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Inteligencia no tan inteligente

Editora Jefa de Galería

Los grandes avances tecnológicos siempre despertaron cierto temor por los cambios que traerían en los hábitos y costumbres de las personas, en especial en el campo laboral. Desde la Revolución Industrial, el invento de una nueva máquina implicaba que un ser humano iba a dejar de hacer esa tarea. Aunque estos cambios significaron crisis en las fuentes de trabajo, desempleo y reestructuraciones dentro de la sociedad, con el tiempo aparecían nuevos puestos donde emplearse y, en muchos casos, la necesidad de capacitación, lo que fue impulsando a las personas a la formación y especialización.

Desde entonces, siempre supimos que la máquina podría llegar a suplantar al humano, aunque con el alivio de que alguien iba a tener que operar esa máquina, hacerle el mantenimiento y tomar decisiones respecto a su funcionamiento. En este panorama, y ante el surgimiento de nuevas tecnologías, intuimos o creímos estar seguros de que los trabajos intelectuales estaban a salvo porque para realizarlos había que pensar, utilizar el cerebro, algo de lo que las máquinas carecían. Nadie iba a poder pensar por nosotros, ni manejar los conocimientos en ciencia, matemática, historia, filosofía, adquiridos hasta ahora por la humanidad. Hasta que llegó la inteligencia artificial.

Hace varios años que esta tecnología viene desarrollando sistemas y aplicaciones que se han ido instalando en diferentes áreas de las empresas y de la vida de las personas. Son algoritmos que toman decisiones y “facilitan” nuestro día a día, presentes en el smartphone, el GPS, las casas inteligentes, las redes sociales, el e-commerce. La inteligencia artificial es un elemento más de nuestra realidad. Sus usos son de los más variados y la amplia mayoría de las empresas europeas y estadounidenses piensa que debe ser prioridad en el desarrollo de su negocio.

Por su definición, la inteligencia artificial es una especialidad dentro del campo de la investigación y la informática; mediante mecanismos lógico-matemáticos, se programan órdenes a las máquinas con el objetivo de que satisfagan las necesidades de las personas. Y llegó el día en que la tecnología logró lo que parecía monopolio del ser humano: escribir. Acá temblamos periodistas, escritores, guionistas, profesores. Para escribir hay que elaborar pensamientos, conceptualizar, utilizar conocimientos, darle un estilo al texto, tomar decisiones. Es un acto puramente intelectual. Pensamos que en ese sentido estábamos resguardados del avance de la tecnología, porque difícilmente se fueran a crear neuronas. Pues lo hicieron. O casi.

El ChatGPT es la última novedad en inteligencia artificial que, como bien lo explica José Gallo en la nota que escribió —en equipo con el ChatGPT— para este número, logra elaborar textos muy correctos a partir de ciertas indicaciones y pedidos que le hace el usuario. Rápidamente, periodistas de distintas partes del mundo han intentado todo tipo de pruebas con este nuevo sistema para testear sus alcances y ver hasta dónde deben preocuparse por su futuro. Pero quienes realmente están preocupados son los profesores de secundaria y universitarios, porque los estudiantes utilizan el ChatGPT para hacer los deberes e incluso los exámenes. Algunos lo han definido como el fin del idioma en el liceo, asombrados de lo que este sistema puede producir. Aunque todos han sucumbido a la tentación de pedirle a este chat que escriba por ellos, pues también hay registros de que autoridades universitarias lo utilizaron para mandar comunicados por mail.

El mundo parece estar un poco shockeado con esta novedad. Se ven oportunidades y también peligros. Sin embargo, estas neuronas artificiales parece que aún no son tan buenas como para sustituir a las reales. El ChatGPT se alimenta de Internet y sabemos que en Internet hay de todo, hay cosas muy buenas y también muy malas. Dicen que es un reflejo de nuestra sociedad, y por ahora este chat no sabe distinguir una cosa de la otra. Afortunadamente lo que le falta, y esperemos que nunca lo inventen, es sensibilidad.

Quizás aquí es donde esté nuestra salvación. Porque sabemos que el ChatGPT tiene fallas, pero es un sistema que aún está en pañales y probablemente con el tiempo irá mejorando sus prestaciones, y tal vez en un futuro esté tan integrado a nuestras vidas que termine haciendo algunas de las tareas que hacemos hoy. Y los humanos saldremos a buscar esos lugares donde la tecnología aún no llegó. Posiblemente esa zona sea la de los sentimientos, la de producir textos donde se reflejan las emociones de vivir ciertas experiencias, de estar en determinados lugares, de transitar las cuestiones de la vida; o en los lugares donde hace falta apelar a la sensibilidad para no herir a los lectores, o para transmitir lo que nos conecta a los humanos, solo a los humanos. Esperemos que un día no nos levantemos con la noticia de que la tecnología esta vez creó también un corazón.