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El tiempo pasa, estamos vivos

Desde que nacemos, todos queremos crecer, ser más grandes: cumplir seis y entrar a la escuela, cumplir 10 y tener una edad de dos cifras, cumplir 13 y ya poder ser llamado adolescente, cumplir 18 y ser mayor de edad. Como siempre y como en todo, habrá excepciones. Pero esa es la regla para la mayoría de los mortales, que incluso sigue unos años más, probablemente ligada al comienzo de la universidad, la posibilidad de viajar o de estrenar una vida independiente. A los 25 empieza, quizás, lo que podría llamarse el quiebre. Y aunque hombres y mujeres llevan cada vez más una vida con igualdad de oportunidades, el tema de crecer —o de envejecer— sigue estando atravesado por la diferencia de género.

Mientras que para ellos llevar las canas, mostrar algunas arrugas y tener cierta pancita puede llegar a ser sinónimo de status o incluso estar bien visto, para las mujeres el escenario es bien distinto. Aquellas que deciden mostrar el paso de los años, muchas veces son cuestionadas y tienen que salir a dar explicaciones. Y lo más curioso es que por mostrar se entiende no ocultar, no disimular, no modificar y no combatir arrugas, manchas, canas o kilos como si se trataran de un defecto o algo que está, incuestionablemente, mal.

Al igual que viene sucediendo con otros fenómenos sociales, la discusión sobre el estigma de envejecer se disparó en Hollywood. No es casualidad, allí las mujeres no solo tienen más visibilidad sino que también están más expuestas a cumplir con ciertos estándares de belleza para poder acceder a determinados roles. Después de los 40 (mucho más después de los 50), los papeles para las mujeres se ven fuertemente restringidos.

Fue famoso el caso de la actriz Carrie-Anne Moss, conocida por su papel en la saga The Matrix, que en una nota publicada en The Hollywood Reporter contó que el día después de cumplir 40 le ofrecieron un papel de abuela. En la meca del cine los hombres maduran mientras las mujeres envejecen, fue una frase que se usó bastante en aquel momento.

En los últimos tiempos, una embanderada de esta causa es Jamie Lee Curtis. La actriz, que hoy tiene 63 años, no solo usa sus redes sociales como herramienta para hablar sobre el envejecimiento de la mujer, sino que también se unió a Mari Shriver, periodista y esposa de Arnold Schwarzenegger, en una iniciativa para debatir sobre el paso del tiempo y los aspectos positivos que trae consigo cumplir años. “Esta palabra antienvejecimiento tiene que ser golpeada”, dijo la actriz. “Soy pro-envejecimiento. Quiero envejecer con inteligencia, gracia, dignidad, brío y energía”, dijo orgullosa. En febrero de este año, durante el Festival Internacional de Cine de Berlín, la actriz Emma Thompson también criticó el estigma de envejecer: “A las mujeres nos han lavado el cerebro toda la vida. Es un hecho. Y todo lo que nos rodea nos recuerda lo imperfectas que somos y lo mal que está todo”.

A veces, no nos damos cuenta cuán arraigado está un concepto en nuestra idiosincrasia hasta que alguien lo pone en palabras. La idea de antiedad va en contra de la naturaleza, podríamos decir que es antinatural. Tener edad, cumplir años, crecer… son todos sinónimos de estar vivo, nada es más claro que eso. Sin embargo, en lugar de ser visto como una etapa más del ciclo vital, la juventud se asocia a lo bello y deseable mientras que la vejez carga con connotaciones negativas. De hecho, existe un término para definir la discriminación y los estereotipos que sufren las personas de edad: viejismo, que fue definido por el psiquiatra estadounidense Robert Butler en los años 70 y del que hablamos en una de las notas que publicamos esta semana.

“Todos vamos a envejecer. Todos vamos a morir. ¿Por qué aparentar 17 cuando tengas 70? Quiero aparentar 70 cuando tenga 70”, dijo Lee Curtis. La clave radica en cómo llevar esos años. Porque sentir el paso del tiempo como una carga está científicamente comprobado que no ayuda. La baja autoestima y la inseguridad son dos de las consecuencias más claras. A largo plazo ya se habla de depresión y menor esperanza de vida. Si es así, todo pierde sentido. El cambio de discurso está instalado, falta todavía pasar a la acción. Hollywood dio algunas señales y de a poco empiezan a pasar cosas más cerca también. A escala local, cada vez más marcas apuestan a la belleza real; la campaña de la pasada Moweek fue un ejemplo a seguir, con la bailarina Inés Camou como modelo de los diseños de Clara Aguayo. Hay que romper barreras, prejuicios y construcciones de las que todos formamos parte y que funcionan como el ideal. Hay que animarse, porque mientras estemos vivos, el tiempo pasa para todo el mundo por igual.