—Ahora que está alejado de la política activa tiene mucho tiempo libre. ¿En qué lo ocupa?
—Ahora que está alejado de la política activa tiene mucho tiempo libre. ¿En qué lo ocupa?
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá—En escribir y en leer, que han sido siempre mis dos grandes placeres. Estoy escribiendo un pequeño volumen sobre el Partido Nacional del siglo XXI.
—Desde que su hijo cobró protagonismo en política usted pasó a ser “Lacalle Herrera”. ¿Le costó adaptarse?
—Sí. Lo gracioso es que en casa somos tres Luis Alberto Lacalle: mi hijo, mi nieto y yo. No somos demasiado originales. Entonces hemos pactado así: Lacalle Pou es Lacalle Pou, Luisito es mi nieto, y yo soy Tata (risas).
—Es muy memorioso, una cualidad que dicen que heredó de su abuelo, Luis Alberto de Herrera...
—Sí, tengo buena memoria de lugares, de nombres y de circunstancias.
—Justamente, por su memoria, cuando recorría el Uruguay solía decir que conocía a una persona en cada localidad.
—Son 216 pueblos. Seguramente hay personas que ya se murieron o están en eso, porque hace seis años que no hago recorridas.
—¿Cuántas veces recorrió el Uruguay?
—¡Uf! En la camioneta Chevrolet hicimos 400.000 kilómetros adentro del país. Son 10 veces la vuelta al mundo.
—Tiene una relación estrecha con Paraguay que viene de familia, de cuando su abuelo peleó contra Bolivia. ¿Habla guaraní?
—No, es un idioma que si no se aprende de niño no se aprende. A veces en casa, en broma, con mis hijos agarraba un diccionario guaraní-español que tengo y les inventaba frases con palabras sueltas. Se reían mucho porque salían cosas muy ridículas.
—Ha viajado bastante. ¿A qué lugar no se cansa de volver?
—A Italia y a España. Hace seis veranos europeos que vamos a la casa de un primo en la Toscana. Es un lugar delicioso.
—Le lleva el desayuno a la cama a su esposa, Julia Pou. ¿Qué hay en esa bandeja?
—Son cinco cosas: tostadas, edulcorante, una gallinita de cerámica con la leche, el café y el diario.
—Tiene cinco nietos. ¿Qué tipo de abuelo es?
—Soy un abuelo a la antigua, les doy todo lo que no les da la maquinita o el Play Station. Subir a los árboles, jugar con bichos, andar a caballo. Cuando vamos al campo les hago un fueguito en un lugar especial que les preparé. Ahí hacen choricitos pinchados en un palo y les hago cuentos.
—Se acuesta temprano y duerme siesta casi todos los días. ¿Cuántas horas necesita dormir por día?
—No soy dormilón porque no me cuesta madrugar. Ahora que estoy más viejo me gusta quedarme más tiempo en la cama. La siesta en invierno trato de evitarla porque me levanto con más frío. En verano duermo una siesta de una hora, hora y media, que me convierte un día en dos.
—Siempre fue muy apegado a su madre, que murió hace 10 años, al punto que iba todos los días a visitarla. ¿Cuál fue el mejor consejo que ella le dio?
—Que rezara y que creyera en la providencia.
—Va seguido a misa. ¿Cuándo fue su última confesión?
—Hace 40 días, más o menos. Pertenezco a una familia muy católica y resolví enderezar mis cuentas con Dios. En febrero hago los ejercicios espirituales de los jesuitas. Estoy una semana en silencio en (la casa de oración y retiros) Manresa. Para mí es un gran consuelo.
—No cocina, pero es quien se encarga de organizar lo que se come en su casa. ¿Con qué criterio arma el menú?
—Para cocinar soy bueno, pero no cocino porque en casa hay una señora que cocina, Tina, que es un ángel. Me levanto temprano, Julita no. Entonces abro la heladera y veo qué hay, y si el pescador avisó si hay brótola. Ahí resuelvo. Me gusta saber de mañana qué me voy a sentar a comer en el día.
—¿Usted tiene alguna receta con la que se luce?
—Hago una tortilla de papas que es para un campeonato olímpico.
—Cuando era adolescente volvió de un campamento con las paletas rotas. ¿Cómo solucionó ese faltante?
—Con dos jackets que tengo hasta ahora. Yo tendría 15 años. Eduardo Sojo me tiró una pedrada. Empezamos con piedritas chicas y seguimos con piedras más grandes. Estábamos en el arroyo Rolón, en Río Negro, con él; Luis María Pérez Aguirre, el jesuita, que era un muy querido amigo de toda la vida; Gonzalo Santoro y creo que Marcelo Vecino. Mami casi me mata porque costaron una fortuna.
—Es gran coleccionista de recuerdos familiares. ¿Tiene alguno que se destaque en particular?
—Un asta de bandera de plata de una cuarta de alto, con una bandera nacional que está por desaparecer. Era la que ponía Herrera para almorzar cuando estaba solo. La tuve en la Presidencia en el escritorio y la tengo en la mesa de luz. Tengo muchas cosas llenas de símbolos, como un pedazo de granada que trajo Herrera de la Guerra del Chaco.
—Siempre que tenía un perro le ponía Boy, en homenaje al que tenía Herrera. ¿Lo sigue haciendo?
—Ahora estoy sin perro personal. Al último lo aplasté con el auto, era un cachorrito divino. ¡Me desesperó tanto, tanto, tanto! Yo les pongo Boy, pero al que tenemos ahora Julita le puso Gardel porque es de Tacuarembó.
—¿Es bichero?
—Sí. En casa hemos tenido de todo, como águilas, halcones. Me gustan mucho los gatos, soy muy gatero. Son animales superiores, hay que entenderlos.
—En 1959 fue voluntario en las inundaciones de Río Negro, cuando Liber Seregni cumplía tareas como militar, y Julio Sanguinetti trabajó como periodista. ¿Qué recuerda de eso?
—Nunca lo vi a Sanguinetti. A Seregni no lo vi, pero era jefe de la Región Militar número III. Yo fui con el padre Atanasio Sierra, un jesuita que era un santo. Siempre tengo una querencia especial por Paso de los Toros, porque la casita que hicimos está ahí todavía.