El Club Hípico Monte Nativo propone un modelo distinto y más seguro para vincularse al mundo del turf que consiste en tener varios caballos en sociedad con otras personas, con asesoramiento en la parte deportiva, sin tener que saber del tema
El Club Hípico Monte Nativo propone un modelo distinto y más seguro para vincularse al mundo del turf que consiste en tener varios caballos en sociedad con otras personas, con asesoramiento en la parte deportiva, sin tener que saber del tema
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPablo Salomone y Claudia Rosas soñaban con vivir en un lugar en el que hubiera caballos. Claudia, arquitecta de profesión, se apropió del deseo de su marido, Pablo, quien desde pequeño decía que su vida iba a transcurrir alrededor de estos animales. En ese momento la pareja, originaria de Florida, estaba viviendo en un apartamento en Tristán Narvaja, pero rápidamente comenzaron a buscar un lugar que les permitiera hacer ese deseado cambio de vida. La única condición era que estuviera ubicado entre Florida y Montevideo.
La oportunidad llegó de golpe. Encontraron un predio en Progreso, Canelones, que estaba a la venta. "Los dueños estaban superinteresados en vender el lugar que había sido la cabaña de Pedro Piñeyrúa, el primer presidente del Jockey Club", cuenta Claudia. "Pablo les hizo el planteo de entregar el apartamento en el que vivíamos y pagar la diferencia en cuotas, era un trueque medio extraño y estábamos convencidos de que no iba a salir", recuerda. Sin embargo, al poco tiempo se confirmó que habían aceptado la oferta y a los dos meses, en octubre de 1999, la familia se instaló allí.
A Claudia le llamó la atención la arquitectura del lugar. Instalaron su casa en lo que era la cabaña, una antigua construcción con forma de herradura y patio interno que había funcionado como caballeriza. "Nunca se nos había ocurrido explotar el lugar para producir caballos de carreras", dice Pablo, pero la vida los fue llevando en esa dirección.
Para entonces el lugar venía funcionando como criadero de cerdos y estaba muy abandonado, pero su ubicación seguía siendo excelente para la cría de caballos, ya que allí convergen todas las rutas, se encuentra cerca de Montevideo y de los hipódromos de Maroñas y Las Piedras.
Un predio con historia. Los secretos de la tierra son claves para criar buenos caballos; no es casualidad que el terreno ya hubiera sido un haras en tres oportunidades anteriores. A finales del siglo XIX funcionó la Cabaña Progreso, de Pedro Pineyrúa, un hombre muy vinculado al mundo del turf cuya familia estaba en el negocio de los frigoríficos y saladeros. Pineyrúa introdujo yeguas madre y padrillos importados de Europa siguiendo los pasos de pioneros en la raza Pura Sangre como Jorge Pacheco y Adolfo Artagaveytia. Más adelante, el lugar se vendió a Enrique Vázquez que instaló el reconocido Haras Reconquista, adquirido posteriormente por Julio Malnatti, quien lideró el Haras Thoroughbread (Pura Sangre en inglés). "Era un lugar de referencia para la gente de la zona, al que todos acudían cuando había sequía porque Piñeyrúa había hecho un gran pozo de agua. También venían a hablar por teléfono, ya era único de la zona", explican los propietarios. Las construcciones del predio datan de la década de 1880.
"A esta barra lo único que le falta es un caballo de carreras". Esta frase dicha por un amigo de Pablo marcó un antes y un después en su vida. Con un grupo de amigos de Florida fundó el stud La Barra, que funcionaba artesanalmente con 20 socios y caballos prestados. Ante los primeros éxitos en el turf, se despertó una pasión que se ha transmitido a la nueva generación. Tanto Federica, la hija mayor de la pareja, como Diego, el menor, comparten el amor por los caballos con sus padres. Federica está en cuarto año de Facultad de Veterinaria y es apasionada por los caballos en general, sean de carrera o no. A su hermano menor, en cambio, le encanta la genética, disfruta de buscar ese cruzamiento que lleve a conseguir un crack. "Es una persona que hoy no pasa desapercibida en el mundo del turf", señala su madre. "Si le preguntas sobre cualquier animal que esté corriendo en Maroñas sabe toda su genética", agrega.
Al principio eran 70 caballerizas en 40 hectáreas en las que tenían ganado y caballos para andar. Pero a medida que los vecinos iban vendiendo sus propiedades, los Salomone iban haciendo crecer sus tierras, que actualmente ocupan 260 hectáreas, con 100 caballerizas. "Un intendente de Florida ahora fallecido, Cono Alfredo Brescia, fanático de los caballos de carrera, se enteró de que habíamos comprado el lugar y nos ofreció traer una yegua preñada. Nos dijo que si le cuidábamos el potrillo, luego nos podíamos quedar con la yegua, que se llamaba Hipotecada. Increíblemente ese potrillo fue el mejor de su generación", recuerda Pablo. Así surgió el gusto por la cría que comenzaron de forma artesanal. Con la llegada de una empresa internacional a Maroñas se sabía que la hípica uruguaya se estaba profesionalizando y era un buen momento para empezar. Otras oportunidades de negocios que se presentaron, como la de un haras que cerraba y vendía las yeguas y prestaba los padrillos, los hicieron avanzar hacia la hípica profesional. En 2004 abrieron oficialmente el Haras Cuatro Piedras, con un veterinario residente, más personal y asesores brasileños.
