Tener conciencia del uso responsable de los recursos naturales para combatir las manifestaciones ambientales que acompañan el cambio climático —como las sequías prolongadas en Uruguay—, parece ser hoy el objetivo que atraviesa transversalmente a todas las industrias. Incluida, por supuesto, la arquitectura. De ahí la importancia que empiezan a adquirir las diferentes certificaciones nacionales e internacionales para construcciones, que aseguran el cumplimiento de ciertos parámetros en cuestiones de eficiencia energética, utilización correcta del agua, disminución de residuos, entre otras. Estas certificaciones se orientan hacia distintos enfoques dentro de la sustentabilidad, dependiendo de las especificidades de cada una.
Siguiendo cifras del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), el sector de la arquitectura y la construcción contribuye hasta en un 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente por el uso de energía durante la vida útil de los edificios. Según la Organización Latinoamericana de Energía (Olade), en nuestra región los edificios residenciales y comerciales representan el 23% del consumo energético. Puntualmente en Uruguay, está en su último tramo el Plan Nacional de Eficiencia Energética 2015-2024, diseñado por el Ministerio de Industria, Energía y Minería, en el que se plantea como meta lograr un ahorro de energía final total acumulada a escala nacional de 1.690 ktep (tonelada equivalente de petróleo, una unidad de energía cuyo valor equivale a la energía que rinde una tonelada de petróleo)
Estos ahorros se producirían, por ejemplo, mediante la aplicación de políticas que incentiven la disminución del consumo de electricidad —como el etiquetado de equipos y su impacto en los sectores residencial, comercial y de servicios—, la promoción de la energía solar en el sector industrial y desarrollos inmobiliarios, y la llegada al mercado de los vehículos eléctricos, junto con el diseño de la ruta verde.
Lo cierto es que para hacer frente a las problemáticas que arroja el cambio climático, desde la arquitectura existen varias herramientas que garantizan la sostenibilidad de las construcciones. Las certificaciones LEED y WELL permiten una mejora de calidad de vida en los espacios que habitamos, aunque ambas se basan en aspectos muy diferentes: la primera apunta a una mayor eficiencia del edificio, mientras que la segunda busca mejorar el bienestar de sus usuarios. En ambos casos se pueden obtener grados de certificación (plata, oro y platino).
En tiempos en los que se vuelve inevitable avanzar hacia modelos que exijan mayor conciencia sustentable, estas certificaciones permiten reducir considerablemente el impacto de los edificios en el entorno, de la mano de grandes beneficios que podrían llegar a revolucionar el bienestar de las personas. Para esto es necesario incorporar nuevos paradigmas a la hora de concebir los proyectos por parte de arquitectos, constructoras y diseñadores, pero también de la academia.
Entender cómo funcionan estas certificaciones, cuáles son sus características y requisitos permite a los profesionales de la arquitectura y la construcción elegir la certificación adecuada para cada proyecto y contexto. Además, adquirir conocimientos sobre estas certificaciones fomenta la adopción de prácticas sostenibles y contribuye a la creación de edificios más saludables, eficientes y respetuosos con el medio ambiente.
LEED: claves para un nuevo comienzo. Creada por el Consejo de Edificación Sustentable de Estados Unidos, este es un reconocido sistema internacional para evaluar y promover la sustentabilidad en la construcción. Con más de 30 años de aplicación, la certificación LEED (Liderazgo en Energía y Diseño Ambiental por sus siglas en inglés) establece estándares mínimos que los proyectos deben cumplir o superar con el objetivo de lograr edificios sustentables y eficientes en términos energéticos.
LEED cuenta con ocho categorías que abarcan diferentes aspectos de un proyecto: localización y transporte, sitios sostenibles, eficiencia del uso del agua, energía y atmósfera, materiales y recursos, calidad del ambiente interior, innovación y prioridad regional. Cada una de ellas establece lineamientos que deben seguirse a rajatabla, siendo estos requisitos tan específicos que, por lo general, se necesita la contratación de asesores que guían el cumplimiento de las normas durante el proceso de aplicación.
