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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHace unos 10 años, un grupo aislado de exsurfistas y personas vinculadas a la náutica comenzaron a experimentar con el kitesurf, el deporte que usa una cometa para correr las olas sobre una tabla. Hoy, varias escuelas imparten lecciones y los interesados provienen de los ámbitos más diversos. Los kitesurfistas aseguran que es una disciplina adictiva: siempre se está pendiente del viento y se buscan huecos entre la rutina para escapar al agua. Sin embargo, solo un uruguayo logró competir a escala internacional. Oliver Umpierre nació en Kiel, Alemania, y al poco tiempo vino a vivir a Uruguay. Es un joven de 25 años que sabe a dónde quiere llegar y tiene convicciones. Desde que vio una vela en el agua se convenció de que iba a hacerlo al más alto nivel. Y lo logró. Llegó a estar en el puesto número 16 del ránking mundial y alcanzó el noveno puesto en una etapa del Tour Mundial de kitesurf. Se codeó con campeones mundiales, se hospedó en sus casas y también se volvió su anfitrión. Estuvo en Brasil, Dinamarca, Alemania, España, Argentina, Estados Unidos y Panamá solo para pararse sobre una tabla en el mar y con sus manos manejar una cometa al viento.
¿Por qué empezaste a practicar kitesurf de tan joven en comparación con otros uruguayos?
Comencé a los 14 años. Había competido varios años en vela y navegado en diferentes tipos de barcos. Además, tenía relación con amigos de la náutica que me llevan casi 10 años. Ellos fueron de los primeros en practicar el deporte en Uruguay. En ese entonces, 2007, había solo unas 10 o 15 personas haciendo kite. Les insistí para que me enseñaran y me colgué de ellos. Me dieron las básicas y con eso me tiré al agua y comencé a probar.
¿Por qué creés que sos el único uruguayo que tuvo la posibilidad de competir afuera?
Capaz porque era el único que venía de ese mundo. A los 14 años ya tenía viajes arriba por varios países compitiendo en optimist: cinco sudamericanos, mundiales, campeonatos en Argentina y Brasil. La vela es muy competitiva a escala mundial y te da una cabeza diferente. No es normal que siendo un niño estés solo en el barco en condiciones extremas en donde todo depende de uno mismo. Tenés que responsabilizarte por el barco, tiene que estar prolijo, armarlo, llevarlo. No es solo ir a competir. Tenés que comprometerte con la logística de los campeonatos. También existe un entrenamiento físico y mental. Es muy completo.
¿Por qué mental?
Los campeonatos son largos y la cabeza juega un rol importante. La presión y la ansiedad influyen y a veces es necesario navegar con la mente fría. Hay situaciones en las que competís contra 200 optimist, en un mundial, por ejemplo, y cada milésima cuenta. Cada detalle te hace la diferencia.
¿Salir de Uruguay te ayudó a vincularte profesionalmente con el kitesurf?
Cuando comencé kitesurf no dejé de navegar, pero sí pasó a un segundo plano. Continué viajando todos los años a Alemania, donde obviamente están mil pasos adelante nuestro. Cuando íbamos en vacaciones de julio durante casi un mes, siempre iba al puesto de kitesurf y veía que había un nivel en la práctica del deporte en formato freestyle extremadamente mayor al que conocía. Algunos ya contaban con sponsors, campeonatos internacionales y se estaban realizando los mundiales. En ese lugar me crucé con los líderes del Tour Mundial Professional Kiteboard Riders Association (PKRA) y eso me dio una motivación muy fuerte.
¿Durante el año lectivo practicabas?
Me acuerdo que en el liceo estaba en clase y me fijaba si se movían los árboles. En las últimas horas del día, las que no sumaban mucho, trataba de escaparme e ir a la playa a entrenarme un poco.
¿Eras mal estudiante?
