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Ese día, como un domingo cualquiera, era necesaria una visita al shopping con el cometido de abastecerse de indumentaria adecuada para los días fríos que estaban por llegar. Pero ya a una cuadra de distancia empezaba a verse un movimiento distinto. La adolescente, informada de las tendencias en las redes, advirtió que se venía convocando desde hacía unos días a una pelea entre dos chicos en la plaza frente al shopping. A medida que nos acercábamos, grupos de adolescentes corrían por la avenida hacia abajo, algunos con cara de susto, otros muy divertidos; pero la exaltación era generalizada, la adrenalina corría a alta velocidad. Venían escapando de la policía, cuyas filas avanzaban hacia la multitud disparando balas no letales. Los desconcertados clientes del shopping debieron esconderse detrás de un carro de chorizos apostado en la esquina, a quienes la encargada les advirtió de lo que ellos ya habían comprendido que estaba sucediendo. La entrada más segura al centro comercial era por la salida del estacionamiento subterráneo. El refugio más cercano. El movimiento dentro del estacionamiento era extraño y en las puertas interiores había gente y guardias con cara de alarma. Ya adentro, los pasillos del shopping se acercaban bastante a la normalidad, aunque se escuchaban comentarios sobre lo que estaba pasando afuera. Al momento de irse, la consulta al guardia de la puerta sobre si era seguro salir a la calle despertó la risa y excitación de una fila de chicas jóvenes que estaban siendo detenidas por el mismo guardia, que no les permitía el ingreso. Ellas parecían fascinadas por estar involucradas en el revuelo que generaba miedo y preocupación en los demás. Era como si dijeran: “Wow, nosotros provocamos esto, tenemos el poder de influir en los demás, somos alguien en esta sociedad”.
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No importa qué, ni las consecuencias, tanto para uno mismo como para los otros. No importa si está bien o está mal. No importa si se hace daño. No importa el precio (que puede llegar a ser la cárcel, solo que ahora no parece ser un lugar tan malo. Lo que será la vida en esta sociedad para que la cárcel no parezca un lugar tan malo). Lo que importa es sobresalir del resto, aunque sea por unos segundos, el minuto de fama en las redes. Y si tiene que ser utilizando la violencia, que así sea. Todo vale.
Ese parece ser el pensamiento que domina a cierto sector de los adolescentes. Y según lo que opinan los expertos que la periodista Milene Breito consultó para la nota que publicamos en este número sobre el streaming de la violencia, no tiene que ver con clases sociales o con poder adquisitivo. Tiene que ver con una cultura de la violencia producida como contenido para redes sociales. “Hagamos algo para que nos vean, para ser virales”.
En la nota los especialistas analizan el mar de fondo, la estructura sobre la que se sustenta este fenómeno, que además es importado, porque es global. Entre los múltiples factores y explicaciones que señalan, se da la confirmación de que estamos viviendo tiempos muy difíciles en varios sentidos, con altos índices de violencia en el mundo, importantes problemas de salud mental entre los adolescentes (y el escalofriante dato de que el suicidio es la principal causa de muerte de menores de 19 años en Uruguay) y padres que no logran conectar con sus hijos. Un combo que se convierte en un caldo de cultivo para expresiones desmedidas, exacerbadas e incomprensibles de los adolescentes.
Pero parece que todos estamos un poco perdidos, no solo los adolescentes. Ellos son reflejo de lo que sus padres les enseñaron, los valores que les inculcaron, la educación que recibieron. Estamos hablando de un proceso que comenzó en los primeros años de la infancia y que en la adolescencia solo se pueden ver sus resultados, porque en esa etapa el margen de maniobra se reduce y aunque se puedan reforzar los valores y líneas de pensamiento, lo que queda por hacer es guiar en las decisiones y habilitar canales de diálogo. Los castigos y las prohibiciones ya quedaron completamente obsoletas por su ineficacia y su nulo valor pedagógico en el desarrollo de la personalidad. El camino es la educación en toda la dimensión del concepto.
La violencia es un componente intrínseco al ser humano, aclaran los expertos, y es importante saber canalizarla. La violencia se ha instalado en la sociedad en todos sus modos y expresiones. Se ha infiltrado en los barrios, por ejemplo, a través de las bandas de narcotráfico que terminan provocando su naturalización, pues se vive de manera cotidiana, al punto que los médicos hoy se están especializando en quitar balas de los cuerpos de los niños.
Estos sucesos entre adolescentes no son más que reflejos de la sociedad, muestras de los procesos que se vienen dando y que necesitan ser encarados más allá de críticas del momento y sanciones. Se necesita mirar el bosque detrás del árbol, y diseñar políticas firmes enfocadas a lo que es, un problema social. Porque esto no se trata de un hecho puntual. Por todas las causas que se esgrimen, es evidente que, con diferentes formatos y expresiones, esto va a seguir pasando.