La toma de
conciencia de esta realidad y la necesidad urgente de contar con sistemas de
gestión de residuos sustentables, que permitan imitar los procesos de la
naturaleza, sin dañar el planeta, ha dado lugar a varias organizaciones que
trabajan por lograr una economía circular en diferentes rubros. Todas ellas,
organizaciones de triple impacto.
Reacción.
“Acá los residuos es
lo que más se ve, pero la economía circular, nuestro principal foco, parte de
la lógica de reducir, reutilizar y alargar la vida útil del material”, comentó
Mariale Ariceta, directora creativa de Reacción a Galería, durante la
visita a Estación Reacción, ubicada en Miguelete 1825. Un espacio de recepción
para que la ciudadanía pueda acercarse a clasificar, aprender y entregar sus
residuos. Se encuentra abierto los viernes de 12 a 18 horas y los sábados de 10
a 15 horas, y está atendido por personal calificado, que responde inquietudes y
dudas sobre las mejores prácticas de consumo responsable y economía circular.
Reacción es
una organización con siete años de trayectoria que trabaja por la
sostenibilidad de los residuos, poniendo el foco en el triple impacto y
haciendo sinergia con otras empresas del grupo del que forma parte, como Alva
Creative House, desde donde ofrecen servicios de diseño aplicado, y Empathy,
una consultora especializada en inclusión, diversidad, género y generaciones.
Estación Reacción es una de las tantas acciones que lleva a cabo en su tarea
por la sustentabilidad. Allí reciben 15 tipos de residuos de origen
domiciliario. “Se calcula que una persona produce un kilo de residuos por día.
De estos, el 35% son los que llamamos reciclables. El 50% son compostables. Los
que no vienen para acá son los residuos de baño, los pañuelos, los higiénicos,
todo lo que tiene la papelera del baño. Esa fracción equivale al 15%
aproximadamente”, manifestó Mariana Robano, directora técnica de Reacción. Una
vez que los residuos llegan a la estación y son clasificados por el mismo
ciudadano, Reacción los distribuye a distintas plantas donde los reciclan y
“vuelven a darle vida”.
La Estación Reacción, ubicada en el Espacio de Arte Contemporáneo, recibe 15 tipos de residuos domiciliarios diferentes.
La
organización también ofrece servicio de consultoría y asesoramiento a empresas,
industrias y organismos públicos para que puedan hacer un uso responsable de
sus residuos y lograr un cambio cultural. Un claro ejemplo de esto es ROC
(Residuos de Obra Civil), un proyecto desarrollado con la Cámara de la
Construcción del Uruguay para hacer de la construcción una industria
sustentable. Actualmente, este sector
produce 1.800.000 toneladas de residuos al año, de esto el 90% termina
en arroyos, vertederos y baldíos. De hecho, “un tercio de los residuos que
llegan a Felipe Cardoso son derivados de la construcción. Entonces, empezamos a
trabajar con el sector e hicimos un índice de circularidad” que ayudara a
clasificar cada material y darle el curso debido para cerrar su ciclo de vida,
contó Mariale. Para llevarlo a cabo, Reacción instaló sistemas clasificados de
reciclaje en las obras de construcción, que, conectados a una cadena de valor,
los reinserta en la economía para que se vuelvan a utilizar. A su vez, crearon
un sistema de tecnología 4.0 llamado BIC, que ayuda a medir en tiempo real los
residuos que está generando una obra, información a la que tienen acceso los
actores relevantes, y que los ayuda a tomar conciencia.
“El sector
de la construcción, que es un motor de nuestra economía, está diseñado para la
descartabilidad. Las obras se derrumban y se empieza de cero a construir una
nueva. La nueva metodología lo que plantea es que no construyas algo nuevo de
cero, analizá qué tenés disponible, cómo lo podés adaptar. Y si construís de
cero, pensá cómo podés usarlo después de su vida útil”, afirmó Robano.
Reacción
cuenta también con un laboratorio de packaging donde ayudan a las
empresas a rediseñar los envoltorios de sus productos para que sean
reciclables. En este sentido, han trabajado, por ejemplo, con Mc Donald’s,
haciéndole un diagnóstico de sus empaques y asesorándolos en los procesos de
economía circular. A su vez, comenzó a enviar a una planta de compostaje los
restos orgánicos, que constituyen más del 30% de sus residuos. Con estas
acciones, hoy la cadena de comida rápida está logrando desviar de Felipe
Cardoso entre 60% y 70% de sus residuos.
