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    Festejos en la sede del maestro

    Con una muestra que reúne más de 30 pinturas de Joaquín Torres García que hace décadas que no se exhiben al público, el Museo Torres celebró 25 años desde su última reapertura en la Peatonal Sarandí

    La voz de Joaquín Torres García se escucha con más contundencia, ahora, en el museo de la Peatonal Sarandí que lleva su nombre y conserva gran parte de su acervo documental. En el segundo piso se inauguró recientemente una exposición que se focaliza en lo más esencial de su trabajo: en obras protagonizadas por la pintura en sí y no por sus temáticas variadas.

    Por eso la muestra se titula “Pintura” y comienza con una ampliación de cuatro páginas del “Manuscrito de la Tradición del Hombre Abstracto”, uno de los ensayos que escribió el multifacético artista, que fue pintor, escultor, dibujante, docente, diseñador de juguetes, teórico del arte y estudioso de la metafísica y la estética. “El arte es una tradición. La pintura no es el arte, es solo una rama de él, y fuera de la tradición: de Venecia hasta hoy. Aquello que puede llamarse pintura, arte naturalista, pero no imitativo, es también creación, pues realiza una síntesis: un equilibrio entre la emoción del pintor y la luz y el color. El objeto es un pretexto”, dice el texto de 1938. Y lo que sigue es una demostración de su coherencia teórica y práctica: hay naturalezas muertas, retratos familiares, rostros geométricos, figuras arcaicas en hornacinas, paisajes urbanos y algunos juguetes de madera que datan de 1928 y 1929, todo creado con un mismo sello y armonía plástica.

    La muestra complementa las exposiciones permanentes sobre Torres que se presentan en la primera y tercera plantas: “Universalismo Constructivo” y “Hombres célebres”, 26 retratos de personajes desde Cristóbal Colón y Sócrates hasta Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Rafael, Tiziano y Goya. “Pintura” se inauguró a fines de julio, a 142 años del nacimiento del artista y 67 de su muerte. Su apertura coincidió, también, con los festejos por el 25° aniversario de la actual sede del museo, a la que la institución llegó por el empeño de la familia del creador —principalmente de su esposa Manolita Piña— después de transitar por otros tres edificios.

    La dama del museo. Tenía 106 años cuando en 1991 inauguró la sede definitiva del museo en la calle Sarandí. Y fue, desde la muerte de Torres García en agosto de 1949, la conductora del equipo de familiares y allegados que decidió concentrar gran parte del legado artístico del pintor en un centro cultural abierto al público, además de crear una fundación en su honor.

    Manolita Piña, “Doña Manolita”, la viuda de Torres, madre de sus cuatro hijos —Olimpia, Augusto, Ifigenia y Horacio—, nació en Barcelona en 1883 en una familia aristocrática. Conoció al uruguayo 22 años después, cuando el artista empezó a dar clases de pintura en su casa, primero a su hermana Carolina y después a ambas. A partir de ahí lo acompañó en su nomadismo, que lo llevó a pintar en España, Francia, Italia, Estados Unidos y, finalmente, Uruguay. En cada mudanza trasladaba muebles, cuadros, esculturas, óleos, libros, cuadernos y una familia entera. Y ella siempre estaba ahí, como esposa, madre y promotora de su trabajo. Incluso fue, ya en Montevideo, un sostén del pintor para hacer exposiciones, conferencias y fundar la Escuela de Arte Constructivista.

    “En todo momento, Manolita jugó un papel fundamental a su lado, alentando y respaldando esa vida marcada por decisiones radicales. Su carisma y su fortaleza fue lo que permitió una aventura familiar centrada en la apuesta apostólica por el arte. Después de la muerte del maestro, Manolita asumió en cierto sentido la responsabilidad de afincar el legado de aquella obra en el ambiente cultural nacional. Constituyó uno de los factores decisivos para concretar la iniciativa de un Museo Torres García en Uruguay, y puso a disposición obras que ella había ido eligiendo y reservándose a lo largo de la vida”, dice una nota del arquitecto e investigador en Historia del Arte Gabriel Peluffo Linari, publicada en “Brecha” en junio de 1994, pocos días después de la muerte de Piña a los 111 años.

