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Crear un producto cultural que a los 30 años sea recordado, reciba homenajes, inspire documentales y despierte en el público cálidos recuerdos es casi una hazaña. Significa que se hicieron las cosas bien, que se tomaron buenas decisiones por las razones que el artista haya elegido, y esto queda demostrado cuando la obra supera la dura prueba del tiempo.
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El tiempo, sabemos, guarda una de las sabidurías más enriquecedoras y determinantes de la vida. El tiempo coloca cada pieza en su lugar. Y la perspectiva que ofrece a medida que va transcurriendo los años revela cuestiones que en su momento no se podían dimensionar.
Para la generación adolescente que vivió —y quedó marcada por— el éxito de Tango feroz, caer en la cuenta de que ya pasaron 30 años es un golpe. Precisamente porque la película es una oda a la juventud, a la rebeldía, a la música, al rock, al amor, todo lo que querían y debía permanecer así para siempre. Porque la cultura del rock no entiende de adultez, o recién ahora lo está empezando a entender.
Ahora, ¿qué pasó con esa película para que siga hoy despertando esa sensación de nostalgia con cierto calorcito en el interior? En primer lugar, dicen los que saben que rompió con algunos moldes del cine argentino. Claro que para que pasara esto, se necesitó de un novato, solo ellos se animan a no hacer lo que siempre se hizo de la misma manera. Pues Tango feroz es la ópera prima del director Marcelo Piñeyro, quien también coescribió el guion. Tenía 40 años cuando la hizo, y la suficiente capacidad y conocimiento para levantar ciertas barreras que no estaban permitiendo que los jóvenes se vieran reflejados en la pantalla grande, porque hasta ese momento no había películas protagonizadas por jóvenes ni dirigidas para ese público.
Otro gran acierto de esta obra maestra es el tema: la música, el rock argentino. El argumento cuenta la historia de Tanguito (José Alberto Iglesias), un cantautor argentino de los años 60 y 70, autor de la canción La balsa, que contribuyó a que el rock en español fuera más popular en su país. La vida del rockero bohemio, apasionado, romántico y loco tenía todos los condimentos para fascinar a una generación bastante pobre en el acceso a expresiones culturales, en especial a esas que hablaran de lo que a ellos les interesaba.
Hubo muchas polémicas y enfrentamientos con los verdaderos actores de esa historia, con los otros músicos y amigos de Tanguito que no creyeron que la película fuera fiel a la realidad. Tal vez esto fuera así y tal vez también tuviera algo que ver con el idealismo, el purismo y la resistencia a lo comercial propia del espíritu rebelde y rockero de esos tiempos. Pero Piñeyro sabía qué lenguaje estaba utilizando, el del cine, el de contar una historia con imágenes, el de atrapar a un espectador sediento. Para su fin, debía utilizar ciertos recursos y como toda obra hecha por el humano, las elecciones y decisiones están cargadas de subjetividad. Y como todo soporte artístico, requiere de necesidades técnicas, argumentativas y estéticas. Pero el propósito último de contar una historia digna de ser conocida por el gran público en este caso se cumple, y con creces. Porque en ese momento, en Uruguay nadie sabía quién era Tanguito. Tampoco había cine nacional. Las bandas de rock en los 90 estaban naciendo y creciendo lentamente. Pero nadie contaba historias sobre ellas, ni sus personajes. Y una vez más, recibimos desde la otra orilla lo que culturalmente estábamos necesitando. Acá Tango feroz también fue un éxito de taquilla y un fenómeno que quedó grabado en el recuerdo de los jóvenes de la época.
Fernán Mirás, el actor que encarna al protagonista, en la entrevista que dio a Galería, junto con Cecilia Dopazo (que interpreta a su novia) y Marcelo Piñeyro, previo al homenaje que hicieron a Tango feroz en el festival Piriápolis de Película, en el Argentino Hotel, dijo que lo que más le llama la atención es que “la gente recuerda cuándo la vio, con quién la vio y se sabe frases de memoria; como que está ligada a un fenómeno y a un momento de sus vidas”. Y así es. El tiempo reveló qué tan profundo llegó la película en el interior de las personas.
Por eso, volviendo a las diferencias entre la realidad y la visión que el cine tiene de ella, la vida para ser contada artísticamente necesita de una adaptación y ciertas licencias narrativas que cumplan con las necesidades del hecho artístico para que pueda trascender. Porque para ver la vida tal cual es, ya tenemos a la vida misma. No necesitamos que nadie nos la cuente.