Siempre salvé todas la materias. Sabía que quería tener el verano libre para practicar. Luego volví a viajar a Alemania. A 100 kilómetros de mi ciudad (Kiel), en julio, se disputaba una de las etapas del Tour Mundial de kite, que es la más grande del año. Es la que trae más competidores de toda Europa y la que tiene más infraestructura. Ahí tenía 17 años. Recuerdo que fui con mi hermano a chusmear. Vimos que si me inscribía en el campeonato nos daban lugar para acampar, comida y acceso. Decidí que me iba a anotar para ver qué sucedía. Competí en las clasificaciones y todo el mundo tenía sponsors, cinco o seis kites (velas), más de una tabla. Yo solo tenía una vela y una tabla; estaba condicionado en cuanto a equipo, pero igual competí. Pasé un par de rondas pero quedé afuera de la clasificación. Además rompí el kite, que era viejo.
¿Eso te dio hambre de más?
Claro. Además vi que estaba a la mano el tema de competir mundialmente. Tenía que entrenarme un poco más, conseguir un par de sponsors y volver.
No es imposible competir.
Imposible no es nada. Depende cuánto le dediques. Hoy en día es muy competitivo el nivel. Es más complicado entrar a las clasificaciones.
¿Al volver de Alemania te entrenabas en Uruguay?
No. Ahí decidí irme para Brasil. Fui durante un mes solo a la cuna del kitesurf en donde hay viento todos los días. En Fortaleza, en el Norte, desde julio a febrero sopla en la misma dirección y con igual intensidad. Terminé los últimos días del liceo, creo que era en noviembre, y le dije a mi madre: “Vieja, perdón pero me voy un mes a entrenarme. Quiero mejorar y meterme en el mundo del kitesurf internacional”.
¿Te apoyó?
En ese entonces ya tenía todo programado. Les dije que me iba y era difícil que me dijeran que no. Ahí entré en contacto con gente de todo el mundo, porque en esas fechas concurren a Brasil corredores de Holanda, España, Alemania, Argentina, Estados Unidos. Kitesurfers de todo el mundo se instalan allá para entrenarse. Comencé a practicar con esa gente, a vincularme y a generar una relación. A partir de ahí no frené. Volví a Uruguay y kiteé toda la temporada.
¿Cómo sigue la crónica?
Ese año volví a Brasil y me entrené más y más. Algunos representantes de marcas argentinas me prestaban kites para practicar. Siempre traté de sacar fotos y de generar imágenes de lo que estaba haciendo. Al principio con camaritas digitales y después invertí cada vez más en imagen. Me di cuenta de que las marcas necesitaban algo a cambio para sponsorearme. Y a fin de año, luego de competir en Alemania por primera vez, volví a Uruguay. Sabía que la última etapa del PKRA ese año se hacía en Bariloche. Cada mundial tiene de cinco a ocho etapas al año. Cuando me enteré me dije que iba para ahí sin importar cómo. Al ser la última etapa del año en Bariloche, con una locación lejos para muchos, el traslado caro y el clima frío, fue menos gente que a otras etapas, lo cual facilitó un poco la clasificación. Enseguida entré en el campeonato. Al rato estaba dentro de los primeros 24 corredores. Logré entrar entre los 10 primeros.
Es sumamente meritorio.
Si lo comparaba con otras etapas, obviamente no tenía el mismo nivel, pero igual era un campeonato. Ahí gané mi primer prize money y me motivó y ayudó a mostrarme. Me entrené todo el verano y después me fui a Tarifa, España, el lugar predilecto del kite en Europa. Terminé el liceo y sentí la necesidad de hacer esto. Pensaba que la facultad podía esperar y que si quería competir era ahora. Me metí a fondo con el tema. Aparte no sabía del todo qué quería estudiar. Estuve un mes en Tarifa. Al principio no conocía a nadie, pero ya se usaba el Facebook. Contacté algunas páginas locales y escuelas. Fui careta, les hablaba y explicaba lo que estaba haciendo. Algunos me daban alojamiento hasta que me alquilé un cuarto.
Si comenzaran a practicar de niños, ¿Uruguay cuenta con las condiciones necesarias como para que los kitesurfers puedan competir internacionalmente?
