdo familiar de ver que mi padre se iba a trabajar durante dos o tres días, después volvía, y la alegría que se sentía a su regreso, estar los cuatro juntos. Pero falta no sentí ninguna. Y menos en comparación con los niños con los que Unicef trabaja, en los que las carencias, muchas veces, son enormes.
Generaciones como las suyas tienen en común que vivieron una niñez en la que no estaban tan popularizadas las pantallas, las tecnologías que a veces parece que desconectaran a los adultos de los más chicos. ¿Esa podría ser una de las cosas que surgen como desafío al momento de llegar a las infancias, escuchar a los niños y conectar con ellos?
M. N. R.: En ese tema está la importancia del diálogo, motivar. Uno de mis roles como embajadora es inspirar contando una historia, compartiendo, hablando de cómo empecé, cómo se me dio por bailar, cómo el arte llenó un montón de lugares en mi vida y los sigue llenando, cómo dejé a mi familia para apostar por mi carrera. Creo que toda esa parte inspiradora va junto con mi rol también. Vuelvo un poco a lo mismo, a ese diálogo, ese intercambio con la familia o con un referente, la posibilidad de que los niños se diviertan sin una pantalla. Mi infancia fue en el campo, en contacto con la naturaleza. En el medio del campo no tenías ni la señal para ver la televisión. No crecimos prendidos a una pantalla. La tecnología es importantísima para un montón de cosas, pero también es importante que no se pierda el juego, lo lúdico, el intercambio, mirarse a los ojos.
¿Qué mensaje les gustaría dejar para que más personas se pongan la camiseta de Unicef y colaboren con las infancias?
D. F.: Animarse a ayudar con lo que cada uno pueda. Obviamente, es difícil llegar a todos lados, pero que cada uno trate de aportar ese granito de arena que es tan importante. Ayudar siempre a alguien, por más que sea a una sola persona, importa. A veces, con lo que vivimos hoy en el país y mundialmente en diferentes ámbitos, uno quiere cambiar muchas cosas. Pero lo más importante es poder hacer el cambio primero uno y a su alrededor, ir poco a poco. Si lo hiciéramos todos, el impacto sería mucho mayor. A veces, cuando vas mucho más allá, es más difícil lograr ese cambio. Lo más importante es que cada uno aporte lo que pueda.
M. N. R.: Una de las cosas más importantes es saber que esa ayuda llega, sea poquita o sea mucha. Llega a un niño que está al final de una cadena pero que es el principal protagonista, recibe la atención sanitaria o la educación, los cuidados o lo que necesite. Para eso tienen que pasar muchas cosas, pero es confiar en una organización que hace muchos años que trabaja en esto y para esto. Cualquiera sea la cifra con la que se colabora, va a ser importante. No hay un número. En este evento que se realiza todos los años (la campaña Juntos por la Infancia) sí hay una meta, un objetivo, pero cada granito de arena ayuda a formar la playa entera.
Además hay un sentido de pertenencia entre la gente que colabora. Si realmente estás involucrado, tu aporte ya deja de ser una donación económica, es un espacio en el que puede haber un intercambio con las personas que están trabajando en el territorio. Hay mucha información y todos están dispuestos a dar esa información y contar lo que se está haciendo, hacia dónde van tus 150 pesos o lo que sea. Es como una gran familia, aunque suene cliché. Me doy cuenta de eso con cada movida que hace Unicef. Desde mi lugar, motivar a que más y más gente se una, porque son necesarios.