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Agustín Pichot: “No tengo perfil de empresario de la noche, lo nuestro es un restaurante familiar”

En sociedad con rugbistas uruguayos, el exPuma abre 'Aguas Blancas', un emprendimiento gastronómico en la emblemática plaza de José Ignacio

Es fácil entender por qué el expuma Agustín Pichot, hoy vicepresidente de World Rugby y empresario de peso, es uno de los deportistas más queridos de la Argentina. Desde que su asistente confirma la nota con galería hasta el encuentro, en sus oficinas de ESPN en la zona norte de Buenos Aires, su lugar en el mundo, todo es preciso, simple, puntual. Un trámite cuya sencillez, para la agenda de un tipo que no para, y que en dos días estará de safari con sus hijas en Sudáfrica, solo puede explicar la buena voluntad. Pero recién se entiende por qué todo el mundo habla bien de Pichot cuando se lo tiene enfrente. Llano y sin cassette, transmite desde el minuto uno la sensación de cercanía, como un amigo de toda la vida.

Una década atrás, Pichot se despidió del amor de su vida, el rugby, que lo transformó en joven estrella internacional. Desde entonces, no ha hecho otra cosa que crecer como dirigente y empresario. Hace cinco años, y siempre canalizando las relaciones -—amistades, en su caso— cosechadas a lo largo de toda una carrera, arrancó en serio un proyecto integrador del rugby latinoamericano que tiene a Uruguay en un lugar especial.

“Habíamos hecho un plan muy sustentable para Argentina y, enseguida, por las distancias, la coyuntura, vimos que la solidaridad empieza por casa. Siempre tuvimos una muy buena relación con Uruguay, con Chile y Brasil, cosa que no se da mucho en las federaciones. Aprovechando esa buena relación, nos sentamos a hablar para trabajar juntos. Y el principal socio estratégico fue Uruguay”. Para ese proyecto trabajó codo a codo con los uruguayos Sebastián Piñeyrúa, Pino, Pablo Lemoine y Juan Carlos Ticho Bado, con quienes había jugado en Francia. “Teníamos relaciones buenas pero de a diario, compartíamos el equipo, familia, los perros de Pablo, la locura de Ticho Bado. En un momento con Pino hicimos un grupo, él quedó de presidente y empezamos a trabajar en una mirada más centrada en el Uruguay. Hoy las relaciones son muy fluidas, todo se conversa con Uruguay, hay planes nuevos para hacer nuevas competencias donde Uruguay esté involucrado, un equipo que tal vez vaya a Sudáfrica. Nuestra estrategia de expansión viene con Uruguay como socio central”.

Justamente, en sociedad con Pino Piñeyrúa, por estos días Pichot incursiona en un nuevo rubro, el gastronómico, y abre dos restaurantes en la emblemática plaza de José Ignacio, uno donde era Lucy y otro enfrente. Aguas blancas (ambos llevan el mismo nombre) no serán boliches sino lugares para ir a comer en familia, donde él solo aporta “el amor” y los platos estarán a cargo de una cocinera uruguaya.

¿Cómo te diste cuenta de que podías ser dirigente, empresario y meterte a producir televisión?

Es una buenísima pregunta porque, es raro, pero la gente cree que yo las cosas las tengo siempre diseñadas, que no doy puntada sin hilo. ¡Si supieran lo que pasa en mi cabeza! Mi vida era jugar al rugby, nunca hubo plan B, puse todo en un número. Mi viejo me enseñó a entregarme entero: “Con el rugby no especules, vas a especular con la facultad, esta materia sí, esta no, pero con el rugby, con las cosas que sentís, no especules”, me dijo.

Y el rugby era tu amor.