Por lo tanto, si bien la certificación ha impulsado desarrollos sustentables en todo el mundo, obtenerla significa un gran desafío, especialmente para mercados como el nuestro que no están preparados para cumplir con requisitos tan exigentes. Debido a esto han surgido certificaciones nacionales que acaban siendo un primer paso para las empresas que quieren emprender la aventura de la certificación LEED.
Museu do Amanhã en Río de Janeiro cuenta con certificado LEED.
El sistema de evaluación es a través de una sumatoria de 110 puntos, en donde los primeros 100 son por cumplimiento adecuado de las categorías y los 10 restantes son bonos por innovación en la ejecución. El proceso incluye varias etapas: la validación de los requerimientos mínimos del programa, la selección del sistema LEED (cada construcción es distinta y no todas aplican a todos los registros), el registro del proyecto, la aplicación para la certificación, la revisión preliminar y la revisión final.
Entre los beneficios que proporciona esta evaluación se encuentra la creación de espacios con mejores condiciones para la salud, una mejora de la productividad, la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, el ahorro energético, el acceso a incentivos fiscales y el incremento del valor de sus activos.
Potenciar el bienestar y la productividad. Se estima que una persona pasa 90% de su tiempo en espacios cerrados, por lo que el impacto que estos pueden desempeñar en nuestro bienestar y productividad es significativo. De ahí la importancia de construir lugares que contribuyan a mejorar la salud de las personas en sus espacios de trabajo.
El estándar de construcción WELL, desarrollado por el International WELL Building Institute (IWBI), se basa en investigaciones científicas e innovaciones del sector para diseñar edificios que combinan diseño, construcción y gestión siguiendo 10 conceptos clave: aire, agua, alimentación, luz, confort, movimiento, sonido, materiales, mente y comunidad.
Edge, en Amsterdam, es un proyecto de oficinas que combina biofilia con luz natural en un atrio central, uno de los elementos que le otorga la certificación WELL.
Al igual que la LEED, esta certificación se obtiene por puntos que determinan niveles (bronce, plata, oro y platino). A su vez, existen dos modalidades: la WELL v2, que abarca tanto el diseño como la gestión del edificio, y la WELL v2 Core, enfocada únicamente en el diseño. Ambas concuerdan con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas y se basan en la medición del rendimiento por parte de un evaluador externo y en la recertificación obligatoria cada tres años.
A través de la WELL se logran distintos beneficios que incluyen el uso de luz natural, la buena iluminación artificial, la introducción de naturaleza en el proyecto, la promoción de una alimentación sustentable, el cuidado de la calidad del aire y la aplicación de políticas de bienestar empresarial, entre otros.
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Greenwashing: el lado b de la tendencia verde.
El término en inglés greenwashing no tiene (aún) una traducción aceptada en español, pero podría interpretarse como “sostenibilidad engañosa”. Es decir, refiere a productos o servicios cuyas falsas afirmaciones de adhesión a la sustentabilidad son desde triviales a escandalosas.
Paulatinamente nos vamos concientizando de los desequilibrios de las actividades que realizamos y el impacto que estas tienen para el planeta. El más conocido es el calentamiento global, aunque no el único. Muchas empresas aprovechan esta nueva actitud y prometen que sus productos o servicios reducirán el impacto negativo, pero, lamentablemente, es frecuente que los compromisos no sean cumplidos en el presente o que las promesas se posterguen por tiempo indefinido.
Uno de los problemas por los que surge el greenwashing es la asimetría de la información. Como simples consumidores no podemos evaluar qué tan fidedignas son las afirmaciones en el envase o la publicidad de un producto, por ejemplo, cuál es su grado de compostabilidad o qué tan biodegradable es.
En este mismo sentido, un consumidor no puede saber si una abertura tiene vidrios de baja emisividad o su marco bajo coeficiente de transferencia de calor, lo cual la hace realmente aislante. Es entonces cuando las certificaciones internacionales de sustentabilidad en construcción y arquitectura se vuelven una garantía para los usuarios.
Estos certificados están emitidos por organismos prestigiosos que siguen procedimientos auditados e integrados por profesionales de distintas disciplinas. Por lo tanto, como consumidores podemos sentirnos mucho más respaldados a la hora de creer que un edificio realmente está diseñado para reducir su impacto en el ambiente durante su construcción y operación.