Francisco Voulminot y Soledad Chiarino, directores de Abito, organización que en cinco años recicló 1.578 toneladas de residuos. Foto: Mauricio Rodríguez.
Abito. “La basura es un error de diseño”,
señaló a Galería Soledad Chiarino, directora de Abito, una empresa de
triple impacto que busca revalorizar los residuos, gestionándolos de forma
sostenible y responsable. “El punto de partida es que (los productos que
consumimos) tienen errores de diseño. Estamos acostumbrados a usar y tirar,
porque todo está pensado para que no tenga una segunda vida o para que no se
pueda reciclar”, apuntó.
Abito
(Acciones para el Bien de Todos) surgió en 2018 pero empezó su actividad en
2019, fruto de la tesis de Administración de Empresas de Francisco Voulminot,
primo de Soledad. Hoy, ambos dirigen la organización, que fundamentalmente
trabaja con empresas e instituciones educativas, tanto públicas como privadas,
a las cuales les gestionan los residuos. La ley de Gestión Integral de Residuos
(Nº 19.829) exige a toda empresa o comercio tener un servicio de gestión de
residuos. “Nuestra propuesta de valor es que solucionamos el tema, sin tener
que recurrir a una empresa para cada tipo de residuo, cartón, plástico, etc.
(como se hace habitualmente), asegurando además la trazabilidad y la
información”, comentó Chiarino.
“Nosotros
vamos a las empresa, asesoramos y colocamos estaciones de reciclaje para que
clasifiquen en origen, les generamos todas las herramientas, como la
comunicación para hacer el cambio cultural de dejar el piloto automático de
tirar todo junto a pararse frente a la estación y pensar dónde tiro cada cosa”,
explicó. Luego es el propio personal de Abito quien recoge los residuos
clasificados de las empresas y los lleva a la planta de la organización para
realizar una clasificación fina, que llega hasta 17 categorías. “Nosotros
hacemos el cierre de ciclo, hacemos que 17 tipos de materiales puedan
efectivamente volver a utilizarse de alguna manera”, siendo derivados a plantas
distintas que tienen el objetivo de que se vuelvan a utilizar en un nuevo
proceso industrial, que dé lugar a nuevos productos.
A su vez,
en alianza con Bioterra, Abito gestiona también la fracción compostable de los
residuos. “El impacto que puede tener compostar los residuos orgánicos en
cuanto a gas invernadero es impresionante. Una familia de cinco integrantes que
composte durante un año los residuos equivale a dejar de emitir la misma
cantidad de gases invernaderos que los generados al recorrer 7.500 kilómetros
en auto, lo que es igual a dejar de usar el vehículo durante nueves meses”,
señaló Chiarino.
De hecho,
en cinco años de existencia, Abito recicló 1.578 toneladas de residuos y
compostó otras 1.119 toneladas, lo que equivale a 34.050 árboles que no se
talaron, 9,3 millones de kilómetros en auto que no se realizaron (es decir, 1.825
viajes ida y vuelta de Montevideo a San Pablo) y a 34.000 millones de litros de
agua que se pudieron ahorrar. Un resumen de este estilo, pero con las cifras y
equivalencias propias de cada empresa, reciben todos los meses las
instituciones que trabajan con Abito, como forma de motivar a las compañías y
de hacerlas tomar conciencia del impacto que están logrando. De otra manera,
todos esos residuos irían a parar a Felipe Cardoso, con el consiguiente daño al
medio ambiente. “Hoy nuestros clientes están reduciendo entre 50% y 80% los
residuos que mandan al relleno residual. Es un impacto enorme”, manifestó la
directora de Abito.
Pero el
impacto de Abito es mayor aún, ya que la propuesta de la organización también
busca integrar al sistema laboral formal a los clasificadores, dándoles trabajo
en la planta de clasificación de residuos. “Es la primera vez que tienen
trabajo, que tienen cuenta en un banco y que trabajan ocho horas y punto”,
remarcó Chiarino.
El equipo de Casa Urbana confecciona uniformes corporativos para mujeres, procurando un proceso sustentable. Foto: Adrián Echevarriaga.
