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Con el cine ocurre lo mismo que le ha sucedido a muchas manifestaciones culturales: en varios momentos de la historia se anunció su muerte para luego, por distintas razones, volver a hablar de su carácter indispensable y su casi inmortalidad. Sucedió ante la llegada de la televisión, luego con la aparición del cable, el boom de los videoclubes y hace no tanto tiempo con las plataformas de streaming. En el medio, no se puede negar, en el mundo cerraron o se transformaron miles de salas. Surgieron los grandes complejos, el concepto del entretenimiento asociado a los centros comerciales, el hábito de comer pop y tomar refrescos y un largo etcétera de nuevas costumbres que llegaron con tanta fuerza que hoy parece que siempre hubieran estado allí.
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Uruguay no fue ni es la excepción. O quizás sí. Porque así como llama la atención la cantidad de músicos, obras de teatro o artistas plásticos en relación con su magra población, lo mismo sucede con las salas de cine. Solo en Montevideo, los mayores de 40 seguramente recordamos nombres como Censa, Cinemetro, Lido, California, Central, Carrasco u Opera, a los que se sumaban las salas de Cinemateca en Pocitos y el Centro.
Sin embargo, en las últimas dos décadas del siglo pasado la mayoría de los cines de barrio se fueron convirtiendo en un recuerdo en la memoria y las grandes salas que iban sobreviviendo se llenaban excepcionalmente, quizá con algún blockbuster en vacaciones de julio. En ese contexto nacieron los cines Alfa y Beta, en pleno Pocitos, sobre la calle Miguel Barreiro, que abrieron sus puertas en 1985 y sumaron una tercera sala casi 10 años después, la Gamma. Sin demasiadas pompas, lograron aunar el casi desaparecido espíritu de la sala de barrio con el confort y la calidad de los grandes complejos, que en cuestión de pocos años se instalaron en Punta Carretas Shopping, Montevideo y Portones Shopping.
Los nostálgicos, como dice Patricia Mántaras en la nota que publicamos hoy a raíz de la reinauguración del emblemático complejo, ahora llamado Cultural Alfabeta, seguramente recuerden que el espacio contemplaba, también, un pequeño centro comercial. Allí tuvieron sus locales firmas como Acle, Habitat y Mosca. Luego hubo, entre muchos otros, una bicicletería, un banco y un café. Durante más de tres décadas el barrio fue mutando alrededor de esta propuesta, que tenía la difusión del cine de autor como bandera. Se convirtió en mojón y referente. Muchos emprendimientos vecinos cerraron o se reconvirtieron; surgieron otros nuevos; aparecieron más edificios y el tránsito se intensificó. Solo la pandemia los obligó a cerrar sus puertas.
Ahora, el barrio estaba expectante y ansioso. Algo se veía venir, primero detrás de las vallas de una gran obra y después a través de los nuevos y grandes ventanales contra la vereda. Eran buenas noticias. El cine volvía al barrio y lo hacía recargado. Son, como lo definen sus creadores, unos mil metros cuadrados dedicados al consumo cultural, que incluyen cinco salas de cine (más de 700 butacas), una librería y una cafetería/restaurante; todo abierto con un extenso horario de martes a domingo.
En el equipo de la revista, hace meses que se siente la emoción. Patricia, autora de la nota, cinéfila, lectora y catadora de cosas dulces, era la primera en la lista. De hecho, ya fue a ver una película allí, cuando solo las salas habían abierto las puertas. Pero también lo tiene en la mira Sofía Miranda, la productora, que siempre vivió en el barrio y aunque ahora se mudó, todavía puede ir caminando. Lo mismo le pasa a María Inés Fiordelmondo, que lo recuerda como el cine de su adolescencia y al que iba todos los domingos con su abuela, que ahora tiene 90 años y quiere volver. Y la lista sigue con cada uno de los integrantes de la redacción, todos por distintas razones, unos más nostálgicos, otros más noveleros. Y como lo que causa emoción en el equipo nos gusta compartirlo con nuestros lectores, esta semana el Cultural Alfabeta se llevó la tapa. Seguro será tema de conversación por varias semanas más. Y punto de encuentro de películas, libros y café sin fecha de caducidad.