Un escenario contemporáneo
Los proyectos para preparar a las sociedades al nuevo escenario dominado por la población envejecida comenzaron a discutirse en la década de los 80. En 1982, las Naciones Unidas convocaron a los países miembros a la primera Asamblea Mundial sobre Envejecimiento para crear un plan de acción para asegurar los ingresos, salud y vivienda de los ancianos. Después de declarar nuevos derechos para esta comunidad, el mundo académico continuó estudiando para tratar de anticipar cómo será la vejez dentro de medio siglo.
El análisis de la situación, cada vez más caótica, también llevó a que en 2002 se hiciera una segunda asamblea para frenar el incremento de las desigualdades y la soledad, dos grandes problemas que perjudican a las personas mayores. Entonces, se diseñó un plan de acción para que los países cambiaran sus políticas (como la edad jubilatoria), además de promover el bienestar y el desarrollo del sector. Es que las personas que hoy dejan de trabajar a los 65 años no están en las mismas condiciones que hace dos décadas: tienen más energía, mayor fortaleza física y, sobre todo, mental. El tiempo de vida, dicen los académicos, se debe redistribuir porque cada vez se prolongan los años de juventud, la adultez y, por supuesto, la vejez. Y en eso, aseguran, se puede trabajar. “¿No se deberá hacer algo con el anciano sensato mientras pueda, y con mayor razón si todavía esos fines y metas son por definición más irrevocables que los recorridos por las edades anteriores?”, se cuestiona el filósofo español Aurelio Arteta en su ensayo A fin de cuentas, nuevo cuaderno de la vejez.
El último informe Perspectivas de la Población Mundial, elaborado por las Naciones Unidas en 2017, asegura que el número de personas mayores se duplicará en 2050 y se triplicará para 2100. “Este grupo crece de una forma mucho más rápida que los más jóvenes”, señala el estudio. Y la longevidad va a traer importantes cambios sociales en las sociedades que elaboraron sus legislaciones sobre jubilaciones sin considerar qué se hará con los 30 años que se viven después de trabajar. El problema, que despierta fuertes debates en todos los países, es que no hay una teoría ni una filosofía única para anticiparse a la evolución biológica.
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Una vejez incomprendida
En el futuro se espera que la jubilación no sea el fin de la vida laboral de las personas. Según un estudio de la firma de seguros y pensiones holandesa Aegon, 57% de los trabajadores en todo el mundo consideran que van a trabajar después de la edad jubilatoria. La mayoría asegura, además, que tendrá un empleo parcial o por su cuenta para mantener activo su cerebro y, sobre todo, asegurarse los ingresos.
Esta situación también se plantea en el Informe Mundial de Protección Social 2017-2019 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que se mantiene alerta por el crecimiento de la pobreza en la tercera edad. “Solo 29% de la población mundial está protegida por un sistema de seguridad social integral que abarca toda la gama de prestaciones, desde beneficios familiares hasta pensiones de vejez. La amplia mayoría —5.200 millones de personas— tiene una cobertura parcial o ninguna”, dice el informe. Y los jubilados en Uruguay están dentro de este segundo grupo. “Más de dos terceras partes de los niños, embarazadas, las madres con recién nacidos y los adultos mayores tienen derecho a prestaciones monetarias de protección social. Sin embargo, en el caso de los beneficios de discapacidad y desempleo existen diferencias más pronunciadas”, indica la OIT acerca de la situación en Uruguay. A pesar de que todavía no se logró la cobertura universal, figura entre las naciones que presentan mayores niveles de protección y de gasto en políticas sociales. Pero también hay muchos países, como Granada y Guatemala, que dedican menos de 3% de su PBI al gasto en la protección de la tercera edad.
En el futuro se espera que la jubilación no sea el fin de la vida laboral de las personas. Según un estudio de la firma de seguros y pensiones holandesa Aegon, 57% de los trabajadores en todo el mundo consideran que van a trabajar después de la edad jubilatoria.
Cuando se diseñaron la mayoría de los sistemas modernos de seguridad social, en la década de los 50, solo había 205 millones de personas en el mundo que tenían más de 60 años. El rápido envejecimiento poblacional, sin embargo, llevará a que los gastos en pensiones y sanidad de los países ricos pase del 16% al 25% del PBI antes de que termine el siglo, según un pronóstico del Fondo Monetario Internacional. El nuevo panorama, que todavía es analizado con cautela, también abrió el debate sobre la edad de retiro en el escenario local.
Según datos del Ministerio del Desarrollo Social, 14% de la población uruguaya —cerca de 457.500 personas— supera los 64 años, y 88% de esa comunidad tiene entre los 65 y los 84 años. También hay 500 ciudadanos con más de 100. La mayoría de las personas mayores viven en residencias, hogares unipersonales o sin hijos. Y mientras 42% están casadas y 4% viven en unión libre, 33% son viudas y 34% está en un hogar sin compañía. A partir de los 65 años, además, seis de cada 10 personas mayores son mujeres, y, desde los 85 años, pasan a ser algo más de 7 de cada 10.
