¡Hola !

En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
$ Al año*
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

¡Hola !

En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
$ por 3 meses*
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
* A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
stopper description + stopper description

Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

Suscribite a Búsqueda
DESDE

UYU

299

/mes*

* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

¡Hola !

El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

Vivir para contarlo: historias de intubados a causa del Covid

Estos relatos en primera persona de cuatro pacientes que debieron someterse a esa técnica invasiva y extrema durante su lucha contra el coronavirus muestran la dureza de una situación de la que solo uno de cada cinco vuelve a abrir los ojos, y cómo se convirtió en un punto de inflexión en sus vidas

Estos relatos en primera persona de cuatro pacientes que debieron someterse a esa técnica invasiva y extrema durante su lucha contra el coronavirus muestran la dureza de una situación de la que solo uno de cada cinco vuelve a abrir los ojos, y cómo se convirtió en un punto de inflexión en sus vidas

No todos recuerdan cuándo, dónde y cómo se contagiaron de Covid-19. Sí recuerdan el momento en que respirar se les volvió una tarea muy difícil y tuvieron que internarse. No todos estuvieron conscientes cuando el doctor tomó la que quizá sea la más extrema decisión de vida o muerte en estos tiempos. No todos pudieron escuchar el "lo tenemos que intubar".

Sí saben que son una minoría, un triunfo contra una dura estadística. Esa que habla de que solo 20% de las personas que son intubadas por causa del coronavirus pueden volver a abrir los ojos. Así lo dice a Galería Julio Pontet, presidente de la Sociedad Uruguaya de Medicina Intensiva (SUMI). Solo uno de cada cinco que llega a una situación de insuficiencia respiratoria extrema, puede sobrevivir. Así de cruel ha demostrado ser esta pandemia.

El ingeniero Ariel Fabius, de 64 años, no sabe cuándo se contagió. Sí recuerda que se internó el pasado 20 de marzo. Ya enfermo, se sentía débil pero no le dolía nada. Intentando recuperarse en su casa, el nivel de saturación de oxígeno en sangre estaba en 57% y trepaba a un 90% con la ayuda de un botellón de oxígeno. Normalmente, este indicador debería estar en 95%. Se lo comentó a un amigo neumólogo que vivía en el extranjero y la voz en el teléfono se alarmó: "Llamá a la emergencia, te vas ya mismo a un hospital, eso es un código 1", lo que en la jerga habla de un riesgo de vida inmediato.

"A esa llamada le debo mi vida", asegura hoy. Comenzaba entonces un largo periplo que incluyó tres días de aislamiento en el CTI del Hospital Británico antes de sentir la frase tan temida: "No está respondiendo al tratamiento y lo vamos a pasar a intubación". Fabius, que creció rodeado de médicos, no pensó nada en particular. "Me puse en modo piloto automático y me dije ‘acá vamos'". Asegura que no estuvo todo el tiempo inconsciente, sino que alternó el coma inducido con un estado "crepuscular" en el cual el tiempo no parecía pasar, sin acceso a la luz del día ni a interactuar con otro ser vivo.

En total, dos veces estuvo intubado, ya que a una primera recuperación le siguió un duro retroceso del que alguna vez los médicos pensaron que no salía. Incluso debieron practicarle una traqueotomía. "En una doble intubación la sobrevida es de 5%", afirma el ingeniero. Las fechas aún lo entreveran, pero -con ayuda de su esposa- dice que recién el 5 de mayo dejó el CTI, tras aproximadamente mes y medio, el 20 volvió a su casa para seguir la recuperación. Ya despierto, una de las primeras charlas fue con un enfermero sobre aviación, uno de sus hobbies. Otros recuerdos no son tan gratos: además de haber pasado por esa experiencia "invasiva y desagradable", recuerda haber sufrido "ataques de pánico, pesadillas que nunca había tenido y episodios de delirium tremens mientras recibía la medicación", situación que se cortó cuando dejó de tomarla.

