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Michelle y cómo vivir junto a un unicornio llamado Obama

En su libro de memorias, la ex primera dama cuenta detalles de su relación de pareja y sus años en la Casa Blanca

“Soy una persona común que acabó embarcada en un viaje fuera de lo común”. Así se define Michelle Obama, abogada, ex primera dama y madre, en sus memorias Mi historia. A los 54 años, luego de dejar la Casa Blanca, con sus dos hijas más grandes —Malia tiene 20 años y Sasha 17— se está posicionando de nuevo frente al mundo. El libro, que se presentó el martes 13 de manera global en Asia, Europa y América Latina y en un total de 31 lenguas, la llevará por Los Ángeles, Washington, Detroit, Boston, París y Londres. El tour termina en diciembre en Nueva York con Sarah Jessica Parker como moderadora. En inglés el libro se titula Becoming; la estructura es simple: Becoming Me, Becoming Us, Becoming More.

Mandona

“Costara lo que lo costase, sacaba siempre sobresalientes” —dice Michelle sobre la niña que fue en la escuela pública de Chicago a la que asistió—. “Era ambiciosa, aunque no sabía exactamente a qué aspiraba”. De niña tocaba el piano. “Era mandona y tendía a lo dictatorial”, dice, reforzando la idea de varias feministas: no se llega a la Casa Blanca y a ser una mujer destacada si no es sabiendo mandar.

En todo el libro la causa de los afroamericanos es una constante preocupación de Michelle. La falta de oportunidades que tuvieron sus familiares y conocidos y la pobreza como un peligro cercano, es un asunto recurrente. Sin embargo, siendo niñas, una prima lejana le preguntó: “¿Por qué hablas como una niña blanca?”. Era cierto. Ella y su hermano no hablaban como el resto de sus familiares. Sus padres insistían con la importancia de una dicción correcta: “Nos enseñaron a terminar las palabras. Nos compraron un diccionario y la Encyclopaedia Britannica”.

Logró entrar a Princeton y dedica varias páginas a cómo se siente ser una estudiante negra en una elegante universidad cuyo alumnado es mayoritariamente blanco. En aquella época tuvo un novio, David, con el que disfrutaba de ir al cine y fumar porro. Dejaron poco después; Michelle continuó sus estudios en Harvard.

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Barack y Michelle Obama se casaron el 3 de octubre de 1992. La familia Obama en pleno celebrando un 4 de Julio. Sus hijas, Malia y Natasha, hoy tienen 20 y 17 años, respectivamente.

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Ya recibida, en el estudio de abogados donde trabajaba en Chicago, un día le dijeron que iba a llegar un prometedor estudiante de Derecho y ella sería su mentora. “Como tú, es negro y de Harvard”. Ella tenía 25 años, él 28.

Obama llegó tarde a ese primer encuentro. Él fumaba y ese mismo día ella le dijo: “¿Cómo es posible que alguien tan inteligente como tú haga algo tan estúpido?”.

Al poco tiempo él le dijo de tener una cita, pero ella respondió que no sería lo correcto, siendo que ella era su mentora. “No eres mi jefa —objetó—. Y eres bastante mona”. Enseguida se sintió atraída por él, que tenía una forma de moverse —“cierta parsimonia hawaiana”— que contrastaba con su propio andar siempre apurado. Ella se había construido una existencia sin lugar para el desorden, con cierta tensión, sin resquicios de aire. Siguieron viéndose. Una tardecita ella lo estaba llevando en su auto al apartamento y estaban por despedirse; así se dieron las cosas:

Dejamos que pasara un incómodo instante, esperando a que fuese el otro quien iniciase la despedida. Barack me miró con la cabeza ladeada.

—¿Vamos a tomar un helado?—dijo.

Fue entonces cuando supe que aún estábamos a tiempo; una de las pocas ocasiones en las que decidí dejar de pensar y vivir sin más. Era una cálida tarde de verano en la ciudad que amaba. El aire me acariciaba la piel. Había un Baskin-Robbins a una manzana del edificio donde Barack vivía; pedimos dos cucuruchos y nos sentamos en la acera para comérnoslos. Nos colocamos muy juntos, con las rodillas en alto, cansados pero complacidos tras un día al aire libre, y dimos buena cuenta de nuestro helado, con rapidez y en silencio, intentando acabar antes que se derritiera. A lo mejor, Barack lo advirtió en la expresión de mi cara o lo intuyó en mi postura: para mí todo había empezado a soltarse y desplegarse.

Me miraba con curiosidad y un atisbo de sonrisa.

—¿Puedo besarte?— preguntó.

Y entonces me incliné hacia él y todo cobró claridad'.

Después, con el tiempo, surgió el inconveniente de que Barack no creía en la institución matrimonial y Michelle sí. Finalmente, él le propuso matrimonio en un restaurante, con el anillo escondido bajo una tapa plateada, Barack arrodillado en el piso y todos los comensales aplaudiendo cuando ella dijo “sí”. Barack era para ella “una especie de unicornio: infrecuente, al punto de parecer irreal'.

Pese a que Michelle no creía demasiado en la política, cuando él decidió postularse, ella recogió firmas puerta a puerta para su candidatura a senador. Resultó electo en noviembre de 1996. Poco después, cuando Michelle tenía 32 años, se enfrentaron con que no lograba quedar embarazada. En una ocasión lo lograron, pero tuvo un aborto espontáneo.

Michelle estudió en Princeton y después terminó sus estudios en Harvard.

