Informar sí, pero lo justo y necesario. El resto, parafraseando a otro expresidente, es viru-viru.
Una aldea, un mundo. Hay una característica que hace que en este país convenga ser transparente: es un pañuelo. “A mí me parece que se comunicó muy bien (la separación del presidente) porque se hizo con naturalidad. ¿Había opciones para no comunicar? Si, como se dijo luego, Ponce de León y los hijos se habían ido de la Residencia Suárez, eso en un país tan chico como este se iba a saber muy pronto”, opina Amoretti, cuya empresa fue distinguida en marzo por tercer año consecutivo como la mejor firma uruguaya en “Comunicación Estratégica y Gestión de Crisis” por Leaders League.
Justamente por eso, lo deseable es “la mayor transparencia posible”. Los detalles, el especular qué ocurrió o qué no, “ya corre por el morbo de la gente, hoy alimentado por las redes sociales”, añade el director de Quatromanos. Contra ese morbo ya no hay mucho que hacer.
Su colega Kirichenko también considera a la transparencia como un criterio clave para tratar estas situaciones. “Actuar de forma transparente es un atributo de quienes tienen posiciones relevantes en ámbitos de toma de decisión, ya sea como gobernantes, dirigentes o parlamentarios. Construye su imagen y personalidad pública, y genera espalda y autoridad moral para momentos complejos”, indica. Desatender esto “no es inocuo y genera espacios que en comunicación nunca quedan vacíos”. Estos los terminan ocupando “rumores, versiones parciales intencionadas o incluso mentiras”, concluye.
La imagen de un gobernante no está separada de la de su familia. “Cuando un candidato se presenta, presenta también a su familia. La muestra en un spot, en una entrevista, es parte suya. Por eso, saber de ella es relevante desde el punto de vista informativo”, apunta Amoretti. Curiosamente, en Uruguay quien fuera pionero en mostrarse con su familia en una contienda electoral fue el padre del actual presidente, Luis Alberto Lacalle, recuerda Cardarello. Esto fue en las elecciones de 1989, que finalmente ganaría, donde acompañado de su esposa y sus hijos (entre los cuales estaba, obviamente, el hoy mandatario) protagonizó un recordado spot caminando en la playa. “Eso fue una estrategia comunicacional que le dio resultado, inspirada en las campañas de Estados Unidos”, señala el académico.
En EE.UU., en efecto, mostrarse como un probo hombre de familia —heterosexual, casado por iglesia (la que fuera), fiel, abstemio— es un valor electoral en sí mismo. En tal sentido, las patinadas en la vida privada han afectado varias aspiraciones políticas a lo largo de estos años. Si existe la serie The Good Wife, es porque en el mundo real un gobernador de Nueva York llamado Eliot Spitzer debió renunciar en 2008 cuando se supo que alternaba su vida familiar con encuentros con escorts de alto presupuesto. En 1988, la gran esperanza demócrata para terminar con la hegemonía republicana se llamaba Gary Hart; pero la difusión de sus aventuras extramatrimoniales —tanto por el sensacionalista National Enquirer como por los más serios Miami Herald y The Washington Post— dio por tierra con sus aspiraciones, perdió la interna de su partido y le sirvió en bandeja el triunfo al sucesor de Ronald Reagan, George Bush (padre). Bill Clinton se mantuvo en el Salón Oval de la Casa Blanca durante dos períodos, pero lo que haya hecho o dejado de hacer es secundario respecto al proceso de Impeachment al que fue sometido por mentir sobre su affaire con la pasante Monica Lewinsky; zafó, pero prácticamente nadie recuerda otra cosa del hombre que estuvo ocho años como presidente de la principal potencia del mundo.
Todas estas situaciones escandalizaron a la opinión pública y fueron convenientemente fogoneadas por los rivales de estos dirigentes.
Como ejemplo de otra mentalidad, la latina, la revelación de que el presidente francés Françoise Hollande tuvo un romance clandestino con una actriz, en 2014, no hizo mella en la gran mayoría de la gente, según los sondeos inmediatos. Es el mismo país donde era un secreto a voces que uno de sus grandes estadistas, François Mitterrand, tenía una doble vida, lo que no escandalizaba a nadie.
