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En las últimas semanas cobraron fuerza los “círculos de hombres”, como se denomina a los espacios sin jerarquías (tanto presenciales como virtuales) en los que ellos se cuestionan y expresan sus miedos, y a los que les dedicamos una nota en este número de la revista
Hay temas que no necesariamente son nuevos, pero que vuelven a estar sobre el tapete impulsados por un cambio en la legislación, una fecha conmemorativa o un hecho puntual. La denuncia de la violación grupal a una mujer de 30 años en el barrio Cordón, ocurrida a fines de enero, reavivó muchos cuestionamientos y debates sobre asuntos de género, sobre derechos humanos, sobre conductas naturales y aprendidas, sobre ser mujer y ser varón y también sobre lo complejas que son las relaciones humanas.
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Sin llegar al extremo del episodio que ocurrió hace algunas semanas, me animo a decir que la amplia mayoría de las mujeres vivimos —en algún momento de nuestras vidas— algún tipo de abuso por parte de un hombre, muchas veces sin siquiera tomarlo como tal, sino simplemente como parte de lo que nos tocaba vivir por el mero hecho de ser mujeres. Me refiero a comentarios en la calle sobre nuestro cuerpo o sobre sus fantasías con nuestro cuerpo, supuestos elogios o meras críticas acerca de la ropa que vestimos, manos en la cola o incluso exhibición y manoseo de sus partes íntimas en espacios públicos. Sin demasiado esfuerzo podría recordar más de un ejemplo de cada una de estas situaciones. La peor la viví con una amiga en un ómnibus, tendríamos 13 o 14 años; un hombre sentado en el asiento de enfrente se abrió el pantalón y sacó su pene. Con mi amiga quedamos paralizadas y no atinamos a otra cosa que a bajar la mirada. No se lo contamos a casi nadie, como si la falta hubiera sido nuestra. Tampoco entendimos ni dimensionamos el grado de violencia que eso significaba.
Hoy muchas cosas cambiaron, pero otras tantas siguen sucediendo, como parte de una existencia tácita. La semana pasada, en Instagram, me crucé con decenas de testimonios de mujeres que habían sido abordadas y en algunos casos abusadas por un mismo hombre. Ninguna había hecho la denuncia. Lo habían naturalizado: era un pesado más, otro desubicado, un raro, un loco. Enterarse —aunque sea tanto tiempo después— de que no estaban solas en esa experiencia, les abrió los ojos. Las llamó a la acción. Seguramente no dejen que algo así les suceda de nuevo.
También es cierto que hasta hace no muchos años el foco de atención en las perspectivas de género estuvieron centradas únicamente en las mujeres y en la feminidad. “La masculinidad y sus valores habían permanecido como algo intocable”, decía el informe Género y masculinidades. Miradas y herramientas para la intervención, elaborado por el Mides en 2016. Y seguía: “Se hizo entonces necesario crear modelos que ofrecieran nuevos lugares y roles (más equitativos y más libres de violencia) que no solo se enfocaran en la experiencia de la mujer”, agregaba. A los hombres, claramente, tampoco les toca fácil en esta transformación.
“La masculinidad tradicional nos dice que solo hay una forma de ser hombre: siempre fuerte, seguro, valiente, exitoso, sin mostrar sentimientos. Esa masculinidad es intrínsecamente tóxica porque es irreal, y eso nos hace sentir insatisfechos”, dijo el profesor titular del Departamento de Antropología Social y Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid José Ignacio Pichardo, consultado por Amnistía Internacional, en marzo de 2021. Ahí está el primer desafío, la tan mentada deconstrucción y esa nueva masculinidad de la que, por suerte, se escucha hablar desde hace ya unos años.
Pero hay un paso que va un poco más allá y que implica el esfuerzo colectivo, generar conciencia, contagiar prácticas y costumbres. Porque muchos hombres, por no decir la mayoría, ni siquiera son conscientes de cómo las mujeres viven estas experiencias y de todo lo que pueden hacer —aun cuando no sean los protagonistas del manoseo/maltrato/abuso— para que no suceda más. En las últimas semanas circularon con fuerza en redes frases como “El silencio te hace cómplice”, que invitaban —sobre todo a ellos— a hablar de estos temas en su entorno más cercano. También cobraron fuerza los “círculos de hombres”, como se denomina a los espacios sin jerarquías (tanto presenciales como virtuales) en los que ellos se cuestionan y expresan sus miedos, y a los que les dedicamos una nota en este número de la revista. Animarse y romper “los pactos patriarcales”, dicen quienes ya han participado, es un proceso para valientes. “A muchos les genera rechazo, a muchos indiferencia y a unos cuantos cada vez más un sentido de involucramiento”, advierte el psicólogo clínico Fernando Rodríguez, especializado en el tema y con experiencia en el ámbito público y privado. El psicólogo Alejandro De Barbieri es otro de los que desde hace un tiempo se ha dedicado a la revisión de la masculinidad y también se sumó a la movida en redes. “Siento que como varón hay que hablarles a otros varones. Les hablo a ellos. Tenemos que identificar en qué aspectos estamos ejerciendo el machismo”, dijo a Galería. Entender, de una vez por todas, que lo micro hace a lo macro. Los especialistas insisten en que no hay más tiempo, en que hay que cortar ya y hacerse cargo. Eso aplica al comentario en un asado, al video que se pasa por WhatsApp y a la forma en que se refieren y tratan a sus parejas, madres, hijas, amigas y compañeras de trabajo. Son pequeños cambios que hacen la diferencia hoy y hacia el futuro. Capaz en algún momento todos llegamos a ser realmente iguales y logramos vivir libres y sin miedo.