Los trabajadores uruguayos se pueden jubilar a los 60 años con un mínimo de 30 años de vida laboral. En el caso de las mujeres se agrega un año al cómputo por cada hijo con un máximo de cinco años de bonificación. También existe la jubilación por edad avanzada cuando se llega a los 70 años si se acreditan un mínimo de 15 años de trabajo. Y está la posibilidad de retirarse de forma parcial, vigente desde 2013, con un trabajo de medio horario; se cobra la mitad del salario y la pasividad. Pero la situación podría cambiar: la reforma previsional aparece como una necesidad entre los actores políticos. La mayoría está de acuerdo con que la baja tasa de natalidad combinada con el aumento en la expectativa de vida generan una situación económica insostenible, y la situación se agrava con el paso de los años.
Mientras en el Parlamento se discutía una solución para los cincuentones afectados por el régimen de las AFAP, el senador oficialista Enrique Pintado quiso abrir una discusión sobre la necesidad de establecer una nueva edad jubilatoria y la posibilidad de ofrecer estímulos para los trabajadores que estén en el sistema laboral por más de 35 años. Al poco tiempo, además, el ministro de Economía, Danilo Astori, aseguró que sin una reforma de la seguridad social “habrá serios problemas”. Por su lado, el presidente Tabaré Vázquez dijo que si no aparece una solución se irá “hacia el colapso”. Antes de que empiece el año electoral el panorama local es incierto, pero las reflexiones sobre el envejecimiento poblacional son cada vez más importantes.
Mientras los novecientos se caracterizaron por la redistribución de la renta, los académicos aseguran que este siglo será recordado por la redistribución del trabajo con jornadas que se reducen durante la crianza de los hijos, pero que se esperan recuperar en el futuro con una jubilación más tardía. Es posible incluso que la vida laboral empiece más tarde y que se extienda hasta pasados los 70, en lugar de los 60 actuales.
Tecnología y juventud
Los problemas económicos por el envejecimiento poblacional no solo están provocados por la edad de retiro actual. También se desconoce cómo será el mercado laboral del futuro por la aparición —y expansión— de los robots inteligentes. Después de que las empresas empezaron a usar más aparatos y menos funcionarios, el cofundador de Microsoft Bill Gates propuso gravar un impuesto a los dueños de las máquinas inteligentes por los trabajos que se pierdan. Otros expertos sugieren la creación de una renta básica universal para combatir el problema. Por otro lado, surge el cuestionamiento de los prejuicios hacia los cincuentones: cada vez es más usual que en los puestos laborales se prefieran a los jóvenes sobre los adultos con experiencia.
Cuando Mark Zuckerberg creó Facebook, a los 19 años, dijo públicamente que la “juventud es simplemente más lista”. En los últimos años se instaló la idea de que los millennials, y algunas generaciones anteriores, son los grandes emprendedores del futuro. Pero un estudio publicado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts mostró que el éxito en los proyectos es más frecuente en los cincuentones. Después de analizar datos de 2,7 millones de personas que fundaron compañías estadounidenses entre 2007 y 2014, se llegó a la conclusión de que la edad media de los emprendedores era de 41,9 años, y en el caso de las empresas que crecieron más rápido la cifra ascendía a los 45 años.
Ya lo decía el periodista argentino Martín Caparrós en una columna en la revista Atelier. “La vejez no es un producto natural sino cultural: la apariencia, la potencia, la salud del hombre empiezan a deshacerse cuando supera esa barrera que fue, por millones de años, el tiempo ‘natural’ de su vida: los treinta, treinta y tantos años”. Y eso está por cambiar.
Aislados y vulnerables
En 1968, el gerontólogo y psiquiatra Robert Butler utilizó por primera vez el término edadismo para referirse a la discriminación por edad que padecen las personas mayores. Según la Organización Mundial del Trabajo, cada vez es más difícil encontrar trabajo luego de los 50 años porque se cree que disminuye el nivel de productividad y cuesta más esfuerzo adaptarse, sobre todo a los cambios tecnológicos. Pero estas decisiones, dice Butler, solo arrinconan a un sector que convive con los prejuicios y un estereotipo marcado: la decadencia. Hay muchos que consideran que los mayores son privilegiados porque suelen estar en mejores condiciones laborales y cobrar mayores pensiones, pero lo cierto es que cuando la población general mejora, los ancianos se quedan atrás.
Una situación extrema
El envejecimiento poblacional en Japón es un caso de estudio en el mundo académico. Según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la mitad de la sociedad superará los 50 años antes de llegar a 2050. Para controlar la situación, el gobierno trabajó para fijar un promedio de 15 trabajadores que se dediquen a atender a personas de tercera edad por cada mil de 65 años. Los japoneses consideran que es necesario asegurar la calidad de vida y atención a la población más vulnerable. Ahora, sin embargo, se enfrentan a nuevos problemas: el país con mayor número de ancianos, que es seguido por España en segundo lugar, sufre una ola de robos de ancianos que quieren pasar una temporada en la cárcel. En algunos artículos de la prensa local aseguran que 40% de los pequeños delitos —como los robos en las tiendas— son provocados por personas mayores que quieren recibir los cuidados de la prisión. Dicen que ahí se sienten más protegidos y menos solos que en sus hogares. Según datos del Ministerio de Asuntos Internos, dos de cada 10 ancianos de más de 65 años viven sin ninguna compañía. Y la soledad causa depresión.