Finalmente, el seguro de su trabajo en la universidad le cubrió buena parte de los gastos para hacerse una fecundación in vitro. Un día, cuando estaba inyectándose en el muslo, en su baño, sola, sintió la distancia: “Sentí un primer asomo de rencor hacia la política y la entrega inquebrantable de Barack a su trabajo”. En realidad, a Michelle le ha costado tener que adaptar su vida a la ambición de su marido. Cuando nacieron sus hijas siguió trabajando, pero para ella la maternidad se convirtió en su principal motivación.

En un pasaje del libro reconoce que cuando discuten ella lo siente en el cuerpo: “Una especie de bola de fuego que recorre mi espina dorsal y explota con tal fuerza que a veces después no me acuerdo de lo que dije en ese momento”.

Estas memorias tienen momentos de bastante intimidad, como cuando cuenta que fueron a terapia de pareja. Tenían y tienen muchas diferencias: ella tuvo una crianza más tradicional y su tatarabuelo fue esclavo; Barack tuvo una madre blanca y se crio en Hawái. Además, él es caótico y ella muy ordenada. Él es un solitario y a ella le gusta la compañía. La crisis que los llevó a terapia ocurrió cuando ella tenía 38 años. Él no quería ir pero ella lo convenció; mejoraron su comunicación y desataron algunos nudos. Ella logró detenerse y cambiar su estrategia frente a este hombre con el que compite: “Estaba demasiado ocupada guardando rencor a Barack por encontrar huecos en su agenda para ir al gimnasio, por ejemplo, antes que pensar en cómo arreglármelas para hacer ejercicio con regularidad yo también”.

También ella logró imponer una rutina en su casa, con horario para la cena y no tener a las niñas muertas de sueño esperando que “papá” llegara para darles las buenas noches: “No quería que creyeran nunca que la vida comenzaba cuando aparecía el hombre de la casa. Ya no esperábamos a papá. Le correspondía a él alcanzarnos a nosotras”.

Mi historia recorre la campaña por la presidencia en detalle, lo que resulta un poco tedioso para lectores no norteamericanos. Pero siempre incluye datos de color, como cuando cuenta su llegada a la Casa Blanca (“es parecido a vivir en un hotel de lujo, si ese hotel de lujo no tuviera otros clientes salvo tú y tu familia. Hay flores por todas partes, y las renuevan casi a diario”). Esas páginas tienen menos sorpresa, porque durante ocho años supimos todo sobre la huerta que plantó, los programas que impulsó —como el de la obesidad infantil— y la vimos ser tapa de Vogue tres veces, aunque repita que la moda no es lo de ella. Sobre el final, muestra su antipatía por Donald Trump y dedica varias páginas a criticarlo. Cuenta, nostálgica, su despedida de la Casa Blanca y todo su staff. Como para despejar las especulaciones, afirma que no tiene la menor intención de presentarse a un cargo público: “Jamás he sido aficionada a la política, y mi experiencia de los últimos diez años ha contribuido poco a cambiar eso”. A corto plazo, el próximo paso lo dará su marido, que también publicará sus memorias, en 2019. La pareja negoció un contrato que, según el Financial Times, es de 65 millones de dólares. También, según se informó en mayo de este año, ambos firmaron un acuerdo con Netflix para producir series, películas y docuseries, delante y detrás de cámaras. Nada de esto aparece en el libro. Michelle elige qué cartas mostrar.

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Detrás de toda Michelle hay una gran mamá

“Te recomiendo que primero ganes dinero y después te preocupes por tu felicidad”, fue uno de sus consejos.

La madre de Michelle aparece retratada como una mujer estupenda, equilibrada. Respetuosa de sus hijos; no los controlaba (“estoy criando adultos, no bebés”). “Cuando las cosas iban mal, no se mostraba demasiado compasiva. Cuando habíamos hecho algo bien, nos elogiaba lo justo para que supiéramos que estaba contenta pero evitando que se convirtiera en nuestra motivación para hacer las cosas”, dice Michelle. Se sacrificó por ellos, pero siempre con un gran espíritu.

Sin embargo, un día tuvieron una conversación que la ex primera dama recuerda en su libro. Michelle ya era una mujer grande y su madre tenía más de cincuenta años. Era secretaria en un trabajo que no tenía nada de apasionante; hacía nueve años que trabajaba allí porque seguían pagando la educación de sus hijos, sus carreras universitarias.

Michelle trabajaba como abogada, no era feliz con su empleo y volvía de un viaje cuando su madre la fue a buscar al aeropuerto. Michelle se desahogó: que no se sentía realizada, que no había elegido bien su carrera, que era infeliz, que quería hacer un cambio en su vida laboral. Su madre, en esos tiempos, se levantaba de madrugada para ayudar a su marido inválido —padecía esclerosis múltiple— a vestirse para irse, él también, a trabajar.Su madre la miró algo burlona, frenó el auto, apretó el pica pica y soltó una risita. “Si estás pidiéndome consejo —dijo—, te recomiendo que primero ganes dinero y después te preocupes por tu felicidad”.

En la lista de agradecimientos del libro, a la primera que agradece Michelle es a su madre. No solo por considerarla un “pilar”, sino por lo solidaria que ha sido. Durante los años en la Casa Blanca cuidó mucho de sus nietas y permitió que Michelle pudiera salir al mundo y viajar sabiendo que las niñas estaban bien acompañadas.

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2018-11-22T00:00:00