Casa urbana. Este
proyecto familiar surgió en 2001 dedicado al diseño y producción de uniformes
corporativos para mujeres, que busca cambiar el paradigma hacia medios de
producción más respetuosos con el medio ambiente y el desarrollo humano.
“Cuando arrancamos el emprendimiento, la sustentabilidad todavía no tenía
nomenclatura. Nuestros valores eran la integridad y la transparencia”, comentó
a Galería Carlos Cáceres, director y fundador de Casa Urbana. Pero en
2003 un hecho le hizo tomar más conciencia sobre el daño que sus productos
podrían causar al medio ambiente. “Me cayó la ficha un día que fui a entregar
uniformes a un cliente y cuando salí, me encontré en el contenedor con los
uniformes viejos que les habíamos confeccionado. Ahí fue que empezamos a
investigar en el tema y a contactarnos con gente entendida”.
Actualmente,
su proceso de diseño y producción trata de ser lo más sostenible posible. Por
ejemplo, los residuos que se producen en los talleres se entregan a diferentes
organizaciones que les dan otra utilidad. Un ejemplo es Resur, una organización
que trabaja con la población privada de libertad, convirtiendo los residuos en
otra prenda que pueda ser útil para un nuevo usuario.
Otra
historia son los residuos que se crean posconsumidor, los uniformes que se
descartan una vez que ya se usaron. Sandra Moreira, directora y fundadora de
Casa Urbana, explicó que en esto todavía tienen mucho para crecer y
concientizar a los clientes. Un paso en este sentido fue el proyecto de
manufactura industrial de los uniformes ya usados del Teatro Solís en 2022. “Hicimos
un trabajo muy fino y fuerte de clasificación, de eliminar un montón de
chaquetas que no se podían usar. Hasta hicimos un estampado para disimular un
poco el desgaste de la tela. Sacamos la parte más problemática de la prenda,
que eran los costados por el roce y las mangas”, señaló Lucía López, diseñadora
de Casa Urbana, especializada en moda sostenible. Como resultado, se obtuvo una
prenda multitalles, cuyo límite de utilidades es la imaginación del usuario.
“Algo en lo
que estamos trabajando es en romper con eso de que no quiero usar algo porque
parece viejo, queremos que parezca un nuevo producto”, explicó López. En este
sentido, indicó que si bien Casa Urbana ha diseñado prendas a partir del upcycling,
es decir a partir de la reutilización de otras prendas, todavía resulta difícil
tener la aceptación del cliente. Por esta razón, las diseñadoras están tratando
de crear prendas más tradicionales y fáciles de ser adoptadas por los clientes.
Por otro
lado, Casa Urbana ha comenzado a incursionar también en la técnica de patronaje
zero waste, a partir de la cual no se forman residuos en el proceso de
corte de los moldes para las prendas. “Se trata de una técnica que la industria
todavía no tiene incorporada. Hoy los restos se pican y se entierran o se queman”,
subrayó Casanova. Cereus se llamó la primera cápsula de la casa basada en zero
waste, diseñada en 2021 por Casanova, que les valió el primer premio a la
Moda Sostenible entregado por Universidad ORT, Moweek y ONU. Dicho
reconocimiento les abrió las puertas para formar parte del Pacto Mundial de las
Naciones Unidas, con el fin de alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible
2030. Daniel Delgado, encargado de la parte administrativa de Casa Urbana,
adelantó que hoy el emprendimiento ya cumple con tres de los 17 objetivos:
igualdad de género, trabajo decente, y crecimiento económico y producción
responsable. “La sostenibilidad es un camino. El pacto global nos ha ayudado a
poder dar esos pasos en la medida que nos otorga métricas y anualmente tenemos
que entregar un reporte”, expresó Moreira.
Por su
parte, Casanova aseguró que el diseño de Cereus fue una “buena experiencia para
ver lo que se podría lograr y generar tipologías de uniformes con una técnica
totalmente alternativa y sostenible”. Ahora, el desafío es convencer a los
clientes de que opten por ellos, lo cual se hace difícil porque la forma de las
prendas se aleja de lo tradicional.
Massimiliano Iannolo, director de Desarrollo Institucional de Redalco, organización que acerca alimentos a 60.000 personas por semana. Foto: Mauricio Rodríguez.
Redalco.
