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Un camino de vuelta: de los errores de diseño al origen

La urgencia por encontrar caminos sustentables ha incentivado el surgimiento de varias organizaciones que trabajan para cerrar el ciclo de los productos

Volver al origen. Ser como la naturaleza, que no tiene errores de diseño y, por lo tanto, no tiene desperdicios. De esto se trata la economía circular, un nuevo paradigma que promueve un modelo donde los productos, procesos y servicios se diseñan especialmente para optimizar los recursos utilizados y minimizar la generación de residuos. Sus principios básicos son: reducir, reutilizar, reparar y reciclar en un ciclo continuo, que cierre la vida del producto.

Antes de la Revolución Industrial, los talleres de cualquier rubro funcionaban así, generando la menor cantidad de descartes o residuos y aprovechando al máximo la materia prima disponible. En el arte de la confección, los textiles se hacían a mano, se hilaba y se tejía de forma manual. “Los materiales eran hiperpreciados­ y se comercializaban como algo maravilloso”, dice Renata Casanova, diseñadora de Casa Urbana, especializada en moda sustentable. “Con la Revolución Industrial todo empezó a degradarse y a valer mucho más barato”, añadió.

Hoy la economía circular busca imitar los procesos naturales, desarrollando métodos cíclicos que minimicen los descartes y los incorporen a un nuevo proceso. Fernanda Ariceta, directora de Desarrollo de Reacción, explicó a Galería que “la economía circular empieza en la concepción del diseño del producto o del servicio. En el momento en que yo diseño algo que el mundo necesita, tengo que preocuparme de que eso cierre un ciclo de materialidad y un ciclo de sostenibilidad completo”, produciendo la menor cantidad de residuos posibles y procurando que los ciclos cierren desde todo punto de vista. Eso se denomina hoy ecodiseño. “Si yo para producir genero malas prácticas culturales, uso mano de obra en condiciones que no corresponden, el ciclo ya empezó mal”.

Por esta razón, actualmente muchas de las empresas y organizaciones que verdaderamente trabajan en sustentabilidad se dice que son de triple impacto. Es decir, no solo buscan generar beneficios económicos, sino que también pretenden crear valor social y ambiental en la comunidad donde están insertas.

Hoy en Montevideo se producen más de 2.000 toneladas de residuos por día, cuya disposición final es el relleno residual (exvertedero) Felipe Cardoso. De hecho, según cifras de la Intendencia de Montevideo, en 2020 se depositaron allí 831.000 toneladas de residuos de hogares, comercios e industrias, lo que equivale a vaciar cada día unas seis piletas olímpicas.

La toma de conciencia de esta realidad y la necesidad urgente de contar con sistemas de gestión de residuos sustentables, que permitan imitar los procesos de la naturaleza, sin dañar el planeta, ha dado lugar a varias organizaciones que trabajan por lograr una economía circular en diferentes rubros. Todas ellas, organizaciones de triple impacto.

Reacción. “Acá los residuos es lo que más se ve, pero la economía circular, nuestro principal foco, parte de la lógica de reducir, reutilizar y alargar la vida útil del material”, comentó Mariale Ariceta, directora creativa de Reacción a Galería, durante la visita a Estación Reacción, ubicada en Miguelete 1825. Un espacio de recepción para que la ciudadanía pueda acercarse a clasificar, aprender y entregar sus residuos. Se encuentra abierto los viernes de 12 a 18 horas y los sábados de 10 a 15 horas, y está atendido por personal calificado, que responde inquietudes y dudas sobre las mejores prácticas de consumo responsable y economía circular.