Era mi pasión, era todo, era mi arena. El lugar donde yo sentía que podía crecer, ser yo, era mi eje. Todo era el rugby, mis amigos eran los de rugby, el club, vivía ahí, no salía de ahí. Luego se dio que me pude ir a Europa con un contrato y era mi vida, era lo más feliz. Al mismo tiempo, hacía cosas, porque mi viejo me dijo que me entregara pero que dejara una fichita al costado. Es peligroso porque el alto rendimiento es muy ingrato: si te llega a ir mal o no sos bueno o te lastimás feo, se acabó, no hay segunda oportunidad en ese nivel. Y las frustraciones son grandes. El nivel de involucramiento es tan grande, porque es lo que amás. Es como estar enamorado, de golpe te rompen el corazón y no te levantás más. Cuando se terminó, fue terminar con el amor de mi vida, estando en pleno enamoramiento. Tenía una hoja en blanco enfrente. Tenía 34 años, dos hijas, me había ido muy bien económicamente, porque el rugby me lo había permitido, pero hoja en blanco: ¿y ahora qué? No fue un tema menor. Pero voy para adelante, no dudo. Y la primera etapa que llegó fue la de dirigente: quería hacer algo que devolviera o que me hubiera gustado que alguien hubiera hecho por mí. Me puse con las olimpíadas, con el Rugby Championship, con cosas para que los chicos tuviera- un rédito, que en Argentina fuera una opción. Al mismo tiempo, ya tenía cosas con ESPN, Nike, muchas marcas, y dentro de eso pensé: en lugar de ser un talent, de aparecer en pantalla o ser conductor, voy a ser productor de mis cosas. Y aprendí. A las trompadas, pero lo que hice y hago es buscar buenos equipos. Fui a buscar gente que sabía, con veinte o treinta años de televisión, y les pregunté. Pura química, mi primer programa, fue una locura linda y funcionó. Armamos una FM de música y deportes, que nunca se había hecho. Cosas que a veces te van bien o te van mal, como el rugby. Así fuimos creciendo, dirigencialmente y comercialmente. Con lo que fui haciendo, formando equipos. Me gusta, y me animo. Ahora soy el vicepresidente de World Rugby, que nunca imaginé que iba a serlo. Y estamos produciendo mucho y con muchos programas encaminados, acá y en otros países.

Siempre hablabas de la necesidad de terminar con el prejuicio sobre el rugby como deporte de elite, para “chicos bien”, ¿pudiste?

Me costó mucho eso, porque mi abuelo Juan era diariero, canillita, de Martínez. Y se deslomó para que su hija, mi mamá, nos pudiera dar la mejor educación posible. Y mi viejo, siempre de acá, en el barrio, laburó y se deslomó para que tuviéramos lo mejor posible. No soy un nene bien de San Isidro, pero tampoco el reivindicador de nada: sé a los colegios chetos que fui, sin olvidarme de que mi papá fue al nacional comercial de San Isidro, colegio público, que fue contador y se rompió el lomo. Y los jugadores que estaban conmigo eran del barrio, íbamos en bicicleta al club. No sobraba nada. Me tildaban de marquetinero porque me rebelaba contra los mandatos de cortarme el pelo y esas pavadas. Entraba último a la cancha, firmábamos autógrafos hasta que nos íbamos, hacíamos entrar las cámaras, fui uno de los que desmitifiqué esa cosa de que éramos gente inalcanzable. Cuando estalló la pumamanía fui a la playa Bristol de Mar del Plata y no pude salir, se frenó la playa, fue la época más fuerte de la pumamanía, en el año 2000, después del mundial 1999, que fue la primera vez que fuimos a Hola Susana, nadie entendía nada. Los taxistas sabían quiénes eran los Pumas. Antes, en el 94 o 95, jugábamos para cuatro o cinco mil personas en Vélez; pasamos a jugar para 70.000 en River. Toda esa movida nuestra camada la sintió de verdad, no existían las redes sociales, fue la primera explosión. Eso para mí fue popularizar el rugby. Por supuesto que hay prejuicios, sigue habiendo. Pero que nadie diga que el rugby en Marabunta, en Trelew, en Chubut es elite. El que lo dice, no sabe nada de rugby. Hoy cualquier colectivo que te lleve a cualquier punto del país te va a mostrar chicos jugando al rugby, y son chicos que no vienen de ninguna cuna de oro.

¿Qué enseña de la vida el rugby?