"Esta enfermedad no es broma", enfatiza. Pese a sus esfuerzos por evitar contagiarse durante un año, finalmente fue uno más en la estadística de afectados, esa que ya pasó los 360.000 y se acerca a las 400.000 personas en Uruguay. El coronavirus no le ha dejado secuelas, aunque sí 23 kilos menos de peso y un aprendizaje para toda la vida: "No vale hacerse mala sangre por cosas que uno no puede controlar".

Cuando no se sabía nada. La intubación se hace con un tubo de polivinilo flexible que se introduce, con el paciente sedado, por la boca (en la amplia mayoría de los casos) o la nariz del paciente, y cuyo extremo queda en la tráquea. Es un método invasivo al que se apela en última instancia. Para ello se considera una serie de variables: saturación de oxígeno en sangre, frecuencia respiratoria, esfuerzo que hace el paciente para respirar, uso de músculos accesorios para ello, nivel de conciencia del afectado. "Dicho mal y pronto, lo hacemos cuando no hay más remedio", asegura Pontet. Aun así, reconoce que el análisis es caso por caso. "Es una chance de salvataje pero no a todos los pacientes les favorece. Algunos de ellos, dada la fragilidad que tienen, nunca saldrían de esa condición de dependencia para respirar. Uno opta por medidas buscando una reversión de la gravedad; pero si la situación es irreversible, pierde sentido".

El comerciante Daniel Augustower, de 62 años, dirigente del club Hebraica Macabi, fue uno de los primeros que en Uruguay vivió para contarlo. Por ello, sabe bien el lugar y la fecha del contagio: 14 de marzo de 2020 (un día después de que se anunciaran los primeros casos) en la pizzería Costa Azul. Ahí se encontró con dos amigos y otro hombre relacionado con el deporte, José Pino Marciano, que luego se convertiría en una de las primeras víctimas del coronavirus en Uruguay. En ese momento, Marciano no sabía que estaba infectado; él había estado en contacto con gente que había asistido al famoso casamiento de Carrasco donde habían surgido los primeros casos positivos.

"En ese momento no se sabía nada, no había literatura ni nada. De hecho, en esa reunión no usamos barbijos". Esa noche, Augustower se sentó junto a Marciano (que tosió varias veces y se fue a su casa antes que el resto); a los cinco días se empezó a sentir mal, se testeó y dio positivo. Al día siguiente una ambulancia puso primera rumbo al sanatorio, luego de apenas unas horas en sala pasó al CTI para dormirse y despertar a los dos meses. "¿Cómo que hoy es 23 de mayo?", fue una de las primeras cosas que recuerda haber dicho.

En el medio, la nada, salvo una "rara noción" de estar en otro país. Había perdido la conciencia sintiéndose débil y flojo, con dolor de cabeza y mucho cansancio. Alcanzó a despertarse 60 días antes del nacimiento de su segundo nieto, con veinte kilos menos y sin saber que su gran amigo Álvaro Rodríguez, presidente de Trouville, había perdido su propia lucha contra el Covid. De nuevo en vigilia, se mostró "tan inquieto" en el CTI que lo pasaron a sala un día antes de lo previsto. El primer contacto con su esposa fue telefónico: "No te perdiste de nada, no hay fútbol ni básquetbol, la gente no puede salir a la calle", recuerda haberle escuchado entre otras frases más emotivas e íntimas. Es que su familia -esposa, dos hijos, una nieta y otro entonces en camino- había escuchado dos o tres veces que sus chances de sobrevivir eran mínimas.