En un momento Pablo supo que Scott Wells, un especialista norteamericano que había sido contratado para gestionar el Hipódromo de Maroñas, estaba buscando un campo para establecer un haras. Pablo le ofreció darle un lugar para vivir y la posibilidad de explotar juntos el haras. Aunque el acuerdo no se concretó porque Wells se volvió a Estados Unidos, antes de irse participó de la primera selección del haras. "Vino a ver las yeguas que teníamos y separó dos", recuerda el dueño, que pensó que esas dos serían las que no habían alcanzado los estándares de calidad del norteamericano. Todo lo contrario. Wells sugirió vender las otras 13, quedarse con esas dos y salir a buscar nueva genética. "Lo que tenés es malo", les dijo y entonces comenzaron a nutrirse de animales de mayor calidad. "Es ahí que hacemos un click y nos empieza a gustar el desafío de producir caballos".
Lo interesante de los caballos de carrera es que ningún establecimiento de cría en el mundo persigue fines económicos, aseguran. "Lo que se busca es descifrar los códigos para producir un crack o estar cerca de una madre o padre que dio un crack. Eso es lo que buscan todos los criadores del mundo y es la idea en la que se basa el club", dice, haciendo referencia a la conformación del Club Hípico Monte Nativo, su más reciente emprendimiento.
Un nuevo modelo. El modelo de negocios en un haras consiste en criar camadas de buena genética y venderlas en un remate con buenos promedios. Pero ese formato no es satisfactorio para los criadores porque una vez realizada la transacción pierden el contacto con los caballos y estos terminan en distintos lugares, con diferente trato, y solamente 60% llega a competir con fines deportivos. "Uno dice: traje a la madre, al padre, crie un producto lindo y tal vez no llegue a tener fines deportivos, que es lo que perseguimos como establecimiento. Por eso surge la idea de crear un club que permita darles las mejores condiciones no solo a los caballos sino a los propietarios", explica Salomone.
El modelo, que ya ha sido aplicado en Inglaterra, Australia, Estados Unidos y China, consiste en desarrollar un club en el que accionistas sean socios igualitarios y se dividan la propiedad de un pool de caballos. En el caso de Monte Nativo 60 personas comparten la propiedad de 30 caballos de carrera, 20 con genética propia y 10 con genética brasileña.
En el haras ya habían probado la multipropiedad en dos oportunidades a una menor escala, primero con La Aruera Racing Club y luego con Los Invasores Racing Club, en donde los socios compartían la propiedad de cuatro hijos del gran campeón Invasor, que es uno de los padrillos del establecimiento.
"Apunta a un público objetivo que no es el público del turf de toda la vida, sino el que le gusta pero tiene miedo de entrar. De esta forma se garantiza experiencia en el trato del caballo a través de un equipo que cuida todos los detalles", explica Pablo. "Además, se encontró la figura legal del fideicomiso a través de la que se trata de corregir todas las debilidades que tiene la propiedad de un caballo, principalmente la incertidumbre de qué hacer si el caballo sale malo". Si uno de los caballos no es bueno o se lastima, el daño se amortiza porque se tiene otros 29 caballos en competición. Ser propietario de 30 caballos de carrera por fuera de un club como este es prácticamente imposible por los altos costos que requiere su mantenimiento. El número de animales también permite competir todos los fines de semana de forma sostenida en el tiempo.
También un club social. Pablo y Claudia disfrutan de ser anfitriones y les gusta que todos los que se acerquen al haras la pasen bien. Han preparado el lugar para que se transforme en un verdadero club campestre en el que los socios pueden ver cómo entrenan a los caballos, estar con ellos, y al mismo tiempo invitar a amigos para compartir un almuerzo o merienda en el bar del club house.
Entre otros beneficios todos los socios pueden ver a sus caballos a través de una cámara y monitorear sus pulsaciones y signos vitales en tiempo real de forma remota. Tendrán además, entrada libre al Hipódromo de Maroñas y podrán competir con sus caballos en el exterior. "Aporta la parte vincular, hay mucha gente influyente a la que le gusta el mundo de los caballos y este conecta a las personas de una forma horizontal", señala Pablo.
Preparando la casa de Invasor. Ver resultados en el mundo de las carreras lleva años. De hecho, los caballos que están compitiendo en la actualidad son el resultado de decisiones que se tomaron cuatro años atrás. "Los primeros años son los más duros y tenés que tener mucha paciencia", explican. Mientras esperaban los resultados hicieron una sociedad con el haras brasileño Beverly Hills, que aportó genética de calidad, prepararon la pista y construyeron un block quirúrgico que permitiera que se les enviaran padrillos. Hace dos años que son líderes de criadores por carreras de caballos ganadas en Maroñas, un gran logro para un haras joven como Cuatro Piedras.
Es este el lugar que recibió al filósofo español apasionado por los Pura Sangre Fernando Savater, y que fue locación de la película uruguaya El empleado y el patrón, recientemente presentada en el Festival de Cannes. Es también la casa del icónico campeón Invasor. El crack nacido en Argentina y criado en Uruguay desde potrillo, que rompió todos los esquemas al ganar la Triple Corona y quedó grabado en la historia turfística del siglo XXI. Su genética hoy perdura en las nuevas generaciones del haras.
"En el mundo de los caballos es muy incierto todo y el criador se enfrenta al desafío de conquistar lo que no puede controlar. La esperanza se renueva año a año. Yo creo que las carreras de caballos son muy parecidas a la vida, y más a la vida comercial, porque vos vas con una ilusión, que se te derrumba, pero al poco tiempo tenés la revancha o la posibilidad de reponerte. Eso es el mundo de las carreras de caballo", concluye Pablo.