Para mí los valores no son de un deporte, los hacen los padres. Siempre lo tuve claro. El colegio y el club, claro, te educan también. El rugby lo que tiene es que es un juego de equipo, donde juegan mucha variedad de chicos, gordo, flaco, alto, lento, rápido. Y eso te genera una solidaridad especial. Los padres, que son los que entrenan, tratan de trasladar lo de su casa, esa filosofía de unidad y solidaridad. Te importa mucho el otro, tenés que estar pendiente del otro porque luego te va a ayudar a vos. A mí me hizo tener una mirada que me sacó del egoísmo de los primeros años de la vida. Además, en el rugby entrenás muy temprano los sábados, es deporte de invierno, llueva o haga frío, siempre es adversidad. Y todo eso moldea el carácter. Tiene su parte mala, claro: la patota, la violencia, no vamos a esconderla. Pero la sensiblidad y la inclusión son muy importantes.

Hablabas del rol de los padres y lo asocié con las imágenes terribles de los padres que van a presionar a sus hijos al fútbol infantil.

¡No, una locura! Eso es todo al revés. En el rugby no pasa eso. El otro día lo hablaba con Sebas Verón, hacemos muchas cosas juntos: el fútbol pasó a ser un medio de vida, una vía para pararse en la vida, el chico y la familia. Ahí está la gran diferencia. Cuando hay esa presión: “nene jugá bien, nene jugá bien”. Ese es el problema, y es durísimo.

Y tuviste hijas, hermana importante, prima feminista, rodeado de mujeres. ¿No te quedaste con las ganas de un heredero?

No, está buenísimo. Creo que si hubiera tenido un hijo, habría sido una carga muy grande. No está en mi debe, para nada. La culpa que uno siente de haber sido quien fue no la tengo con mis hijas, ellas saben muy poco. Ayer, en la mesa comiendo, mi hija me dijo “me encantaría ver algún video de vos jugando”. Nunca en mi vida les puse videos de nada. Y tiene 17 años ya. El Agustín jugador no está presente en la casa, no se habla, no hay fotos ni nada. Papá fue un grande, sí, pero afuera. Y mis hijas tienen inquietudes artísticas, como las tengo yo, que me gusta escribir, leer. Yo jugué al rugby pero era muy chiquito, nunca fui el valiente ni nada por el estilo.

¿Perdiste cosas, también, por esa vida de entrenamiento temprana?

Sí, íbamos a Pinamar en los veranos y mis amigos arrancaban a Ku y yo salía a entrenar. Pero yo no tomo alcohol, no me emborrachaba, no es que soy recorrecto ni nada pero no me gustaba. Y lo veía como algo pesadísimo ir al boliche, disfrutaba enteramente de levantarme temprano para ir a entrenar. Lo tenía bien claro. Estuve en los mejores lugares del mundo jugando, gané dinero para bancarme.

¿Y el desarraigo, irte tan joven lejos de los tuyos?

Fue duro, porque se murió mi viejo cuando yo estaba afuera. Eso sí. No estuve cerca de la enfermedad de mi viejo. Esa me dolió. Tenía 22 años, llevaba dos afuera. Mi viejo se enferma al año que estoy afuera, tenía solo 50 años, un garrón. Era muy cercano a mí. Pero era tal la obsesión que yo tenía en ese momento por ser el mejor que, tal vez por un anticuerpo de sensibilidad muy grande, no pude ver para frenar y viajar a despedirme. Mi viejo me dijo dos veces que lo hacía feliz jugando, que no viniera. Y a mí me gustó agarrarme de eso, me anestesié la conciencia con las palabras de papá. Él se hubiera sentido mal si se moría conmigo al lado de la cama. Fue algo cariñoso para mí, me protegió. Visto desde hoy, lo hubiera hecho distinto, pero así sucedió y fue tan duro que después derrapé varias veces, ya más de grande. La vida te va trayendo los recuerdos cerca, te sacude.

¿Hacías terapia?

No. No hice nunca. Solo a los 17 años, porque estaba estresado. Pero no con lo de mi viejo, y no por nada en especial, solo porque me gustaría dedicarle tiempo, tomar un año sabático para analizarme, necesito que las cosas tengan un orden para poderlas hacer, si no estaría jugando con mi cabeza. Si voy a entrar ahí —un lugar donde ya voy a entrar-—, tendría que frenarme, dedicarme a eso. Cuando cierro los ojos a veces miro lo que hay adentro. Y veo un lindo quilombo. No me asusto, pero acepto algunas cosas en mi humildad y otras no las puedo controlar. La muerte de mi viejo, por ejemplo. De todas formas, lo primero que evacué es el sentimiento judeocristiano de culpa, fue lo primero que tiré a la basura, como una mochila que me saqué de encima.