Reacción es una organización con siete años de trayectoria que trabaja por la sostenibilidad de los residuos, poniendo el foco en el triple impacto y haciendo sinergia con otras empresas del grupo del que forma parte, como Alva Creative House, desde donde ofrecen servicios de diseño aplicado, y Empathy, una consultora especializada en inclusión, diversidad, género y generaciones. Estación Reacción es una de las tantas acciones que lleva a cabo en su tarea por la sustentabilidad. Allí reciben 15 tipos de residuos de origen domiciliario. “Se calcula que una persona produce un kilo de residuos por día. De estos, el 35% son los que llamamos reciclables. El 50% son compostables. Los que no vienen para acá son los residuos de baño, los pañuelos, los higiénicos, todo lo que tiene la papelera del baño. Esa fracción equivale al 15% aproximadamente”, manifestó Mariana Robano, directora técnica de Reacción. Una vez que los residuos llegan a la estación y son clasificados por el mismo ciudadano, Reacción los distribuye a distintas plantas donde los reciclan y “vuelven a darle vida”.

La Estación Reacción, ubicada en el Espacio de Arte Contemporáneo, recibe 15 tipos de residuos domiciliarios diferentes.  La Estación Reacción, ubicada en el Espacio de Arte Contemporáneo, recibe 15 tipos de residuos domiciliarios diferentes. 

La organización también ofrece servicio de consultoría y asesoramiento a empresas, industrias y organismos públicos para que puedan hacer un uso responsable de sus residuos y lograr un cambio cultural. Un claro ejemplo de esto es ROC (Residuos de Obra Civil), un proyecto desarrollado con la Cámara de la Construcción del Uruguay para hacer de la construcción una industria sustentable. Actualmente, este sector  produce 1.800.000 toneladas de residuos al año, de esto el 90% termina en arroyos, vertederos y baldíos. De hecho, “un tercio de los residuos que llegan a Felipe Cardoso son derivados de la construcción. Entonces, empezamos a trabajar con el sector e hicimos un índice de circularidad” que ayudara a clasificar cada material y darle el curso debido para cerrar su ciclo de vida, contó Mariale. Para llevarlo a cabo, Reacción instaló sistemas clasificados de reciclaje en las obras de construcción, que, conectados a una cadena de valor, los reinserta en la economía para que se vuelvan a utilizar. A su vez, crearon un sistema de tecnología 4.0 llamado BIC, que ayuda a medir en tiempo real los residuos que está generando una obra, información a la que tienen acceso los actores relevantes, y que los ayuda a tomar conciencia.

“El sector de la construcción, que es un motor de nuestra economía, está diseñado para la descartabilidad. Las obras se derrumban y se empieza de cero a construir una nueva. La nueva metodología lo que plantea es que no construyas algo nuevo de cero, analizá qué tenés disponible, cómo lo podés adaptar. Y si construís de cero, pensá cómo podés usarlo después de su vida útil”, afirmó Robano.

Reacción cuenta también con un laboratorio de packaging donde ayudan a las empresas a rediseñar los envoltorios de sus productos para que sean reciclables. En este sentido, han trabajado, por ejemplo, con Mc Donald’s, haciéndole un diagnóstico de sus empaques y asesorándolos en los procesos de economía circular. A su vez, comenzó a enviar a una planta de compostaje los restos orgánicos, que constituyen más del 30% de sus residuos. Con estas acciones, hoy la cadena de comida rápida está logrando desviar de Felipe Cardoso entre 60% y 70% de sus residuos.

Francisco Voulminot y Soledad Chiarino, directores de Abito, organización que en cinco años recicló 1.578 toneladas de residuos. Foto: Mauricio Rodríguez.  Francisco Voulminot y Soledad Chiarino, directores de Abito, organización que en cinco años recicló 1.578 toneladas de residuos. Foto: Mauricio Rodríguez. 

Abito. “La basura es un error de diseño”, señaló a Galería Soledad Chiarino, directora de Abito, una empresa de triple impacto que busca revalorizar los residuos, gestionándolos de forma sostenible y responsable. “El punto de partida es que (los productos que consumimos) tienen errores de diseño. Estamos acostumbrados a usar y tirar, porque todo está pensado para que no tenga una segunda vida o para que no se pueda reciclar”, apuntó.

