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Si bien la ciencia, la medicina y la cosmética son universos muchas veces vinculados, hay diferencias contundentes a la hora de abordar el tema del testeo en animales
imagen de En la ciencia tampoco todo es blanco o negro
En abril de este año el video titulado Save Ralph, sobre la experimentación de la industria cosmética en animales, se volvió viral. El corto de stop motion realizado por la ONG Humane Society International mostraba un día en la vida de Ralph, un conejo de testeo —como él mismo se define— cuyo trabajo consistía en prestar su cuerpo para probar cremas, champús, labiales y todo tipo de productos de limpieza. Por su trabajo ya estaba ciego de un ojo, sordo de una oreja y tenía varios sectores del cuerpo sin pelo. Sabía que su destino final era la muerte, igual que les había sucedido (y les iba a suceder) a todos los integrantes de su familia. El video resultaba, indiscutiblemente, impactante y emotivo. Más allá de aprobar o no los métodos, el trabajo de la ONG puso un tema delicado y polémico sobre la mesa. Según varios informes periodísticos que se generaron a partir de su circulación, los objetivos de la campaña estaban puestos sobre todo en mostrar qué estaba pasando en 16 países, entre los que se encuentran Brasil, México, Chile, Canadá y Sudáfrica, además de 10 naciones ubicadas en el sudeste asiático.
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Hace unas semanas, Leonel García propuso abordar el tema en la revista. Y, como suele suceder con el periodismo bien hecho, su nota arrojó una luz al menos diferente sobre el tema. ¿Por qué? Porque cuando se habla de productos cruelty free (o sea, en los que ninguna criatura sufrió en su proceso de elaboración) hay que distinguir si se refiere a la industria cosmética o a la ciencia y la medicina. Si bien son universos que muchas veces están vinculados —y para los cuales es imprescindible hacer pruebas previas a presentar los artículos en el mercado—, hay diferencias contundentes a la hora de abordar el tema del testeo en animales. En el video, al pasar, Ralph (con la voz del actor y director neozelandés Taika Waititi, ganador del Oscar por Jojo rabbit) dice que todo lo hace para que la gente pueda llevar un labial que no le dañe la piel. Hoy, lo cierto es que 80% de los países todavía permiten la experimentación de cosméticos en animales. En los que está prohibido por ley o no estimulado por el gobierno y los organismos científicos se utilizan métodos alternativos, basados sobre todo en la fusión de ciencia y tecnología, incluso utilizando pieles sintéticas en algunos casos. En Sudamérica, Colombia fue el primer país en prohibir esta práctica en 2020.
El caso del uso médico, en cambio, es bastante más complejo. Y en ese sentido, la nota de Leonel deja pocos —o casi ningún— flancos abiertos. ¿Cómo se puede investigar y avanzar en la creación de antibióticos? ¿Cómo se busca la cura de las distintas enfermedades? ¿Cómo se crean nuevas vacunas? El cercano caso del Covid–19 ayuda, al menos, a entender las prioridades.
Desde hace varias décadas, más precisamente dos años después de que la perra Laika fuera enviada al espacio, en el mundo la investigación con animales se rige por el concepto de las tres erres: reemplazo, reducción y refinamiento. Esto es, explica la nota, usar métodos que eviten o sustituyan al uso de animales, usar la cantidad mínima posible de animales y evitar o minimizar el dolor y el sufrimiento. Aún así, se estima que cien millones de animales vertebrados se sacrifican al año para la experimentación científica. En Uruguay, desde 2009 existe la Comisión Nacional de Experimentación Animal (CNEA), que regula estas prácticas en pos de la medicina, la docencia y la ciencia. Según la CNEA, unos 70.000 animales son usados en el país cada año con fines de investigación científica, ya sea en universidades, centros privados, empresas públicas no estatales, zoológicos o empresas de biotecnología.
Hasta ahí los datos, que son duros e impactantes. Las razones, en tanto, son las que permiten la supervivencia de una sociedad que desde que Aristóteles experimentó por primera vez con animales en el siglo IV antes de Cristo, no ha parado de evolucionar. Y no puede permitirse frenar. La baja de la mortalidad de la polio, el control de la diabetes, los tratamientos para el cáncer o, en estos últimos seis meses, la lucha contra el Covid–19 no lo permiten. En el universo científico los animales de prueba son considerados reactivos, están en la base de la investigación y, en ciertos casos, no son sustituibles.
Es cierto que muchas veces las posturas radicales son las que promueven y movilizan los cambios. Hay que pedir más para ir corriendo prejuicios, trabas, obstáculos. Sin embargo, también es cierto que no todo es blanco o negro. Estoy convencida de que la vida es mucho más un cúmulo de grises, de matices, de medias tintas, donde la perfección hacia un lado o la inconveniencia hacia el otro no suelen ser absolutas. Hace algunas semanas, con una nota sobre cosmética natural pasó lo mismo que ahora. Comenzamos a investigar con una hipótesis —que la tendencia era la producción libre de químicos— que fue mutando en el camino producto de la información y las entrevistas, hasta llegar a la conclusión de que los sintéticos no son siempre perjudiciales e incluso a veces son necesarios. Así lo plasmamos en aquella nota y lo volvemos a hacer ahora, en una apuesta a generar discusión, cuestionamientos y ampliar el abanico de visiones sobre el mundo, la vida y sus vicisitudes.