“En el mundo anglosajón, se entiende que la vida privada y la pública son más o menos la misma. Por lo tanto, se entiende que si tenés una vida privada no acorde al decoro y las buenas costumbres no podés tener una actuación en la vida pública”, dice Cardarello. “En el mundo latino hay una diferenciación más marcada entre ambos mundos; lo que pasa en uno no tiene por qué afectar al otro. Por eso, acá en Uruguay la vida íntima de un político no es usada ni siquiera por sus adversarios para sacar rédito electoral. Y cuando eso ocurre, por lo general es más censurado el acusador”, agrega. Como ejemplo, este analista recuerda la última interna nacionalista, en 2019, en la cual se señaló al comando del entonces precandidato Juan Sartori de llevar adelante una “campaña sucia” contra Lacalle Pou.
Para el historiador y docente José Rilla, en Uruguay “hay una cierta resistencia” a utilizar episodios de la vida privada como herramienta política. Más allá del submundo o inframundo de la militancia en las redes sociales, ningún dirigente del Frente Amplio hizo comentario alguno sobre la separación del presidente, más allá de la magnitud de su cargo; de la misma forma, ningún político oficialista quiso hacer hincapié en la situación del diputado comunista Gerardo Núñez, con un episodio de su vida personal —una denuncia por violencia de género— que llegó a estrados judiciales.
“Cuando las noticias son malas, como una separación, la enfermedad o la muerte, hay como una tendencia a generar un manto de piedad y comprensión sobre lo ocurrido. Además, se corre el riesgo de que explayarse quede mal visto y tenga el efecto de un boomerang”, añade el docente.
No siempre fue así. No es lo mismo el Uruguay de 1950 en adelante que el de principios del siglo XX, recuerda Rilla. Por más que este país guste de vestir de mármol a sus grandes hombres, no pocos de ellos han sabido chapalear en el barro. “¡Oh tú, bellísima e irreflexiva niña que no tuviste a tu lado un varón fuerte en los días de peligro, como lo habías tenido débil en los de falta, álzate de tu olvidado lecho de piedra y dinos quién dijo miedo!”, escribió José Batlle y Ordoñez en El Día y en 1906, en un evidente dardo a Luis Alberto de Herrera (bisabuelo del actual presidente). El día anterior en La Democracia, diario fundado y dirigido por Herrera, se había acusado al entonces mandatario de sentir miedo y por eso estar fuertemente escoltado en un acto conmemorativo a los caídos en la batalla de Tupambaé. Batlle le contestó recordando el femicidio de Celia Rodríguez Larreta en 1904 a manos de su marido, luego de que esta mantuviera un sonado amorío con el dirigente nacionalista.
Hoy, a ningún político uruguayo se le ocurriría lanzar un dardo de esos a un rival, por más que los episodios avergonzantes y censurables sean archiconocidos. Se recuerda: esto es un pañuelo y en la famosa regla de los seis grados acá sobran dos o tres intermediarios. De cualquier forma, para hacer circular las aguas servidas están las redes.
Afectaciones a la gestión. Si en Uruguay da pudor la vida privada de los “famosos”, eso pasa todavía más con los políticos, indica Mariana Pomies. “Esa es una tradición de la que los uruguayos nos jactamos, sobre todo porque tenemos vecinos bastante diferentes”, dice la directora de Cifra. En Argentina, a eso se refiere, las separaciones del expresidente Carlos Menem (de Zulema Yoma y de Cecilia Bolocco) y sus gustos por los autos, las pistas de aeropuerto y las mujeres voluptuosas ocuparon ríos de tinta. Eran los tiempos de la pizza con champagne. Acá, apenas se supo con el tiempo que el expresidente Jorge Pacheco Areco (el último mandatario que se separó en ejercicio de su mandato, con pasado deportista y atractivo para el ojo femenino de la época) tenía una “llave” de la boite Zum Zum (la número 10), lo que lo definía como habitue. Claro, en un gobierno de medidas prontas de seguridad y una tensión que hacía que pareciera todo a punto de estallar (lo que finalmente pasó), eso seguramente sería lo menor a achacarle. Todo lo demás, se insiste, no fueron más que charlas de boliche; las mismas que hoy ocurren en Twitter.
“Lo consumimos pero nos disgusta”, afirma Pomies sobre esta contradicción. “Si bien hay morbo, hay cuidado de no pasar cierto límite”.
En todo caso, ¿esto puede afectar la imagen? La politóloga indica que este fin de semana empezaron una nueva medición sobre la aprobación del presidente, la primera luego de conocida su separación. La última de ellas, divulgada en marzo, hablaba de una aprobación a su gestión del 55%.