"Tengo algunas secuelas en la audición, pero no por el Covid sino por un medicamento contra una bacteria (hospitalaria). Me siento más débil que antes, me canso más que antes, no estoy tan firme al caminar, pero fuera de eso manejo y hago vida normal. Lo único positivo es que no recuperé los kilos... Yo no puedo creer que habiendo transplantes de corazón, de riñones, que pudiendo viajar a la Luna, haya tanta gente que muera por esto en Uruguay y en el mundo, que mueran mujeres embarazadas, que no se haya podido controlar todavía es inconcebible". Augustower tiene un recuerdo especial para la primera persona ajena a la familia que permitió que lo visitara ya de nuevo en su casa, siguiendo su recuperación: Alberto Sonsol. "Era amigo mío desde hacía 40 años, siempre se portó muy bien conmigo, me afectó mucho su muerte...".

El peor paciente: un médico. En los pacientes con Covid la mortalidad es algo mayor entre los hombres que entre las mujeres. "Aproximadamente un cinco por ciento más", estima Pontet. La edad media de ingresos a terapia intensiva ha venido descendiendo en los últimos meses: de 65 años en marzo pasado se pasó a 57 en mayo. Al estar el pulmón inflamado por el coronavirus, este es más susceptible de adquirir otros virus u hongos. El más común de estos últimos, según el presidente de la SUMI, es el aspergillus, presente en hasta un tercio de los pacientes con una intubación prolongada (más de tres semanas), tiempo tras el cual también pueden registrarse lesiones en la tráquea. Colocar a los pacientes intubados decúbito prono (boca abajo), técnica tan difundida en estos tiempos, no es algo empero privativo del Covid y permite una mayor llegada del oxígeno a los pulmones. En este caso, el paciente debe estar bien dormido; en otro momento, sobre todo cuando se va dejando la sedación, pueden alcanzar algunos estados de conciencia aún intubado.

Carlos (de 63 años, pide no decir su nombre real), médico de profesión, estuvo un mes en el CTI, tiempo en el cual permaneció tres semanas con respiración mecánica y coma inducido. Se contagió en marzo pasado, pese a tomar todas las medidas de precaución y teletrabajar, justamente, monitoreando a pacientes con coronavirus.

"Yo conocía bien las características de la enfermedad. Había que tratar de ser optimista... aunque con los conocimientos que tenía era difícil", dice al contar su pasaje de médico a paciente, del 23 de marzo al 22 de abril en terapia intensiva del Casmu, servicio al que entró padeciendo fiebre y dificultades para respirar.

"No recuerdo cuándo me intubaron, sí recuerdo el ruido que hacía cuando respiraba, era como aaaaaghhhh, un quejido". No tuvo tiempo para pensar en su final, sí para preocuparse por su esposa y dos de sus hijos que vivían con él. Antes de ser sedado tuvo convulsiones que le generaron una aparexia: no podía coordinar bien los movimientos de brazos y piernas. "Si salgo vivo de esta, encima voy a quedar mal", pensó. Por suerte, hoy apenas ha visto disminuida su capacidad aeróbica, aunque de a poco está volviendo. Por supuesto, también perdió peso: 10 kilos.

"Yo no pensé que no salía, más allá de las muy pocas posibilidades que tenía. En realidad, no tuve mucha lucidez al momento de la intubación, no había mucho que pensar", evoca Carlos. Durante sus semanas inconsciente, a su familia le dijeron que poco menos había que esperar un milagro. Es que tuvo una neumonía, registrada en una placa de tórax que metía miedo. "La atención fue excelente, no olvides que no hay paciente más difícil que un médico. Gané un cumpleaños más. Confirmé la importancia de la vida y de la familia. Luego de una experiencia así, uno toma conciencia de que ya no es más un muchacho. Es que esta es una enfermedad muy traicionera: incluso los que tienen casos leves pueden sufrir grandes complicaciones".

