N° 1992 - 25 al 31 de Octubre de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEstoy en Barcelona. He venido hasta aquí por asuntos que nada tienen de turísticos y, sin embargo, sé que no habrá forma de resistirse a la ciudad y sus encantos. De hecho, el solo acto de trasladarse de un lado a otro ?aunque nada más sea para asistir a una reunión o realizar un trámite cualquiera? significa un estímulo para la vista. Mi experiencia comienza apenas salir del aeropuerto y al adentrarme en las anchas avenidas. Ya he estado antes aquí, pero lo bello se refresca en la contemplación deslumbrada y luce como nuevo.
Medio dormida después del largo viaje, hamacada por el suave movimiento del coche que me lleva, apoyo la frente contra el frío de la ventanilla y los ojos van cediendo a la delicia del sueño. Pero el sueño se inquieta ante la hermosura y disipa el cansancio en un entusiasmo admirado, como de niño que va descubriendo. El coche se desplaza por el Paseo de Gràcia y reconozco en la elegancia de sus tiendas y en el túnel de árboles que se cierra a lo lejos algo del glamour de los Campos Elíseos.
Estoy a punto de dormirme cuando aparece, contundente y majestuosa, la casa que Antoni Gaudí salvó de la demolición y transformó en un escándalo de arquitectura y naturaleza. A su lado, otra mansión igual de imponente en presencia recuerda la historia de rivalidad que daría por fruto la Casa Batlló. Y es que a principios del siglo XX, cuando la ciudad crecía en riqueza y la burguesía barcelonesa consolidaba su prestigio invirtiendo en viviendas que dieran muestra de su poderío, Josep Batlló ?un rico industrial? quiso que su residencia no fuera menos que la Casa Amatller, construida por el famoso arquitecto Josep Puig i Cadafalch y contigua a la suya.
Pidió a Gaudí que demoliera la antigua vivienda y levantara en su lugar una obra que hiciera palidecer a aquella. Versátil, moderno, atrevido, ecléctico, Gaudí prefirió conservar la estructura y operar sobre ella una remodelación de la que nacería un inmueble tan sofisticado y novedoso que volvería imposible toda comparación. Así, puso en funcionamiento su creatividad artística y su conocimiento profesional para alcanzar una vivienda que fuera funcional a la vez que desbordante en formas y colorido. Añadió dos niveles y rehizo la fachada, el patio interior y la planta principal donde la familia Batlló fijó su residencia.
Un siglo más tarde, los visitantes hacen cola para admirar las formas sinuosas que marcan los contornos del edificio por dentro y por fuera, la policromía de los trencadís ?los revestimientos hechos con trozos de azulejos de distinta procedencia?, las luces que proyectan los vitrales, las maderas nobles de los pisos, marcos y escaleras. Vista desde la calle, la Casa Batlló luce como un mosaico marino de cerámica, azulejo, vidrio y piedra. Una fachada de leyenda por donde algún día, si es que despierta, se deslizará el dragón inmenso del que solo vemos sus escamas cuando alzamos la vista al cielo. Algunos dicen que son las tejas de colores que provocan el efecto. Pero no hay que hacer caso a los incrédulos.
Los ojos bien abiertos, el alma dispuesta, espero la próxima sorpresa. Y la sorpresa llega unas cuadras más adelante cuando en una esquina me topo con la imponencia de La Pedrera. No sé si es un edificio o una escultura y opto por creer que es ambas cosas, una gigantesca obra de arte que, además, sirve como vivienda. Fue la última obra civil de Gaudí ?que luego dedicaría el resto de sus días a la construcción de la Sagrada Familia? y levantó no poca polémica. La fachada de piedra, solo adornada por unos balcones de hierro forjado ?obra de Josep María Jujol? que se retuercen en formas imposibles, confiere al conjunto la solidez de una gran roca. Cada línea, cada decorado, cada curva que serpentea hacia las alturas o desciende hasta el suelo parece una apropiación enamorada de la naturaleza.
En los mil trescientos metros cuadrados de la planta principal, Gaudí proyectó la vivienda para la familia Milà, propietaria del inmueble. Y dividió las cuatro plantas restantes en pisos de trescientos a quinientos metros que armonizaban funcionalidad y estética. El sótano se constituyó en uno de los primeros garajes de la ciudad y la azotea transitable fue engalanada con unas magníficas torres de ventilación, salidas de escaleras y chimeneas cuyas formas torneadas son parte del atractivo del edificio. Bajo esta, se extiende un desván conformado por doscientos setenta arcos catenarios y paredes revestidas en ladrillo, donde se realizaban las tareas del servicio y mantenimiento. Los dos patios que horadan el corazón del edificio están decorados con motivos florales y sus numerosas ventanas absorben la luz natural y la llevan hasta el interior de los apartamentos.
Otra vez el sueño. El viaje se hace sentir en el cuerpo. El coche toma la Avenida Diagonal y no transita mucho sin que otra maravilla arquitectónica nos detenga. Es la Casa de les Punxes, una construcción con aire de castillo medieval que, en realidad, encierra tres viviendas. Una para cada hija de la familia Terradas Brutau. Es obra de Puig i Cadafalch y también constituye un ejemplo del modernismo catalán propio de su época. Los pisos y los vitrales destacan por sus hermosos diseños, y la azotea ofrece una vista única de la ciudad.
Carece de la audacia de las casas anteriores, pero no le va en zaga en elegancia de estilo. Elijo una pequeña habitación con ventanales del piso al techo y pienso que ese sería mi lugar de trabajo, un recinto de luz y silencio. ¿Cómo habrá sido la vida de aquellas mujeres tan ricas y, a la vez, tan limitadas por los rigores de su tiempo? ¿Habrán sido felices? ¿Habrán vivido prisioneras en su castillo, como las heroínas de los cuentos?
Camus escribió alguna vez ?y es cierto? que el cansancio siempre vence. Poco a poco se diluyen mis fuerzas. Vuelvo al coche. Todavía hay un largo recorrido hasta el hotel. Las tres casas pasan por mi mente como el friso de una obra maestra. No distingo la realidad del ensueño. Quiero volver a ellas, recorrerlas, son tan bellas. Mañana... Es el último pensamiento. Siento que me apago, me desconecto.