“Si las cuestiones de la vida privada de un gobernante afectan la cosa pública, ya la situación es otra. Obviamente hay límites, como si un gobernante alcoholizado no pudiera formular una sola palabra en un discurso, o si por cuestiones de estrés debe tomarse unos días de reposo. Si la separación de un gobernante —por caso— genera algún tipo de irregularidades, obviamente eso tiene que repercutir”, señala Cardarello. “Si lo que pasa, una enfermedad, una separación, un problema personal, lo afecta en el desempeño de la función, la gente tiene derecho a saberlo”, apunta Amoretti. En la misma línea, en lo que puede considerarse una unanimidad, está Pomies: “Seguir con el tema solo se justifica si deriva en episodios ilegales o inmorales, como un delito contra la propiedad o la persona. Pero incluso ahí se espera más un castigo que la difusión de los detalles”.
Un ejemplo muy conocido fue el del ministro de Guerra británico John Profumo, miembro además de la realeza británica. En 1961 conoció a una streaper con la que inició una relación clandestina. Por más que acá no corría la tolerancia latina, el caso no hubiera pasado a mayores si no fuera porque la mujer en cuestión, llamada Christine Keeler, también tenía contactos con el agregado naval soviético en Londres, Yevgeny Ivanov, sospechado de ser un espía bajo un paraguas diplomático. En plena Guerra Fría, este asunto de polleras terminó con el gobierno del conservador Maurice McMillan.
La transparencia, en la medida justa y necesaria, aun entendiendo que no existe una regla de oro para determinar su dosis, es el camino para evitar males mayores. “Tomar la iniciativa rápido, antes de que algo se filtre y tome la forma de versiones intencionadas o sencillamente imprecisas; hacer que el hecho se conozca para quitarle dramatismo y desalentar rumores. Por más molesto o doloroso que resulte, siempre será mejor opción que un intento de ocultamiento que no solo estará destinado al fracaso —mucho más en sociedades hiperconectadas como la uruguaya— sino que propiciará la construcción de mitos y relatos tóxicos”, concluye Iván Kirichenko.
REFLEXIONES Y ALGO MÁS
“Si un político expone a su familia, ya está dando información y avalando ciertos comentarios. Pero a pesar de eso, no se pasa de la raya en lo que se comunica. Uruguay siempre fue muy cuidadoso de los ámbitos privados; pasa con los famosos, que sería lo más ‘cholulo’, pasa todavía más con los políticos, con los que hay un vínculo más… solemne”.
Mariana Pomies, directora de Cifra.
“La separación se comunicó de una forma bastante sobria, quizá poco formal, pero sí de acuerdo a cómo se vive. Es proporcionado a la situación, a la edad de las personas, al momento en que se vive y a los vínculos familiares de estos tiempos. Se comunica lo imprescindible pero no más allá. Creo que hay una gran distorsión comunicativa que afecta a un porcentaje muy pequeño de la gente y tiene que ver con las redes sociales. Eso es manija”.
José Rilla, historiador.
“Hay algunas preguntas que guían la actuación ante situaciones privadas clave en la vida de figuras políticas. Una es si los hechos privados afectan la vida pública de la figura; por ejemplo, si pueden desestabilizarla física o emocionalmente, lo cual incide en su capacidad de trabajo y lucidez. La otra pregunta es si la figura política abrió ese aspecto de su vida privada al manejo público”.
Iván Kirichenko, director de Signo.
“Más allá de los rumores que existieron siempre, de todo tipo y de políticos de todos los partidos, eso acá nunca tuvo peso y no ha sido usado como arma electoral. Lacalle Pou, por caso, admitió que de joven había consumido drogas. Y eso no fue impedimento para que siguiera con su carrera política y alcanzara la presidencia”.
Antonio Cardarello, doctor en Ciencia Política.
“A mí me han llamado la atención ciertos cuestionamientos en redes, del tipo: ‘qué habrá pasado para que se hayan separado ahora, cuando quedaban tres años de mandato’. ¿Vos le dirías a un amigo que te cuenta que se quiere separar que aguante tres años más? Yo no lo haría. Al final de cuentas, a un presidente se lo va a juzgar por lo que hizo o dejó de hacer en su mandato”.
Álvaro Amoretti, director de Quatromanos.