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Una
vez más es Navidad. Esta fiesta de diciembre parece por momentos haberse
convertido en el mojón que va marcando el paso del tiempo. “No puedo creer, ya
estamos en Navidad, pasó otro año tan rápido como el anterior”, es un
pensamiento asiduo en estas fechas que revela cierta preocupación.
Probablemente esto tenga que ver con la cantidad de cosas que hacemos, la
velocidad con la que vivimos, que nos lleva a que los días pasen cada vez más
de prisa, así como los meses y los años.
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Otro lugar común —entre los cientos
de lugares comunes que florecen y circulan entre nosotros en estas fechas— es
la queja, la molestia y el cansancio que provoca en muchos el espíritu
navideño. Mientras los navi lovers disfrutan ampliamente de las
decoraciones en rojo, verde y dorado y las guirnaldas danzantes a ritmos
frenéticos con luces de todos colores, los grinch se fastidian y
protestan por el movimiento desenfrenado en las calles, el tránsito imposible y
las promociones de compras y regalos sin límites.
Es verdad que la Navidad puede, tal
vez, convertirse en algo un tanto fastidioso, sobre todo porque sucede cuando
más cansados estamos. Pero, si aprovechamos la oportunidad a nuestro favor (una
máxima que debería regir nuestra existencia), las cosas pueden adquirir otro
sentido. Una de las formas de llegar a esto es encontrarle el significado a la
Navidad.
En el libro Breve historia de la Navidad, el escritor y
conferencista inglés Andy Thomas (confeso amante de estas festividades) explica,
a través de un recorrido que empieza en las antiguas ceremonias que celebraban
el solsticio, lo que hay detrás de las luces y el espíritu navideño, los
motivos de por qué la Navidad sigue teniendo un significado especial para toda
la humanidad.
Parece que el folclore tradicional trae debajo una rica trama formada por
la superposición de culturas, “una compleja historia de intrigas y una espesa
mezcla de significados”, aclara Thomas. “Sin embargo, en todos los casos se
celebraba la luz frente a la oscuridad. En un mundo a veces difícil e
impredecible, eso siempre ha sido importante”.
Celebrar la
luz frente a la oscuridad. Ese es el sentido de la Navidad, desde tiempos
inmemoriales. Antes de que la Navidad se convirtiera en Navidad, en todo el
hemisferio norte se celebraban los festivales de invierno en torno al 25 de
diciembre debido al solsticio, que en medio de los paisajes helados y la
deprimente monotonía de los oscuros días de diciembre, traía nuevos rayos de
luz y calor. A partir de ese momento el sol calentaría por más tiempo la tierra
y la vida sería un poquito más llevadera. Había que celebrarlo.
Después, el
Imperio romano y sus tradiciones paganas tuvieron una fuerte influencia en la
fiesta cristiana y, de hecho, parece que el 25 de diciembre era el cumpleaños
de varias deidades importantes en la Antigüedad. Más adelante en la historia,
cuando los protestantes prohibieron la Navidad, el espíritu de esta fiesta
entre las sociedades era tan profundo que quedó latente en la interior de los
hogares que seguían celebrando a escondidas, hasta que las cúpulas de poder
cambiaron y la Navidad resurgió de entre las oscuridades, demostrando la
necesidad de los pueblos de festejarla.
Thomas en su
libro describe esta fiesta planetaria así: “Iluminamos las zonas de penumbras
con luces de colores y objetos brillantes, buscamos regalos del gusto de
nuestros seres queridos, promovemos la alegría, llevamos el espíritu de la
buena voluntad más allá de los límites habituales y planeamos comidas a una
escala que rara vez se intenta en otra estación, como si desafiáramos de forma
deliberada a la implacable austeridad del invierno. Pronto, todo orbita
alrededor de esa celebración tan extravagante como fascinante y magnífica”.
Y el inglés
se pregunta: “Pero ¿cuál es el origen de esa gloriosa locura? ¿Por qué actuamos
así?”. La respuesta: “Al modificar nuestro entorno hacemos una declaración de
intenciones: queremos comportarnos y sentirnos diferentes durante un tiempo.
Trazamos una línea divisoria que nos separa del resto del año para entrar en un
estado mental donde la celebración sustituye a la ansiedad, y la amabilidad con
nosotros mismos y los demás se practica más que de costumbre. Estamos en el
territorio de la Navidad, donde ya no rigen las normas habituales”.
Si la Navidad como la
sentimos está ligada a nuestros recuerdos, entonces hagamos que los próximos
recuerdos, nuestros y los de quienes nos rodean, estén teñidos del espíritu de
celebración. Lo necesitamos. Lo merecemos.