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• Edad: 59 • Ocupación: Gerente de producción de La Tele; docente; licenciada en Comunicación • Señas particulares: Extraña la vida en el campo; adora lavar ropa; colecciona molinos de viento
Es la quinta de seis hermanos. ¿Qué recuerda de su infancia? El campo. Ahora que está tan de moda el tema de las diferencias de género, yo no recuerdo tener diferencias por género, siempre jugué de igual a igual entre varones y mujeres, y en las actividades rurales hacía todo. Mis hermanas mayores fueron pupilas en Montevideo, yo iba a la escuela rural que había en casa y dirigía mi mamá. Era una escuela que había empezado una de mis tías, que incluía corte de pelo, catequesis y sacada de cédula. Era completa. El campo era en la esquina geográfica del Río Negro y el Río Uruguay.
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¿Qué extraña del campo? Todo. Soy esencialmente rural. Mi ideal sería volver al medio del campo, no me gustan las chacras, ni lo cercano. Ahora no tengo, es una pena.
¿La huerta que tiene en el fondo de su casa guarda relación con eso? Supongo que sí, mi área rural ahora es el jardín. El jardín y la huerta me conectan con la tierra de vuelta y soy muy feliz.
También tiene una colección de ovejas. Tengo ovejas por todos lados y también colecciono molinos de viento. Eso lo traigo del campo. Es una manía que compartíamos con Wilson Ferreira, que también amaba los molinos. Al lado de casa había un molino y ese sonido que a mucha gente la pone nerviosísma para mí es un arrullo. No he logrado convencer a mi marido (el periodista Emliano Cotelo) de poner un molino en el jardín para que las aspas suenen. Pero tengo una colección de ocho molinos muy linda que consigo en viajes. En el MET (el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York) conseguí uno chico igualito al que había en casa desarmado y Emiliano le dedicó un buen rato a armarlo.
¿Cómo comenzó a amasar pan? Había hecho pan en alguna época en mi adolescencia en el campo, o tortas fritas. Cuando mis hijos eran chicos retomé la costumbre. Ahí empecé a hacer un poco más y me fui perfeccionando, con un curso con masa madre que me divirtió. Es un pasatiempo y amasar es una sensación de liberación espectacular.
¿Es buena en las tareas del hogar? Hago bastante. La favorita es lavar ropa, tengo una obsesión con el lavado de ropa. La cuelgo feliz de la vida, le pongo limón. Todo menos planchar. Pasar el trapo de piso no me hace del todo feliz, lo demás hago todo.
¿Cómo se lleva con la cocina? Aprendí a cocinar poscasamiento. Cuando estaba embarazada de mi hijo mayor decía “pobre chico se va a morir de hambre porque no sé hacer puré”. Aprendí a hacer tortilla por teléfono, llamé a María José Roji, una compañera mía de clase, porque no sabía ni por dónde empezar. En casa la comida no era un tema. Mamá decía que la comida no era motivo de reunión y nunca nadie se preocupó por eso.
Habla rapidísimo. ¿Le generó muchos problemas de comunicación? Sí, y además depende cuán cansada esté y de qué humor esté. Pero es un sello distintivo que tengo, sería mejor que no lo tuviera, y es una genética Vilaró (su familia materna). Hace muchos años en Telemundo entrevistaron a mi tío y padrino Ricardo Vilaró y vino un cámara a decirme: “No sé a quien entrevistamos pero es pariente tuyo seguro”. Los Vilaró hablan muy rápido, yo hablo más rápido todavía.
Es muy religiosa. ¿Cómo surgió su vínculo con la religión? Mi padre y mi madre eran católicos. Tengo una fe muy irlandesa, muy pragmática. Creo mucho en la cercanía de Dios. Mi madre era catequista, eso lo tengo en el debe, nunca pude enseñarle a mis hijos lo que mi madre me enseñó. Mi papá rezaba todas las noches. Mis hijos no heredaron eso, pese a mi voluntad, pero todos están bautizados y tomaron la primera comunión. Espero que de grandes les vuelva la fe. De chicos me acompañaron siempre a misa y hoy me queda mi hija que me acompaña.
Hace casi 30 que está casada con Cotelo. ¿Lo escucha todas las mañanas? Casi todas. Me levanto siete menos cinco y prendo. Lo conocí primero por la radio.
Él se levanta muy temprano. ¿Usted también? No. Él se levanta cuatro y veinte, y se va cinco y cinco. Tengo alguna noción de movimiento de ruido, alguna puerta, alguna canilla. Nunca en mi vida me levanté a hacerle el desayuno ni a “chau mi amor, que tengas un buen día”.
Son padres de Diego (26), Felipe (24) y Catalina (23). ¿Qué actividades comparten, teniendo en cuenta que son complicados los horarios de ustedes? Cuando eran chicos, Emiliano les leía un cuento de noche. Aunque se durmieran los despertaba y les leía. Ahora nos gusta comer juntos y en verano tratamos de congeniar un período de enero para estar todos juntos. Nos gusta charlar y compartir series aunque no las veamos juntos. Tenemos un grupo de WhatsApp, naturalmente soy la que más los atomizo con fotos y cosas.
Es egresada de la primera generación de Comunicación de la Universidad Católica. ¿Qué la llevó a optar por esa carrera teniendo en cuenta su gusto por el campo? Viendo un aviso muy chiquito en el diario La Mañana, aparecían materias muy atractivas. Yo tenía muchas vocaciones o ninguna. En el fondo podría haber hecho cualquier carrera y me hubiera gustado. Esto tenía una especie de mezcla, entonces me anoté en Ingeniería y en Comunicación. Me encantó desde el día uno y el lenguaje audiovisual me gustó desde el primer momento.
Vivió en dos oportunidades en Estados Unidos. ¿Cómo fue esa experiencia? Como liceal, con 17 años, estuve un año y medio en Oklahoma, con una beca. Y después volví becada, ya como periodista, en la Universidad de Boston. La primera vez tuve contacto con mi familia recién un mes después de llegar, cuando mamá llamó por teléfono a mi casa americana para ver si estaba bien. Cuando llegué en ese momento a Oklahoma, después de 200 escalas, era el medio de la nada, con una señora que nos esperaba.
Quienes trabajan con usted dicen que es muy buena armando equipos. ¿Cómo los elige? Por suerte lo dicen. Me gusta armar equipos y que dos personas ocupen la misma función. No que lo hagan en simultáneo, pero siempre hay alguien que pueda suplir al que se enfermó. No me gustan las exclusividades de “solo fulanito puede”. No existen imprescindibles, empezando por mí. Generalmente miro actitudes y caras, la actitud con la que te enfrentás cada día te diré que me importa más que la formación. La formación académica me importa, pero ninguna formación académica corrige una mala actitud. Me he equivocado, pero pocas veces.