    En su empeño por conservar el acervo de su esposo, ella recibió el apoyo de sus hijos: Olimpia (1911-2007) fue presidenta de la Fundación Torres García, Augusto (1913-1992) fue su vicepresidente, Ifigenia (1915-1994) colaboró en la creación y actualización de un inventario de dibujos, pinturas, construcciones, documentos y publicaciones sobre la obra del artista, y Horacio (1924-1976), el menor de los hermanos, que tenía 25 cuando murió su padre, se dedicó a comercializar la obra y potenciar la imagen del pintor fuera de fronteras, principalmente en Nueva York.

    Antes de la Peatonal. La primera sede del Museo Torres se inauguró el 28 de julio de 1953. Estaba en una casa céntrica que la Intendencia de Montevideo le prestó a la familia hasta que consideró que estaba en ruinas, con peligro de derrumbe. Después se negoció la posibilidad de trasladarlo a la Aduana de Oribe, pero en los 60 se instaló en el Ateneo de Montevideo. Ahí permaneció hasta que en 1973, con el golpe de Estado, cerró durante trece años.

    En 1986, Manolita logró que el proyecto volviera a latir y para eso encontró una aliada en el Ministerio de Educación y Cultura (MEC): la entonces ministra Adela Reta. A raíz de un acuerdo con el MEC, en 1989 el museo se instaló en el edificio de la Unión Postal de las Américas, España y Portugal en la rambla de Palermo, y en 1991 se mudó a su sede definitiva, en la antigua oficina del Registro Civil, en Sarandí 683.

    Es prácticamente imposible determinar la cantidad de obras que contiene el Museo Torres, porque sus piezas rotan por museos del mundo, porque en su historia hubo episodios de pérdidas y porque aún hoy sus funcionarios siguen encontrando trabajos desconocidos o no documentados.

    Treinta de sus piezas, por ejemplo, se presentan hoy en la Fundación Telefónica de Madrid en la exposición “Joaquín Torres García: The Arcadian Modern”, que hasta febrero de este año se exhibió en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). Para organizarla, el curador venezolano Luis Pérez-Oramas viajó a Argentina, México, Venezuela, España, Francia, Estados Unidos y Uruguay, y fue en Montevideo que se encontró con lo que define como “el acervo más completo de Torres y uno de los archivos intelectuales más importantes del siglo XX a nivel internacional”.

    En el acervo hay miles de folios, entre cartas, manuscritos, dibujos, fotos, recortes de prensa, pinturas y textos teóricos creados por el artista, además de esculturas, juguetes y libros. La pérdida más significativa en cantidad de piezas fue en julio de 1978, en un incendio en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro que exhibía una muestra de arte latinoamericano con cuadros de Torres.

    Pero así como se pierde, también se gana. Y, como si la intención de Torres de generar un arte esencialmente atemporal estuviera aún vigente, en el archivo del museo siguen apareciendo nuevos trabajos que llevan su firma. “Es una especie de riqueza que está guardada en cajas y que por algún motivo no se la visualizaba como lo que realmente era. Por ejemplo, hay un conjunto de collages que hasta hace poco estaban catalogados como recortes de diario. Pero trabajando en una exposición nos dimos cuenta de que eran obras que Torres había compuesto e intervenido con acuarelas. Es una mirada que solo te permite el tiempo. Por eso es un acervo que parece nunca llegar a su fin”, dijo a galería Alejandro Díaz, director del Museo Torres.

    Esencia Torres. Además de ser sede de talleres artísticos, de continuar con el programa de visitas de escuelas y de presentar cuatro pisos de exposiciones (dos de ellos dedicados, de forma permanente, a mostrar obras de Torres), el museo inauguró en julio la muestra “Pintura” como conmemoración del 25° aniversario de su refundación.

    La muestra, que se presenta en la segunda planta, incluye más de 30 trabajos del pintor. “La temática no importa, pues es mero pretexto para realizar diversos abordajes al hecho plástico; abundan los bodegones, paisajes y diversos personajes reales o imaginarios, pero la protagonista siempre es la materia pictórica”, detalla el texto curatorial.

    “Era un gusto que nos quisimos dar, porque veníamos trabajando intensamente en exposiciones conceptuales. Ahora quisimos ir a lo esencial, a lo más simple: a la pintura como pintura, como hecho estético, como Torres la entendía, como la emoción del pintor traducida en colores, formas, armonías, proporciones. Quisimos transmitir ese vínculo (torresgarciano) entre lo sensible, lo emotivo y lo perceptivo”, explicó Díaz.