Abito (Acciones para el Bien de Todos) surgió en 2018 pero empezó su actividad en 2019, fruto de la tesis de Administración de Empresas de Francisco Voulminot, primo de Soledad. Hoy, ambos dirigen la organización, que fundamentalmente trabaja con empresas e instituciones educativas, tanto públicas como privadas, a las cuales les gestionan los residuos. La ley de Gestión Integral de Residuos (Nº 19.829) exige a toda empresa o comercio tener un servicio de gestión de residuos. “Nuestra propuesta de valor es que solucionamos el tema, sin tener que recurrir a una empresa para cada tipo de residuo, cartón, plástico, etc. (como se hace habitualmente), asegurando además la trazabilidad y la información”, comentó Chiarino.

“Nosotros vamos a las empresa, asesoramos y colocamos estaciones de reciclaje para que clasifiquen en origen, les generamos todas las herramientas, como la comunicación para hacer el cambio cultural de dejar el piloto automático de tirar todo junto a pararse frente a la estación y pensar dónde tiro cada cosa”, explicó. Luego es el propio personal de Abito quien recoge los residuos clasificados de las empresas y los lleva a la planta de la organización para realizar una clasificación fina, que llega hasta 17 categorías. “Nosotros hacemos el cierre de ciclo, hacemos que 17 tipos de materiales puedan efectivamente volver a utilizarse de alguna manera”, siendo derivados a plantas distintas que tienen el objetivo de que se vuelvan a utilizar en un nuevo proceso industrial, que dé lugar a nuevos productos. 

A su vez, en alianza con Bioterra, Abito gestiona también la fracción compostable de los residuos. “El impacto que puede tener compostar los residuos orgánicos en cuanto a gas invernadero es impresionante. Una familia de cinco integrantes que composte durante un año los residuos equivale a dejar de emitir la misma cantidad de gases invernaderos que los generados al recorrer 7.500 kilómetros en auto, lo que es igual a dejar de usar el vehículo durante nueves meses”, señaló Chiarino.

De hecho, en cinco años de existencia, Abito recicló 1.578 toneladas de residuos y compostó otras 1.119 toneladas, lo que equivale a 34.050 árboles que no se talaron, 9,3 millones de kilómetros en auto que no se realizaron (es decir, 1.825 viajes ida y vuelta de Montevideo a San Pablo) y a 34.000 millones de litros de agua que se pudieron ahorrar. Un resumen de este estilo, pero con las cifras y equivalencias propias de cada empresa, reciben todos los meses las instituciones que trabajan con Abito­, como forma de motivar a las compañías y de hacerlas tomar conciencia del impacto que están logrando. De otra manera, todos esos residuos irían a parar a Felipe Cardoso, con el consiguiente daño al medio ambiente. “Hoy nuestros clientes están reduciendo entre 50% y 80% los residuos que mandan al relleno residual. Es un impacto enorme”, manifestó la directora de Abito.

Pero el impacto de Abito es mayor aún, ya que la propuesta de la organización también busca integrar al sistema laboral formal a los clasificadores, dándoles trabajo en la planta de clasificación de residuos. “Es la primera vez que tienen trabajo, que tienen cuenta en un banco y que trabajan ocho horas y punto”, remarcó Chiarino.

El equipo de Casa Urbana confecciona uniformes corporativos para mujeres, procurando un proceso sustentable. Foto: Adrián Echevarriaga.  El equipo de Casa Urbana confecciona uniformes corporativos para mujeres, procurando un proceso sustentable. Foto: Adrián Echevarriaga. 

Casa urbana. Este proyecto familiar surgió en 2001 dedicado al diseño y producción de uniformes corporativos para mujeres, que busca cambiar el paradigma hacia medios de producción más respetuosos con el medio ambiente y el desarrollo humano. “Cuando arrancamos el emprendimiento, la sustentabilidad todavía no tenía nomenclatura. Nuestros valores eran la integridad y la transparencia”, comentó a Galería Carlos Cáceres, director y fundador de Casa Urbana. Pero en 2003 un hecho le hizo tomar más conciencia sobre el daño que sus productos podrían causar al medio ambiente. “Me cayó la ficha un día que fui a entregar uniformes a un cliente y cuando salí, me encontré en el contenedor con los uniformes viejos que les habíamos confeccionado. Ahí fue que empezamos a investigar en el tema y a contactarnos con gente entendida”.