Alegrías y mazazos. El mismo día que Pontet fue consultado para esta nota, le había dado el alta a un paciente con coronavirus que había permanecido tres semanas intubado en el Hospital Pasteur. Este se fue lúcido y muy agradecido con los médicos por una nueva oportunidad, algo invariablemente nombrado por todos estos sobrevivientes. "Cuando empiezan a reaccionar y a responder, de a poco hay que informarles dónde están. El paciente no sabe si pasó dormido un día o treinta y cinco, ya que los sedantes generan una amnesia positiva en estas circunstancias. Nosotros preguntamos si tienen sed o si sienten dolor y ellos preguntan por su familia, a la que tratamos de ubicar enseguida. Ellos también quieren saber dónde están y qué día es, pierden la orientación espacial-temporal. Por otro lado, los que han pasado por la internación despiertos lo que más sufren es la soledad", afirma el intensivista.

Sebastián Silveira, de 40 años, un importador mayorista de Canelones, nunca supo el origen del contagio. "Visitó comercios todo el día, por ahí pudo haber sido", estima. El 13 de marzo pasado, al año exacto del desembarco uruguayo de la pandemia, dio positivo. Eso fue un sábado; el viernes había sentido fiebre y el domingo y lunes los transcurrió "medianamente bien". La cosa se complicó el martes, con un enorme cansancio que se agravó el miércoles cuando se sentía agitado aun acostado, al punto que prefería aguantar las ganas de ir al baño para no levantarse. "Llamo a emergencia, viene la ambulancia, saturaba muy mal y me mandan a Comeca, a sala, con máscara de oxígeno y vigilancia. El jueves lo pasé relativamente bien pero en algún momento entre viernes y sábado terminé en el CTI, saturando cada vez peor".

Sebastián vivía en el mismo terreno que sus padres, aunque en una casa aparte. Estaba nervioso por los hisopados que a ellos les iban a hacer. Eso quizá influyó en la crisis de ansiedad que tuvo el sábado. "Bueno, gordo, estás muy nervioso y no te podemos tratar así. Así que te vamos a tener que intubar", le dijo el domingo María José, una enfermera. "Fue muy cariñosa para darme una noticia que era una cagada", cuenta el hombre, que apela mucho al humor para recordar la experiencia. "Mandé un mensaje a mi familia y a mi pareja: ‘Gorda, me van a intubar porque estoy muy nervioso. Tranquila que no es nada. Cuando me despierte te llamo'. Fue tipo ‘salgo a comprar fruta' (risas). Preferí eso antes de que se enterara por el parte médico".

Sus nervios eran tales que, pese a ser capaz de "dormir con un adoquín de almohada", resistió hasta dos sedantes sublinguales sin caer rendido. Siguieron ocho días de total sueño, que para su madre fueron jornadas escalofriantes donde escuchó varias veces que se preparara para lo peor. "No tuve mucho tiempo de analizar nada. Uno cree que en un momento así piensa cien cosas y la realidad es que tiene la mente en una o dos cosas. Pero en ningún momento, pese a que sabía las estadísticas, pensé que me iba a morir".

Sebastián despertó con la alegría de volver a vivir y la tristeza de otras realidades ni bien pudo ser capaz de procesarlas. Su padre había enfermado de gravedad; finalmente falleció el 5 de mayo luego de pelear dos meses contra el coronavirus. Llegaron a estar ambos al mismo tiempo en el CTI sin que el hijo lo supiera. Su madre también estuvo infectada pero fue asintomática; eso sí, tener a su marido e hijo internados fue demasiado y debió ser ingresada por un pico de estrés. "En un momento estuvimos los tres juntos: mamá y yo en sala y papá en terapia intensiva".

No se encuentra hoy al 100% pero se está recuperando. Ya volvieron la mitad de los 18 kilos que perdió. Pero, al final, no oculta una "montaña rusa de sensaciones". En algún momento parecía que su padre también contaba el cuento, pero no pudo ser. "Hay una sensación de que quiero salir y comerme al mundo, porque zafé de algo donde cuatro de cada cinco no zafa. Pero no puedo, porque lo de mi viejo fue un mazazo en la nuca".