No se te ve muy de frenar, sino de ir para adelante

Pero freno un montón. Leo mucho, me doy mi tiempo, corto dos veces al año pero corto en serio: me voy y el teléfono se queda. Voy a un lugar en España, con unos amigos que tienen un chiringo, un bar en la playa, con mi familia, naturaleza, medito.

“No es un negocio, sino un lugar de disfrute”

¿Y el emprendimiento gastronómico en José Ignacio?, ¿qué tenés que ver con el mundo de la gastronomía?

Cero, y sé cero. Solo tengo amigos que me proponen cosas, y yo les pongo un poco el alma, porque me gusta, no como un negocio. Después, si anda bien, mejor. Tengo un bar en Pinamar, tengo una playa en Pinamar, donde veraneo por mi papá de toda la vida. Y siempre Uruguay fue un lugar que a mi papá le gustaba mucho, se dio el gusto al final de su vida, cuando pudo, y pasamos dos veranos ahí. Ibamos siempre a Pinamar y esos dos años fuimos a Punta del Este. Así que Uruguay tenía recuerdos de papá. Luego, yendo y viniendo, por distintas cosas, a José Ignacio, me hice muy amigo de los Manolos, que es una carnicería de allá, un almacén. Siempre volvía, una o dos veces por año, a verlos, son personas que quiero mucho. Esto nació así: un día visitándolos, hace dos meses, estaba caminando por ahí, con mi amigo Pino y otros uruguayos, y me dice: “Poné un bar acá”. Lo primero que pensé es que, si vengo con mis hijas, tengo la casa de un amigo, me invitan y al lado tengo el bar. ¿Y por qué no un restaurante? Y contesté: “Sí, ¿me lo armás? Fue hace dos meses, te juro, y empezamos ameterle. Son un par de amigos que lo hacen, del pueblo, y yo lo único que aporto es el amor.

Entonces, no es un boliche

No, no, es un restaurante, Aguas Blancas. Yo no tengo boliches en mi vida.

¿Y estás preparado para que haya cierta resistencia? Es un pueblo chiquito, está el tema de los ruidos, que venga alguien de afuera, argentino, famoso, mediático.

Sí, puede ser, me dijeron que algunos estaban nerviosos, pero lo nuestro es familia, es familiar. Además, no tengo ese perfil de empresario de la noche. ¡Y gastronómico mucho menos! Lo vas a ver, es familiar, para ir con mis hijas de 17 y 13, así lo soñé. Además, a mí me conocen, tengo terrenos en el pueblo. Y mis amigos, que lo hacen conmigo, son uruguayos. He ido a Punta del Este a hacer cosas con Nike, históricas, y nunca me involucré en eventos, y mirá que me han ofrecido. Fijate las revistas de los últimos treinta años y, si me ves en algún evento de noche, te vas a sorprender. Nosotros veraneamos en Ibiza, el lugar más estrambótico de la tierra y vamos a un rincón en el norte de bajísimo perfil, con una onda yogui, donde meditamos. No soy eventero y no me gusta. No tomo alcohol, y eso de ir un día de blanco, otro de azul no es lo mío.

Voy a llevar tranquilidad con esta nota, entonces

Sí, porque además no me dedico a eso. Hay una cocinera uruguaya, no de chef ni nada, una cocinera, que hace unos platos divinos. Yo lo siento como algo especial, para vivir con mis hijas, ir a almorzar a algún lugar con ellas, pasamos mucho tiempo juntos. El lugar abre ahora, el 15 o 16, ni sé, y voy a estar en Sudáfrica. Hago esto por un tema familiar, voy a ir a comer con mis hijas, no voy a hacer prensa, ya me llamaron de todas partes y rechacé todas las notas de promoción. Vos me preguntaste y te cuento, pero me llamaron para que vendiera algo tipo “el nuevo gurú gastronómico” de Punta del Este y ni loco. No tengo ni idea de gastronomía y no lo haría nunca ¡soy el antimarketing!

GALERIA
2017-12-14T00:00:00