Actualmente, su proceso de diseño y producción trata de ser lo más sostenible posible. Por ejemplo, los residuos que se producen en los talleres se entregan a diferentes organizaciones que les dan otra utilidad. Un ejemplo es Resur, una organización que trabaja con la población privada de libertad, convirtiendo los residuos en otra prenda que pueda ser útil para un nuevo usuario.

Otra historia son los residuos que se crean posconsumidor, los uniformes que se descartan una vez que ya se usaron. Sandra Moreira, directora y fundadora de Casa Urbana, explicó que en esto todavía tienen mucho para crecer y concientizar a los clientes. Un paso en este sentido fue el proyecto de manufactura industrial de los uniformes ya usados del Teatro Solís en 2022. “Hicimos un trabajo muy fino y fuerte de clasificación, de eliminar un montón de chaquetas que no se podían usar. Hasta hicimos un estampado para disimular un poco el desgaste de la tela. Sacamos la parte más problemática de la prenda, que eran los costados por el roce y las mangas”, señaló Lucía López, diseñadora de Casa Urbana, especializada en moda sostenible. Como resultado, se obtuvo una prenda multitalles, cuyo límite de utilidades es la imaginación del usuario.

“Algo en lo que estamos trabajando es en romper con eso de que no quiero usar algo porque parece viejo, queremos que parezca un nuevo producto”, explicó López. En este sentido, indicó que si bien Casa Urbana ha diseñado prendas a partir del upcycling, es decir a partir de la reutilización de otras prendas, todavía resulta difícil tener la aceptación del cliente. Por esta razón, las diseñadoras están tratando de crear prendas más tradicionales y fáciles de ser adoptadas por los clientes.

Por otro lado, Casa Urbana ha comenzado a incursionar también en la técnica de patronaje zero waste, a partir de la cual no se forman residuos en el proceso de corte de los moldes para las prendas. “Se trata de una técnica que la industria todavía no tiene incorporada. Hoy los restos se pican y se entierran o se queman”, subrayó Casanova. Cereus se llamó la primera cápsula de la casa basada en zero waste, diseñada en 2021 por Casanova, que les valió el primer premio a la Moda Sostenible entregado por Universidad ORT, Moweek y ONU. Dicho reconocimiento les abrió las puertas para formar parte del Pacto Mundial de las Naciones Unidas, con el fin de alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible 2030. Daniel Delgado, encargado de la parte administrativa de Casa Urbana, adelantó que hoy el emprendimiento ya cumple con tres de los 17 objetivos: igualdad de género, trabajo decente, y crecimiento económico y producción responsable. “La sostenibilidad es un camino. El pacto global nos ha ayudado a poder dar esos pasos en la medida que nos otorga métricas y anualmente tenemos que entregar un reporte”, expresó Moreira.

Por su parte, Casanova aseguró que el diseño de Cereus fue una “buena experiencia para ver lo que se podría lograr y generar tipologías de uniformes con una técnica totalmente alternativa y sostenible”. Ahora, el desafío es convencer a los clientes de que opten por ellos, lo cual se hace difícil porque la forma de las prendas se aleja de lo tradicional.

Massimiliano Iannolo, director de Desarrollo Institucional de Redalco, organización que acerca alimentos a 60.000 personas por semana. Foto: Mauricio Rodríguez.  Massimiliano Iannolo, director de Desarrollo Institucional de Redalco, organización que acerca alimentos a 60.000 personas por semana. Foto: Mauricio Rodríguez. 

Redalco. Mientras que más de 250.000 personas no logran acceder a alimentos en Uruguay, unos 125 millones de kilos de frutas y verduras se desperdician al año, según datos de la FAO. Si se lograsen rescatar todos estos alimentos, se podrían entregar tres platos de comida por día a todas las personas que lo necesitan. Con este objetivo, nació en 2016 Redalco, una ONG cuya misión es prevenir el desperdicio de alimentos en las cadenas de producción y comercialización frutihortícolas, con el objetivo de mitigar la inseguridad alimentaria de Uruguay y generar un impacto positivo en el medio ambiente. Para ello, recogen las frutas y verduras que se descartan dentro de la Unidad Agroalimentaria de Montevideo (UAM) y en los puntos de producción por su forma, tamaño, color o excesos de producción.