Mientras que más de
250.000 personas no logran acceder a alimentos en Uruguay, unos 125 millones de
kilos de frutas y verduras se desperdician al año, según datos de la FAO. Si se
lograsen rescatar todos estos alimentos, se podrían entregar tres platos de
comida por día a todas las personas que lo necesitan. Con este objetivo, nació
en 2016 Redalco, una ONG cuya misión es prevenir el desperdicio de alimentos en
las cadenas de producción y comercialización frutihortícolas, con el objetivo
de mitigar la inseguridad alimentaria de Uruguay y generar un impacto positivo
en el medio ambiente. Para ello, recogen las frutas y verduras que se descartan
dentro de la Unidad Agroalimentaria de Montevideo (UAM) y en los puntos de
producción por su forma, tamaño, color o excesos de producción.
Foto: Mauricio Rodríguez
“Hoy
estamos recuperando en el entorno de dos millones de kilos netos de frutas y
verduras por año, sin contar la parte de orgánicos, que por estar en mal
estado, se entrega a las empresas de alimentación animal, evitando que terminen
en Felipe Cardoso”, dijo a Galería Massimiliano Iannolo, director de
Desarrollo Institucional de Redalco. Una vez recogida esa cantidad de
alimentos, la ONG los clasifica con la ayuda de voluntarios y los entrega
semanalmente a 490 organizaciones sociales, llegando a alimentar a unas 60.000
personas. Además, cuentan con un programa familiar, por el cual entregan en
varios jardines de infantes del quintil 1 (el más vulnerable), hasta seis kilos
de frutas a las familias.
El trabajo
realizado por Redalco permite además prevenir la producción de 1.812 toneladas
de dióxido de carbono que emitirían los alimentos si hubieran sido desechados.
Foto: Mauricio Rodríguez
Plasticoin.
Se trata de un
proyecto de economía circular, que a partir de la creación de una moneda
virtual ecológica busca dar valor a los residuos plásticos para estimular su
limpieza, clasificación y entrega en los centros de acopio. Gonzalo Barreto,
asistente comercial de Plasticoin, explicó a Galería que para formar
parte de este sistema se requiere un perfil en la web donde se cargan los datos
de la persona y se crea una billetera virtual a la que se le asignan las
monedas ecológicas según la cantidad de plástico entregado. Por cada kilo de
plástico, se acreditan 100 monedas. A través de convenios que la organización
tiene con distintas empresas y comercios, los usuarios pueden obtener en sus
compras descuentos y beneficios.
En cinco
años, Plasticoin cuenta con 7.000 usuarios, 16 centros de acopio entre
Maldonado y Montevideo, y lleva recolectados 70.000 kilos de plástico.
“Nosotros acondicionamos el material, lo clasificamos, enfardamos y lo enviamos
a plantas recicladoras para que lo usen como materia prima de productos nuevos;
de esta manera cerramos el ciclo de vida del producto”, dijo Barreto, quien
agregó que el 98% del plástico recolectado se reutiliza. Solamente se pierde un
2%, que corresponde a plástico PVC o material multilaminado, cuyo reciclaje es
más difícil y costoso.
Vanessa y Gonzalo reciben los plásticos en el centro de acopio de Plasticoin. Foto: Mauricio Rodríguez.
Mateo
Braga, responsable de Comunicación de Plasticoin, aseguró que en el centro de
acopio de Montevideo Shopping, durante setiembre se recolectaron 1.773 kilos de
plástico, lo que en impacto ambiental equivale al consumo de 69.500 litros de
agua. En este sentido, Barreto subrayó la importancia de reciclar los envases
de plástico. “El plástico es un material que cuando llega al océano demora
muchos años en degradarse y cuando lo hace genera microplásticos que los peces
consumen, y luego llega hasta nosotros”. No obstante, manifestó que el plástico
no se trata de “un villano”, sino que es un material muy práctico y económico,
que ha servido a la humanidad para muchas cosas. “Lo que necesitamos es romper
con la lógica de uso y tiro y promover su uso responsable”.
La
experiencia de Plasticoin, como la de las demás organizaciones, deja en
evidencia que lo importante es el cambio cultural y sistémico. Por eso, el gran
desafío de la economía circular es actuar en la cabeza de las personas. “Si
esto no se logra, no se sustenta nada. Al final del día tenemos que ecodiseñar
nuestras cabezas”, remató Fernanda Ariceta. Se trata de volver al
origen.