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Miguel de Cervantes: un adelantado que representaba a las mujeres libres y valientes

El autor vivió gran parte de su vida en un entorno familiar femenino, al que siempre se sintió unido, punto de referencia imprescindible para entender los muchos y diferentes tipos de mujeres que supo plasmar en su obra, en especial, en El Quijote

Cervantes fue un adelantado a su tiempo no solo por escribir la primera novela moderna de la literatura, El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, sino también —apuntan sus estudiosos— en cuanto al tratamiento que hace de las mujeres en sus obras, a las que presentó “en toda su plenitud, libres y valientes”, algo totalmente novedoso hasta entonces, valores que presidieron tanto su vida como su producción literaria.

Personajes como La Gitanilla, Dorotea, Marcela o la Gran Sultana tuvieron (y tienen) voz propia y dejaron memorables discursos en defensa de sus derechos; mujeres decididas, con personalidad, incluso con un don de palabra mayor que los hombres, a excepción de Don Quijote, cualidades que no se encuentran en la literatura de su tiempo. 

Y es que Cervantes entendió bien pronto que la voluntad de las mujeres debía ser respetada y lo hizo en una época en que eran consideradas fuente de todo mal. Pero para él, lejos de todo prejuicio, su madre, sus tres hermanas y su esposa fueron ejemplo de entrega y generosidad.

Madre coraje. No se puede entender el tratamiento que da Cervantes a los personajes femeninos de sus obras sin conocer su biografía, una vida marcada por figuras femeninas, en especial, sus hermanas y su madre, Leonor de Cortinas. Ella fue una mujer fuerte, madre coraje que se entregó en cuerpo y alma para reunir fondos para liberar a sus hijos, Miguel y Rodrigo, cuando ambos estuvieron presos en Argel, que educó a toda su prole por igual, permitiendo que sus hijas aprendieran a leer y a escribir, algo excepcional en la época.

Miguel de Cervantes (1547-1616) entendió bien pronto que la voluntad de la mujer debía ser respetada y lo hizo en una época en la que eran consideradas culpables de todo. Es significativo cómo la admiración que Cervantes siente por sus hermanas —y sus hermanas por él— lo llevan a defender al tipo de mujer y la vida que ellas llevaron: mujeres que renunciaron a casarse (si no era por amor), pero no a vivir relaciones con hombres de prestigio y hacienda, aventuras amorosas que además les reportaba independencia y una manera de ganarse la vida.

La primera relación amorosa de su hermana mayor, Andrea, supuso el inicio de una larga vida en la que sus aventuras con los hombres se convirtieron en un negocio para la subsistencia. De una de estas relaciones con un noble que le prometió matrimonio pero luego no cumplió, nació Constanza. Aunque no se casó, consiguió sacarle una generosa suma de dinero. Esta actitud valiente y desenvuelta de Andrea frente a la adversidad calará también en la hermana menor, Magdalena, y después en Constanza, que siguieron las mismas andanzas. Las mujeres de Cervantes eran perfectas conocedoras de las debilidades de los hombres y las aprovechaban para vivir sin ataduras. 

Cervantes sí se casó, el 12 de diciembre de 1584 con Catalina de Salazar y Palacios, una joven hidalga de apenas 19 años (18 años menor que él) a la que había conocido solo tres meses antes en Esquivias (localidad toledana muy cercana a Madrid), y a quien dejó en un discreto segundo plano en esa misma localidad tras vivir los tres primeros años de matrimonio —quizás demasiado apaciblemente para una personalidad como la suya— para enrolar su suerte en otros destinos. También apuntan sus biógrafos el hecho de que Catalina tuvo que asumir la tutela de sus dos hermanos menores, muy pequeños, al morir su madre. 

 Pero a partir de 1599, el matrimonio no volverá a separarse, salvo en ocasiones puntuales, siguiendo ya ella los destinos de él. Fue tal el amor que Catalina le profesó al escritor que dispuso ser enterrada junto a él.

La pareja no tuvo hijos, pero ocho meses antes de casarse con Catalina, en abril de 1584 nació Isabel, fruto de los amores de Cervantes con una tal Ana Villafranca (esposa de un tabernero madrileño), una hija que acabó reconociendo al quedar huérfana, y que puso, con 15 años, al servicio de su hermana Magdalena, sumándose así Isabel de Saavedra al resuelto clan de “las Cervantas” (que da título a una obra de teatro), integrado por las cinco mujeres (su esposa, dos de sus hermanas, su sobrina y su hija).

ELLAS EN SU OBRA. Pocos personajes hay en El Quijote que impresionen tanto como Dorotea, especial, decidida y valiente que destaca por su facilidad de palabra, su fuerza y su viveza, dotada de una gran inteligencia, con una capacidad para el análisis de la realidad que refleja en sus discursos, algo desconocido para una mujer hasta entonces. 

Si una obra expresa con claridad la valentía femenina es la tragedia Numancia, inspirada en la derrota de esta ciudad celtíbera ante los romanos, donde las mujeres fueron las que arengaron a los hombres a luchar hasta la muerte, antes que ser ultrajadas por el enemigo. 

Por su lado, las mujeres de su obra La entretenida rechazan el matrimonio por imposición rompiendo una de las convenciones de la época en la que lo normal era entregarse al hombre que les designaban y convertirse en sus criadas.

La Gitanilla, protagonista de la novela homónima de Cervantes, es, sin duda, otro de los personajes femeninos más simbólicos y revolucionarios del autor, toda una defensa de la libertad de la mujer. Ella es gitana, lo más bajo que se podía ser en ese momento y es vendida a un caballero. La mujer se enfrenta a su comprador y a sus vendedores y les dice: “Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere”. 

En la primera parte de El Quijote aparece Marcela, una mujer que huyendo del matrimonio y de sus pretendientes se hace pastora para vivir en libertad. Marcela, todo un ejemplo de razonamiento lógico contra los convencionalismos sociales que por ser mujer la condenan, insiste en su condición de mujer libre, al igual que las hermanas de Cervantes, Andrea y Magdalena. Por eso, el propio don Quijote —que actúa como juez y la absuelve— no acepta su culpabilidad argumentando que es libre, y como tal, no está obligada a amar a quien dice amarla, “...mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama”.

La excepción de este prototipo de mujer fuerte, con voz propia, sería la más famosa de todas ellas, Dulcinea del Toboso. Dulcinea no pertenece a este canon de mujer cervantina, dado que, como es sabido, el objetivo de Don Quijote no fue otro que ridiculizar por caducos y engañosos los libros de caballería y por tanto responde al ideal de mujer existente en este tipo de relatos.