Foto: Mauricio Rodríguez  Foto: Mauricio Rodríguez 

“Hoy estamos recuperando en el entorno de dos millones de kilos netos de frutas y verduras por año, sin contar la parte de orgánicos, que por estar en mal estado, se entrega a las empresas de alimentación animal, evitando que terminen en Felipe Cardoso”, dijo a Galería­ Massimiliano Iannolo, director de Desarrollo Institucional de Redalco. Una vez recogida esa cantidad de alimentos, la ONG los clasifica con la ayuda de voluntarios y los entrega semanalmente a 490 organizaciones sociales, llegando a alimentar a unas 60.000 personas. Además, cuentan con un programa familiar, por el cual entregan en varios jardines de infantes del quintil 1 (el más vulnerable), hasta seis kilos de frutas a las familias.

El trabajo realizado por Redalco permite además prevenir la producción de 1.812 toneladas de dióxido de carbono que emitirían los alimentos si hubieran sido desechados.

Foto: Mauricio Rodríguez Foto: Mauricio Rodríguez

Plasticoin. Se trata de un proyecto de economía circular, que a partir de la creación de una moneda virtual ecológica busca dar valor a los residuos plásticos para estimular su limpieza, clasificación y entrega en los centros de acopio. Gonzalo Barreto, asistente comercial de Plasticoin, explicó a Galería que para formar parte de este sistema se requiere un perfil en la web donde se cargan los datos de la persona y se crea una billetera virtual a la que se le asignan las monedas ecológicas según la cantidad de plástico entregado. Por cada kilo de plástico, se acreditan 100 monedas. A través de convenios que la organización tiene con distintas empresas y comercios, los usuarios pueden obtener en sus compras descuentos y beneficios.

En cinco años, Plasticoin cuenta con 7.000 usuarios, 16 centros de acopio entre Maldonado y Montevideo, y lleva recolectados 70.000 kilos de plástico. “Nosotros acondicionamos el material, lo clasificamos, enfardamos y lo enviamos a plantas recicladoras para que lo usen como materia prima de productos nuevos; de esta manera cerramos el ciclo de vida del producto”, dijo Barreto, quien agregó que el 98% del plástico recolectado se reutiliza. Solamente se pierde un 2%, que corresponde a plástico PVC o material multilaminado, cuyo reciclaje es más difícil y costoso.

Vanessa y Gonzalo reciben los plásticos en el centro de acopio de Plasticoin. Foto: Mauricio Rodríguez.  Vanessa y Gonzalo reciben los plásticos en el centro de acopio de Plasticoin. Foto: Mauricio Rodríguez. 

Mateo Braga, responsable de Comunicación de Plasticoin, aseguró que en el centro de acopio de Montevideo Shopping, durante setiembre se recolectaron 1.773 kilos de plástico, lo que en impacto ambiental equivale al consumo de 69.500 litros de agua. En este sentido, Barreto subrayó la importancia de reciclar los envases de plástico. “El plástico es un material que cuando llega al océano demora muchos años en degradarse y cuando lo hace genera microplásticos que los peces consumen, y luego llega hasta nosotros”. No obstante, manifestó que el plástico no se trata de “un villano”, sino que es un material muy práctico y económico, que ha servido a la humanidad para muchas cosas. “Lo que necesitamos es romper con la lógica de uso y tiro y promover su uso responsable”.

La experiencia de Plasticoin, como la de las demás organizaciones, deja en evidencia que lo importante es el cambio cultural y sistémico. Por eso, el gran desafío de la economía circular es actuar en la cabeza de las personas. “Si esto no se logra, no se sustenta nada. Al final del día tenemos que ecodiseñar nuestras cabezas”, remató Fernanda Ariceta. Se trata de volver al origen.