El problema es que no sucede como en Brasil, que hay viento todo el día, todo el tiempo. Tampoco hay una cultura de freestyle implementada. Cuando empecé a practicar ese estilo, miraba videos de los campeones mundiales y trataba de descifrar las maniobras. Me compraba los DVD que tenían tutoriales de cómo hacer los trucos e iba practicándolos. En Uruguay nunca hubo una cultura freestylera con campeonatos. La gente lo tomó como un hobby. Ahora está haciendo el mismo proceso que atravesó el surf. Calculo que en los próximos años van a entrar jóvenes con habilidad que puedan destacarse, pero si le dedican tiempo e inversión a viajar y ver un poco qué sucede afuera, el nivel que hay es extremadamente mayor, no se puede comparar. Si te quedás acá, por más que kitees todos los días que haya viento, es difícil.
¿Cómo conseguías sponsors?
Durante ese año sabático, luego del liceo, me compré mi primera cámara réflex, una Cannon T3i, y empecé a hacer mis primeros videos y promocionarme. Siempre hay que darles algo a cambio. No podés simplemente pedirles los kites, disfrutar y viajar. A cambio les daba la imagen, trataba de participar en todos los campeonatos, de ayudar en lo que podía. Así fue que pude entrar en contacto con LiquidForceKites, primero de Argentina, y luego con el representante de la marca internacional, Gary Siskar. Me fui a donde vivía él para generar mejor relación. Él me alojó en su casa de Hood River, Oregon, y participé en campeonatos locales. Eso me valió que me dieran un poco más de apoyo. Y más tarde me invitara a Perú a hacer la campaña para la próxima colección de los productos.
¿Cómo estabas físicamente para enfrentar los tours mundiales?
El físico me respondía bien, pero también me sobreexigía. Recuerdo que tenía dolores de codos, de hombros. Le daba todo el día y eran maniobras muy exigentes para el cuerpo. Trataba de entrenarme y hacer mucho estiramiento. Me ayudó haber hecho muchos años de entrenamiento de taekwondo, que llegué a cinturón negro, kick boxing y muay thai. Eso me dio agilidad física como para hacer diferentes maniobras. Sabía ejercer fuerza sobre mi propio cuerpo. Siempre hice muchos deportes a la vez y eso me facilitó. También el optimist te da noción del viento o las rachas, el comportamiento del agua ayuda bastante.
¿El punto más alto de tu carrera fue el PKRA 2013?
Exacto. En Alemania quedé en la clasificación de aproximadamente 300 inscriptos. Me hospedaba con los tops mundiales como Youri Zoon, Aaron Hadlow y Liam Whaley. Estaba en la misma carpa, almorzaba y desayunaba con ellos. Era sin duda la etapa más concurrida del tour. Es la que tiene más estructura, más sponsor, más premio en dinero. En la clasificación había 150 kiters profesionales inscriptos y solo 16 plazas disponibles (ocho ya estaban preclasificados). Eran los primeros 24 del mundo. Empecé la ronda de clasificación y me tocó contra algunos que ya competían cuando yo estaba arrancando, corredores que eran mis ídolos. Siendo bastante ágil con los puntos que se adquieren y con la decisión de qué maniobras recibían más puntaje, fui progresando y llegué hasta la última ronda. Me acuerdo que les gané con la cabeza. Son muy buenos, pero en la competitividad juegan otras cosas: el tiempo, las condiciones climáticas, el frío, el viento. Iba a ir por el puesto siete y ya estaba entre los primeros diez. Competí contra un local de Tarifa que hoy es campeón del mundo, Liam Whaley. Recuerdo que me ganó por poco, por un error estúpido que hice en una última maniobra. Quedé en el puesto nueve.
¿Y cuándo empezaron las lesiones?
La primera vino en Bariloche. Me fui con un amigo a hacer snowboard. Comencé a practicar fuera de pista y en parques de rampa. Salté demasiado y me partí la muñeca en dos pedazos. Me tuvieron que operar y me pusieron una placa de titanio. Fue un bajón porque venía en un nivel muy alto y eso me frenó por un tiempo. Igual recuperé rápido. Mucho gimnasio, fisioterapia y paciencia. Esa recuperación me llevó un mes y medio. Ese año, luego de Alemania y Fuerteventura, la última etapa era en Argentina, esta vez en Mendoza. Ahí ya estaba recuperado. Obviamente no tenía el mismo nivel físico, pero fui igual. Conté con el sponsor de Mini de Argentina; los contacté directamente. El evento no se pudo terminar del todo, pero quedé en la posición 13. El viento no permitió seguir.
