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Hace un par de meses me llegó, a través de la casilla de mail de la revista, un mensaje de una mujer a la que no conozco felicitándome por mi nuevo cargo en galería. Pero eso no fue lo que más me sorprendió. La señora, muy amable, contaba que decidió escribirme porque recordaba mi nombre por un artículo que yo había escrito en 2011 y publicado en la revista Domingo de El País. Igual que muchos periodistas, que recortamos y archivamos nuestras notas, ella recortó y guardó esa página que llevaba como título "La peor de las pérdidas" y trataba sobre cómo vivir luego de la muerte de un hijo.
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Yo recordaba perfectamente esa nota, que en aquel momento surgió a partir de una carta que mandó al diario un grupo de padres que se reunía (y creo que todavía lo hace) semanalmente para ayudarse unos a otros. Cada historia era peculiar y terrible, de esas que hacen imposible que uno permanezca ajeno, por más impensables que puedan resultar. Además de los testimonios, para esa nota entrevisté a varios expertos, sobre todo psicólogos, que explicaban cómo puede llegar a impactar esa experiencia y daban herramientas para sobrellevarla. Todos me dijeron frases que me quedaron en la memoria, de esas que saco a reflotar más seguido de lo que me gustaría, cuando me abruman los problemas cotidianos. Hubo una psicóloga en particular que me recibió muy amablemente, conversamos durante más de una hora, barajó todas las situaciones posibles y al final de la entrevista me preguntó "¿por qué elegiste un tema tan triste como este, habiendo tantas cosas lindas de las que escribir?" Ella tenía razón y yo no tenía una respuesta clara, simplemente creo que sentía que esa nota podía ayudar a gente que quizá no se animaba a pedir ayuda. El mail de esta señora, Graciela, y sus palabras de cariño y agradecimiento, casi 10 años después, me confirman que algo de eso había.
El sábado pasado, la actriz Cecilia Sánchez, conocida para muchos por uno de sus primeros papeles en Gatomaquia, se estrenó como dramaturga con La pérdida. Un plan franco que trata, justamente, sobre la muerte de un hijo, su hijo. Aunque la obra no es cien por ciento autobiográfica, Cecilia encontró en la escritura una forma de hacer catarsis y exorcizar tanto dolor. Logró hacerlo en tono de comedia, usando pinceladas de humor y de ironía para transitar hacia la tragedia. Cuando su bebé murió, dos años atrás, el mundo de la actriz se derrumbó, empezó a dudar de absolutamente todo y se sumergió en un viaje en el que el dolor llegó a niveles inimaginables. "Quise volcar lo que te encontrás: la sociedad, el sistema mutual, todo lo que te va golpeando, además del dolor".
Poco antes del estreno, en su cuenta de Facebook la periodista y también dramaturga Fernanda Muslera dio tres contundentes razones para ir a ver la obra. La primera tenía que ver con la calidad del espectáculo, la segunda con la del grupo de actores que la lleva adelante y la tercera con la valentía del tema que aborda. "Es una obra con la que no se van a topar todos los días. Trata sobre cómo es lidiar con la muerte de un hijo, y cómo es intentar construirse sobre un yo que se rompió y no va a volver. Trata sobre todo lo que nace de la tragedia: incluso la risa, incluso la ironía y la conciencia del absurdo. Y pone sobre la mesa la necesidad de repensar qué clase de contención damos desde lo reglamentario y desde lo social a los padres que pasan por esta situación", reflexionaba.
En la entrevista que le hizo Florencia Pujadas, Cecilia vuelve sobre un tema que también había estado muy presente en aquella nota que hice hace años: la muerte de un padre es esperable, la de un hijo no. Ni siquiera hay un término que la defina. "Cuando uno no puede nombrar algo es que no lo puede asir, no lo puede controlar", me explicaba el psicólogo Alejandro de Barbieri. Otros decían que era un hecho antinatural, emocional y racionalmente inadmisible.
Aún hoy, la muerte sigue siendo tema tabú. Y la muerte de un niño o un bebé todavía más. "La gente se va corriendo, no te va a mirar", dice Cecilia. Ella, con formación como actriz, en vez de subir a un escenario encontró refugio en la escritura; podía escribir y llorar, llorar y seguir escribiendo, como lo hacen desde siempre los narradores para sanar la soledad o los males de amor.
El día del estreno había integrantes de varias fundaciones en la sala. Muchos seguramente se hayan sentido identificados en algún punto de la pieza, otros quizá no. Algunos habrán salido por el pasillo de esa galería medio misteriosa en la que está La Gringa hablando del tema, buscando similitudes y diferencias con su historia o la de alguien cercano. Otros se habrán acercado a este tipo de dolor por primera vez. La escritura, sea cual sea, todavía es una herramienta insustituible. Y así como algunos textos se convierten en libros u obras de teatro, otros son simples notas periodísticas, que a veces sirven para envolver huevos, y otras, espero que las más, para estar guardadas en alguna carpeta o cajón y ser fuente de consulta cada vez que el dolor se quiere asomar.