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En su último libro, el filósofo coreano Byung-Chul Han, uno de los más leídos en el mundo, profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes de Berlín y que ya lleva más de 15 obras haciendo una lúcida crítica sobre la sociedad contemporánea, plantea una versión de la vida casi desconocida. Su título es Vida contemplativa. Elogio de la inactividad y comienza diciendo: “Dado que solo percibimos la vida en términos de trabajo y rendimiento, interpretamos la inactividad como un déficit que ha de ser remediado cuanto antes. La existencia humana en conjunto está siendo absorbida por la actividad. Como consecuencia de ello es posible explotarla. Vamos perdiendo el sentido para la inactividad, la cual no implica una incapacidad para la actividad, o su rechazo, o su mera ausencia, sino que constituye una capacidad autónoma. La inactividad tiene su lógica propia, su propio lenguaje, su propia temporalidad, su propia arquitectura, su propio esplendor, incluso su propia magia. No es una forma de debilidad, ni una falta, sino una forma de intensidad que, sin embargo, no es percibida ni reconocida en nuestra sociedad de la actividad y el rendimiento. No estamos accediendo a los dominios de la inactividad ni a sus riquezas. La inactividad es una forma de esplendor de la existencia humana. Hoy se ha ido difuminando hasta volverse una forma vacía de actividad”.
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Con estas bellas palabras el coreano asesta de entrada un golpe al pecho del lector. ¿Cómo? No entiendo. ¿Se puede no hacer nada y eso está bien? ¿Se puede no hacer nada y no sentir culpa? Si esto es así, entonces somos rehenes de un sistema que nos hizo creer que no, y que valemos según cuánto hacemos. Efectivamente, el filósofo explica que, en las relaciones de producción capitalista, a la inactividad la llamamos tiempo libre, y está diseñado para el descanso del trabajo, por lo que sigue la misma lógica. Existe en función de la actividad, por lo que desaparece entonces el tiempo verdaderamente libre, “que no pertenece al orden del trabajo y la producción”. Y dicho así es realmente difícil de comprender. ¿Cómo sería entonces nuestra vida si no es en función del trabajo? ¿Qué hay más allá del rendimiento y el consumo?
Byung-Chul Han explica que todo lo bueno de la humanidad ha salido de los tiempos de inactividad porque es la dimensión verdaderamente humana. “Sin silencio no hay música, sino nada más que ruido y alboroto”. “Si se nos pierde la inactividad en cuanto capacidad, nos pareceremos a una máquina que solo tiene que funcionar”. Sin inactividad, la actividad se rebaja a una acción sin sentido, porque “la verdadera vida comienza en el momento en que termina la preocupación por la supervivencia”, porque “el fin último de los esfuerzos humanos es la inactividad”. En los momentos de inactividad es cuando nace la cultura, la fiesta, el reposo contemplativo, que están por fuera de la utilidad.
Esta versión de la vida realmente parece tener sentido. Ese sentido que muchas veces no le encontramos a la lógica de nuestra vida cotidiana. ¿Por qué hacemos esto? ¿Para qué? Seguramente la respuesta esté en lo que nos dice este sabio coreano: para vivir todo lo otro que no implica trabajo, esfuerzo, actividad, rendimiento. Para disfrutar de no hacer nada, que es cuando salen los mejores planes, aquellos que no fueron planeados. Si pensamos bien, es en el ocio donde nace el regocijo de lo que nos hace felices. Esa debería ser nuestra meta. Trabajar para después no hacer nada. Flotar en la inactividad para conectar con el entorno, con la vida, con el presente. Permitirnos traspasar la primera resistencia que ponen la ansiedad y el aburrimiento, fuertemente castigados en la sociedad de hoy, para llegar a un lugar que nos da placer y nos devuelve el sentido de la vida, el equilibrio y la riqueza interior. Debemos abandonar la vida hiperactiva, frenar nuestra propia explotación y sumergirnos en los beneficios y la magia de la ociosidad y la contemplación.
Parece una forma de vida muy enriquecedora. Aunque no deja de plantear un desafío. Estamos tan inmersos en la vorágine de la actividad que no sabemos no hacer nada. Habrá que salir a explorarlo.