¿Cuál fue la lesión que te dejó afuera?
En febrero arrancaba el otro tour mundial con una etapa en Nitro City, Panamá, en un hotel de deportes extremos. Entré en la clasificación y tuve que ganarles a varios para lograrlo. Fue difícil pero me metí entre los primeros cuatro. Para estar preclasificado tenés que estar en el ránking de los primeros ocho en el mundo. Todavía estaba entre los 20. El lugar más alto en el que estuve en el ránking mundial fue en el puesto 16. A los pocos días de estar en Panamá, me llamaron de Potrerillos, Mendoza, para participar en un kitefest. Un evento de exhibición que invitaban al campeón del mundo, un hawaiano y yo como raiders para hacer el show. Fui con Youri Zoon. Estábamos mi ídolo y yo. Los primeros días hicimos exhibición. Armaron una tribuna enorme de 1.000 personas y nosotros hacíamos maniobras. En un vuelo alto, pero nada difícil, no eran maniobras técnicas exigidas, sino algo supernormal que hago siempre, el viento cayó, como un pozo de viento y caí seco. Pensé que iba a poder aguantarlo y puse la tabla para caer. Ahí me explotó la rodilla. Rompí ligamentos cruzados. Me sacó Youri del agua y enseguida para el hospital. Fue un momento horrible.
¿Cuánto tiempo te tomó volver a montar una tabla?
Demoré bastante. La operación no estuvo bien y tuvieron que hacerla nuevamente; algo había quedado mal. Me costó mucho hacer la recuperación al 100%. En ese entonces empecé con mi productora audiovisual, Estudio Roff, en el 2014. Volví a la facultad y quería hacer todo a la misma vez. La recuperación requería mucho trabajo de fisioterapia, que lo hice, pero no me privé de seguir trabajando. Por ejemplo, hacía casamientos y estaba 12 horas parado sacando fotos.
¿Te deja alguna enseñanza esta lesión?
Si hay lesiones fuertes hay que ser muy inteligente a la hora de la recuperación para después quedar bien. Si te gana la ansiedad de querer hacer todo, es peor.
¿No pudiste volver a competir luego?
Ahí se juntó todo. No solo estaba roto, sino que el Tour Mundial tuvo un par de cambios. El PKRA lo compró Richard Branson, de Virgin, y se desvirtuó un poco el formato. Luego, la International Kiteboarding Association, algo así como la comunidad del kite, salió en contra. El Tour Mundial estuvo un poco frenado. Había etapas pero los raiders estaban descontentos y no era lo mismo de antes. Mucha gente dejó de competir. Se tuvo que reestructurar todo y demoró dos años en hacerse otro tour. Así surgió el World Kite League, algo así como la copia del World Surf League. En todo este proceso yo seguí a fondo con mi emprendimiento.
Las cometas no son solo para niños
Diego Varela regentea desde hace 10 años la escuela Kitesurf Uruguay. Asegura que es la única escuela habilitada en la Laguna Garzón por la Dirección Nacional de Medio Ambiente y la Intendencia de Maldonado, luego de obtener un permiso a través de licitación pública.
Varela tiene 37 años. Era un surfista de ciudad. Tenía que esperar en Montevideo o Canelones a que hubiese olas para poder tirarse al mar. Hasta que un día mientras manejaba vio por la ventanilla del auto unas velas en el agua. “Quiero un kite”, dijo enseguida, y entró en un sitio web de compraventa. Había tres equipos de kitesurf disponibles y optó por el más barato: “No sabía qué había comprado. Conseguí uno de 16 metros, que en realidad mi medida, pesando 82 kilos, es de 12 para el viento que tenemos acá. Me vino con una tabla de surf recortada y dos pedazos de velcro. No tenía arnés y conseguí uno viejo de windsurf y lo adapté”, cuenta.
