N° 1965 - 19 al 25 de Abril de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHace unos años, en una reunión de familia, un tío dijo para referirse a alguien que no estaba presente: “Es un triunfador. Ha hecho una carrera estupenda y se merece lo bien que le va. Ojalá siga así”.
La palabra “triunfador” me chocó. No la usamos en Uruguay. Los norteamericanos, en cambio, tienen muy incorporado el winner. Pasado el tiempo, me parece transgresor en el buen sentido decir “Gabriela es una triunfadora”. Suena bien.
Precisamente, en el último número de la revista pusimos en tapa a la uruguaya Gabriela Perezutti (o Gabriela Hearst). Vaya si será una triunfadora. Después de años de trabajar en Nueva York, esta uruguaya de 42 años alcanzó el éxito.
Sé, por amigos en común, que trabaja mucho. Que no se toma un respiro. Está enfocada. Además ha demostrado ser muy hincha del Uruguay: hace unos años ella y su marido prestaron la Torre Hearst para que Ronda de Mujeres hiciera su evento en Nueva York (en un edificio de Norman Foster). “Decíamos que era el hada madrina”, dice Beatriz Soulier, creadora de Ronda.
Perezutti trabaja con Manos del Uruguay. También suele recibir uruguayas para realizar pasantías en su empresa; quienes trabajaron para ella dicen que fue una buenísima experiencia. Para presentar su colección otoño-invierno, en febrero de este año, eligió Café Altro Paradiso, en Manhattan, de Ignacio Mattos. La crónica del desfile subrayaba que Hearst hizo un evento distinto: invitó a 106 personas al lugar del celebrado y también nacido en Uruguay, Mattos. “The intimacy of the affair reflected Hearst’s niche status”, dice el artículo de The Business of Fashion (algo así como “la intimidad del evento refleja el estatus de nicho en el que se mueve Hearst”). Sus prendas son muy caras; con los mejores materiales, muchos de Japón, y confeccionadas en Italia. Allí dijo Gabriela: “El cashmere es la nueva piel” y comentaba que está desarrollando una lana más sustentable en su campo en Paysandú. “What a life”, remata la cronista.
Se ve que, como dice la canción de Jaime Roos, no se olvida de nosotros. En la entrevista que le hizo Patricia Mántaras, Perezutti, a la pregunta de qué diseñadora uruguaya mira con atención, contestó que en su momento seguía a Ana Livni. La semana pasada fue la MoWeek y estando allí me crucé con Livni, que estaba comentando el halago frente a un grupo de gente del mundo de la moda. “Estuvo bueno, porque cuando salió la entrevista pila de gente empezó a mandármela por WhatsApp, con la frase donde me nombraba subrayada”, decía.
No es que ese comentario vaya a cambiar la vida ni la carrera de nadie. Pero son pequeños impulsos. Porque podemos ser mezquinos los uruguayos. Se ha dicho mil veces, y no quiero hacer sociología de boliche, pero algo de eso hay.
Tengo recortada una entrevista de la revista BLA a Federico Álvarez, el director de cine uruguayo que vive en Los Ángeles. En aquella nota, cuando ya Álvarez estaba radicado en Hollywood y filmando con regularidad, Fermín Solana le preguntó cuál era su visión del país a lo lejos. Dijo: “Yo le debo mi carrera a Uruguay, fue allá donde hice la diferencia que me colocó acá”. Decía que en Uruguay, la gente de su generación —él tiene 40 años— es común que sepa tocar un instrumento y en general tenga afinidad por las artes; habló de Montevideo como una ciudad superartís-tica. Pero cuando vuelve se cruza con gente que él creía que iba a publicar un libro o sacar un disco y ve que no lo hacen, porque el medio los intimida. “El uruguayo es muy exigente, hay mucha autoanulación” —y esto me parece tremendo—: “Todo parece estar creado para decirte que lo que hiciste es una cagada”. Es dura la frase porque viene de un triunfador; no de alguien que está amargado quejándose en un bar porque le ha ido mal.
Nuestra revista busca reflejar las carreras de los artistas, empresarios, la gente del mundo de la moda, arquitectos y diseñadores. En estos meses desde que estamos al frente de galería con Daniela Bluth hemos hecho hincapié en mostrar en tapa a gente que no suele serlo. Porque creemos que hay algunos que no lo precisan tanto —Gabriela Hearst, Adolfo Carrau, Martín Secco— pero hay otros que están desarrollando su carrera. Ojalá desde nuestras páginas podamos darles un espaldarazo a ellos, y a quienes nos leen, en el sentido de que se inspiren y vuelen. Pese a que vivimos en un país chico, con un mercado chico, un país con problemas en educación y seguridad, el mundo ya no es tan ancho y ajeno. Parecería que hay un espíritu más colaborativo en las generaciones nuevas. Que así sea.