Sin embargo, para Varela venir del mundo del surf o la náutica no tiene nada que ver con este deporte. Ahora, si se viene del mundo de manejar una cometa de dos hilos, eso sí puede ayudar. “Todo va basado en la cometa, al kite. Casi siempre los deportes como el windsurf, que exige pararte con la vela y tirar de ella hacia a vos, afecta tu actuación en el kitesurf, porque la barra le da potencia y se hace difícil. No hay que subirse agarrándose. La vela te sube a vos tirándote del arnés”, dice.
La gran mayoría de los uruguayos comienzan a practicar la disciplina después de los 25 años. El rango de precios de los equipos depende de su condición de nuevo o usado. Los primeros pueden valer a partir de 1.500 dólares y los segundos entre 800 y 1.000 dólares. De los deportes de vela no es el más caro. “Para windsurf, por ejemplo, precisás tres o cuatro velas. En el kite con dos ya cubrís todos los vientos. La vela depende del peso de la persona y de los nudos del viento”, asegura Varela.
De igual manera, en Kitesurf Uruguay los instructores aseguran que ha cambiado el público. Niños de ocho años se están parando en la tabla y es notorio cómo han aumentado en cantidad. En la escuela se tiene especial cuidado con ellos. “Existen controles de seguridad diferentes que para una persona de 11 o 12 años en adelante. Usamos dos instructores para los niños y los tenemos atados de una piola para que no se alejen más de 12 metros. Con los niños se tiene el mayor de los cuidados”, dice Varela.
Estas clases en la Laguna Garzón tienen un costo de 500 dólares las seis horas o 100 dólares la hora con todo incluido. No es preciso llevar nada más que a uno mismo.
Las que se animan
Vera Tochetti tiene 45 años y se considera una novata del kitesurf. Antes de tener hijos, 15 años atrás, se entrenaba en sky acuático, wakeboard y windsurf, pero se saturó y dejó todos los deportes de agua. Un día, mientras volvía por la rambla de Montevideo del trabajo a su casa, vio las cometas en el cielo y no dudó en retomar: “Ver la rambla de Malvín llena de velas de colores me dio ganas de volver a mi vida deportista. Me fascinó la escena. Este deporte te da mucha sensación de libertad y te vuelve independiente: están el océano, la vela volando y vos”, cuenta.
Sin embargo, el kitesurf tiene la paradoja de vivir la soledad en el mar y disfrutar de la comunidad en la tierra. Tochetti cuenta que el kitesurf la ha llevado a lugares que de otra manera no hubiese conocido. “Al llegar se forma parte de la comunidad. Es como hablar el mismo idioma: te reciben, hacés grupo y seguís de largo con ellos. Hay mucho apoyo. Grupos de WhatsApp hay de lo que te imagines. Yo acá tengo mi núcleo y aparte de practicar kite nos hicimos superamigos: practicamos juntos y viajamos juntos. La gente tiende a ir a donde está acompañada y también eso motiva”, asegura.
Tochetti dice que igual que en otras disciplinas, es menor la cantidad de mujeres que de hombres practicando. Sin embargo, cada vez son más las que se animan. “Debe haber un predominio 90-10. De afuera puede parecer intimidante, pero la realidad es que no es difícil. El viento, el mar, la cometa pueden asustar, pero lo que requiere es técnica. Mucha gente se acerca y me dice ‘la fuerza que debés hacer’. Al contrario, no hay que ejercer fuerza, no hay que estar entrenado ni ser un atleta, ni tener un físico privilegiado. Hay quienes incluso tienen sobrepeso. La cometa va enganchada a tu arnés, a tu cuerpo, y los brazos simplemente mueven la dirección de la cometa para agarrar mejor el viento”.
A Tochetti practicar kitesurf le ha cambiado su tiempo libre y su vida social, la forma de aprovechar el día y a su familia. “Una de las cosas buenas de Uruguay es que tenemos el agua al lado. Estás trabajando y te dan ganas de hacer kite, cortás y en dos horas estás de nuevo trabajando. Armás en dos minutos. Cuando uno se engancha con el kite, se vuelve muy adictivo, quedás pendiente de cuándo sopla y del clima. A los viajes me voy con mis hijos. Es un deporte familiar porque los chicos también pueden aprender. Siempre hay que llevar el equipo de uno. Te acostumbrás a él. Es como mejor navegás”, concluyó la kitesurfer.